Recomiendo:
0

Egipto

Golpe de estado en la revolución

Fuentes: Viento Sur

El objetivo de este golpe de estado, derrocando a Morsi, no es enfrentarse frontalmente a la revolución, romperla, sino más bien contenerla, frenarla, impedirla ir hasta el fin de lo que lleva en sí misma. El ejército había hecho ya lo mismo en febrero de 2011 cuando había abandonado a Mubarak en el momento que […]

El objetivo de este golpe de estado, derrocando a Morsi, no es enfrentarse frontalmente a la revolución, romperla, sino más bien contenerla, frenarla, impedirla ir hasta el fin de lo que lleva en sí misma.

El ejército había hecho ya lo mismo en febrero de 2011 cuando había abandonado a Mubarak en el momento que había ya llamamientos a la huelga general y cuando todo mostraba que comenzaban a tener eco. Abandonando lo accesorio, Mubarak, el ejército preservaba lo esencial, la propiedad de los poseedores. Hoy empieza a hacer lo mismo.

La protesta permanente no para en Egipto desde hace más de dos años, ampliándose desde diciembre de 20112 y alcanzando desde esa fecha un nivel incesante de actividad, con una extensión considerable de los conflictos sociales puesto que Egipto logra récords mundiales de huelgas y protestas sociales desde comienzos de año. Estos movimientos sociales han encontrado una cristalización política extraordinaria a través de la campaña Tamarod que no solo llegaba a obtener 22 millones de firmas contra Morsi sino a movilizar a millones y millones de egipcios en las calles para exigir la caída de Morsi. No era difícil comprender que si la calle hacía caer a Morsi, eso significaba la puerta abierta a un desencadenamiento de reivindicaciones sociales y económicas que iban a atacar a los ricos, a los poseedores, a la propiedad y por tanto también al ejército puesto que es el mayor de los propietarios de Egipto, tanto en el terreno industrial como agrícola o comercial. El ejército tenía que evitarlo.

Evidentemente habría podido atacar directamente al movimiento social y enfrentarse junto con los Hermanos Musulmanes y accesoriamente el FSN a la revolución en marcha.

El problema para el ejército es que no era capaz de ello.

Había intentado ya un golpe de estado contra la revolución en junio de 2012, dado algunos pasos en ese sentido pero había finalmente retrocedido, ante la movilización popular, a la que temía tanto más en la medida de que a pesar de dos años de represión feroz (más de 11.000 condenas de militantes por tribunales militares, torturas, asesinatos…) el movimiento social estaba más vivo que nunca, no tenía miedo y sobre todo sus propios soldados parecían menos seguros que nunca. Había habido revueltas en la base del ejército y de la policía, se había visto a oficiales manifestarse con los revolucionarios. La dirección del ejército había temido entonces que su aparato militar se disolviera ante esta prueba. Por ello habían finalmente confiado el poder a los Hermanos Musulmanes que parecían ser los únicos que tenían un aparato (2 millones de afiliados) y una ideología influyente, la religión, para frenar esta revolución que no paraba.

Sin embargo, en junio de 2013 la situación era aún peor. Los Hermanos Musulmanes han perdido toda su influencia, el veneno religioso no funciona ya o funciona menos, y el movimiento revolucionario era mucho más fuerte que en 2011, infinitamente más numeroso en las manifestaciones, sobre un fondo de luchas sociales bastante más importantes que en enero de 2011 y mucho más experimentado, con numerosos militantes que no tenía en 2011. Oponerse al movimiento habría querido decir perder probablemente el ejército, que se habría dislocado, la única barrera entre la revolución y la propiedad. Pues el FSN no tiene ningún peso real incluso si da pruebas de buena voluntad contra la revolución en numerosas ocasiones.

El ejército ha preferido por tanto no enfrentarse directamente a la revolución, sino intentar desviar su curso, momentáneamente.

Por supuesto, hay que preguntarse porqué el movimiento revolucionario ha aceptado esta colaboración momentánea del ejército a su causa, cuando son muy numerosos los que saben que no se puede tener confianza en el ejército por haberlo conocido, a través de sus cárceles, sus torturas y sus mil violencias. Sencillamente, porque si el movimiento es muy fuerte, su conciencia lo es un poco menos, aunque vaya creciendo. No es porque no sepan cual puede ser el peligro de un golpe de estado militar en estos momentos, sino porque no saben sencillamente aún lo que quieren y qué hacer, qué objetivos tener. Es significativo que quienes se han encontrado a la cabeza de este movimiento sean simplemente demócratas, revolucionarios ciertamente, pero demócratas sobre todo, que no juran más que por las papeletas de voto y la democracia representativa, con el único objetivo de organizar nuevas elecciones presidenciales, pero que no quieran en ningún caso hacerse los representantes de las reivindicaciones sociales de los más pobres, ni siquiera de su antiliberalismo y menos aún de su anticapitalismo. La debilidad del movimiento es pues la de sus jefes, o más exactamente la de su conciencia, lo que tiene en la cabeza y que le hace aceptar tales jefes.

En esta situación, veremos al ejército intentar recuperar posiciones, arañar de nuevo las libertades, reprimir, como lo hizo tras la caída de Mubarak, pero tendrá muchas más dificultades para hacerlo que hace dos años, porque el movimiento es infinitamente más fuerte, más experimentado y advertido de lo que es el ejército. Y este último no tendrá ya a su lado a su amigo/rival que es la hermandad de los Hermanos Musulmanes para engañar a la gente. En fin, la situación social es lamentable, la economía está a dos dedos de hundirse, y por eso la mayor parte de la gente está en la calle. Sin embargo el ejército no tiene respuesta y es además un gran propietario ultra rico, en definitiva el objetivo de muchas luchas sociales. Y el FSN, si es admitido en el gobierno, no podrá engañar mucho tiempo a los pobres, no habiendo tenido jamás una gran autoridad entre la población y sobre todo entre los más pobres.

El futuro es de la revolución. Y no solo en Egipto como se ve en Turquía, Brasil… Sin embargo es quizá de la convergencia de esos movimientos, de sus estímulos recíprocos, de lo que podrán enriquecerse con lo mejor en cada uno de ellos, para finalmente tener una conciencia clara de lo que quieren, de los objetivos que harán de la próxima revolución una revolución claramente social y no solo democrática.

Hay un número considerable de gente en la Plaza de Tahrir y en Ittahidiya, pero también ante el palacio Qubba y ante la sede de la guardia presidencial. Y cada vez más. ¿Habrá más gente que los días precedentes? Es muy posible.

4 de julio, 18:00 h.

Toda la noche ha sido de fiesta. Todo Egipto estaba en la calle, festejando su segunda revolución en dos años, en medio de una algarabía ensordecedora. Y quienes no estaban presentes acababan por acudir, pues era imposible dormir por el enorme ruido y la emoción intensa. Porque no cae solo una dictadura exterior a los cuerpos, militar o policial, sino también una dictadura en las cabezas, una policía de las costumbres y de los espíritus, la de los Hermanos Musulmanes.

No se puede medir aún la inmensa importancia para el futuro de, por primera vez en la historia, una participación de entre el 30% y el 40% de las personas adultas de un país en una revolución y, de otra parte, el derrocamiento de una dictadura islamista por una revolución popular. Es una liberación mental que no puede sino anunciar otras. Sissi, el nuevo hombre fuerte del ejército y del nuevo régimen, lo ha comprendido bien al querer, en su declaración de la caída de Morsi, rodearse por el jeque de Al Ahzar y el papa de los coptos, para intentar hacer creer, por autosugestión, en la continuidad de la alianza del sable y del hisopo, así como del representante del FSN para mostrar un aire de unidad del pueblo tras el nuevo poder. Esta apariencia no era una demostración de fuerza sino una confesión de debilidad.

Pues se han visto cosas increíbles estos últimos días.

Las decenas de millones de personas en la calle es algo que ha visto todo el mundo.

Pero algo que se ha visto menos y que ilustra esta voluntad salvaje de liberarse de todas las prisiones, incluidas las mentales, es la participación masiva e inaudita de las mujeres y de los niños, que se han implicado a fondo en esta revolución, en la que tenían tanto que ganar. Formaban al menos la mitad de los participantes en las manifestaciones y ciertamente estaban entre los sectores más determinados.

Es el Alto Egipto, la región más atrasada del país, la que sufre más la opresión de los prejuicios religiosos, allí donde dominan no solo los Hermanos Musulmanes y los religiosos coptos, sino también los terroristas de la Jamaa Al-Islamiya, es ahí donde se han visto las mayores transformaciones, la mayor valentía. No solo manifestaciones en las que había 5 o 10 veces más participación que cuando la caída de Mubarak, sino manifestaciones en las que, más que en otras partes, se sabía que había peligro de muerte, hasta tal punto las amenazas de un baño de sangre por parte del poder han sido numerosas y explícitas; y donde más que en otras partes, era preciso una valentía inimaginable para plantear todo lo que oprimía al pueblo. Y es ahí donde se han visto mujeres en nikab (enteramente veladas) manifestarse en grupo gritando «Abajo el guía supremo» (de los Hermanos Musulmanes). No se está quizá lejos del gesto de Hoda Sharaoui que, durante la revolución egipcia de 1919, había subido a un cajón y, en plena plaza pública, se había arrancado demostrativamente el velo, para hacer del movimiento feminista árabe -con el de Irán- uno de los primeros del mundo en aquel momento, para convertirse después en una de las dirigentes internacionales del movimiento feminista árabe y mundial y redactar la parte referida a las mujeres en la constitución turca de Mustafa Kemal, una de las más avanzadas del mundo con la de la Rusia de entonces. Infinitamente más avanzada en cualquier caso que la de la Francia de aquellos años en la que se condenaba aún a muerte a una mujer por aborto. Lo que está ocurriendo en Egipto significa una nueva perspectiva para el futuro.

Y esto se ha visto en todo el Medio Oriente. Hay que imaginar el impacto social y en las costumbres en Arabia Saudita, en Qatar, Yemen o Irán… Las redes sociales de esta región, de Marruecos a Barhein, vibran con lo que está ocurriendo. Hay que hacer como los egipcios y las egipcias…

Los egipcios saben el impacto de lo que acaban de hacer. Es también por eso que gritan su alegría y su orgullo. Va bastante más allá de la caída de un tirano.

Acaban de hacer caer el gendarme que había en su cabeza.

Aprendieron ayer a no tener miedo haciendo caer a Mubarak. Hoy, se desembarazan de las demás opresiones que les asfixiaban.

Por supuesto, ha habido las 91 agresiones sexuales en estos últimos días, en la plaza Tahrir, de las que la prensa que odia al pueblo en revolución no deja de intentar aprovecharse, como los Hermanos Musulmanes que llamaban a esa plaza la «plaza del acoso» para decir a las mujeres que no debían ir allí, que tenían que quedarse en casa, no meterse en política. Pero las mujeres han ido, masivamente. Por supuesto, son 91 agresiones de más, pero en este país en el que el integrismo religioso transforma a los hombres en obsesos sexuales, estas agresiones forman parte de la vida cotidiana en todas partes, en los autobuses, el metro, la calle… y en mucho mayor número. Las mujeres han tenido mil veces razón en ir a Tahrir, para que no haya nunca más esas agresiones, para liberar a los egipcios liberándose, tomando su vida en sus manos. Y las organizaciones feministas egipcias han tenido también razón llamando a acudir, a la vez que pedían a las mujeres que se armaran con agujas para colchones, que son casi como cuchillos. Apostamos a que mañana la vida familiar, la vida social, van a ser diferentes.

Se han visto también numerosas pancartas que decían «Hermanos tunecinos, escuchadnos» que, como decía el escritor Khaled Al-Khamissi, son un mensaje al pueblo tunecino pero también a todos los pueblos árabes oprimidos… Y más lejos, pues se ha visto una democracia de la calle y de las plazas superior a la de las papeletas de voto. Lo que hace que se cabreen todos los dirigentes occidentales y los medios a su sueldo, y puede relanzar todos los «indignados» desde España a los Estados Unidos, puesto que los de la Puerta del Sol ya se habían inspirado directamente en Tahrir 2011. ¿Qué efecto tendrá Tahrir 2013, en el momento en que de Taksim a Río, de Atenas a Sofía, de Santiago a Lisboa, los pueblos sacuden lo que les aplasta y buscan los caminos de su emancipación?

Por eso, quienes antes decían que la revolución egipcia estaba muerta, ahogada por el invierno islamista, son también quienes hoy dicen que solo es un golpe de estado militar, son también quienes se sitúan ahora al lado de la legitimidad electoral de los Hermanos Musulmanes y de los terroristas de la Jamaa Al-Islmiya, son también quienes apoyan la denuncia de la barbarie sexual en la plaza Tahrir, pues no hay nada que odien más, o teman más, que un pueblo que comienza a emanciparse. Y que pueda servir de ejemplo.

Se ha visto lo increíble, médicos, abogados o magistrados abrazarse con hombres y mujeres llegados desde los poblados de chabolas; pues estas manifestaciones populares eran, aún más que en enero de 2011, manifestaciones de los de abajo, de los barrios pobres y de los obreros. No se pueden imaginar 30 a 40 millones de adultos en la calle en un país de 85 millones de habitantes sin comprender que eran mayoritariamente «proletarios», que prolongaban de forma política lo que intentaban obtener de forma social los meses que precedían a este levantamiento siendo derrotados cada uno en su rincón.

Pues, y es lo más importante, según militantes de extrema izquierda egipcios, habría llamamientos a huelgas que deberían ser organizadas desde hoy jueves en los trenes, los autobuses, las cementeras y en el canal de Suez, convocadas por militantes sindicalistas de esos sectores, para preparar una huelga general. Es imposible no pensar -cambiando lo que hay que cambiar- en el estado de espíritu que presidió el desencadenamiento de junio de 1936 en Francia. Los trabajadores franceses se habían puesto en huelga inmediatamente después del triunfo electoral del Frente Popular, pero antes de que éste estuviera realmente en el poder, un mes después. Estaban infinitamente felices por ese éxito, lo demostraron, pero al mismo tiempo, querían cambios inmediatamente y desconfiaban suficientemente del nuevo poder como para ponerse ellos mismos a la obra, sin esperar, si no querían que se les olvidara, a ellos y a sus reivindicaciones. Se verá en los días o semanas que vienen si los llamamientos a la huelga tendrán efecto y si llegarán hasta la huelga general. Pero es una posibilidad muy real. Hay que recordar que las huelgas habían estallado ya en número importante justo tras la elección/nominación de Morsi, en junio de 2012, porque los trabajadores querían probar su voluntad de mantener sus promesas y decirle que había prisa. Hoy hay todavía más prisa.

La mayoría de los hombres y mujeres que se han levantado, lo ha hecho porque tiene hambre (el 40% de los egipcios vive con menos de un dólar por día), porque no puede aguantar más la miseria, el paro, los cortes de electricidad (a veces 8 horas al día), de agua, las subidas de precios, la penuria de pan, de gasolina y de gas para circular y cocer sus alimentos, las amenazas de supresión de las subvenciones públicas a los productos de primera necesidad. Y hay prisa porque desde el comienzo del año 2013 Egipto ha batido todos los récords históricos mundiales, en número de huelgas y protestas, en las fábricas y los barrios, y sobre todo en marzo, abril y mayo (respectivamente 1354, 1462 y 1300). La participación masiva de esos 4 últimos días es una consecuencia de esta participación masiva en las luchas sociales estos últimos meses.

Se ha visto, en fin, a «comités populares» espontáneos, tomar en sus manos la seguridad de esos millones de personas en movimiento, la sonorización, la alimentación, la circulación, la higiene (el problema de los WC no es el menor cuando millones de personas permanecen días enteros en la calle). «Comités populares» que continúan las tentativas de autoorganización hechas en febrero y marzo de 2013 en Port Said, Mahalla y Kafr el Sheikh donde los habitantes habían tomado en sus manos, simbólicamente o unos días, la policía, la educación o sencillamente la vida municipal. «Comités populares» en los que decenas de miles de hombres, infinitamente más que en 2011, y en particular de los medios populares, hacen una experiencia que no olvidarán pronto, sobre todo en la situación social que viene.

Entonces la alegría de la victoria, el orgullo, la liberación mental, los comienzos de autoorganización, la avalancha de movimientos sociales, la urgencia y la desconfianza hacia los de arriba, en particular hacia el ejército, del que muchos desconfían pues se acuerdan de su paso por el poder de febrero de 2011 a junio 2012, todo esto forma poco a poco una conciencia colectiva que debería mostrar sus exigencias políticas y prácticas de aquí a poco, para pasar de una segunda revolución política a la construcción de una revolución social, la única verdaderamente democrática hasta el fin y para todos.

http://www.npa2009.org/node/37979

Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR