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Genocidio al desnudo y a la vista del público

Fuentes: Rebelión
https://revistafuturos.noblogs.org/

La historia muestra el  conflicto de fuerzas diversas,  a menudo contradictorias. Lo cual da paso a diálogos, a menudo ríspidos. El diálogo suele ser parte de muchísimos conflictos humanos. 

Calígula, al parecer, si dialogaba, lo hacía sólo con Incitatus, su caballo. En tal caso, se ha perdido todo diálogo humano. Relaciones de ese tipo existen, por ejemplo, con una noción de estado absoluto, que prescinde del diálogo: “El estado soy yo”, de la monarquía absoluta de los Borbones. 

Pero en general, el desarrollo y la convivencia de diversas culturas y naciones implica cierta suerte de diálogo.

Los genocidios constituyen, en cambio,  la antítesis a todo diálogo.

Medidas genocidas, como la matanza nazi de judíos (y otras categorías de humanos también rechazadas por el nazismo), se han llevado a cabo de modo no del todo públicamente. Se sabía algo, se intuía algo, muchos sospechaban con certeza, pero no había nada abierto, explícito.

Cuando los hutus, perfectamente amparados por poderes extrarruandeses, libran una matanza de tutsis que se estima puede haber llegado a ser de un millón de seres humanos, hombres, mujeres, niños, “empresa” que insumirá varios meses del año 1994, otra vez, como con el nazismo, hay barruntos, indicios, algunos tienen certezas o cuasicertezas, pero  no existe la declaración abierta, descarada, sin tapujos, de semejante política: el genocidio.

Lo que se ha desencadenado el 7 octubre 2023 en la Franja de Gaza; se ha constituido en un genocidio a cielo abierto, a la vista (y paciencia; nunca tan bien aplicado este segundo aspecto) del público.

El genocidio explícito desatado el 7 octubre 2023 no sobrevino en cielo sereno. El genocidio palestino y en particular el gazatí, venía manifestándose desde por lo menos 2005 o 2006.

El episodio disparador parece haber sido la autoevacuación de unos pocos miles de colonos sionistas que se habían instalado a la fuerza en la Franja de Gaza construyendo enclaves a todo lujo en el saqueado, magro territorio. Se retiran, tras destrozar todas las costosas instalaciones que habían montado en medio de las privaciones a que estaban sometidos los palestinos. E Israel inicia el cerco mortal a la Franja, impidiendo todo contacto de dicho territorio ni por aire (destrozan el aeropuerto de la Franja financiado en su momento por la asistencia española), ni por agua (bloquean el puerto y cercan su costa al punto que los pescadores palestinos pueden apenas pescar en la orilla (siendo baleados si entran aguas adentro), ni por tierra, adueñándose militarmente de todos los ingresos salvo los fronterizos del lado egipcio; a Egipto se le impone su política de bloqueo, que, estrangulado financieramente, acata. 

Esa escandalosa mudanza, hiriendo tierras y sociedades, parece responder a un hecho político preciso: luego de años y años sin que los palestinos pudieran decidir su destino político, porque Israel bloqueaba toda salida autónoma fuera de su influencia o porque las elecciones palestinas eran cada vez más amañadas, en 2006, con la presencia de veedores internacionales confiables, como el Centro Carter, se logran elecciones con un margen aceptable de veracidad y ¡oh sorpresa! es Hamás, confesional, islámico, tradicionalista, lo que gana las elecciones. Se prueba así que los palestinos habían estado embretados por partida doble: desde el designio sionista, reinventando un país a su servicio desechando “el material humano” allí presente, y desde una dirección política que en algún momento fue de resistencia a la imposición sionista, pero que por desgaste y/o derrota fue siendo políticamente deglutida, por más que sus banderas “de izquierda o socialista”  se siguieran enarbolando y confundieran a muchos simpatizantes de la causa palestina.  

Hamás se impuso categóricamente en la Franja de Gaza. Y más ceñidamente, también en Cisjordania y Jerusalén (Oriental). Inmediatamente, con “asistencia” israelí, la OLP y su liderazgo congelado procuran rehacerse del gobierno, ignorando los comicios: los candidatos votados de Hamás son detenidos y depositados en cárceles y la alianza espuria entre Israel y la ANP logra readueñarse de facto de los cargos en Cisjordania. Pero los dirigentes de ANP no pueden mantenerse dentro de la Franja de Gaza.

El resultado electoral, real, Hamás al gobierno, es lo que decide a la dirección sionista a eliminar a Gaza, derecho viejo. Claro que no se puede hacer todo “de una”…

Desde entonces, Israel inicia un cerco de hierro: todo suministro proviene exclusivamente desde Israel. Los que quieren hacer desaparecer a la Franja de Gaza y su población refractaria se constituyen en sus aprovisionadores exclusivos. La alimentación mengua y el agua empeora deliberadamente su calidad. Los viajes se dificultan. Se inicia un “trapicheo” moralmente atroz: cuando un enfermo no puede atenderse dentro de la Franja y tiene que ser internado en hospitales de, por ejemplo, Cisjordania, las autoridades chantajean al enfermo: lo dejan ir si se hace infidente. 

Todo va escaseando cada vez más: alimentos, medicamentos, elementos de cultura, ladrillos, canillas, vajilla, jabón, vestimentas, y, claro, agua. Israel derriba toda alberca y balea los depósitos de reserva cerca de su  base, para vaciarlos.

Nadie enjuicia a Israel por esos comportamientos. Entre 2006 y 2023. Todos pregenocidas. Preparatorios de un desenlace que no puede no ser genocida.

Las observaciones se van apilando. Lo advertirá el noruego Richard Falk, comisionado  de la ONU ante los territorios palestinos, y recientemente la italiana Francesca Albanese, relatora de la ONU sobre la cuestión palestina.

Pero la ONU carece de ejecutividad. António Guterres, su secretario general, es un monumento ecuestre a la impotencia. Todo el diseño onusiano está cuidadosamente establecido. Porque, como han sincerado algunos privilegiados, la igualdad no es igualitaria. Las medidas se declaran para todos, pero el sagrado principio de desigualdad ante la ley preserva a algunos de cumplirla.

El proceso de estrangulamiento programado por Israel, se remata  con el “Acuerdo del Siglo”, en 2020 para solucionar el “diferendo” palestino-israelí, firmado entre Israel y EE.UU., donde los palestinos ni siquiera aparecen como notificados, menos aun firmantes. Esa ausencia confirma la política de erradicación/usurpación/extinción/exterminio (proponemos al lector elegir la denominación más acorde). 

Así que el sionismo se dedicó a incentivar su política de negación de lo palestino. Pero matar directamente y no masivamente, solivianta. En cambio, políticas restrictivas; deterioro de salud, falta de asistencia, restricción de agua, escamoteo de alimentos nutritivos, generación de enfermedades (por ejemplo, echando material contaminante a la tierras más altas de Gaza, asegurando que lentamente se van a extender por toda su escasa superficie, camino del mar), tienen a la larga el mismo efecto. Y la política de “redención de la tierra” funciona así con menos fricciones (pero necesita más tiempo).

Algunas organizaciones políticas palestinas, como la ANP, con su seudoindependencia  vegetaban parasitariamente. Pero organizaciones enfrentadas al sionismo, como Hamás, vieron la encerrona. Y la agonía. Y la inminente extinción.

Parece ser que un estratego formidable, Yahya Sinwar, que en sus larguísimos años de cárcel llegó a conocer el modus operandi israelí y aprendió hebreo, advirtió que esta vez el asentamiento sionista avanzaba y se hacía imparable. Había conocido el amargo sabor de la represión a mansalva cuando estuvo entre quienes forjaron las Marchas por la Tierra, en 2018 y 2019, absolutamente pacíficas, que así y todo cosechó centenares de muertos y mutilados palestinos. Como tantos palestinos, vio el disfrute de las tropas de élite de Israel, haciendo su cometido; el destrozo de los cuerpos de palestinos y palestinas.

Y los más decididos entre los decididos hicieron el copamiento guerrillero del 7 de octubre, ajusticiando (nunca mejor usado el verbo) decenas de policías o soldados (hay que tener en cuenta que en un seudoestado nacional como Israel, que en rigor es un verdadero territorio de conquista –en movimiento, en realización− no hay distinción entre soldados y policías, al menos hacia la población colonizada). Y “cosecharon” unos dos centenares de rehenes para intercambiar por sus millares de presos (la mayoría “administrativos”, es decir sin delito ni juicio a la vista; únicamente sustraídos a la circulación social). Este último operativo disparó muchas situaciones de violencia porque en general los israelíes cuentan con muchos dispositivos de seguridad. 

Se ha insistido mucho en el posible carácter de celada israelí, por la demora en la respuesta (nada menos que seis, casi siete horas, en un territorio diminuto y con un ejército como el israelí, proverbial en su coordinación y dispositivos de respuesta). Actuar “defendiéndose” le habilitaba un contraataque feroz.

No tenemos pruebas fehacientes. Pero ante la dificultad de aceptar tanta demora en la reacción, se tejen hipótesis, inevitablemente, procurando entender el significado del choque de colonizados expoliados y tratados como inferiores −que a su vez se sienten dignos y en modo alguno inferiores− y colonizadores racistas que habían fomentado inicialmente a estos refractarios religiosos islámicos para quitar de en medio a los movimientos palestinos laicos, socialistas y antiimperialistas.

El decurso histórico ha dado un crudo mentís a las expectativas israelíes de la primera hora, a tal punto que el mismo Israel ha cambiado su estrategia y ha convertido a fuerzas musulmanas como Hamás en su adversario principal, puesto que las principales organizaciones laicas de la “izquierda” palestina han sido al menos parcialmente deglutidas con el espejismo de un (mini)estado palestino, recibiendo su principal agrupación dinero y armas para sostener sus estructuras administrativas de personal palestino en los miniterritorios con autonomía muy relativa (para algunas tareas municipales).

El planteo de los resistentes resultaba inadmisible para Israel desde todo punto de vista. Porque procuraban, exigían, ser tratados de igual a igual. Algo que es ajeno a la mentalidad colonialista en general y sionista en particular. ¿Cómo seres inferiores, gente subhumana, puede pretender tamaño encumbramiento?

No sólo que no corresponde, sino que molestan, irritan, alegarán muchos israelíes, titulares del proyecto de ciudadanos de primera categoría.

Sinwar acertó, pagándolo con su vida. Porque Israel le mostró al mundo lo que es su hybris, perfectamente salpimentada con chutzpah.

Basta ver la foto de exteriores de una decena de soldados femeninas que combinan su gracejo juvenil, con selfies y acicalamientos, en plena calle, a la intemperie, ante lo que queda de Gaza en escombros, rodeadas de ruinas de edificios civiles con viviendas que tienen cadáveres entre sus escombros, entrecruzados con planchadas y columnas derribadas. Ellas sonríen, risueñas, coquetas, fijando un momento histórico… todo recién derribado sin duda, todavía el olor a podrido, a muerte, no ha alcanzado sus delicadas narinas…

Esa foto es la expresión más atrozmente sincera del ombliguismo, de la falta radical de diálogo, de una suerte de solipsismo que le hace creer a su titular que está solo. En el mundo. Que el mundo circundante no existe. Que no existe el prójimo.

Toda idea de diálogo en su sentido filosófico, existencial, está de más. Todo es pan con pan.

Para agregar al autismo militante que nos muestra la foto, hemos visto otros videos subidos sin más a internet con otras israelíes, haciéndose las lastimadas, remedando burlonamente a palestinas que estarían inspirando lástima, con heridas falsas. Estamos hablando de la población gazatí a la que se les ha derribado casi todas sus viviendas, arrasando cuerpos, mobiliarios, vestimentas, alimentos, instalaciones de agua y mucho más… hermanos, hijos, abuelas… esas palestinas se quejan −según las burlonas israelíes−, mintiendo. 

Hay videos en que israelíes gozan tomando agua o dilapilándola. El escarnio ha sido de tal volumen que ”la Comsión Europea instó a x, meta y tiktok a eliminar [tales] imágenes.”

Cuesta incluso escribirlo. Ser tan mendaz, tan sádico, tan repugnante, tan risueño y gozoso ante el mal ajeno (que has infligido tú mismo) daña el alma… hasta de quien lo escucha.

¿Cómo podemos siquiera aproximarnos a esa actitud ante seres humanos?

Como explican religiólogos con mucho fundamento –Laurent Guyénot, por ejemplo− esa enorme distancia o abismo entre los habitantes del Gran Israel y el resto de la humanidad puede intuirse a partir de un exclusivismo religioso, social, psíquico, que haya generado un abismo entre los titulares de esa religión y el resto de (¿la humanidad, el planeta, los contemporáneos?).

Un deslinde se impone: la religión de estado que se considera base ideológica del Estado de Israel no es la religión judía que profesan muchos judíos que no son sionistas ni israelíes. 

Volviendo al Estado de Israel, entendemos que no tiene sentido entenderlo como un estado más, como si fuera  otro Portugal, otra Polonia, otra Malasia.

Estos últimos países, que he enumerado al azar, tienen su historia, con tramos imperiales, con tramos racistas,  con tramos de esclavitud. Sociedades, más o menos azarosamente constituidas, por humanos.

Israel es otra cosa. Sus “pergaminos” vienen celosamente dispuestos en disposiciones de “el libro”, “el libro de los libros”, como si se tratara de pruebas científicas, inapelables, tan incontrovertibles como la Gran Muralla China o la Torre Eiffel.

Y esa documentación exclusiva, en un diálogo también exclusivo con cierto dios les habría otorgado un derecho clave… como dice risueñamente el ya invocado Guyénot: “Tenemos el mismo dios, pero Él nos eligió a nosotros.”

Israel es una sociedad donde el periódico más progresista se pregunta, con total normalidad:  “¿Por qué Israel todavía no ha asesinado al líder Yahya Sinwar, en Gaza?” Lo pregunta tan neutral y naturalmente como si preguntara porqué el ministro fulano de tal no concurrió al evento de ayer.

Lo expresa con claridad la Cátedra de Estudios Palestinos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires: “[…] El desparpajo y la brutalidad con la que se anuncia semejante crimen colectivo de lesa humanidad son demostrativas de la impunidad con que operan ambos estados colonialistas [EE.UU. e Israel]  y del propósito de continuar violando en forma continua y cada vez más acentuada el derecho internacional. En particular, la Carta de las Naciones Unidas que prohíbe la conquista del territorio de otro pueblo, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y todos los tratados que la complementan, especialmente la Convención sobre Genocidio antes citada.” (5 feb. 2025)

Las violaciones resuenan, y destaco lo del desparpajo. Que trasunta la enorme, insondable impunidad que goza tan peculiar formación política. Que no tiene Constitución, que no tiene límites. Y que confunde permanentemente, y cada vez más, su jurisdicción con la de EE.UU. (que en ciertos aspectos es como decir que se confunde con por lo menos medio mundo…).

Ese desparpajo se refuerza con la prescindencia del resto.  Jonathan Cook, el extraordinario periodista británico que viviera durante décadas en Nazaret  titula un artículo  reciente: ”Otro informe de expertos concluye que Israel está cometiendo genocidio. Occidente bosteza”. (25 dic. 2024)

Caitlin A. Johnstone, en este mismo mes de febrero, revisando una encuesta del Jewish People Policy Institute (Instituto de Política del Pueblo Judío) registra que apenas el 3% de los judíos israelíes consideran inmoral el plan de expulsión masiva de palestinos de la Franja de Gaza que procura llevar a cabo la sustitución de población árabe por población “del libro”, según la terminología judía ortodoxa.

Desparpajo, desfachatez y el bostezo de los otros.

El lenguaje sin tapujos de la violencia y el asesinato: el ministro de Seguridad israelí (el equivalente de un ministro del Interior rioplatense) se indigna cuando periodistas preguntan por la comida deficiente para presos palestinos (porque se ha producido un terrible deterioro): −¿Comida para presos? Responde Ben Gvir: −Balas, eso es lo que merecen, ¡voy a pasar un informe para que reciban bala, no pan! 

El presidente del llamado Estado de Israel, Isaac Herzog, para muchos, un moderado, es decir que no sería de andar diciendo atrocidades o bravatas, declaró: “No hay inocentes en Gaza.”  La enormidad, clínicamente genocida, de esta frase nos da la visión que Israel, los sionistas y judíos israelíes en general tienen del “problema palestino” (un problema, que ellos, justamente, crearon: hubo judíos conviviendo con árabes musulmanes durante siglos, pero no eran sionistas). 

Esa actitud que hemos citado de Herzog condiciona también brutalmente la respuesta. Hace brotar la resistencia. Si alguien quería su tierra, su entorno, su idioma, pero además si se lo condena como delincuente por todo ello, ¿qué queda? Aferrarse a su tierra (y a rasgos que de pronto no son compartibles o saludables; para quien esto escribe toda religión monoteísta es potencialmente fanática y asesina, porque genera una estructura de poder vertical, y en ello incluyo a la religión judía, al cristianismo y al Islam). Pero los palestinos viven, vivían en su tierra y no quieren se expulsados como ratas o basura, porque no son ratas ni basura. Y están en su tierra. 

Gaza, además, carece del pedigree bíblico otorgado a zonas como Samaria, como asiento histórico de tribus judías. Gaza fue colonia romana y con religión no judía en el tiempo de los reinados judíos cercanos. Palestina no es sino una modernización de su nombre en latín, Philistina: tierra de filisteos)

Ayelet Shani (30 ago 2024, en Haaretz), judía, ha planteado: “Creo que el sueño sionista no es viable por haberse basado en errores.” Está dicho con muchísima suavidad. Pero así y todo…

Y el rabino Avidan Freedman, que vive en Cisjordania (en la colonia judía de Efrat) declara “rechazar lo que ve como una santificación de la fuerza”. Se pregunta: “¿Quién sino un dueño de su tierra la defiende junto a sus hijos con tanta dignidad y empeño? Y se plantea que no ve el mismo amor a la tierra de sus cofrades judíos. Dice: “Si nuestro pueblo realmente hubiera valorado la tierra de Palestina, no habríamos sido testigo de estas oleadas masivas de judíos huyendo por los aeropuertos”, Y confiesa que no comparte para nada “las peores atrocidades que infligíamos a los palestinos: asesinatos, encarcelamientos, bloqueo, segregación, e incluso ahogarlos en drogas y corromper sus mentes con ideas que los alejan de su religión, como el ateísmo, el libertinaje y la perversión sexual.”

La descripción citada nos permite ver la gravedad insondable de esta empecinada conquista de la triturada, despedazada, despellejada Palestina y su población.

Jonathan Cook ha estado observando la clara mengua de noticias sobre Gaza y Palestina en la prensa británica. Es indudable que eso, la represión de noticias, tiende a eliminar el tema de la agenda.

Pero la situación mediática actual no es propicia para ese tipo de “conspiración de silencio”. Porque la multiplicidad de fuentes es casi ingobernable y hasta el paralizador celular cumple en este aspecto una función removedora: cualquiera que ve un acontecimiento lo puede fotografiar, filmar, comentar y difundir.

De todos modos, como advierte el ya multicitado, Cook en la misma nota: “Ver cómo se desarrolla un genocidio semana tras semana, mes tras mes, y no poder hacer nada para detenerlo tiene un efecto terrible en nuestra salud mental.” 

Y advierte: “casi 15 meses después, el genocidio en Gaza se ha vuelto completamente normal, se ha convertido en otra noticia menor y rutinaria que queda sepultada en las páginas interiores.”

Una aplicación siniestra de “esta normalidad” es el plan de Trump (en rigor, de Jared Kushner) para hacer de la costa gazatí un centro de turismo de élite para milmilllonarios judíos del mundo entero.

Como en el ya citado Acuerdo del Siglo de 2020, auspiciado por el mismo yernísimo Kushner y refrendado por Netanyahu, que fuera presentado como un acuerdo de israelíes y palestinos pero estaba firmado por las direcciones políticas de EE.UU. e Israel (en rigor, se trató de un “acuerdo” entre Israel e Israel, porque Kushner es un sionista fanático, que habla de “fuerzas del bien y fuerzas del mal”, para referirse a la política): suena la voz de la trascendencia religiosa judía, no la de la política norteamericana. 

¿Nos vencerá la normalidad que nos rodea y apabulla con noticias del universo onusiano,  ocupándonos permanentemente o lograremos superar ese cerco mediático?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.