Algunos ejemplos de la vida cotidiana de hombres en búsqueda de un cambio en su masculinidad tradicional
Axel es un hombre joven que está a punto de ser padre. Un padre primerizo. Este hombre quiere ser un progenitor comprometido en la crianza de su hijo. Quiere ser diferente a su propio padre, que ha estado ausente en muchos momentos importantes de su vida. Para él, será un poco más fácil. De entrada, cuando nazca su hijo podrá disfrutar de 3 meses de permiso de paternidad. Aún tendrá que lidiar con algunos comentarios de sus jefes y compañeros; su trabajo es importante, pero también lo es poder atender a su futuro hijo. Un día, cuando acompañaba a su pareja a una revisión médica, vio información sobre unos cursos de preparación a la paternidad para hombres. Se apuntó y lleva semanas reflexionando con otros hombres sobre la masculinidad y la paternidad. Para él es algo nuevo poder reflexionar con otros hombres que están en una situación parecida. Ahora entiende mejor a su pareja y es capaz de reconocer sus miedos e inseguridades. Axel no es ningún héroe, ejercer de padre comprometido, además de una necesidad social, es algo que debería ser normal. Sin embargo, también en esta época de cambios, la historia corre más que algunos hombres.
Ramón también está en un grupo que reflexiona sobre la masculinidad. En su caso, lo buscó después de un episodio donde tras una discusión muy fuerte con su pareja, le alzó la mano y estuvo a punto de golpearla. Se asustó y decidió buscar ayuda. Ahora en grupo, con otros hombres, está entendiendo, en primera persona, las bases de la socialización y legitimación de la violencia en los hombres.
Los hombres también tienen género. La masculinidad es una construcción social que se genera en base a unas prácticas y se conjuga en los efectos que estas tienen en los cuerpos, la personalidad y la cultura. En las sociedades occidentales, patriarcales y jerárquicas predomina un modelo de masculinidad traspasado por una serie de atributos y mandatos que prescriben al hombre proveedor, poderoso, duro, fuerte, seguro… con ventajas y privilegios en su relación con las mujeres. Sin embargo, el poder que asumen los hombres también provoca dolor y alienación. Los costes de la masculinidad son visibles en nuestro entorno, para las mujeres y para los propios hombres. La violencia, la desconexión emocional, los problemas de salud, las conductas temerarias, los accidentes… son riesgos asociados a la masculinidad. Al menos, a un tipo de masculinidad, hegemónica, cultural y socialmente.
Cada vez son más necesarios nuevos modelos de masculinidad, disidentes y alternativos al modelo hegemónico
Este modelo de masculinidad se aferra, e incluso se adapta para sobrevivir, en un mundo en constante cambio y devenir. Sin embargo, cada vez son más necesarios nuevos modelos de masculinidad, disidentes y alternativos al modelo hegemónico. En el siglo XXI, novedad y desconcierto conviven en un interregno que descoloca a muchos hombres. Las mujeres interpelan a los hombres: “la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía”. Nos señalan y reclaman un nuevo pacto social y la igualdad real. Al tiempo emergen y se organizan movimientos de hombres “cabreados” que niegan la igualdad y la violencia que padecen las mujeres por el hecho de serlo. Predican una vuelta a la esencia y claman por el regreso, si es que alguna vez se fueron, de los hombres de verdad. Son las tensiones de nuestro tiempo.
En el lado opuesto, Axel y Ramón son ejemplos de un viaje que están emprendiendo algunos hombres hacia otra forma de ser hombre, en proceso de construcción. Los hombres, en el siglo XXI, no podemos seguir siendo cómplices de la desigualdad, el dominio y la subordinación de las mujeres. Tenemos capacidad de cambiar individual y colectivamente. Nuestra sustancial libertad nos permite hacernos, ser lo que queramos, y al hacerlo transformar el mundo. El milenio nos interpela, nos reta y nos demanda una nueva masculinidad. Un hombre despojado de su cetro, igualitario y equilibrado en lo personal, con capacidad de gestionar constructivamente sus emociones. Un hombre que incorpora los cuidados personales y de los otros en el centro de la vida. Un hombre que acepta su vulnerabilidad, sin victimismo. Los hombres deben cambiar, nuestra cultura necesita cambiar. Alea iacta est.