El tradicional género europeo, el sainete, trasplantado a nuestras tierras, a comienzos del siglo XX -se sabe- dio como resultado el grotesco criollo. Y Armando Discépolo , con una quincena de obras escritas y estrenadas durante las décadas de 1920 y 1930, (nos) dejó una singular expresión dramática. ¿Qué ocurre cuando se toma una de […]
El tradicional género europeo, el sainete, trasplantado a nuestras tierras, a comienzos del siglo XX -se sabe- dio como resultado el grotesco criollo. Y Armando Discépolo , con una quincena de obras escritas y estrenadas durante las décadas de 1920 y 1930, (nos) dejó una singular expresión dramática.
¿Qué ocurre cuando se toma una de esas obras y se la re-presenta en pleno siglo XXI? ¿Y qué ocurre si, a ese «berenjenal» (social, idiomático, temperamental, surgido de las diversas «corrientes» inmigratorias europeas en las ciudades de América), se le suman sorprendentes discusiones políticas que no están en el texto original -provenientes del radicalismo, del peronismo… y hasta de León Trotsky- junto a escritos poéticos? La respuesta puede hallarse en el reciente estreno de la versión de Muñeca (1924), de Discépolo, que dirige Pompeyo Audivert junto a Andrés Mangone.
Allí, Anselmo (interpretado por el mismo Audivert), padece, sufre, por una «percanta que lo amuró«: no tiene problemas de dinero -todo contrario: tiene un muy buen pasar, es estanciero, vive en un palacete-, tiene amigos fieles -se verá cuánto y cómo lo son- y una vida social con «diversiones». Y sin embargo…
El amor que no le corresponde Muñeca a Anselmo, y una relación (oculta) de aquélla serán parte del núcleo dramático, acompañado por las «incrustaciones» (concepto del propio Audivert) de textos poéticos de la uruguaya Marosa di Giorgio (1932-2004), que dan mayor entidad a Muñeca -tal como lo explicó el mismo director y actor -. Junto a esto, matrimonios y amigos discuten algunos momentos sobre el carácter «demócrata» del «Peludo» Yrigoyen -gobierno bajo el cual se fusiló a mil quinientos obreros patagónicos luchadores, en 1920-21- y la ausencia de derecho al voto para las mujeres; se mencionan a Uriburu, a Rosa Luxemburg y los postulados de Trotsky, en su Historia de la Revolución Rusa , sobre del rol de dirigentes y caudillos y su importancia (relativa) frente a la movilización de las masas: «Sin una organización dirigente, la energía de las masas se disiparía, como se disipa el vapor no contenido en una caldera. Pero sea como fuere, lo que impulsa el movimiento no es la caldera ni el pistón, sino el vapor», lanza un personaje.
Además de la «tragedia» del amor, ¿se insinúa entonces otra, la de la democracia como sistema político? Sí, y también hay más: el valor y sentido de la amistad; la existencia de la mujer (y de su belleza -contracara del protagonista-) como bien preciado (bajo una cultura machista: «son así…»); el paso del tiempo, la enfermedad y la vejez… la muerte, en un interrogante (cuasi metafísico) sobre la esencia de la identidad: el rostro, la apariencia y los «contenidos». «Qué» somos.
Hay un gran trabajo actoral de Mosquito Sancineto, Abel Ledesma, Fernando Khabie, Diego Veggezzi, Ivana Zacharski, Pablo Díaz, Carlos Correa y Gustavo Durán; musical y escenográfico; y destaca, por sobre todos, Audivert, quien encarna, desde el primer momento en que aparece, a un poderoso torturado por no conseguir lo que quiere; por portar una «condena de rostro».
Este «ensamble» entre el libro original y agregados, junto a la interpretación de cada actor y actriz, para crear las «atmósferas» de cada escena, en general está muy bien logrado, y la «fiesta» -cuando Muñeca regresa con Anselmo y llega la troupe de amigos del ricacho-, cerca del final, se convierte en un divertidísimo «circo» (criollo) pulsional/pasional.
La obra se da en el Centro Cultural de la Cooperación, de viernes a domingo.