El ambientólogo Julián Monkes se sumó al debate sobre la agricultura intensiva, el uso de agroquímicos y las posibilidades de la agroecología como alternativa. «Hoy no se puede pensar en alternativas a los agroquímicos que puedan arrancar mañana a gran escala», describió.
AGENCIA PACO URONDO dialogó con Julián Monkes, licenciado en Ciencias Ambientales de la Facultad de Agronomía de la UBA sobre diferentes cuestiones vinculadas al desarrollo agropecuario en el país y su impacto sobre el medio ambiente. ¿Qué alcance tiene lo agroecológico en Argentina? ¿Sirve para la agricultura intensiva? ¿Cómo se puede desarrollar un modelo de negocios agropecuarios más sustentable? «Hoy no se puede pensar en alternativas a los agroquímicos que puedan arrancar mañana a gran escala. Esa es una realidad. Por eso, muchos planteamos la idea de una transición hacia lo agroecológico, sabemos que ese es el horizonte, pero estamos construyendo el camino», aseguró.
APU: Una reciente entrevista con la científica Raquel Chan generó mucha polémica en torno a la producción agropecuaria intensiva, el uso de agroquímicos, los transgénicos y las posibilidades reales de la agroecología. A ver si coincide con esta afirmación que entiendo podría ser un piso para cualquier discusión: la revolución verde, que incluye el uso de agroquímicos en la agricultura intensiva, permitió un salto demográfico mundial como nunca antes se dio en la historia de la humanidad. Hoy, existen experiencias agroecológicas, que no usan agroquímicos, pero no pueden ser pensadas para la agricultura en gran escala. ¿Acepta partir desde ahí la discusión?
Julián Monkes: Sí. Si bien depende del tipo de cultivo y la extensión, coincido en que es muy difícil. Hoy nos falta conocimiento e inversión para generar técnicas y tecnológicas aplicables a la producción agroecológica y un marco de fomento a las pocas experiencias ya existentes de gran escala. Pero también cabe preguntarse: ¿por qué hay unidades productivas con una escala tan grande?. En relación a lo que planteó Chan, que es una científica muy prestigiosa, no coincido en la idea de que la agroecología es la “prehistoria”. Hay muchas experiencias y hay muchas investigaciones del CONICET y del INTA, por ejemplo, sobre el tema y sobre ese tipo de experiencias. No se trata de “quitar malezas con la mano”, como a veces se dice peyorativamente.
Por ejemplo, en producciones de trigo hay trabajos agroecológicos que tienen rendimientos superiores a la producción convencional, donde los productores ganan más porque no dependen de insumos (agroquímicos) muy caros. Lo que es cierto es que no son experiencias fáciles de extrapolar de un campo a otro, y tampoco a otro tipo de cultivo. Lo que funciona en un lado puede no hacerlo en otro. No es tan sencillo de gestionar la producción agroecológica y menos en grandes extensiones, porque el desafío es adaptar la producción al ecosistema. En cambio, la agricultura insumo-dependiente es mucho más sencilla, porque adapta el sistema al cultivo.
APU: Es decir, existen experiencias exitosas agroecológicas pero hoy no pueden ser pensadas como una alternativa real a la agricultura intensiva con agroquímicos.
JM: Hoy no se puede pensar en alternativas a los agroquímicos que puedan arrancar mañana a gran escala. Esa es una realidad. Por eso, muchos planteamos la idea de una transición hacia lo agroecológico, sabemos que ese es el horizonte, pero estamos construyendo el camino. Y en él hay muchas discusiones que dar sobre las características del modelo productivo agropecuario. En esa discusión deben estar las cuestiones macroeconómicas, como la generación de divisas o la cuestión fiscal, pero no pueden ser las únicas variables. El campo no puede ser pensado solamente como generador de divisas (es una concepción que excede a este gobierno, viene del primer peronismo incluso).
APU: ¿Qué elementos hay que tener en cuenta?
JM: Hay que pensar qué se produce, con qué lógica, para qué, qué pasa con el ambiente, con los ecosistemas, con la salud y la seguridad alimentaria de nuestro pueblo. Hoy, buena parte de esa producción agropecuaria se basa en la soja y el maíz que se exporta, y eso sucede porque es lo más rentable, el mercado ordena. No puede ser que la única cuestión a contemplar sea la rentabilidad. Hay que discutir qué modelo estamos desarrollando.
APU: Ahí hay otro piso de acuerdo posible: cómo se piensa un modelo agropecuario más diverso y sustentable, sin dejar de contemplar la generación de divisas.
JM: A veces, muchos planteos ambientalistas se distancian de la cuestión macroeconómica y me parece que es un error. No estoy de acuerdo, porque eso también impacta en la economía real y hay que tenerlo en consideración. Así como digo eso, tampoco legitimo que se haga cualquier cosa en función de “obtener divisas”. Por eso prefiero hablar de una transición hacia otro modelo agropecuario, que por supuesto contemple cómo el país exporta y logra dólares. Al respecto, creo que muchas veces se reduce la discusión a un aspecto del modelo agropecuario, como es la exportación de soja o maíz. La producción del campo es muy compleja, tenés muchas realidades, como es la producción ganadera, los cordones fruti-hortícolas, las producciones regionales, las experiencias de agricultura familiar, etc. Hay que pensar un modelo productivo que permita pensar la complejidad de ese escenario. Por eso decía que hay que contemplar más elementos que la ecuación de los dólares. Por ejemplo, que el 80% de la tierra cultivable tenga solo dos cultivos empobrece los ecosistemas, afectando su diversidad y aumentando su fragilidad ante situaciones complicadas derivadas del cambio climático (más inundaciones, por ejemplo).
APU: ¿Decía que en el cultivo de trigo hay experiencias exitosas de producciones agroecológicas? ¿Pueden ser replicados en soja o maíz?
JM: Tienen rendimientos muy buenos, a veces incluso superiores a los cultivos convencionales. Les permiten a los productores no ser tan dependientes de los paquetes tecnológicos, además de mejorarles la situación de costos al no tener que incluir agroquímicos. En trigo la situación es más favorable porque se siembra en invierno, donde hay menos malezas y plagas, lo que hace más favorable la gestión agroecológica. Con soja y maíz, es cierto, no hay muchas experiencias para avanzar en ese camino, pero se está investigando. Al ser siembra de verano, hay más diversidad de malezas y plagas, por lo cual son sistemas más complejos de manejar.
APU: Todo el tiempo hace hincapié en la transición hacia un modelo agroecológico. ¿Cómo lo piensa?
JM: Pongo énfasis en la necesidad de una planificación estatal. La tierra que compartimos debe ser considerado como un bien común y tenemos que valorar la función social de ella, más allá de quien sea propietario de un terreno. No soy creyente, pero hasta la Iglesia Católica habla de esto. El Estado no puede desentenderse de ese bien común. Lo que alguien hace en su propiedad no puede afectar derechos (presentes y futuros) de los otros. Hoy todo parece basarse en la lógica de la rentabilidad de los propietarios de los campos o de las multinacionales vinculadas a las semillas o los agroquímicos. El Estado debe tener otra intervención, mucho más activa, porque ese modelo genera divisas pero tiene impactos ambientales, sociales y sanitarios que no pueden soslayarse.
APU: ¿Cómo lo hace?
JM: Hay que pensar en el equilibro entre las diferentes realidades del campo, por ejemplo. Hay que pensar en cómo fomentar las experiencias agroecológicas que ya existen en cuanto a la producción de alimentos en los cordones fruti-hortícolas. El Estado puede alentar esas prácticas, y un poco lo está haciendo este gobierno. Después hay que ver cómo mejoramos la producción de pocos cultivos en grandes extensiones (como soja y maíz) para reconstruir esos sistemas y darle mayor diversidad, como incluimos prácticas que mejoren esos sistemas, que cuiden el suelo (como los cultivos de servicios) y, sobre todo, como fomentamos las rotaciones. Debemos diversificar la producción del campo, incluso por una decisión económica para poner los huevos en varias canastas y no depender del éxitos o fracaso de un solo cultivo. En el ahora, lo que hay que hacer es controlar el uso y la gestión de los agroquímicos. Son pocos los municipios que establecen límites claros a la fumigación o que controlan qué agroquímicos se aplican, de qué modo, en qué cantidades, qué pasa con los envases. El Estado fiscaliza muy poco y mal.
APU: Cuando se habla de diversificar la producción en el campo una de las tantas posibles soluciones podría ser la producción de cerdos, que además permitiría darle valor agregado al maíz (alimento de los cerdos). Sin embargo, muchos ambientalistas también cuestionaron ese tipo de producción. A veces parece no haber alternativas para algunos discursos.
JM: Soy licenciado en Ciencias Ambientales, es decir, soy ambientólogo, pero eso no quiere decir que coincida con todos los planteos del ambientalismo. En especial me incomoda cuando los debates se plantean en términos de “sí o no” y eso pasa mucho en el ambientalismo. Mi posición sobre la producción de cerdos es la misma que antes: el Estado tiene que planificar cómo lo va a hacer, en dónde, con qué lógica, con estudios que midan impacto ambiental. Para mi el problema nunca es qué se hace, sino el cómo, el para qué, y sobre todo, a quien beneficia.
APU: Última pregunta sobre los agroquímicos y su impacto sobre la alimentación. Entiendo que hay dos formas, una indirecta y otra directa. La primera tiene que ver con cómo se contamina el entorno ambiental (por fumigaciones mal hechas, envases que pueden contaminar ríos o animales) y eso repercute sobre los alimentos que consumimos. Sobre la relación directa: ¿Quedan o no residuos de agroquímicos en las semillas y/o en la harina? Chan asegura que no porque los herbicidas se ponen al comienzo de la siembra y no quedan residuos cuando la planta ya crece. ¿Es así?
JM: Primero hay que aclarar que hay muchos tipos de agroquímicos (fertilizantes, fungicidas, insecticidas y herbicidas). Es verdad que es raro encontrar herbicidas en los alimentos que consumimos, sobre todo de los herbicidas generalistas. Por ejemplo, el más utilizado (glifosato) mata todo lo que no tenga resistencia, por lo tanto, si estás comiendo una fruta o una verdura es porque esa planta no fue expuesta al herbicida. Para las plantas resistentes como la soja, también es poco probable que esté porque se degrada muy rápido. Y ahí aparece el verdadero problema, que se degrade, no quiere decir que desaparezca. Los metabolitos que se desprenden del glifosato también causan daños y son mucho más persistentes. Cuando encontramos presencia de glifosato en granos (que hay algunos estudios que muestran eso), esto seguro se debe a una mala praxis de una fumigación cerca de la fecha de cosecha. Es decir, no solo hacen el barbecho para preparar la siembra, sino que vuelven a fumigar mientras está creciendo el cultivo. Esto se debe a que cada vez hay más malezas resistentes y necesitan dosis más grandes de este agroquímico, e incluso lo mezclan con otros más potentes (y más dañinos). Esto es grave porque esas interacciones no están tan estudiadas y su interacción puede potenciar el efecto nocivo que tiene cada elemento por separado. Igual quiero aclarar que más allá del caso concreto de los herbicidas, también hay estudios del SENASA que muestran la presencia de otros agroquímicos (sobre todo fungicidas e insecticidas) en casi todas las frutas y verduras que se comercializan en el mercado central y que pueden ser incluso más dañinos que el glifosato, pero que no tienen tanta prensa. El impacto y la dependencia de los agroquímicos es grave tanta para productores como para consumidores, está lejos de reducirse exclusivamente a la soja y el glifosato.