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Golpe de Estado que cambió el rumbo de la Transición

Fuentes: Rebelión

Hace treinta y cinco años de aquel nefasto 23 de febrero. Vivíamos momentos de ilusión y compromiso. Se había recuperado la democracia, después de cuarenta años, aun sintiendo que el espíritu de Franco seguía vivo y el aparato de la dictadura cuasi intacto. Los fieles al «régimen» no podían permitir que se otorgase la soberanía […]


Hace treinta y cinco años de aquel nefasto 23 de febrero. Vivíamos momentos de ilusión y compromiso. Se había recuperado la democracia, después de cuarenta años, aun sintiendo que el espíritu de Franco seguía vivo y el aparato de la dictadura cuasi intacto. Los fieles al «régimen» no podían permitir que se otorgase la soberanía al pueblo, que se hubieran legalizado los partidos políticos, se desmontara el estado totalitario y se reconociese el derecho al autogobierno de nacionalidades y regiones.

Todavía cabe preguntarse quién fue el jefe de la operación. Podemos pensar que, si no estaba a las órdenes del rey, estaba a su servicio. Las elecciones de 1979, después de las primeras democráticas del 15-J de 1977, dio la mayoría al partido de Suárez, creado para perpetuar el Régimen. Sus políticas no dieron los resultados previstos y se produjo una gravísima crisis social, económica y política. La inflación se disparó, se elevaron los precios y el desempleo aumentó de forma escandalosa. El Sistema perdió credibilidad y cundió el «desencanto». Pare el rey heredero de Franco, Suárez ya no le era útil y la democracia tan anhelada, había dejado de ser la panacea de toda solución.

El 23-F fue un golpe de estado en toda regla. Perpetrado por mandos militares, guardias civiles y una trama ideológica de la derecha reaccionaria sin identificar. Fue un golpe de estado promovido desde las instancias del poder, para reconducir la «situación política a la deriva». Muchos clamaban por un gobierno de coalición. Había que rediseñar el proceso de la Transición, con un nuevo pacto. Varios golpes y conspiraciones coincidieron en el tiempo, reconducidos por el CESID, induciendo determinadas acciones, para llevar al general Armada Comyn a la presidencia del gobierno. Estaba en marcha la operación «De Gaulle».

Todo estaba planeado para que fuera en marzo, «los almendros florecen en primavera» era una clave, pero la dimisión de Suárez y el pleno de investidura de Calvo Sotelo, lo aceleró todo. En este trance llegó el teniente coronel Tejero, que con su tricornio y pistola en mano tomó el Congreso: «¡Quieto todo el mundo!» y dio la orden de todos al suelo. Ráfagas de fuego de los guardias civiles asaltantes se estrellaron en los estucos decimonónicos de la sede de la soberanía del pueblo. El gobierno y el parlamento quedaban secuestrados. Se produjo el vacío de poder que pretendían los golpistas. Se acababa de producir el «Supuesto Anticonstitucional Máximo», que permitía otra acción, para volver a la normalidad democrática, pero con cambios. Otro golpe.

Los golpistas pretendían establecer un gobierno «militar por supuesto», recuperar los principios del «movimiento nacional» y el espíritu del 18 de julio. Juan Carlos de Borbón estaba al tanto de todo. Para el rey, los sublevados querían «lo mejor para España. Sólo pretendían lo que todos deseábamos: el restablecimiento de la disciplina, el orden, la seguridad y la tranquilidad», le contaba al embajador alemán Lothar Lahn (revista Der Spiegel). Por encima de todo pretendían la defensa de la unidad de España, la bandera y la corona, que el propio Franco le había encomendado. Para Juan Carlos el responsable era Adolfo Suárez, por no tener «en cuenta las peticiones de los militares». El rey estaba al corriente de la trama golpista antes y durante; también de su frustración.

Armada era un hombre leal y disciplinado, muy valorado por todas las fuerzas políticas y a las órdenes del Rey. Fue al Congreso, después de pedir permiso en la Zarzuela y a sus órdenes. El esperado «elefante blanco», la autoridad «militar por supuesto», que anunció el capitán Muñecas, no llegó a entrar en el hemiciclo, aunque si llegó al Congreso. El plan que el general Armada presentó en nombre del rey a Tejero, no era de recibo para el guardia golpista. Había jugado demasiado fuerte, como para consentir que en el gobierno de España estuvieran socialistas y comunistas y sin Milans. Quería una junta militar. Tejero se sintió traicionado e impidió que el general Armada asumiera la presidencia del gobierno a las «órdenes del rey». El suyo era un golpe duro, de involución y terminante. Tejero desmanteló la solución Armada; el golpe blando.

«¡Qué coño es eso de intimidación! ¡Eso no estaba previsto!», dice el rey por teléfono al general Armada, según Fernández Campo a Iñaki Anasagasti (El Periódico 22 febrero 2013). El rey apareció en televisión, después de haber dado la orden de interrumpir la operación, con el apoyo de los capitanes generales a sus órdenes, anunciando la continuidad democrática. El rey, mal aconsejado, pero dejándose querer, pretendía fortalecer la monarquía, restaurar el prestigio de España y consolidar la democracia controlada. Fue una aventura peligrosa y un juego sucio para la joven democracia y para los españoles que teníamos puestas todas las esperanzas en el nuevo sistema.

La causa 2/81 del Consejo Supremo de Justicia Militar, no desentrañó la «trama» del CESID, ni el papel que jugaron los servicios de información e inteligencia, quedando sin conocer la procedencia de las órdenes, las acciones y el papel que jugaron sus agentes. El juicio de Campamento fue puro cambalache. Todos los encausados se declararon inocentes (menos Pardo Zancada). Creían que la operación contaba con el apoyo del Rey, alegando obediencia debida y estado de necesidad como eximentes. Los que juzgaban, bien podrían haber sido inculpados, lo defensores acusadores y los procesados jueces. Tampoco el juicio conoció la autoría intelectual. Quedó probado que había habido una rebelión militar. El asalto de la guardia civil al Congreso, porque estaba grabado por televisión.

Todo se hizo para dejar al Rey al margen del procedimiento judicial. Los abogados defensores intentaron que prestara declaración como testigo, por el protagonismo que había tenido durante las horas del golpe. En su lugar, declaró Fernández Campo. El Rey fue implicado en la mayoría de las declaraciones de los encausados y todo hace pensar que el elefante blanco estaba a las órdenes del rey.

El desaparecido Diario16, dejó 23 preguntas en el aire con respuestas incorporadas. Preguntas sin respuestas oficiales, pero muchas certezas. Fue un episodio vergonzante, que no se investigó decididamente y se cerró con demasiada rapidez, por la personalidad de los implicados. Quienes participaron, ocultaron y desvirtuaron la realidad por su seguridad y lealtades mal entendidas. Demasiadas instituciones y representantes públicos estuvieron implicados de espaldas al pueblo. Unos se han llevado su secreto a la tumba y otros viven de sus réditos. Habrá que esperar a la desclasificación de documentos secretos, si llega. Es de suponer que las pruebas documentales, cintas con imágenes y sonido, han sido destruidas, por quienes han tenido tiempo, interés o recibido orden de destrucción masiva.

El 23-F, sin triunfar, consiguió lo que pretendía. La democracia quedó vacunada, aunque todavía tendríamos que conocer alguna que otra asonada militar. Se legitimó el rey y la monarquía salió fortalecida. Los partidos reconvinieron sus políticas. El pueblo apoyó la democracia decididamente y todo quedó sometido al miedo por la involución. El desarrollo del estado autonómico, que supuestamente había hecho peligrar la unidad de España, se paralizó durante unos años. Y la grave situación política e institucional, achacada a la política de Suárez, se recondujo hasta octubre del año siguiente con la llegada del PSOE al gobierno, abandonando toda idea de salir de la OTAN.

Se hizo todo en nombre del rey, aunque insistió «¡A mi dádmelo hecho!» (El Rey y su secreto, Jesús Palacios). La conducta del rey antes del golpe «no fue en absoluto ejemplar, cometió errores, frivolidades e irresponsabilidades», en palabras de Javier Cercas en su «Anatomía de un instante». Cayo Lara ha exigido que se desclasifiquen todos los documentos del 23-F y a la Casa Real «que desmienta, si se puede, con explicaciones claras y concretas», el papel del rey en el golpe. Hasta hoy.

«Yo no sé muchas cosas, es verdad. Digo tan sólo lo que he visto…», dice León Felipe en Sé todos los cuentos; yo, además, lo que he oído, lo que he vivido y lo que pienso.

@calval100

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.