Traducido para Rebelión por Ramon Bofarull
Lo reconozco: estoy hastiado de tener a Cuba, y sólo a Cuba, como tema de discusión, y mucho más hastiado estoy de la falsedad de muchos paisanos que critican a Cuba amparándose en los derechos humanos. Su comportamiento ha quedado nuevamente patente en el quincuagésimo aniversario de la Revolución cubana.
Sé algo de la realidad cubana, y no sólo por meros motivos turísticos. En los viajes a Cuba he vivido experiencias estimulantes y también algunos sucesos exasperantes. He tenido que pasar horas en una comisaría de Cienfuegos por aguantar la mirada a un miembro de la Policía Revolucionaria. He tenido otros problemas con la burocracia de allí. No obstante, no utilizo eso para decir que debe derrocarse el sistema. ¿Por qué debería hacerlo? ¿Pedimos que se juzgue al rey de España cuando las instituciones internacionales dan noticia de la tortura? ¿Pedimos que se anule el Gobierno vasco porque no ha sido capaz, en una revolución autonómica de 30 años, de hacer asimilar a su policía que hablar en euskera no es desacato a la autoridad y, por tanto, que no debe amenazar o maltratar a la ciudadanía por utilizarlo? No. ¿Nos piden los cubanos que cambiemos de sistema por ello? No. Entonces, ¿quiénes somos nosotros para exigírselo a ellos?
La Declaración universal de derechos humanos de 1948 tiene 30 artículos. Siendo rigurosos, diríamos que esos derechos no se respetan íntegramente en ninguna parte, tampoco aquí, empezando por el primero: «todos los seres humanos nacen libres e iguales en lo tocante a dignidad y derechos». Mentira. Algunos seres humanos nacen más libres en elegantes clínicas privadas del Opus Dei y mueren más libres en modernas habitaciones de hospitales de Houston, por el derecho a la salud que se han podido pagar de su bolsillo. Otros, en cambio, nacen y mueren más constreñidos en hospitales públicos en vías de privatización.
Quienes dicen que en Cuba no hay libertad política deberían reconocer que tampoco la hay aquí. O que la hay, pero como allí: dentro del sistema. En efecto, todo puede defenderse y desarrollarse, siempre y cuando sea del gusto del poder y no subvierta sus bases: allí, la propiedad estatal de los medios de producción, en nombre del marxismo; aquí, la propiedad privada de los medios de producción, en nombre del capitalismo. Esos son los límites, con partido único o con muchos.
Como ellos convierten los derechos más fundamentales en negocio, los fundamentalistas del mercado libre no pueden admitir un sistema que no acepta que los derechos a la salud y la enseñanza sean fuente de negocio, que no deja esos servicios en manos privadas. Como son unos clasistas, les parece insultante que el hijo de un ministro y la hija de un simple guajiro estén en la misma aula. El mero hecho de pensarlo les produce ganas de vomitar.
Muchos de los fundamentalistas del mercado que critican a Cuba no dudarían en sacrificar en el altar del liberalismo una vez al mes a un niño pobre de Brasil, Nigeria o Pakistán y comercializar sus intestinos si con eso sus acciones subieran un 100 % en la Bolsa. Al cabo, si no se mueren ahora, esos grasientos se morirán en cinco o diez años de hambre, enfermedad o delinquiendo, ¿verdad?
Quienes dicen que Cuba es un estado policial deberían admitir que Europa es un estado policial gigante. En el propio País Vasco puedes ser preso por profesar unas determinadas ideas. Aquí puedes ir a la cárcel porque los viernes te tomas un capuchino en el bar de la ex pareja de un amigo de un amigo. He ahí qué tipo de argumentos están utilizando para poner bajo sospecha a los candidatos de las listas de la izquierda abertzale: en qué tipo de bares se socializan. Ha aparecido esta semana en la prensa.
Por lo demás, que yo sepa en Cuba no se niega a nadie el derecho a la comida, la salud o la enseñanza ─esto es, los derechos más fundamentales de la revolución socialista─ por no gritar ¡patria o muerte! ni, aun menos, por no decir los gusanos de Miami son unos terroristas que deben ser encarcelados. Aquí, en cambio, se niega el derecho a ser ciudadano político, el derecho a ser votado y a votar a la opción política que se quiera ─esto es, el derecho más fundamental de la democracia─ si no se dice lo que el poder quiere oír. Aquí se niega hasta el propio derecho a no opinar.
Aquí la tortura es más frecuente que en Cuba. Al mirar los informes de la organización no gubernamental Amnistía Internacional (AI) es una pregunta imprescindible: ¿cuántos casos de tortura denuncia AI en Cuba? ¿Cuántos casos denuncia dentro de la UE? No creo que la situación de allí sea peor que la de aquí, más bien al contrario.
Quienes dicen que los cubanos no pueden decidir su futuro deberían admitir que los ciudadanos de aquí no pueden decidir el suyo, ni siquiera en los límites de este sistema político y socioeconómico. En España revocan un estatuto de autonomía aprobado por el 90 % de los diputados de un parlamento. Aquí amenazan con la cárcel por intentar una consulta no vinculante.
Quienes dicen que no hay libertad para salir de Cuba deberían admitir que aquí tampoco hay libertad de movimientos. En efecto, el artículo 13.1 de la Declaración de derechos humanos dice que todos los ciudadanos tienen derecho a ir a y vivir en cualquier lugar del mundo. Nosotros negamos ese derecho a quienes vienen aquí con intención de mejorar sus condiciones de vida. ¿Por qué? Al parecer porque, si vinieran todos, nuestro sistema explotaría. También Cuba podría utilizar el mismo argumento para justificar no dejar marchar sin obstáculos a quien se quiera ir. Si nosotros lo hacemos ¿por qué ellos no?
Para acabar, quienes dicen a los que criticamos su hipocresía que nos vayamos a Cuba deberían admitir que, para imponer la limpieza ideológica, el pensamiento único, ese argumento es pobre. Es un argumento feo, tan feo como decirles a ellos que se vayan a las cunas de los sistemas económicos y parlamentarios que tanto aman, a Wall Street o Londres. Deberían admitir que no son los derechos humanos lo que de verdad les preocupa. Si no, criticarían continuamente a numerosos países del mundo, tanto hoy como mañana, como hacen con Cuba. Pero no lo hacen.
Por eso estoy hastiado. Por eso esta vez no estoy defendiendo a Cuba. Cuba se defiende por sí misma, y el desarrollo de Cuba, hacia un lado o hacia otro, lo deberán decidir los cubanos, mediante su acción y decisión. No estoy defendiendo a Cuba. Estoy criticando a muchos paisanos hipócritas que critican a Cuba. Nada más.
Jose Mari Pastor es periodista y profesor de la Universidad del País Vasco
Berria, 31 de enero de 2009
http://www.berria.info/paperekoa/iritzia/2009-01-31/004/006/Kubaz_nazkatuta.htm