Queda menos de un mes para Vistalegre II. Lo que se debata y decida no sólo determinará lo que será Podemos, sino que influirá decisivamente en la partida entre el pueblo y las élites. Un proceso tan importante como este también sufre la exposición mediática, las pugnas, los deseos y las interpretaciones diversas, propias de […]
Queda menos de un mes para Vistalegre II. Lo que se debata y decida no sólo determinará lo que será Podemos, sino que influirá decisivamente en la partida entre el pueblo y las élites. Un proceso tan importante como este también sufre la exposición mediática, las pugnas, los deseos y las interpretaciones diversas, propias de una organización heterogénea como es Podemos. Esta heterogeneidad, además, es una pieza clave para el debate en cuestión.
Hay dos preguntas básicas para explicar lo que creo que es y debe ser Podemos. La primera es qué significa ganar. La segunda es cómo hacerlo. Ganar, en un contexto de internacionalismo neoliberal, de colonización económica, así como de la propia vida, gracias al hundimiento de las certezas revolucionarias del siglo XX, no es sencillo. No existe la victoria en términos absolutos en un país y un mundo donde las certezas totalizantes han sido desalojadas por las oligarquías y sus dispositivos políticos y culturales, pero eso tampoco puede dar pie a las renuncias de las conquistas históricas, ni de la apuesta por consolidar otras certezas para la construcción de la alternativa democrática y popular. Quienes defienden las causas justas de ‘los más’ no eligen el camino fácil, sabiendo que la victoria de estos suele ser más excepción que regla. Por todo ello, Vistalegre II debe decidir cuál es el horizonte, sin dibujarse en las «fotografías» pasadas -legítimas y respetables moral e históricamente, pero sin capacidad de producción y articulación política en la actualidad- y sin la resignación del «menos malo de los mundos posible».
Ganar significa articular una voluntad general nueva, para un nuevo país en clave de emancipación, con los «materiales humanos» heredados; esto significa que la idealización o la demonización de los sujetos políticos que protagonizan el Cambio no sirven, sino que nos hace retroceder a las posiciones que quiere el enemigo. Los tres años de recorrido de Podemos han estado marcados por ser conscientes de ello, y ahí radica su éxito. La pasión razonada, la adaptación a las realidades, a la par que se construían horizontes por los deseos colectivos, lo emocional como lazo de identidades-fuerza, han generado una síntesis eficaz para disputar posiciones al poder.
Estas cuestiones, vitales no sólo para la consolidación de la organización, sino para el futuro del país y del continente (viendo cómo las voluntades colectivas, en medio de la crisis de refugiados, la geopolítica imperialista y el terrorismo internacional financiado por grandes potencias, las está disputando el nacional-populismo, de ultraderecha y reaccionario; la victoria de Trump o el ‘Brexit’ no son monstruos surgidos de la extrema derecha sin más, sino que responden a articulaciones populares disputadas en este momento por disidencias oligárquicas), no pueden ser difuminadas o desplazadas por el ruido que genera el debate. A mi entender, hay una serie de cuestiones sobre las que el Podemos que salga de Vistalegre II debe cimentarse, fortaleciendo su cara interna y externa, con vista a al nuevo proyecto de país, con las dificultades mencionadas, pero con la necesidad de dar la batalla.
1. Partir de la hegemonía y el antagonismo como motores de la construcción política: apelar a la hegemonía no es un mantra de las sociedades postindustriales, sino una latente en toda construcción política. Podemos, como fuerza todavía subalterna pero con vocación dirigente, tiene el papel de convencer a la población de que encarna los intereses generales, y que el adversario político es quien representa intereses de una minoría que vive de saquear la patria y los derechos, tanto individuales como colectivos. Es clave retratar a la Triple Alianza PP-PSOE-C’s en sus acuerdos clave de empobrecimiento de las clases populares -TTIP, pobreza energética, reformas laborales, salarios y pensiones, Ley Mordaza, privatizaciones, etc-, a la vez que producimos iniciativa política. Esto no se logra con una pedagogía vertical y esencialista que invoca intereses objetivos que todo ciudadano debe descubrir si no quiere quedar como un idiota o un traidor, sino con un diálogo entre iguales, ya que las «filas» de Podemos son una fotografía del país; el pueblo en construcción. Se trata de trazar fronteras políticas donde el enemigo no quiere que las situemos, y de superar identidades (que no ideas) que no aúnan hoy al pueblo como sujeto político. En el conflicto político Podemos debe poder tener la capacidad de no ser subsumido por el adversario, consciente o inconscientemente. Se trata de ser funcional a la ruptura democrática.
2. Determinar el papel de la institución y su relación con la movilización social: frente a la falsa dicotomía calle-institución que se traduce a veces a radicalidad-moderación (otra gran falsedad), tenemos que construir la nueva institucionalidad, que no es otra cosa que el desborde democrático y la eficacia revolucionaria. El desborde implica superar viejas paredes que encorsetan la vida política, pero la alternativa debe ser sólida, pensada en la realidad como punto de partida. La democracia representativa no está fallando porque sea representativa, tal como sugieren algunas teorizaciones que ponen el foco en lo meramente social, sino precisamente por lo contrario; no representa al pueblo, porque la representación popular es una línea recíproca, de hacer y de rendir cuentas, la garantía de condiciones materiales para la libertad y la igualdad, además de la generación de una identidad colectiva como contrahegemonía frente a los poderosos. Podemos no debe renunciar a semejante arsenal, sino empuñarlo como forma de transformación estructural de toda la vida política. Lo social es imprescindible, pero sin articulación política la movilización no tendría por qué seguir un trayecto exponencial; las teorías que apuntan a Podemos como vaciador de protestas no se sostienen, ya que la movilización ya estaba en reflujo cuando nació la organización, aunque esta pudiese haber influido. La irregularidad de las movilizaciones, tanto en número como en tipo, puede responder a otros factores. En resumen, la institucionalidad nueva tiene como punto de partida los materiales viejos, y en la travesía al nuevo país renunciar a los dispositivos que producen políticamente no es una opción. Podemos, además, no puede ser visto como la papeleta electoral de los movimientos sociales, porque jamás fue ni pudo ser ese su objetivo, tanto por respeto a la autonomía entre ambos como a la sucesión de los hechos; la relación entre Podemos y la sociedad civil debe ser la de asimilar los intereses comunes populares, trabajar en torno a ellos, empoderar sin fagocitarse mutuamente y aceptar las tensiones inherentes a la construcción política.
3. Solvencia para crear certezas: debemos asumir que el neoliberalismo ganó el siglo XX, imponiendo su cosmovisión, asimilada por el grueso de la población como único orden posible. Las referencias del «hubo y hay alternativa» son tumbadas por la ideología hegemónica de la gobernabilidad y el miedo. Aquello de «nosotros o el caos» sigue vigente en buena parte del imaginario colectivo, y no se le puede culpar desde el paternalismo. A partir de saber en qué terreno jugamos, decidamos dónde vamos y cómo haremos para llegar. Tenemos la tarea y el riesgo de construir pequeñas referencias «internas» suficientemente sólidas como para convencer, pero, por desgracia, sin la fuerza suficiente que pudiera tener el ser una fuerza hegemónica con el control de los dispositivos políticos y culturales fundamentales. Aquí entra el hecho de tener prácticas políticas confiables para toda la gente que falta por unirse al proyecto de Cambio, como las alcaldías de Madrid, Barcelona o Cádiz (entre otras muchas) que, con los estrechísimos márgenes de actuación, van creando una imagen de que el desorden viene de arriba, y el orden y el patriotismo viene de abajo. Invirtamos el «nosotros o el caos»: nosotras queremos conservar derechos, ellos quieren llevarnos al abismo, al desorden de una sociedad fragmentada, pobre y desigual. Es decisiva la construcción de un sentido común de época, popular y transversal, donde oponerse a las injusticias como son los desahucios, la precariedad laboral, la brutal represión de los derechos civiles o el desmantelamiento de los servicios públicos, es un sentir mayoritario de la población, así como que plantear alternativas a esos dolores sociales es justo y posible. Esto no es parecerse a los partidos viejos, sino conquistar pequeñas posiciones en un marco diseñado por la revolución neoliberal.
4. No parecerse a los partidos viejos, sino a España: si algo han sabido hacer muy bien los viejos actores del régimen, PP y PSOE -y lo intentan los nuevos fichajes de la oligarquía, como Ciudadanos-, ha sido encarnar en sus figuras los intereses generales. Podemos tiene que disputar eso, la famosa centralidad del tablero. Ello implica dibujarse a partir del pueblo español, en una plurinacionalidad que el inmovilismo exprime para asegurar sus posiciones, con menos éxito que hace años (el último barómetro del CIS en 2016 indicaba que el principal problema de la población es el desempleo, y la cuestión catalana apenas tenía presencia entre las preocupaciones del país). Supone partir de un pueblo diverso, producto de su historia, con el objetivo de construir un pueblo nuevo para un nuevo país. Esto significa, lejos de esperar un «ejército» hecho a la medida de lo que esperamos, conocer las particularidades del proceso de transformación popular, sus límites y sus virtudes. Las tácticas para la construcción de esa voluntad colectiva no implican un transformismo, ni una moderación, sino la trascendencia a una ciudadanía que no se puede dividir en unas etiquetas y escoger las que más nos gusten. Que la gente perciba de forma «amable» un programa político con capacidad de alterar las actuales relaciones de poder en España puede cambiar el miedo de bando, y no los lemas incendiarios que no toman el pulso del campo donde se propagan. Se trata de aquella concepción de Lenin de elevar el nivel de las masas, atraerlas a nuestro ideario; eso sí, sumado a lo que decía Gramsci: junto al saber, debemos comprender y sentir las pasiones del pueblo.
5. Resistir no es vencer: Podemos pateó la épica de la derrota, pura y sin mancillar, para tirarse al barro a hacer política. Reconocer el mérito de quienes han luchado, y siguen luchando tantos años contra la injusticia es un deber, pero no podemos recrearnos en premisas mecanicistas de que a partir de acostarnos golpeados amaneceremos habiendo conquistado el poder. Resistir muchos años no implica vencer, sino resistir. Hay un salto cualitativo entre las luchas sociales y la articulación política a la ofensiva; esto no quiere decir que no se necesiten una a la otra, ni un desprecio mutuo, pero ligarlo de forma lineal sería un error.
6. Radicalidad cotidiana como forma de naturalizar que el Cambio es posible: Vistalegre II deberá jugar entre juegos de equilibrios para salir fortalecido. Esto no significa que haya que elegir entre moderarse o radicalizarse de forma caricaturesca, sino que dentro de las tácticas y estrategias, se debe elegir lo funcional a ganar la batalla de las ideas y del país. Los equilibrios siempre están tensión, y es imposible establecer una balanza perfecta, pero no intentarlo sería desastroso. Uno de esos equilibrios viene de conseguir compatibilizar la radicalidad, entendida como el diagnóstico y solución de problemas desde su profundidad, con la eficacia que permita poner en práctica tales recetas. Por un lado, se trata de ser excepcionales frente a lo establecido, con prácticas coherentes y, por otro, normalizarnos frente a la posibilidad de ser desplazados como una moda pasajera. Cada cuestión tiene sus virtudes y sus vicios, lo honesto es hacer un debate sereno y fraterno para abordar los quehaceres sucesivos.
7. Apelar a la unidad desde la diversidad: la unidad frente a las divisiones ha sido una llamada muy sonada durante las últimas semanas, como forma de acabar con las tensiones entre posiciones internas. Creo que se hace un flaco favor a Podemos y al país aceptar este formato de comunicación en el que se normaliza la existencia del enemigo interno como punto de producción de posteriores posiciones políticas. Deberían ser las posiciones políticas debatidas las que diesen lugar a las diferencias o acuerdos, y no al revés. Si no queremos parecernos a los partidos viejos, empecemos por no establecer tableros viejos, y evitemos hacernos esas trampas al solitario. Esto no quiere decir que no haya sensibilidades diferentes, con propuestas que se debaten; sin embargo, entre la pluralidad y un «partido de partidos» que confronta internamente como identidad para obtener cupos, y no como producto de posiciones políticas, hay un trecho bastante amplio. La unidad entre facciones (este término no está elegido de forma inocente por los medios) es algo contradictorio, y su degeneración puede llegar a una suerte de clientelismo, o de desintegración. Podemos no puede partir de ahí, sino de la heterogeneidad social y militante, y de que los debates deben servir para encontrar las mejores soluciones desde nuestra posición de alternativa democrática a los problemas que enfrentamos.
8. Aprovechar la ventana de oportunidad y construir movimiento popular: las élites quieren cerrar la crisis «por arriba», es decir, acabar con el revuelo que inició el 15M, para que la situación de miseria actual se normalice en el imaginario español. Frente a eso, debemos ser fuerza dirigente, trabajando barrio a barrio, para empoderar a la gente en los asuntos cotidianos. Generar contrapoderes sociales que faciliten el vernos como fuerza de gobierno, que no es más que el inicio de otra gran batalla por el sentido. El poder queda lejos, pero teniendo una construcción política robusta y una estrategia hegemónica de ruptura democrática, hay que intentar ganar donde no pudimos hacerlo anteriormente. No se trata de elegir entre el mientras tanto y la institucionalización, sino en proyectar la imagen del Sí se Puede: proyecto de país viable y necesario, y con una concepción política radicalmente diferente que ocupe la centralidad del imaginario colectivo.
Si Vistalegre II falla, estaremos fallando a nuestro país. A las ilusiones de quienes están y a la gente que duda o no confía en nosotras, pero que ni mucho menos nos sobra. No podemos resistir más, porque una vez que ganemos el país es cuando empezará otra batalla durísima, y necesitaremos todas nuestras fuerzas para democratizar España y devolver la soberanía a nuestro pueblo. Lo viejo es nuestro punto de partida, imaginando siempre la alternativa, aterrizándola a la realidad para que lo nuevo florezca, nunca de forma mecánica, sino de forma compleja, en redes y con muchas curvas también. Necesitamos un debate de altura para un Podemos que dé la talla. Con Vistalegre I conseguimos avanzar, y esa es la estela con la que dibujarnos: ganar, siempre ganar, desde abajo y con la mirada amplia.
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