Greta Thunberg y Bruno Rodríguez // Fuente: Reuters – Crédito: Carlo Allegri Los últimos meses fueron, seguramente, de una modificación importante en los debates y diálogos acerca de las problemáticas ambientales -sobre todo el calentamiento global, que es la causa del cambio climático-. A pesar de que las temáticas son las mismas, el método […]
Greta Thunberg y Bruno Rodríguez // Fuente: Reuters – Crédito: Carlo Allegri
Los últimos meses fueron, seguramente, de una modificación importante en los debates y diálogos acerca de las problemáticas ambientales -sobre todo el calentamiento global, que es la causa del cambio climático-. A pesar de que las temáticas son las mismas, el método de abordaje es distinto y está llevando a una mayor visibilidad y su consecuente masificación en todo el globo. El hecho se da, como factor determinante, por las intervenciones de Greta Thunberg.
La joven sueca de 16 años, sin embargo, despierta admiradores y críticos con la misma intensidad. Más allá de los históricos negacionistas que son financiados por las grandes empresas petroleras y por los gobiernos del Norte Global, lo que más llama la atención es la desconfianza de ambientalistas que, en lugar de apoyar y celebrar el proceso de involucramiento de sociedad en el debate, son críticos a la figura de Greta, su edad, su poca experiencia política, su supuesto tibio discurso y hasta su nacionalidad.
Es evidente que cada persona habla desde donde puede sentir -aún más cuando esta persona es todavía una adolecente- y, en este caso, si es importante remarcar las diferencias entre una activista que vive en un país cuyo Índice de Desarrollo Humano es uno de los más altos del mundo y que, históricamente, también tiene una responsabilidad mayor en el escenario de tierra arrasada que se dibuja en este espacio-tiempo. Sin embrago, Greta subvierte su propio territorio. Su discurso es radicalizado y su impronta es de no conciliación.
Si por un lado, hay un resentimiento por el proceso de invisibilización de las y los que históricamente dan las peleas y sacrifican sus existencias en defensa de la Tierra; por otro también hay un movimiento que comprende la importancia de dialogar con «el otro», para no reproducir lo que fue impuesto a los pueblos del Sur en épocas abiertamente coloniales. Es comprensible que haya un cierto rechazo por el hecho de las lágrimas y los sentimientos de Greta -masivamente difundidos a nivel global y expuestos en las cumbres de la «alta política»- sean tomados como más importantes que las vidas de indígenas y campesinos, niños y niñas, mujeres y afrodescendientes exterminadas por la saña del capitalismo por la práctica generalizada de una necropolítica adoptada por los mismos actores que dicen querer resolver el problema ecológico.
No obstante, el momento histórico impone el desafío de refundar las prácticas políticas y la radicalidad de la empatía. Y esto necesita el involucramiento de los pueblos frente a la amenaza del exterminio de la especie, porque el tema central ya no es la defensa de los bienes comunes -tomado como externo a lo humano- sino del conjunto de condiciones que hace posible la continuidad de la vida desde una lógica integradora, que comprenda el ser humano como parte de la naturaleza.
Seguramente, la realidad de Greta -cuando ella habla sobre los derechos de niñes y adolescentes- no es la misma de les que están en el Sur Global, sin embargo esto no significa que esta realidad no exista y que sus protagonistas no tengan fuerza para hacerse ver, es notorio que hay matices y que estas están puestas sobre la mesa. El hecho que el movimiento «Viernes por el Futuro» tiene sus representantes en distintos países, permite traer a luz los debates urgentes en cada territorio.
La Historia muestra que la humanidad supo aprender de sus errores, pero superarlos siempre ha sido un proceso complejo de deconstrucción y reconstrucción de un sentido colectivo que inauguró una etapa distinta -no necesariamente justa- que avanzó para una mejora en lo que conocemos como humano. Por ello, en la problemática socio-ambiental, es menester disputar temas centrales como la Justicia Climática y el cambio de la matriz productiva a fin de garantizar que el inevitable cambio por el cual pasará la humanidad no siga repitiendo los errores del pasado que tiene que ver -sobre todo en América Latina- con la reproducción sistemática de violencias y opresiones.
Subestimar la fuerza de pueblos que han resistido a cinco siglos de genocidio es también una actitud que remite al colonialismo. Es admitir que la fuerza del blanco y dominador estará siempre presente en la piel europea y contra el cual es imposible dar las batallas. Desde que se proteja el protagonismo que corresponde a cada pueblo en su lucha y que se garantice el respeto por su historia y sus cosmovisiones, sus saberes, sus sentires y sus sentidos, no hay justificativo plausible para invalidar la lucha de una persona que está activando un debate tan urgente como es lo de crisis climática y su consecuente reto civilizatorio.
Fuente: http://virginiabolten.com.ar/medio-ambiente/greta-thunberg-y-las-emergencias-en-debate/