Querida compañera Nines: Al leer tu trabajo («Ya es hora») publicado en Insurgente me alegró tu propuesta sintetizada en esta expresión: «…proponemos a las organizaciones, colectivos y personas que protagonizan una protesta múltiple -pero política y sindicalmente dispersa, y diversificada en tareas sociales diferentes-, dar un salto hacia lo político. Hay que detener un proceso […]
Al leer tu trabajo («Ya es hora») publicado en Insurgente me alegró tu propuesta sintetizada en esta expresión: «…proponemos a las organizaciones, colectivos y personas que protagonizan una protesta múltiple -pero política y sindicalmente dispersa, y diversificada en tareas sociales diferentes-, dar un salto hacia lo político. Hay que detener un proceso profundamente autodestructivo por el cual las energías que se emplean en las luchas sociales -sean contra la guerra o contra el cierre de Delphi- desaparecen sin dejar rastro. Se esfuman después de que la movilización llega a su auge, tras la enésima derrota o la penúltima instrumentalización electoral.»
Es evidente interpretar que nos quieres decir que sin teoría revolucionaria, que tenga en cuenta la realidad objetiva del mundo que nos toca vivir, tanto en lo político como el de la naturaleza, es imposible se desarrolle un proyecto político y organizativo verdaderamente revolucionario. Efectivamente las luchas puntuales que históricamente de forma espontánea siempre los oprimidos han realizado, han necesitado de proyectos políticos, de organizaciones con base filosófica marxista y leninista, que permitieran que las acciones espontáneas no desapareciesen sin dejar rastro. El marxismo no tuvo lugar en la época esclavista, o feudal, tuvo que llegarse a tal grado de desarrollo científico que permitiera una filosofía como es la marxista con base científica, que pudiera analizar con objetividad la nueva realidad social, desde la experiencia histórica, con el método de análisis materialista dialéctico.
Experiencias de luchas positivas pero limitadas las tenemos a montones, las hemos vivido en España con el ejemplo a finales de los 50 de aquellas Comisiones Obreras espontáneas que surgieron ante un sindicalismo vertical fascista que no respondía a las necesidades reivindicativas de los trabajadores. Fue el partido el que ante aquellos surgimientos de luchas puntuales, con comisiones que aparecían y desaparecían cuando las motivaciones ya no tenía lugar, en aquellas difíciles condiciones de clandestinidad, supo generar una ayuda organizativa fundamental para que aquel tipo de organización espontánea no desapareciese manteniéndose y desarrollándose para futuras batallas cada vez más fuertes, dando lugar a aquel potente movimiento socio-político unitario, que cuestionara no solo el orden fascista, sino incluso al propio sistema capitalista. Lo que sucedió después ya lo sabemos, la transición sin ruptura que dio lugar a lo que tenemos.
Los jóvenes que nos dimos cuenta de aquella traición éramos muy pocos y sin ningún renombre personal que pudiera influir en compañeros que solo estaban preparados para ciegamente cumplir las consignas que los «grandes líderes» nos mandaban desde París. Ello me supuso ser expulsado del partido en 1969. Pero tampoco debemos culpabilizar a Carrillo por aquella traición. Carrillo hizo lo que hizo por el bajo nivel ideológico de una militancia, que si bien es cierto que fue heroica, no estaba preparada para poder oponerse a aquella falsa salida. En la fase de dominio dictatorial, por muy bajo que era el nivel ideológico, estaba claro quien era el enemigo. Pero en la actual fase de dominio «democrático» burgués, imperialista, y con unos poderosos medios tecnológicos de alienación que imponen una falsa forma de vida, la lucha es mucho más compleja, cometen las burradas que cometen gracias a esos medios que disponen. Hoy día la batalla a ganar es eminentemente ideológica para poder generar organización sólida y revolucionaria, lo cual implica teoría y práctica indisolublemente unida. Una organización con capacidad de hacer teoría y práctica revolucionaria en permanente desarrollo. Hemos de ser consecuentes y planteárnoslo partiendo de la realidad, con los limitados medios que contamos en el aspecto material e ideológico, rentabilizando al máximo las aportaciones que cada uno podamos realizar desde nuestra diversidad y limitada formación. Ayudándonos todos, aprendiendo de todos, de los que más saben y de los que menos saben. Todos somos reflejo del medio en que vivimos y que nos condiciona de diferente forma y en diferentes aspectos. Entre todos podemos contribuir a que se genere el intelectual colectivo.
La lucha en la dictadura fue larga, necesitó de tiempo para que aquel espontaneismo del movimiento popular se desarrollase no solo en el movimiento obrero, sino en el movimiento vecinal, estudiantil, intelectual e incluso influyó en el militar, que se impregnó de aquella organización alternativa que generaron los sectores populares, constituyendo la UDM. Sin aquella ayuda básica del partido, las Comisiones Obreras nunca habrían conseguido llegar a tal grado de organización.
El partido supo aprovechar la legalidad verticalista franquista para paralelamente instrumentalizar revolucionariamente los cargos sindicales, generando organización alternativa. El partido tenía militantes revolucionarios en los centros de producción que eran elegidos por los trabajadores para ocupar puestos sindicales en aquel verticalismo franquista, y de esta forma con los compañeros más conscientes de cada empresa constituir la Comisión Obrera alternativa clandestina, que se estructuró a niveles superiores de organización: por ramas, localidades hasta nivel estatal. Esa capacidad revolucionaria, desgraciadamente hoy día no existe, no existen células de partido que permitían a los camaradas analizar y organizarse para la lucha práctica-política en cada lugar, aquella estructura organizativa del partido que permitía ligarse directamente a las masas trabajadoras, tras la «democracia» fue abolida, generándose agrupaciones a semejanza de las organizaciones socialdemócratas, supeditadas a apoyar el juego político institucional burgués.
El entusiasmo revolucionario solo se hace firme mediante el conocimiento, si no, ese primitivo don que caracteriza a la especie humana si no se dota de formación con base científica que permita comprender el complejo mundo en que vivimos, termina decayendo, eso lo podrás observar en multitud de jóvenes entusiastas que aparecen y desaparecen constantemente, incluso en gentes mayores que limitadas en su formación terminan tirando la toalla.
Hoy la dispersa izquierda revolucionaria es evidente que lo está porque no existe un partido comunista con capacidad de generar una unidad que vaya más allá de acciones puntuales, en las que quema toda su energía. Un partido con la necesaria formación, con capacidad de análisis materialista dialéctico que permita desarrollar desde la realidad un proyecto estratégico y táctico organizativamente revolucionario. No se tienen en cuenta aspectos básicos del marxismo como son, la función histórica del Estado, el papel del partido, el de las masas como protagonistas directas del proceso revolucionario, así como el desarrollo del método de análisis materialista y dialéctico desarrollado al actual momento, que supere viejos conceptos sobre la unidad físico-mental, político-productiva del nuevo ser humano, que nos permita ayudarnos a saber priorizar desde la realidad individual nuestras energías, el poder actuar permanentemente, son temas que por no haberlos desarrollado contribuyen a mantenernos anclados en el pasado y en la inconsecuencia revolucionaria, por mucho que nos sintamos realizados por las acciones puntuales en las que podamos intervenir.
«Se trata de huir de toda organización rígida que asfixiaría como una coraza el proceso de crecimiento; asumiendo sin embargo que los contenidos sin forma alguna, como ha sucedido hasta ahora, dejan tras de sí poco más que el vacío.»
Pero al llegar a esta frase tuya me confunde sobre lo que interpretaba haberte leído. En esta frase no se si te refieres al partido cohesionado ideológica y organizativamente, o a la necesaria unidad de la «ismática» dispersa izquierda, sin necesidad de partido sólido desde la cohesión ideológica y organizativa. En todo caso hemos de decir que a las masas para que puedan ser protagonistas del proceso revolucionario no se las puede imponer corazas burocráticas, las masas como cualquier dirigente tienen capacidad para discernir entre lo objetivo y lo irreal, solo necesitan que haya materialistas dialécticos con la suficiente formación y capacidad de trasmitir esa capacidad de análisis al conjunto del pueblo, partiendo de la realidad en que este se encuentra, por muy confundido y alienado que pueda estar, gracias al dominio ideológico dominante que ejerce el poderoso capitalismo con sus poderosos medios de alienación, permita que lo que padece y siente pueda con objetividad comprenderlo. Lenin así comprendía esa interrelación dialéctica partido-masa-obrera: «…seleccionar y promover cuadros revolucionarios del seno de la propia clase obrera. Los cuadros dirigentes del partido deben estar unidos al pueblo por vínculos irrompibles, deben ser fieles sin reservas a la revolución y gozar de la confianza infinita del pueblo.» Son muchos super-revolucionarios los que no creen en esa capacidad de comprensión del pueblo y por ello se limitan a proponerles que crean en su dirigencia, que les sigan como Carrillo nos hacia creer, cuando desde nuestras limitaciones secundábamos sus irreales dogmas y consignas.
«Esa forma política, Bloque o Frente -o como se decida llamarle-, debe tener como objetivo crear poder popular. Debe construirse desde abajo, en las luchas cotidianas y concretas; y negar aventuras electorales hasta tanto exista una potente movilización y organización popular que se plantee – o no – la utilización de la representación institucional como un instrumento a su servicio. Nada parecido a la configuración de IU».
Es cierto la necesidad que planteas para desde abajo generar un movimiento alternativo de poder, pero no debemos idealizar, ni dogmatizar, si leemos a Lenin en su obra «El izquierdismo enfermedad infantil del comunismo», (obra que sigue siendo de plena actualidad), podremos comprobar como Lenin espeta a los comunistas europeos que tras el triunfo de la revolución soviética, se negaban a participar en los procesos electorales burgueses, queriendo desde su idealismo «pro-soviético» hacer abstracción de la realidad de cada país, en vez de saber instrumentalizar revolucionariamente los resquicios de la democracia burguesa para desde ella generar agitación y organización alternativa, como de hecho, (salvando las diferencias) Batasuna [1] ha sabido instrumentalizar para generar organización alternativa desde abajo, desde la calle y los centros de producción. Pero tampoco debemos interpretarlo como utilizan los reformistas ese libro para intentar machacar con él a los revolucionarios, para acusarlos de «izquierdistas» y argumentar que solo a través del «Estado Democrático», «Estado de derecho», perfeccionando la maquinaria estatal burguesa se ganará el poder y llegar al socialismo. De nada a esos defensores de la democracia burguesa les han servido las experiencias de la España del 36, ni la del Chile del 70, cuando a través de ese juego se ganaron gobiernos populares, que no debemos confundir, no era el poder, no era el pueblo trabajador organizado como clase dominante de abajo hacia arriba como fueron en un principio los soviets obreros, campesinos y de soldados, y como lo fue con las limitaciones en que se quedó la Comuna de París por no terminar de liquidar el Estado burgués, no apropiarse de la banca, permitir que del banco central se sacaran los fondos con los que se financió el ejercito, la contrarrevolución que acabó con aquella interesante y ejemplar movimiento comunal desde abajo. Siempre el último eslabón represivo del Estado burgués: el ejercito, (salvo el caso venezolano en su particular proceso de caminar hacia el socialismo) reemplaza a los gobiernos populares cuando estos desde el gobierno se plantean realizar transformaciones socio-económicas que atentan a la base material en que se asienta su poder.
El bloque popular está llamado al fracaso si no tiene en cuenta, la realidad del país, si no se tiene clara la función histórica del Estado, de cómo se organizan las clases dominantes en cada momento histórico y en cada país, cómo se debe organizar el proletariado como clase dominante desde la realidad de cada lugar, sin idealizar viejas y nuevas experiencias puntuales, saber cómo se genera poder alternativo real y con continuidad en los lugares naturales donde los seres explotados y alienados siempre están, en los centros de producción, en los barrios populares.
«Corriente Roja se dirigirá al PCPE como organización de ámbito estatal que comparte con nosotros la necesidad de iniciar ese proceso; y a las organizaciones y colectivos con los que trabajamos, codo con codo, en mil tareas. Partimos del análisis de la enorme diversidad de sujetos sociales, sindicales y políticos de los diferentes territorios del estado, y, sobre todo, de la especificidad del hecho nacional que supondrá una construcción política propia en cada una de las nacionalidades.»
Difícilmente se podrá llegar a ese bloque popular, si dos organizaciones que se consideran marxistas y leninistas, se mantienen en su particular interpretación ideológica y por lo tanto divididas organizativamente, en vez de realizar el necesario esfuerzo unificador partidario, y desde la cohesión ideológico-organizativa, sirva de ejemplo práctico y al sumar fuerzas materiales poder atraer a la unidad de lucha a la izquierda no marxista interesada en otro mundo más solidario.
«Corriente Roja sabe que ése objetivo es, probablemente, el más difícil de conseguir; pero estamos convencidos de que es irrenunciable. No hay derecho de autodeterminación ejercido con todas las consecuencias -incluida la secesión-, sin derogar la Constitución y enfrentar los intereses que la sustentan, empezando por la monarquía.»
Si bien es cierto que el derecho a la autodeterminación es un derecho incluso reconocido en la Declaración de los Derechos Humanos, que debe respetarse, en contra de las posiciones más reaccionarias, es de dudar que la defensa de la secesión de los diferentes pueblos que constituyen el Estado español: el vasco, gallego, catalán, andaluz, canario, castellano, etc., sea la argumentación política para poder avanzar en la lucha anticapitalista. El tema del nacionalismo es un tema que requiere una dedicación profunda que no tiene lugar en este comentario. Solo decir que en tanto tantas banderas vascas, catalanas que se alardean en las manifestaciones no se tornen en banderas rojas, con ese nacionalismo será muy difícil convencer a los trabajadores del Estado español se impliquen en la lucha por su verdadero objetivo liberador. Es más, entrados en esa dinámica nacionalista, las burguesías estatales y nacionales exacerbarán el odio «patrio» entre los trabajadores de cada nacionalidad, contribuyendo a su división y distrayéndoles del verdadero objetivo de lucha de clase anticapitalista-internacionalista.
Gracias por tu invitación a poner manos a esa obra que nos mantiene divididos y dispersos. Esperemos que tu invitación al debate sea en profundidad y nos permita superar el caos que padecemos.
Nota:
[1]
En
«Batasuna peligrosa», publicado en Rebelión en Agosto de 2002, se resalta ese saber instrumentalizar las instituciones burguesas y por ello se inventaron la ley de partidos.