Antes de comenzar nuestro pequeño análisis, los autores de este artículo somos militantes del cambio; jóvenes, unos niños de la crisis. Queremos destacar que, aunque compartamos análisis y diagnóstico sobre la posible entrada de Podemos en un gobierno de coalición, nuestra concepción ante la consulta de Podemos no serán las mismas. Uno no votará por […]
Antes de comenzar nuestro pequeño análisis, los autores de este artículo somos militantes del cambio; jóvenes, unos niños de la crisis. Queremos destacar que, aunque compartamos análisis y diagnóstico sobre la posible entrada de Podemos en un gobierno de coalición, nuestra concepción ante la consulta de Podemos no serán las mismas. Uno no votará por considerar que la consulta es sugestiva y tendenciosa, y otro votará la opción 2 (gobierno monocolor del PSOE). Qué disparate, ¿no? Hemos visto diversas reacciones ante dos dilemas que están confrontados en España desde la irrupción de Podemos: ¿condicionamiento de las bases mediante votaciones a cuentagotas, o el ejercicio de la democracia en decisiones democráticas (poco compatibles con la estructura del PSOE)? Menudo follón se monta cada vez que votamos en Podemos. O mejor dicho, menudo follón se monta cada vez que Podemos abre la boca.
Quizá y solo quizá, no vayamos a pillarnos los dedos, es que nos hemos acostumbrado, más desgraciadamente que por suerte, a acciones políticas encaminadas al teatro del esperpento, la pantomima, la tragicomedia. El Congreso de los Diputados se ha convertido en un anfiteatro romano televisado, en el que podemos comer unas palomitas mientras vemos cómo nuestros políticos y políticas se despellejan vivos en vano. Una herramienta de representación y empoderamiento popular convertido en un risa hilarante para los y las de abajo, ¿no creéis? ¿Podemos decir, también, que los procesos para conformar un gobierno también se están convirtiendo en esos teatrillos?
Se podrían generar muchas preguntas y respuestas retóricas al respecto. Somos varias las personas de a pie que no llegamos a entender cómo en un país como España, con unas supuestas estructuras democráticas consolidadas, no se lleva con la merecida naturalidad que caracteriza a otros países europeos la consolidación de gobiernos de coalición. Estas formas, que fomentan, quizá a la fuerza o por imperiosa obligación, la pluralidad de pensamiento, la práctica del arte político de la negociación, y el entendimiento prismático de una sociedad tan compleja como necesitada de perspectivas diversas como la española, hacen que su establishment político pueda revalorizarse, se dignifique y pueda llegar a generar confianza en la ciudadanía que cada vez más entiende el ejercicio del voto como un castigo, y no un privilegio. Hemos podido comprobar que las fuerzas progresistas de otros países europeos han conseguido alejar opciones reaccionarias con pragmatismo, y pensando por el pueblo antes que por los intereses propios.
Incluso dentro de España, la actuación política de Íñigo Errejón, dentro del marco de las negociaciones para la investidura en la Comunidad de Madrid, ha obligado a señalar un proceder alevoso por parte de Ciudadanos y la ultraderecha, además de obligar a movilizar al PSOE ante la búsqueda de un bloqueo al grupo de Rocío Monasterio. Si eso es responsabilidad política con posiciones de poder, ¿qué es lo que está pasando a nivel estatal?
Vimos una movilización masiva de voto progresista (que no de votantes progresistas, ojo) que fueron en marea a hacer un dique de contención a la extrema derecha. El mensaje de los españoles y españolas fue claro, y sentimos orgullo de lo que ocurrió. Compartimos con un sabor agridulce el mensaje literal que Pablo Iglesias transmitió durante la valoración de resultados: hemos perdido mucho, pero lo suficiente para proseguir nuestros objetivos. ¿En serio? ¿Para eso nos hemos quedado? Vimos, de un plumazo, la caída del ciclo del 15-M para convertir un espacio del cambio en una viga base para el PSOE.
Creemos que son varios los motivos que nos llevan a asegurar que Podemos (considerándolo como la principal representación del espacio del cambio) no debe entrar en un gobierno de coalición con el PSOE. Nos desdecimos, en este caso, de la premisa que hemos expuesto en primer lugar. Porque, bueno, los análisis son subjetivos, y porque las dinámicas del poder que los partidos tradicionales practican chocan frontalmente con las tesis iniciales del espacio del cambio. Grosso modo, Podemos, según sus dirigentes, fue una fuerza que nació del 15-M. Este movimiento social afirmaba que los partidos políticos de España en ese momento eran parte del problema, y no de la solución. Nos planteamos entonces la siguiente pregunta: ¿ha dejado el PSOE, un partido incapaz de regular cosas tan básicas como el precio de las viviendas de alquiler, de ser parte del problema en 2019 para ser parte de la solución? ¿Se puede gobernar con aquéllos que rechazaron y criticaron al 15-M desde el minuto cero? ¿Legitimamos el bipartidismo por cotas de representación irrisorias?
La omisión de la transversalidad en el discurso político ha tenido, a nuestro parecer, dos efectos importantes en la estrategia que Podemos ha ido llevando a cabo desde Vistalegre II: un encasillamiento explícito y claro a la izquierda en el espacio ocupado tradicional por Izquierda Unida, y la nula credibilidad en las labores de oposición a ambos espectros ideológicos del tablero institucional.
¿Debería funcionar la táctica de entrar en el poder ejecutivo en forma de ministerios? ¿Solucionamos la vida de la gente con esos puestos de responsabilidad? Como asumibles víctimas del sistema de representación parlamentaria, Podemos no ha sabido gestionar su acople en el sistema tanto con su organización como con su fuerza política, virando las consultas a los inscritos e inscritas en una herramienta de legitimación de las decisiones utilizando a la militancia. La transformación del cambio no solo no se ha convertido en una apuesta por la política de cercanía del todo, sino que ha mutado sutilmente en lo de siempre, hablando en plata. Asumir que es obligatorio tener presencia en el Consejo de Ministros, junto a lo que hemos expuesto anteriormente, podría tener estos efectos: 1) la ocupación de ministerios de nueva creación y con poca repercusión institucional; 2) asumir políticas y preceptos totalmente contrarios que Podemos ha renegado desde el principio (bipartidismo trasnochado, el «quiero pero no puedo -no quiero, en serio-), ; 3) el efecto «el pez grande se come al pequeño»: Podemos será eclipsado, aminorado y devaluado por el PSOE; 4) la rentabilización del voto útil: la «podemización» del PSOE en cuanto a políticas sociales (visto en la aprobación de la subida del SMI) reforzará a los socialistas tanto en el flanco derecho como el izquierdo. Podemos ya no sería necesario, y caería en lo insignificante.
Por otro lado, la maldita hemeroteca nos enseña números que no podemos ignorar, y eso lleva a asegurar que la táctica de Podemos actualmente recuerda mucho a la de IU antes de su existencia. Izquierda Unida, siempre que han dado los números, ha exigido puestos importantes en las instituciones entrando a formar coaliciones con el PSOE. Una coalición con el PSOE conllevaría situaciones adversas en un futuro muy cercano para el partido minoritario (en 2019, en un gobierno de coalición PSOE y Podemos, el partido minoritario sería Podemos, que tiene menos representación y supuestamente tendría menos ministerios). Por así decirlo, en España, el partido grande acaba fagocitando al pequeño, esto lo hemos podido ver en Andalucía, cuando el PSOE de Griñán gobernó en coalición con la IU de Valderas en 2012. En ese momento IU sacó 12 escaños (438. 372 votos) y el PSOE 47 escaños (1.527.923 votos). En las siguientes elecciones, las de 2015, IU sacó tan sólo 5 escaños, siendo quinta fuerza y perdiendo casi un 40% de votos respecto a 2012 (274.518) mientras que el PSOE de Susana Díaz se mantuvo en 47 escaños y perdió poco más de 100.000 votos. Esto mismo se vio en la izquierda madrileña en las primeras elecciones democráticas municipales en 1979, cuando Tierno Galván (PSOE) pactó con el PCE de Ramón Tamames, que en 1983 perdió a prácticamente la mitad de su electorado y continuó perdiendo en los años posteriores, porque como se afirmó antes, el pez grande se come al pequeño.
Entendemos que, como hemos expuesto al principio, el ciclo del 15-M se ha cerrado. No venimos aquí a dar recetas de qué debería ocurrir para que el espacio del cambio no se vea más perjudicado aún de lo que se ve; pero en definitiva, debemos asumir que nos lo hemos buscado. Duele, ¿verdad? pero es la pura realidad. Vemos retales de responsabilidad política, coherente y viable en en otros espacios del cambio que han surgido como evolución a las tesis iniciales planteadas por Podemos, como Más Madrid, la plataforma Barcelona en Comú… y los movimientos sociales pre y post 15-M. ¿Qué deberíamos hacer, en vuestra opinión, para continuar? ¿Llegará el barco a buen puerto sin que se hunda? Bueno, qué más dará. Si somos demasiado jóvenes, y nos han enseñado que callando vivimos mejor.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.