Hablar del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, para quien participó entre quienes ayudaron a construir algunas de sus concreciones anuales del primer tiempo de existencia, conduce inevitablemente a volver la mirada hacia una valoración sustancial de lo que ha sido ese significativo suceso de la vida histórica y cultural de Nuestra América. Desde su germinación, […]
Hablar del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, para quien participó entre quienes ayudaron a construir algunas de sus concreciones anuales del primer tiempo de existencia, conduce inevitablemente a volver la mirada hacia una valoración sustancial de lo que ha sido ese significativo suceso de la vida histórica y cultural de Nuestra América. Desde su germinación, el FNCL asumió la restitución de arte que un mercado subalterno y dependiente le había sustraído al cine de nuestro continente e islas. Pero, a la vez, quiso y logró que las cintas testimoniales se cargaran de bien diseñadas revelaciones, que los cineastas profundizaran en proyectos y vínculos soberanos, que lo bello y la razón encontraran vías unitarias de muy diversas proyecciones, que antropología y devenir nutrieran las imágenes renovadoras y sus ecos, que todo el conjunto de países que han sido artífices de la gran obra del Festival se transformara en una «alianza» por la descolonización y la universalidad genuina, y que nuestro ser cinematográfico colectivo e individual fuera siempre recurso de comprensión, siembra de luz, ruta acompañante y canto complejo sobre esa épica que, tempranamente, José Martí definió como «la definitiva independencia» de lo caribeño-latinoamericano.
Cuando observo en la distancia aquellas celebraciones tempranas del Festival, percibo una programación que enlazaba filmes cardinales merecedores del culto de los «festivalistas» y otros un tanto artesanales, visiones de la tormenta política social con fisonomías de la pobreza y los mitos «puestos en celuloide», cine de ruptura con cine poético, periodismo fílmico trascendido e introspecciones simbólicas donde las más diferentes problemáticas de lo humano adquirían tintes locales o se tornaban interrogaciones sin época.
Lo que entonces fue un conjunto de variables expresivas deseosas de afirmarse y abrir vías de mercado inéditas, hoy es un movimiento de hacedores numerosos y búsquedas estéticas disímiles. Lo que en los 80 era cine joven, hoy lo es ya maduro. Y su novedad presente no es necesariamente parecida a la de ayer, aunque incluya también a inspiradores y fundadores junto con nombres noveles de directores, fotógrafos, actores, editores, directores de arte y demás especialistas y técnicos de la creación filmográfica. Así, una estética plural de la latinoamericanidad contemporánea en la imagen de pantalla y video, que se desdobla y multiplica en haz de identidades convergentes, en cambios de rostros y metáforas riesgosas, en lo performático-secuencial y en códigos que maridan misterios telúricos con iconos reinventados, ha logrado establecerse como otra región ecuménica de la imaginación, poli-nación en claves de cine, y taller expandido cuya obligada cita anual sirve para medir lo andado, saber lo ganado, sacudir cuanto conduzca a fórmulas e inercias, y darle cause a vectores de renovación y arraigo portadores de voces clásicas, exploratorias e inusitadas. Este último tiempo de la historia del Festival del Nuevo Cine, transcurre en un mundo ahora al extremo dibujado por las crisis, con la urgencia de no perder la esperanza y el sentido de lo justo, signados por ese deseo íntimo de sabernos en andar inconforme, y trabajando en un cine colocado en la encrucijada de caer nuevamente o no en lo comercial alienante. De hecho, el universo de creación que hará posible el Festival, habrá de dar paso a fusiones intergenéricas que manifiestan nuestra idiosincrasia híbrida, vendrá sincronizado con sacudidas en la cultura que cobrarán formas mediante las actuales tecnologías de producción y difusión cinematográfica, tenderá a una mayor penetración en el «paisaje subjetivo», y permanecerá así mismo como registro de conflictos imprevisibles y escudo frente a las tergiversaciones del «espíritu cósmico» (por parafrasear la noción de Vasconcelos) que nos acerca y distingue.
Fuente: http://www.lajiribilla.cu/articulo/hablar-del-festival-del-nuevo-cine-latinoamericano