Aunque el género homo sólo tiene Dos millones de años de existencia, ya Dispone de la capacidad para destruirse a sí mismo….. Ni tan siquiera lograremos probablemente emular a Las cucarachas, que vienen evolucionando desde hace Aproximadamente 250 millones de años (Richard Morris) No es posible resolver un problema Utilizando el mismo lenguaje que dio […]
Aunque el género homo sólo tiene Dos millones de años de existencia, ya Dispone de la capacidad para destruirse a sí mismo….. Ni tan siquiera lograremos probablemente emular a Las cucarachas, que vienen evolucionando desde hace Aproximadamente 250 millones de años
(Richard Morris)
No es posible resolver un problema Utilizando el mismo lenguaje que dio Origen al problema
(Albert Einstein)
Decía Borges que las casualidades no existen, que más bien los sucesos y eventos imprevistos de lo que conocemos como realidad obedecen a «causalidades», producidas estas por hechos y circunstancias en las que nada tiene que ver el azar sino leyes muy precisas que los seres humanos desconocemos y por ello las atribuimos a lo incontrolable.
Que en plena crisis climática, precisamente un 22 de abril, día que los seres humanos hemos escogido para celebrarlo como día de la tierra, aleatoria y casualmente se hunda en las aguas del Golfo de México la plataforma petrolera Deepwater Horizon de la corporación British Petroleum o BP, generando lo que probablemente sea el peor desastre medioambiental de la historia, pareciera un aviso, una señal confirmatoria de que los humanos hemos violentado límites que ni siquiera conocemos o podemos intentar entender. Pero sobre este punto ya se ha escrito mucho y se escribirá aun más todavía, a lo que hoy quiero referirme en verdad es a la manipulación de la información que como arma de guerra utilizan los amos del poder en el mundo para controlar y explotar al resto de la humanidad.
Desde los primeros días del desastre tanto la corporación BP como la Administración Nacional Oceánica y atmosférica (NOAA por sus siglas en inglés) de los EEUU intentaron ocultar y/o minimizar hasta lo imposible la magnitud del desastre, elaborando comunicados de prensa en los que mintieron descaradamente acerca de la cuantía de petróleo que el pozo Mississippi Canyon arrojaba diariamente a las aguas del Golfo de México; en efecto, las primeras semanas se «informó» que como consecuencia del accidente se derramaban al mar una cantidad no superior a los mil barriles de crudo. Sin embargo, en sus posteriores declaraciones, acorralado por las evidencias, Scott Smullen, vocero de la NOAA, reconoció que el flujo de crudo derramado excedía los 5 mil barriles diarios, mientras datos extraoficiales emanados de fuentes independientes elevaban la cantidad a cerca de 15 mil barriles por día.
A pesar de las proporciones del siniestro y de la catástrofe ambiental que para los ecosistemas del Golfo de México y del Atlántico norte, hacia donde la corriente del golfo empuja la colosal mancha de petróleo, hemos observado muy pocas fotografías del derrame. Las que circulan en la red fueron casi todas tomadas en los primeros días del accidente, antes de que agentes del gobierno usamericano tomaran el control de la zona.
Tanto los agentes del gobierno federal de los EEUU como los gerentes corporativos de relaciones públicas de las grandes transnacionales han aprendido que ocultar y manipular información e imágenes es la mejor forma de controlar y/o inducir las reacciones del público.
Es muy conocido el hecho de que las crudas y estremecedoras imágenes de la guerra del Vietnam, transmitidas sin censura, casi en vivo y en directo desde el frente de batalla, sensibilizaron de tal forma a buena parte de la sociedad estadounidense, que contribuyeron en no poca medida al repudio interno que esa guerra criminal y colonialista genero en dicha sociedad. Después de eso, las imágenes e informaciones de las múltiples guerras de agresión que los EEUU han llevado a cabo a lo largo y ancho del mundo han tenido como característica la cuidadosa y severa censura a la que han sido sometidas. Incluso desde la Guerra del Golfo se han eliminado los corresponsales de guerra independientes y solo se aceptan los periodistas «empotrados», que actúan e «informan» bajo la estricta dirección y supervisión del propio ejercito usamericano.
La similitud y paralelismo de las acciones entre el ejército imperial de los EEUU y las corporaciones energéticas, industriales, fruteras, financieras y demás para las cuales trabaja es por lo demás esclarecedor. Esta forma de actuar y de controlar la información por parte de dicho ejército (una de las bases de su nueva doctrina de guerra de cuarta generación), ha sido copiada al carbón por las grandes corporaciones petroleras.
En el año de 1.989, el petrolero Exxon Valdez de la corporación petrolera Exxon, encalló en el golfo de Prince Willian Sound, en el norteño estado usamericano de Alaska. En los días siguientes al accidente, el buque derramó más de 41 millones de litros de crudo a ese estuario. Este siniestro fue ampliamente documentado por la prensa estadounidense y mundial y las imágenes de nutrias y lobos marinos, morsas, ballenas, peces y aves embadurnados de una costra negra y aceitosa produjeron una ola de rechazo, indignación y solicitud de castigo para la empresa culpable de ese crimen de lesa naturaleza y airadas solicitudes de la sociedad estadounidense para que la explotación petrolera en ese norteño estado fuera paralizada. Mucho dinero en lobby, en sobornos y en «desinteresadas» donaciones a campañas políticas (como las efectuadas por BP a la campaña electoral de Obama), aparte de lo gastado en operaciones de limpieza, hubo de gastar la Exxon para retomar sus negocios en esa zona.
A partir de este desastre las corporaciones energéticas empezaron a aplicar las estrategias desinformativas que venía desarrollando el ejército de los EEUU. En el caso de la plataforma Deepwater Horizon, las imágenes oficiales que casi unánimemente han emitido las grandes cadenas de televisión y las agencias noticiosas transnacionales corresponden al incendio que se generó en ella, o fotografías de manchas de aceite en medio del océano, hechos por lo demás lamentables pero muy alejados de nuestras vidas, sin puntos de referencia emocionales en nuestra memoria, como lo podrían ser playas alquitranadas o animales, peces y aves muriendo lentamente cubiertos de aceite.
El gobierno federal de los EEUU ha prohibido, por razones de «seguridad», que embarcaciones privadas naveguen y tomen fotografías en las zonas del desastre, exactamente el mismo argumento y justificación que su ejército ha esgrimido para impedir que periodistas independientes cubran sus actuaciones en Irak y Afganistán. Ha sido imposible ocultar un desastre de estas dimensiones, (al parecer BP tuvo otro siniestro el año pasado en la misma zona pero fue controlado rápidamente y se logró que no trascendiera), pero los expertos mediáticos de estos megamonstruos petroleros saben que mientras el hecho se mantenga en abstracto las reacciones del público podrán ser manipuladas, eventualmente desviadas hacia temas secundarios y finalmente controladas.
En los últimos días se ha insistido machaconamente en la solución tecnológica de la situación, se hacen reportajes sobre el eficiente trabajo que realizan los robots submarinos (paralelismo con los aviones no tripulados de la fuerza aérea), sobre las técnicas que se utilizarán, de cuánto costará limpiar las costas, de los estados financieros de BP, etc., pero se obvia el punto central: El negocio petrolero es un negocio sucio por definición; es imposible explotar un yacimiento petrolero en forma totalmente segura y limpia. En medio del peor desastre ambiental de la historia nadie, o casi nadie, sale a cuestionar el modelo energético basado en el consumo de combustibles fósiles. No se cuestiona el capitalismo globalizado y salvaje que en nombre de sus ganancias destruye la vida de todo un litoral marítimo, dándole la puntilla a decenas de especies en grave peligro de extinción (tortugas, manatíes, y algunas especies de tiburón) y arruinando de paso a millares de familias de pescadores.
Tarde o temprano BP logrará sellar el pozo, o por lo menos dirá que lo ha hecho, y los responsables del medio ambiente en los EEUU apoyarán totalmente su versión, y recomenzarán las perforaciones mar adentro, por lo menos hasta el próximo desastre.
Negro es el futuro dentro del capitalismo. Negro en verdad se ve el futuro de los mares y océanos, de un negro tan obscuro como la conciencia de los jerarcas de estas megacorporaciones y sus perros falderos del mundo político.
Joel Sangronis Padrón es profesor de la Universidad Nacional Experimental Rafael Maria Baralt (UNERMB), Venezuela