Un año después del desastre de la central nuclear de Fukushima, este artículo nos presenta algunas de sus consecuencias para la Soberanía Alimentaria del pueblo japonés, e indirectamente nos advierte de los riesgos que corremos también en nuestro territorio con las centrales nucleares que tenemos en marcha. Hay modelos energéticos como el nuclear, innecesarios y […]
Un año después del desastre de la central nuclear de Fukushima, este artículo nos presenta algunas de sus consecuencias para la Soberanía Alimentaria del pueblo japonés, e indirectamente nos advierte de los riesgos que corremos también en nuestro territorio con las centrales nucleares que tenemos en marcha.
Hay modelos energéticos como el nuclear, innecesarios y contrarios a la vida campesina.
Un pueblo acallado
La derrota del ejército japonés en la 2ª Guerra Mundial y su castigo (bombas de Hiroshima y Nagashaki), supusieron una paz condicionada para asegurarse que se mantenía un bastión contra el comunismo de las vecinas China y Corea. El resultado fue una instauración de miedo, represión y sumisión que ha perdurado hasta hoy. Movimientos sociales, como aquí el ecologismo o el feminismo, no han existido como tales en Japón. Tras el desastre de Fukushima nos encontramos con una reacción popular: la gente se echó a las calles contra el estado y la compañía eléctrica TEPCO, y más tarde exigiendo el cierre de las centrales nucleares.
Shinya, activista de La Vía Campesina, lo explicaba así: «Sí, es muy asfixiante. Mucha gente se ha dado cuenta de que en Japón no se pude decir ‘no’. No se cuestiona nada al gobierno. Ha habido una mentalidad similar a la de los kamikazes en la II Guerra Mundial – pero está cambiando».
Esta falta de cuestionamientos va unida a una fe ciega en la tecnología, a lo que se le sumaron dos imposiciones estadounidenses: la producción energética a través de centrales nucleares y la agricultura industrial basada en gran maquinaria y gran uso de productos químicos. Se impuso un modelo de producción en el que Japón se vería obligado a importar la mayoría de sus alimentos.
Antes de Fukushima, Japón ya era un país de gran dependencia agrícola con un 60 % de su producción procediendo del extranjero. Japón es el principal importador agrícola del mundo, siendo China su principal proveedor con 21’5 de las importaciones seguida por los Estados Unidos con 8’7 %. Los Estados Unidos fueron el principal importador hasta el 2000 por un valor de 36 billones de dólares, y suponiendo el 37% de las importaciones japonesas (18% de las exportaciones de Estados Unidos se destinaron a Japón en el 2000) siendo los productos principales maíz y carne de ternera y porcina. En el 2000, Japón sólo producía el 3% de la soja que consumía y el 9% del trigo.
Este tipo de agricultura fue denunciada por ilustres como Masanobu Fukuoka, quien desarrollaría métodos de agricultura ecológica y permacultura, y más recientemente por un sin fin de pequeños y pequeñas agricultoras ecológicas asociadas a la Vía Campesina.
Daños agrícolas
El desastre nuclear afectó con radioactividad la producción de alimentos de 11 provincias, entre ellas Fukushima. Esto es algo que el propio gobierno ni tan siquiera hace público porque casi la totalidad de la producción agrícola del país está contaminada y no es adecuada para ser consumida. Actualmente todos los alimentos van acompañados de una etiqueta mostrando sus niveles de contaminación.
El 90% de la actividad agrícola de la provincia de Fukushima resultó afectada por el tsunami y el posterior accidente nuclear. Muchas gentes campesinas lo han perdido todo y, si bien las autoridades se jactan de que no hubo muertos por el desastre nuclear -reduciéndolos sólo a aquellos que murieron en el tsunami- ya se han dado cuatro suicidios de personas campesinas. Como no, los muertos irán llegando mientras los niveles de radioactividad permanezcan y también se observarán efectos de la radiación en los próximos nacimientos.
Las zonas más afectadas de Fukushima fueron declaradas zonas de exclusión. Las y los agricultores que permanecen en el resto de la provincia siguen produciendo pero no pueden dar salida a sus productos porque la procedencia de Fukushima suscita rechazo. Algunas de estas personas también son productoras ecológicas. A las y los ganaderos les hicieron tirar toda la producción láctea. La pesca es otra actividad afectada por la radiactividad: a raíz del accidente ha sido prohibida. Esta provincia cuenta con 159 kilómetros de costa donde existía una gran actividad pesquera.
El campesinado no puede evitar la radiación de sus cultivos. Se ve obligado a descontaminarlos pero, por ejemplo en los frutales, esto se limita a echar agua usando una mochila de fumigar en las ramas. Las y los campesinos tampoco se protegen más que con una simple mascarilla para cubrir su cara. Como denuncian, eso es pura parodia, porque ¿qué radioactividad se puede eliminar con sólo agua?
Muchos de los campesinos y campesinas damnificados tampoco están recibiendo la compensación establecida. Es tal el nivel de burocracia y papeleo asociado a los trámites, que muchos de ellas y ellos abandonan sus intentos. Otras veces recogen sus espinacas, su leche o incluso sus vacas y las llevan a las oficinas de TEPCO y a las instituciones exigiendo una respuesta.
Japón vuelve a temblar
Japón lleva pagando desde hace mucho tiempo los resultados de un sistema dedicado exclusivamente a la producción industrial: además de la consabida polución y accidentes industriales, el pueblo japonés sufre en su medio ambiente y en su salud los resultados de un modelo no lejano al nuestro, pero mucho más drástico, sobre todo en lo laboral, productivo y social: 30.000 personas se suicidan al año, otras diez mil mueren por extenuación por trabajar demasiadas horas, un millón de personas padecen depresión , etc.
Pero como decimos, algo se mueve en Japón -además de la tierra-. El movimiento anti-nuclear generado tras Fukushima va ganando presencia y sus planteamientos se amplían a plantear otro modelo de vida alternativo al puro consumismo. Prueba de la magnitud de este movimiento fue la decisión en mayo de cerrar el último reactor aún operativo. Que el Estado japonés haya cerrado los 50 reactores activos, es resultado no sólo del desastre ocurrido, sino de la fuerte oposición y la presión social articulada contra la energía nuclear en éste país. Teniendo en cuenta que la energía así producida contabilizaba un 30% de la consumida en Japón se trata de un logro considerable.
Por otro lado, el movimiento campesino tampoco abandona la guardia. En febrero de este año la organización NOUMINREN, asociada a la Vía Campesina de Japón, realizó su primera asamblea desde el desastre de Fukushima, resultando ser la mayor de cuantas han realizado. Creada en 1989 cuenta con 50.000 agricultores y agricultoras adscritas. Su objetivo es crear «una agricultura basada en la familia en Japón y proveer comida segura». Si bien este último objetivo resulta harto difícil tras Fukushima, ellas y ellos no cejan en su empeño y pese a la situación tan frustrante, corroboraron su compromiso por proteger la Soberanía Alimentaria y agrícola de Japón.
EL TEIKEI
Aunque el activismo en general no es muy pródigo en Japón, si existe una larga historia de movimientos por la soberanía alimentaria. El sistema teikei sería el equivalente a los grupos de consumo, o circuito corto como lo conocemos aquí. Data de mediados de los sesenta y la Asociación de Agricultura Orgánica de Japón también data de 1971. El teikei surgió como resultado de la desconfianza producido por la calidad de la comida y por motivaciones ambientalistas, y se le cita como uno de los orígenes de la agricultura de apoyo comunitario. Teikei que en japonés significa «cooperación», significa comprar alimentos directamente de las personas productoras, fuera del mercado convencional y manteniendo una comunicación, una inter-acción, una filosofía. Su lema es «comida con el rostro del agricultor en ella». Ahora se asocia también a la producción ecológica. Millones de personas japoneses utilizan esta forma de consumo