«Podemos cambió las reglas del juego y la hegemonía discursiva, y generó fisuras en la propia unidad del régimen al tiempo que desacralizaba la monarquía y la constitución. La derecha ha comprendido mejor que la izquierda el cambio ya introducido y sus consecuencias», asegura el filósofo y ensayista.
El filósofo y ensayista Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) no renuncia al combate político. Desde Túnez, donde reside desde hace casi dos décadas, sigue la actualidad española con un interés inusitado y lo que observa es un paisaje de claroscuros, de luces y sombras, de verdades a medias, en un momento histórico crucial. Librepensador de izquierda, como se reconoce, Alba Rico ha publicado una veintena de libros aunque es en el último de ellos, ¿Podemos seguir siendo de izquierdas? Panfleto en sí menor (Pol·len Edicions, 2014), donde expone el nuevo pensamiento político que ha servido de carburante a movimientos políticos como el que lidera Pablo Iglesias para aspirar a cambiar un sistema descompuesto y a una alternativa ideológica que languidecía como un atardecer otoñal. Fue Luis Alegre, secretario de Participación Interna de Podemos, quien durante la presentación del libro en enero del pasado año mostró su confianza en que las reflexiones de Alba Rico «terminen siendo el Manifiesto de la izquierda que seremos, o por lo menos el que deberíamos ser».
¿No siente que Podemos ha perdido empuje electoral?
Sería absurdo e inútil negarlo. Pero hay que añadir de inmediato que vivimos desde hace un año y medio en un país en el que ningún dato, ni a favor ni en contra, se puede considerar definitivo.
¿Tuvo la oportunidad de ver el debate televisivo entre Pablo Iglesias y Albert Rivera?
Sí.
¿Y qué impresión le causó?
Pablo Iglesias empezó mal y acabó bien. Se dejó ganar terreno al principio frente a un rival sobrexcitado y agresivo que en la parte final se reveló mucho más ambiguo y vacilante que Pablo Iglesias. Desde un alineamiento previo y para sus respectivos hooligans, ganó cualquiera de los dos, pero obviamente a los indecisos se les había vendido desde el principio -y fue también la versión al día siguiente- el relato de la victoria de Rivera. No hay que olvidar, por lo demás, que se trataba de un montaje a partir de un material mucho más largo y que visualmente -la luz, los planos, la distribución espacial- todo estaba orientado a favorecer a Ciudadanos.
Pero la propuesta de Podemos se ha revestido de un pragmatismo aparente que le está restando apoyos en la izquierda. Al menos eso indican las encuestas.
Por un lado, PSOE y Ciudadanos han ido ocupando el espacio abierto por Podemos y devorando su discurso; por otro la vieja izquierda ha vivido como un obstáculo, y no como una oportunidad, la irrupción podemita. En cuanto a la izquierda más sensata, la que se reclama heredera del 15M, coherente con sus principios, ha dado prioridad al «proceso» sobre el «momento», sin entender que España se parece poco a la que ellos imaginan o querrían y que ahora se trata de voltear electoralmente el marco, no de transformarlo antropológicamente. En medio de todos estos actores, y frente a unos medios muy agresivos, Podemos no ha jugado siempre bien sus cartas, o las ha jugado mal, y ha aparecido a veces como una fuerza «calculadora». Estoy seguro de que eso ha contribuido a su pérdida de apoyo, menor en todo caso de lo que expresan las encuestas.
¿Nota la «baja» de un hombre tan vital y directo como Juan Carlos Monedero?
Creo que Monedero, injustamente criminalizado por los medios, no podía ya jugar un papel protagonista en Podemos. Lo que echo de menos, sí, es la vitalidad y frescura creativa del primer Podemos. Las energías concentradas en construir la organización se han perdido para la innovación y el ingenio, dos de los factores que explican el formidable impulso inicial.
¿Quién pierde con el fracaso de la confluencia de la izquierda en España?. ¿Podemos, IU, los propios ciudadanos?
En términos de organización quien más pierde es IU, que ha sacrificado a intereses de aparato el poco pero admirable capital político y militante que aún conservaba, arriesgándose a desaparecer. Pero también pierde Podemos. Yo personalmente no hubiera empezado nunca ese proceso de «confluencia», pero si se pone en marcha y en público un «relato de unidad» hay que darle un final feliz. Para la gente normal que se informa por la televisión, ese fracaso identifica a Podemos con la vieja izquierda, siempre dividida e incapaz de ponerse de acuerdo. En este caso, perdiendo a la vieja izquierda, que suma muy poco o nada, se corría el riesgo de acabar pareciéndose a ella y de alejar, por tanto, a sectores más transversales y más decisivos. Por lo demás, de esta manera Alberto Garzón e IU acaban incorporados a la feroz campaña anti-Podemos, aupados de pronto por algunos medios del régimen que, al contrario que IU, sí son muy conscientes de lo que está en juego.
Algunos sospechan que si vuelve a gobernar el bipartidismo en España se vislumbra una reforma constitucional de corte «borbónico», es decir, una restauración conservadora donde los servicios públicos ya no estarán garantizados, las leyes serán más indulgentes con los corruptos y, en definitiva, se intentará trazar una nueva raya para empezar de nuevo sin rendir cuentas con el pasado reciente. ¿Son unas elecciones tan cruciales?
Tajantemente sí. El bipartidismo ha comprendido hasta tal punto lo que nos estamos jugando, que está dispuesto a convertirse en un bipartidismo de tres (como el «Dios único» en una trinidad). Podemos cambió las reglas del juego y la hegemonía discursiva, y generó fisuras en la propia unidad del régimen al tiempo que desacralizaba la monarquía y la constitución. La derecha ha comprendido mejor que la izquierda el cambio ya introducido y sus consecuencias. Por eso mismo se lo juega todo en las elecciones del 20D, las primeras elecciones reales, las primeras elecciones de verdad que se producen en este país desde 1982. Un mal resultado de Podemos garantizaría la restauración y -aún peor- proporcionaría a esa restauración una legitimidad formidable, difícil de cuestionar en los próximos años, y ello en una Europa en la que se impone el peor capitalismo y, frente a él, el más peligroso destropopulismo. Aunque sólo sea como vacuna, necesitamos un Podemos fuerte -muy fuerte- en el próximo Parlamento. Tan fuerte como para poder evitar esta restauración y su legitimidad transformista.
Íñigo Errejón comentaba que el 20- D son la primera fase del cambio, como si asumiera una pérdida de esperanza, como si se hubiese bajado un escalón a las expectativas.
Sería una irresponsabilidad no plantearse todos los escenarios postelectorales posibles. En varios de ellos, Podemos -que nació como una maquinaria electoral montada a toda prisa- tendrá que plantearse cambios de estrategia profundos para afrontar una situación en la que, con representación institucional pero fuera del gobierno, intentará ser el polo de confluencia -de ciudadanos, militantes y otras fuerzas políticas afines- para una lucha más larga y más difícil. El formato organizativo de esa nueva estrategia va a depender sin duda del resultado del 20-D.
España continúa debatiendo de la misma forma, las mismas cuestiones de hace 30 años. Una es el encaje territorial de Cataluña. ¿Hay solución o no hay voluntad de arreglarlo?
No hay voluntad de arreglarlo. Deberíamos estar todos pensando en cambiar la constitución de una vez para abordar ese problema, que no es el problema de Catalunya sino el de la construcción fallida de España. O se refunda de manera democrática España -lo que implica correr el riesgo, por lo demás muy pequeño, de que para conquistar democracia haya que perder territorio- o perderemos democracia y territorio al mismo tiempo, generando violencia y metafísica, características «identitarias» de ese fracaso sin identidad fundado hace 500 años y cuya fundación malograda sigue proyectando su sombra en nuestros días.
Rajoy acaba de afirmar que suspender la autonomía catalana es una posibilidad no descartada.
Esa es la «identidad» de España contra la que todos los ciudadanos -y los medios de comunicación, cuya responsabilidad pedagógica echo en falta- deberíamos luchar.
Luego está Euskadi. ¿Por qué no se disuelve ETA?
ETA está disuelta de hecho. No es un problema. De ella sólo se acuerda el PP, que la echa mucho de menos, sobre todo en periodos electorales.
¿Qué le parece que los líderes de Podemos en el País Vasco acudan a una manifestación a favor de la libertad de Arnaldo Otegi?
Como no tengo ningún vínculo orgánico con Podemos, hablo a título personal. Yo hubiera ido a esa manifestación. Creo que Arnaldo Otegi no debería estar en la cárcel. Lo que no me gusta como simpatizante de Podemos son las declaraciones cruzadas entre dirigentes que parecen olvidar, unos y otros, que ellos, al contrario que yo, ni hablan ni actúan a título personal.
¿Ve posible que Podemos pueda llegar a acuerdos con partidos independentistas de izquierda y transformadores como la CUP o Sortu?
Una vez más distingo entre lo que me gustaría o me parecería bueno a título individual y lo que es realista pensar. ¿Cómo decirlo? Creo que la relación de Podemos con la CUP y Sortu (y viceversa) debe basarse en la conciencia recíproca de que son fuerzas que sólo están separadas por sus votantes, pero que por eso mismo pueden entenderse pero no viajar juntos. En este sentido, ni Podemos debería olvidar nunca la legitimidad de las reivindicaciones soberanistas ni la CUP y Sortu lo importante que es que Podemos obtenga un buen resultado en las generales.
¿Qué cree que sucederá con Rodrigo Rato que, pese a estar imputado, es recibido en el ministerio de Interior por el propio ministro Fernández Díaz como si fuera alguien respetable? De hecho, justificó la reunión diciendo que Rato no era una persona cualquiera sino alguien «que dirigió el FMI».
El PP no puede abandonar a Rato, pero tampoco defenderlo antes de las elecciones. Todo dependerá, por tanto, del resultado del 20D. Pero es difícil que Rato no se convierta también en un símbolo de la voluntad «regeneracionista» del régimen. Rato es, desde todos los puntos de vista, insalvable.
¿Qué es lo que más le molesta de la actual forma de hacer política en España?
El desprecio por los ciudadanos.
¿Y de Podemos?
Su dificultad para comprender que hay que correr más riesgos; para comprender que si no se gana todo no se gana nada.