Se trata, aún hoy, de una de las zonas más singulares de Madrid, ubicada entre las avenidas de la Gran Vía, la Castellana y Carranza. Es el barrio de Malasaña o Universidad. La guía para turistas que pretendan pasar un fin de semana en el barrio más «cool», publicada en julio de 2015 en el […]
Se trata, aún hoy, de una de las zonas más singulares de Madrid, ubicada entre las avenidas de la Gran Vía, la Castellana y Carranza. Es el barrio de Malasaña o Universidad. La guía para turistas que pretendan pasar un fin de semana en el barrio más «cool», publicada en julio de 2015 en el periódico «Somos Malasaña» por el periodista Diego Casado, describe la céntrica barriada madrileña con calles más o menos escarpadas, pisos de poca altura y un vecindario que en muchos casos no ha perdido los vínculos. Es un barrio de unos 35.000 habitantes que durante décadas lleva recibiendo miles de visitantes los fines de semana, destaca Casado. «Al principio fueron atraídos por la ‘movida’, y hoy por haberse convertido en uno de los principales barrios hipster de España».
El historiador y bibliotecario Luis de la Cruz (Madrid, 1977) señala al barrio de Malasaña como un ejemplo de manual de los procesos de «gentrificación», es decir, de la sustitución de una parte de la población de una zona urbana por otra llegada del exterior y con mayor poder adquisitivo. Son palabras más o menos sinónimas «elitización» y «aburguesamiento». «Antes se hablaba más de Chueca, ahora de Lavapiés, pero el prototipo es Malasaña», subraya el autor del libro «En la batalla urbana. Lucha de clases y gentifricación en Madrid», presentado en el Centro Social Okupado Anarquista La Fusteria de Valencia. En el barrio de Universidad se ha producido, durante un proceso de décadas, transformaciones en el tejido urbano, en el vecindario y los comercios, mutaciones que llegan hasta hoy.
El libro autoeditado por Luis de la Cruz en junio de 2014 recopila en 90 páginas algunos de sus artículos escritos en el blog «Madrid Me Mata» y en la página Web «Somos Malasaña». También es autor de «Curas, estudiantes y rockeros. Estampas históricas de todas las malasañas», y en 2016 ha publicado «Contra el running. Corriendo hasta morir en la ciudad postindustrial» (Piedra Papel Libros, 2016). El historiador resalta que el Distrito Centro de Madrid sufrió una importante pérdida de población en los años 70 y principios de los 80 del siglo XX, al tratarse de una zona degradada. «Es además la época en que la heroína campa a sus anchas», añade. En los manuales de Sociología suele señalarse el abandono, la falta de inversiones y de planes de rehabilitación como la primera fase de la gentrificación: caen los precios de los solares e inmuebles, de manera que siempre hay algún banco, constructor o promotora interesado en una compra orientada al negocio.
Hoy se mantienen las resistencias, la presencia de un importante tejido asociativo, los vecinos de toda la vida y las dinámicas de barrio, «pero puede decirse que Malasaña ya está gentrificada», sostiene Luis de la Cruz. Un paseo por la céntrica barriada permite entrar en comercios abiertos durante los últimos años, insertos ya en las pautas consumistas. Donde hace unos años se encontraba una mercería, hoy puede emplazarse un local con nuevas tendencias de ropa; en un bar que antiguamente ofrecía menús para trabajadores de la zona, actualmente se vende comida exótica; También en Malasaña una de las pescaderías de antaño puede haber mutado a bar-pasarela de moda.
En ocasiones se estigmatiza a determinados colectivos como responsables de la «gentrificación». Por ejemplo a hipsters, gais y yuppies. «Esto es simplificar mucho», afirma el autor de «En la batalla urbana. Lucha de clases y gentrificación en Madrid». Recuerda, por ejemplo, que el llamado hipster «ya ha sido señalado y concentra todas las iras, pero en el cambio de la fisonomía de un barrio no sólo intervienen los hábitos de consumo». Tal vez un factor más relevante sea el de las decisiones de la Administración: si se aprueban o no programas de rehabilitación, cambios en el uso del suelo o se resuelve peatonalizar una calle. Así, «la peatonalización de la calle Fuencarral -una de las más comerciales de Madrid- hizo más por el incremento de los precios que el hecho de que llegaran unos artistas a Malasaña». «En Lavapiés está ocurriendo lo mismo», añade. El historiador y colaborador de «Somos Malasaña» no rechaza, de antemano, las instituciones culturales en barrios populares, pero otra cosa es, sin tener en cuenta las demandas vecinales, rodear el barrio de Lavapiés de instituciones como el Centro Dramático Nacional, el Museo Thyssen o el Caixa Fórum.
El pasado 24 de marzo se clausuraron las Jornadas sobre Gentrificación y Turistización organizadas por los círculos de Podemos en el Centro de Madrid. Los colectivos concluyeron que hay vecinos que se ven forzados a abandonar los barrios céntricos, y otros a cambiar su modo de vida por cuestiones como el alza del precio de los alquileres. Según el portal inmobiliario Idealista.com, entre enero de 2015 y el mismo mes de 2016 los precios en el alquiler de la vivienda aumentaron un 15,6% en Madrid (un 15,7% en el Distrito Centro). Precisamente la zona céntrica es la más cara de la ciudad para alquilar un piso (17,7 euros el metro cuadrado). Un informe encargado por el Ayuntamiento de Madrid revela que cerca del 10% de las viviendas del Distrito Centro se destinan al alquiler turístico (en este porcentaje se sitúan los barrios de Malasaña y Lavapiés), aunque en zonas como Sol el promedio puede superar el 30%. En términos globales, la zona céntrica acumula más de la mitad de la oferta de viviendas turísticas de la capital.
¿Pueden observarse cambios tras dos años de gobierno de Ahora Madrid? «Ellos manifiestan una preocupación por estas cuestiones, y son un interlocutor más accesible para el tejido vecinal y las asociaciones; pero el modelo de ciudad que plantean es continuista respecto al del PP», responde de la Cruz. Otras veces el bibliotecario y activista constata una suerte de «síndrome de Estocolmo», que puede manifestarse en algún artista urbano que considere el arte callejero como un potencial elemento de gentrificación. O los militantes de los centros sociales, quienes a veces se realizan (a sí mismos) idénticos reproches. Pero Luis de la Cruz trata de rebatir esta idea: «Quienes pertenecen a una clase social similar a la de los viejos vecinos, se integran en el contexto del barrio y crean espacios de desempeño de la vecindad (como sucede con los centros sociales), difícilmente reman a favor de la desposesión urbana».
El libro «En la batalla urbana. Lucha de clases y gentrificación en Madrid» explica una parte del paisaje que se encontraron en el Distrito Centro los gobiernos municipales de la Transición: viejos edificios a punto de derruirse, y trazados urbanos con calles abandonadas y cada vez más vacías de población. Se apuntaba ya la idea de la necesaria «regeneración» de la zona, pero «el declive se mantendrá durante toda la década; el distrito había perdido un 50% de la población durante los años 60 y aún lo haría un 12,5% más durante los 80», detalla Luis de la Cruz. El historiador señala algunos hitos desde la década de los 80: la primera rehabilitación del cuartel de Conde Duque en 1983; la remodelación de la Plaza del Dos de Mayo en los años 90; y tanto la peatonalización de la calle Fuencarral como la – «fracasada», matiza- remodelación de la Plaza de la Luna.
En 1984 el poeta y ensayista Eduardo Haro Ibars escribía en el periódico Liberación sobre el desdibujamiento de los rasgos de Malasaña: «Convirtieron el barrio en un centro turístico; antes, los madrileños iban allí en busca de libertad, de una forma nueva de vivir; ahora van como quien va al circo: a observar a una fauna extraña». En diciembre de 2012 Luis de la Cruz apuntaba que las operaciones de rehabilitación de la última década inauguraban una nueva perspectiva, la del «barrio marca».
Un artículo de la socióloga-urbanista Aurora Justo – «Transformaciones en el barrio de Malasaña. Hacia la gentrificación» (Viento Sur, 2011)- permite esbozar una radiografía de esta barriada del centro de Madrid. La autora apunta una población de 33.493 habitantes, de la que el 27% tendría la condición de extranjera. «Se está configurando un nuevo barrio con otras cualidades, valores, población y actividades», concluye el artículo. Aurora Justo señala en el texto que la población de Malasaña había crecido un 13,5% en la última década, los hogares en un 16,7% y la proporción de envejecimiento se redujo en 10 puntos (del 26,17% en 2001 a un 16,14% en 2010). Asimismo aumentó de modo notable la población con edades comprendidas entre los 30 y los 54 años. Este estrato ya constituía en 2011 más de la mitad de los hogares unipersonales, antes integrados en su mayoría por personas con más de 65 años. Los cambios demográficos y las nuevas actividades -tanto culturales como comerciales- privadas estaban generando «un nuevo estilo de vida», según la socióloga.
En el libro «First We Take Manhattan» (Catarata, 2016), el sociólogo Daniel Sorando y el arquitecto Álvaro Ardura dedican un apartado a Malasaña. Mencionan factores de «gentrificación» como el Mercado de Fuencarral, un centro comercial «alternativo» que abrió las puertas en 1998 en la divisoria entre Chueca y Malasaña, entonces una zona humilde y deprimida con aspiración «alternativa». El entorno se fue transformando… Rodeado de franquicias y en un entorno ya modificado, el mercado de Fuencarral cerró en 2015. TriBall es otro de los ejemplos más notorios de la Malasaña-escaparate y despojada de raíz popular. La iniciativa TriBall SL se presentó hace una década como una asociación de comerciantes, que representaba a un conglomerado de empresas inmobiliarias, promotoras y administradoras de fincas. Pretendían un modelo de cirugía urbana en el centro de Madrid al estilo del Soho londinense, y «llegaron a adquirir varios de los inmuebles y bajos comerciales del triángulo definido por las calles de Fuencarral, Corredera Baja de San Pablo y la Gran Vía», recuerdan Sorando y Ardura. Concluyen que hipsters, profesores universitarios o artistas desempeñan un rol central en la revalorización de los barrios «gentrificados», pero los agentes inmobiliarios son quienes realizan el verdadero negocio.
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