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En el día de las Letras Galegas

Galicia y Lengua

Fuentes: Rebelión

Se acerca el Día de nuestras Letras Galegas, ahora que te dicen en Madrid que por aquí «ya no se puede hablar castellano» porque más o menos te corren a boinazos o que te lleva la guadia civil vestida de azul celeste y cosas así, como siempre se dijo de Cataluña (la aproximación, así sea […]

Se acerca el Día de nuestras Letras Galegas, ahora que te dicen en Madrid que por aquí «ya no se puede hablar castellano» porque más o menos te corren a boinazos o que te lleva la guadia civil vestida de azul celeste y cosas así, como siempre se dijo de Cataluña (la aproximación, así sea vulgar y desinformada, nos honra). Chus Ruiz, de Redes Escarlata, comentaba que a los madrileños que tales cosas dicen como si fueran ciertas hay que llevarlos a comer jamón bueno y entonces se les calman los parlamentos y los alertados corazones de Campeadores para, en cambio, cantar las virtudes de lo que tienen delante.

Ojalá la cosa fuera sólo la mitad de lo que se farfulla. Aquí sigue pasando que los médicos, por ejemplo, persisten en hablar a los paisanos en la lengua que amó Santa Isabel la Católica, sobre todo en las ciudades, y los paisanos SÓLO hablan fluidamente el galego. Lo mismo pasa en muchas, muchas ventanillas de cualquier dependencia de las consellerías autonómicas, y así sucesivamente.

En A Coruña (que así «se llama Ella») ni a tiros te hablan gallego los agentes municipales o las televisiones locales. Son ejemplos. Las cajeras de los supermercados (salvo excepciones y me refiero a las ciudades) no lo hablan jamás, con una excepción interesantísima: las cajeras del DIA que con raras excepciones lo hablan hasta con militantismo, sin ceder, incluso, ante las ferrosas señoronas del la calle del Paseo (Ourense). ¿Serán las agradables cajeras del DIA, que van vestidas de verde y rojo, quienes roban la vida, el aire, la ciudad, al castellano?

Lo de las escuelas e institutos clamaría al Cielo si lo hubiese; la ley de normalización lingüística legislada antaño por el PP no se cumple ni a trocitos, por supuesto en desfavor del galego: asignaturas, como filosofia o ciencias da natureza por ejemplo, que deben impartirse en galego por precepto, son dadas en castellano por profes que no sólo incumplen su obligación, también están contribuyendo a levantar barreras especiales por la vía lingüística entre los estudiantes y los conocimientos: Imagínense: discurso del docente en castellano, libro de texto en galego (como dice la norma), evaluaciones, exámentes, etc. ¿en qué? Hemos visto cualquiera variedades idiomáticas en los exámentes de los bachilleres ( y no sólo en los exámenes), desde el Trafalmadoriano hasta el Glíptico pasando por el Xilomónico. Y eso en chicos y chicas que, sobre todo fuera de las capitales de provincia, conocen bien su lengua… El galego tiene presencia minoritaria, ridícula o incluso inexistente, casi enviada al ostracismo, en muchos claustros de centros publicos de primaria y secunrdaria. Ahora imaginen cómo serán las cosas en la enseñanza privada concertada y privada privada. Esos deben ser castillos contra pulgas. En este mundo vivimos, mientras más allá del Padornelo gente, cuyo tamaño ignoro pero que no será, seguramente, irrelevante, piensa que aquí les estamos degollando a sus palomas, que diría Violeta Parra. Nuestra lengua retrocede en las ciudades, sufre muchas negativas, muchas veces es casi asunto de un aquiles paciente saber que a lo largo del día poquitos se entenderán contigo en la misma lengua, ah pero esto no es como estar en el extranjero, porque la lengua en la que tú inicias todo, todo contacto, es la lengua de la gente que vivía aquí desde antes de la E M (y en algunos aspectos antes aún), y sigue siendo la lengua de la casi (digo casi injustamente) totalidad de la gente que vive fuera de las capitales (y esto tampoco es exacto porque muchos barrios capitalinos, como los de Ourense están construidos hace una o dos generaciones por inmigrantes del campo que conservan su lengua) y, sí, coño, es la lengua de la tierra, como antes lo fueron otras. Pero no es -fue- la lengua del Poder ni de sus clases-asistentes a alguna de las cuales me referí antes, aunque tenga su versión inextinguiblemente aldeana, me refiero al «aldeanismo lingüítico» (nunca vi gente hablando galego tan hermoso y elegante como los niños en los parques de Malpica) en la TVG.

Pues no, aquí las «palomas» tienen dientes y un morro que se lo enredan de bufanda, No quieren al galego porque para ellos sí es o devino una lengua extranjera, evocadora de las peores atrocidades cacofónicas, y entonces lo muerden y lo niegan y quieren retirarlo de las escuelas para que sus hijos no se infecten ni confundan, y «arreservarlo» como a los indios en sitios donde huele mal, o a estiercol, y de vez en cuando a rosas (no necesariamente). Esas palomas con dientes son el mundo señorito o neoseñorito que identifican significantes lingüísticos con espacios donde se ejerce el poder (y la pasta, claro). Y Tienen razón, desde hace muchos siglos un significante-clave-de- bóveda en la estructura del poder es la lengua. Y como ellos están, no para vivir esta tierra, sino para apoderarse de ella o vivir sobre su suelo como sobre un ente ignoto que pasa, entonces, no es que odien o autoodien su lengua, es que les es extraña, es una «cosa» que habla y que está asociada a lo que explotan o patrimonializan o en lo que ponen los pies. Las palomas con dientes son una Estirpe, ¡por encima de su cadáver ondearán otras banderas sobre sus trastos arquetípicos: el idioma de sus antepasados (los válidos) y el derecho de pernada sobre rías, montes y cardúmenes!

La división y jerarquización entre gallego y castellano puede ser un rasgo particular correspondiente a nuestro proceso de división entre el campo y la ciudad, un fenómeno derivado de éste, nada sustantivo, un epifenómeno. El campo sojuzgado conserva su lengua no ya ayudado por los monasterios cuyos abades son de importación, arrastrando de siglo en siglo una enorme masa de usuarios analfabetos y memoriosos, como pasa en las sociedades tradicionales. En la ciudad la lengua de la política es el castellano, la de la administración real, la de los centros de enseñanza, los negocios, la iglesia y la nobleza, afecta a Castilla. Esta lengua se adopta, o mejor dicho ella adopta a las ciudades, las materniza. El desarraigo es radical; en la ciudad el galego no es odiado en uno mismo; es despreciado, junto a lo que apareja, en el Otro, el que está más allá de los peajes. No se dividen hablantes, se estructuran jerarquicamente mundos en lo que entendemos como división, o separación, entre el campo y la ciudad. De modo que la ciudad ingiere la lengua imperial, es su lengua. Por eso las palomas con dientes no regurgitan algo propio queriendo echar al galego de su calle.

Obedeciendo academicamente a la ley que subordina el campo a la ciudad, asociada a la tensión con que corrió por valles y montañas, puertas y ventanas, la red clientelar con el Tomahawk en la mano, pues los galegohablantes que se distribuyen sobre nuestra compleja geografía votaron a Feijoo. Si éste promete, ya a calzón quitado, la residualización del galego en ciudades e instituciones, tanto mayor es la fuerza (hegemónica) del término ciudad en la pareja de contrarios. «Castellanizar» es «urbanizar»en el doble sentido de la palabra, y eso es lo que quieren en el campo para sus hijos (además no les queda más remedio…).

Y ahora, las palomas dentadas, tienen al funcionario de presa que reclamaban, Feijoo, el cid derogador de la ley de normalización que no llegó a adulta. A ver si la parte en dos con la Tizona y regresamos a la ley de «la naturaleza» que reserva el galego para commemoraciones, labriegos y topos.

Xaquín Silva. Redes Escarlata