La desgarradora carnicería y la catástrofe humanitaria de Gaza, así como el temor que se extiende por el sur de Israel, se vuelven más trágicos por el hecho de que parecen seguir un guión bien ensayado de tensos silencios seguidos de súbitos e irregulares brotes de violencia. Del mismo modo que la guerra de 2006 […]
La desgarradora carnicería y la catástrofe humanitaria de Gaza, así como el temor que se extiende por el sur de Israel, se vuelven más trágicos por el hecho de que parecen seguir un guión bien ensayado de tensos silencios seguidos de súbitos e irregulares brotes de violencia.
Del mismo modo que la guerra de 2006 contra el Líbano resultó tan espantosa como repentina y se desencadenó con el más endeble pretexto, la reinvasión de Gaza también se ha desatado como un torbellino. Y al igual que en el Líbano en 2006 y 1982, así como en el caso de la reinvasión de los territorios palestinos tras el estallido de la segunda intifada y la victoria electoral de Hamas, es improbable que la actual campaña conceda a Israel algo más que un corto y tenso respiro.
Como Hamas, que parece incapaz de darse cuenta de la futilidad de la lucha armada y de declararse movimiento por la paz no violento, Israel parece completamente entrampado en la lógica del ariete. Con ello se suscita la pregunta de por qué, pese a todas las pruebas de que la fuerza abrumadora no funciona, no ha abandonado Israel su preciada política de «disuasión».
La tragedia de Gaza podría verse como una intentona desesperada de Israel con el fin de reafirmar el sentido de la disuasión perdida, o sencillamente como otra cínica apuesta de la dirección del Kadima para impulsar su debilitada popularidad antes de las elecciones del próximo mes.
Pero hay también muchos otros factores en juego. En pasadas ocasiones, he examinado el papel de la ideología, incluyendo lo que llamo «el veto de Dios», la fragmentación política y las barreras psicológicas en la perpetuación del conflicto. Además de todo esto, existe una destacada dimensión económica.
En otros tiempos, la guerra significaba parálisis y crisis económica en lo que respecta a Israel, sostenido no obstante por una hipnótica ideología, el recuerdo todavía reciente de la persecución, y un conjunto de enemigos potencialmente aterradores. Pero aún manteniendo Israel una indiscutida superioridad militar, en tanto sus antiguos enemigos se han ido quedando por el camino, la violencia israelí se ha incrementado considerablemente, sobre todo en relación con los palestinos.
Ello se debe en parte a que una paz duradera con los palestinos exige compromisos más fundamentales que con egipcios y jordanos, en la medida en que un acuerdo justo suscita cuestiones que llegan al corazón del sionismo. Otra razón es que, tras numerosas generaciones, el conflicto no sólo se ha entreverado inextricablemente en el tejido social israelí sino que también permanece inscrito en su economía.
Durante los años de Oslo, a Shimon Peres, que era partidario de una «paz de los mercados» antes de la «paz de las banderas», así como al Partido Laborista, les respaldaban influyentes miembros del sector empresarial atraídos por los dividendos de la paz que podían derivarse para Israel de la resolución del conflicto. Pero bajo la administración derechista de los últimos años, la economía israelí le ha sacado provecho a su propio conflicto e inseguridad generales.
De hecho, en los últimos años, Israel ha disfrutado de una de las tasas de crecimiento económico más elevadas del mundo, y registra todavía un saludable crecimiento mientras flaquean las economías occidentales. Buena parte de este incrementose ha visto impulsado por el sector de alta tecnología del «Silicon Wadi», en gran medida en tecnologías ligadas a la seguridad y armamento.
De acuerdo con el Instituto de Exportación y Cooperación Internacional de Israel, las exportaciones de seguridad y seguridad interna llegaron a los 3.000 millones de dólares en el año 2005. En 2007, Israel superó a Gran Bretaña como exportador mundial, vendiendo un total de 4.000 millones en concepto de armas.
Por encima de todo ello, desde que reventara la burbuja de las punto.com, Israel ha impulsado el gasto militar, en parte para ayudar a salvar a las empresas de alta tecnología. El año pasado se pudo comprobar que se había batido una nueva marca, al subsumir el presupuesto de defensa un voluminoso 16% del gasto gubernamental, y un 7% del PIB. Si se añaden los 3.000 millones de dólares como promedio en concepto de ayuda militar que recibe Israel de los Estados Unidos, se logra así una asombrosa dependencia económica por la vía del cañón.
Esto no significa afirmar que se trata necesariamente de dividendos de guerra para la totalidad de Israel, pero quienes participan de ello constituyen un poderoso grupo de presión. Por ende, no parece que Israel esté pagando un enorme recargo bélico. A las industrias de alta tecnología no les hace falta que Israel mantenga buenas relaciones con sus vecinos, mientras que en lo tocante a las economías occidentales, los negocios van como de costumbre, independientemente de la situación política sobre el terreno. La UE sigue siendo en su conjunto el principal socio comercial de Israel, con intercambios bilaterales que se cifran en cerca de 20.000 millones de dólares, seguida de cerca por los Estados Unidos.
Además, los estallidos de baja intensidad transmiten al mercado estímulos que son bien recibidos. Entre el 27 de diciembre, fecha de inicio de la ofensiva sobre Gaza y el 5 de enero, el índice bursátil de referencia, el TA-25, creció un impresionante 8.7%. De forma parecida, dicho índice aumentó en un 3.6% en julio de 2006, durante la campaña del Líbano. Por si fuera poco, Israel y los territorios ocupados se están transformando poco a poco en un macabro escaparate de productos de seguridad.
Israel ha logrado incluso desprenderse de su dependencia de la mano de obra palestina, gracias a la llegada en masa de judíos rusos en la década de los 90, lo cual ha permitido a Israel sellar los territorios palestinos sin sufrir perjuicios económicos de envergadura. Por contraste con Israel, el deterioro económico masivo, aparte el punto muerto político, desencadenado por los cierres masivos registrados en los años de Oslo, hizo pensar a muchos palestinos que la búsqueda de la paz no conllevaría dividendos, una frustración que culminó en la segunda intifada.
Por añadidura, mientras una pequeña élite saca partido de la inestabilidad e inseguridad políticas, el conflicto en curso sirve al propósito adicional de distraer a los israelíes del común de los crecientes niveles de pobreza en los que se están precipitando, muy a la manera en que los dirigentes árabes han explotado la desintegración de los palestinos.
En conclusión, ha surgido una suerte de alineamiento de conveniencia entre influyentes sectores de la élite económica de Israel y oponentes ideológicos del proceso de paz. Si a ello se suma la puerta giratoria que comunica a los militares con los peldaños más elevados de la política y la industria, parece aún más difícil que descarrile la locomotora de la «economía de guerra».
Khaled Diab trabaja como periodista y escritor independiente en Bruselas.
http://www.nodo50.org/csca/agenda09/palestina/arti507.html