Acostumbra a decirse entre periodistas que lo importante no es que digan bien o mal de uno… sino que digan. Pues bien, no puedo quejarme. El libro Hay que quitarse la policía de la cabeza, del sociólogo y periodista sueco Erik Jennische, contiene 105 menciones a mi persona en unas 300 páginas, muchas de éstas […]
Acostumbra a decirse entre periodistas que lo importante no es que digan bien o mal de uno… sino que digan.
Pues bien, no puedo quejarme. El libro Hay que quitarse la policía de la cabeza, del sociólogo y periodista sueco Erik Jennische, contiene 105 menciones a mi persona en unas 300 páginas, muchas de éstas dedicadas a mi labor como agente encubierto de la Seguridad del Estado cubano, entre 1992 y el 2003, infiltrado en los grupos anticastristas que actuaban al interior de Cuba.
Me reconoce, incluso, como uno de los llamados periodistas independientes más relevantes de aquel tiempo. O sea, personas que con mayor o menor calidad sirvieron a los intereses de la política de los Estados Unidos de América contra Cuba: mejor, o peor pagados, conste. Desde luego, «mi pequeña diferencia» fue que hallé los recursos periodísticos para defender a Cuba, haciendo ver como que la atacaba. Fue un reto, un hermoso reto. Tan hermoso como el que hoy asumo como periodista revolucionario, «sin pelos en la lengua» para criticar lo que de mi país entienda deba criticar.
Jennische, apunta el libro, «es sociólogo y periodista; ha trabajado en apoyo a las organizaciones de los Derechos Humanos en Europa Oriental, los Balcanes y América Latina. En distintos periodos desde finales de los ochenta, ha trabajado y estudiado en América Latina durante varios años».
Siempre según el libro, «Desde 2014, es el Director del programa para Latinoamérica en Civil Rights Defenders en Estocolmo, una organización sin fines de lucro, dedicada a la defensa y promoción de los derechos humanos, que opera en Suecia, Asia Central, el sudeste de Asia, los Balcanes Occidentales y Europa del Este. También tratan de establecer una colaboración en el este de África, incluyendo el cuerno de África.»
Hay quitarse la policía de la cabeza se publicó en sueco en la primavera de 2013. Su autor tuvo la gentileza de enviarme un ejemplar (.pdf) de la versión en castellano que, me informó por correo electrónico, se proyecta lanzar este 27 de julio.
Desde lo que pudiera llamarse «el otro lado de la colina», el libro contiene un documentado relato sobre el devenir del anticastrismo dentro de Cuba, más o menos entre el decenio de los 90 y la primavera del 2003, en que el Gobierno cubano enjuició y condenó a 75 miembros de grupos opositores, para así dar un muy severo golpe al actuar de esos grupos al interior del país. Casi mortal…
Mucho se ha discutido sobre si esas personas fueron en verdad «presos de conciencia» y no asalariados al servicio de la política de los Estados Unidos contra Cuba, signada por la determinación de forzar un cambio de régimen a través de políticas como el embargo-bloqueo, o leyes como la tristemente célebre Helms-Burton, todas destinadas a provocar ese cambio mediante el recurso de más o menos matar de hambre al pueblo cubano.
Dichas políticas incluían e incluyen el financiamiento a personas y grupos que dentro del país colaboran con esas políticas injerencistas, algo que en numerosas naciones se pena severamente. Jennische, en un acto de honestidad, ofrece información sobre el particular.
Estados Unidos es un ejemplo, pero Suecia también. De acuerdo con el periodista Salim Lamrani, el Código Penal sueco prevé una pena de dos años de cárcel para «el que reciba dinero u otras donaciones de una potencia extranjera o de cualquiera que actúe en el interés de ésta, con el fin de publicar o difundir escritos, o influir de cualquier forma en la opinión pública en lo que se refiere a la organización interna del Estado».
También la legislación sueca sanciona a «el que propague o transmita a potencias extranjeras o a sus agentes informaciones inexactas o tendenciosas, con el objetivo de crear amenazas para la seguridad del Estado», y aplica una pena de diez años a cadena perpetua al «que constituya una amenaza contra la seguridad del Estado por haber utilizado medios ilegales con el apoyo de una potencia extranjera».
No tengo del todo claro por qué para Jennische soy algo parecido a una obsesión. Me entrevistó en el 2011, y mucho se interesó por el tema del financiamiento a esas personas y grupos. Por el 2013 declaró que «es imposible saber si Manuel David Orrio estaba a favor o en contra de la libertad«, opinión que se explica si se apunta que Jennische fue de los primeros en dudar que realmente yo fuera un agente encubierto de la Seguridad cubana, y no un «disidente» real que se acobardó «a la hora de la verdad».
Aún hoy, no parece bastarle la información pública que le brindé, de fuentes diversas, incluido lo que de mí se publicó cuando Fidel Castro asistió a la Cumbre Iberoamericana celebrada en Uruguay, en el 2006 : «Dos años atrás Manuel David Orrio, un agente cubano infiltrado como ‘topo’ en la llamada Cooperativa de Periodistas Independientes de Cuba, reveló todo un sistema de financiación para inestabilizar el gobierno de Fidel Castro, quien desde la revolución de 1959 ha sido blanco de más de 600 atentados.»
«A mirada de pájaro», no obstante, encuentro en el libro de Jennische varios méritos: explora en profundidad el mundo interior de la llamada disidencia cubana, si bien su mirada no llega a las «profundidades mercenarias»; denuncia algún que otro «exceso revolucionario» de tono repulsivo – y es un dato, los excesos siempre son repulsivos – y me explora a mí: sin proponérselo, describe brillantemente el enorme esfuerzo físico y mental que significa servir a Cuba, en calidad de agente encubierto. Un costo cuyas secuelas pueden serlo para toda la vida, y en donde hasta puede vivirse lo que Martí denominó «la ingratitud probable de los hombres» . En lo personal y en lo oficial.
Ciento cinco menciones en un libro de unas 300 páginas no son de juego. Así pues, gracias, Erik.
Manuel David Orrio. Economista y periodista cubano. Vicepresidente de Hermes Internacional y Presidente de su Comité de Ética y Participación
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