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Entrevista a La Otra, cantautora

«Hay una especie de represión posfranquista alrededor de la creación artística»

Fuentes: CTXT

La Otra, durante la entrevista. MANOLO FINISH «Desde siempre he tenido el impulso de ser otra cosa a lo que me tocaba ser. Distinta a lo que se suponía que debía ser. Por eso el nombre de La Otra. Por el deseo de vivir de otra manera. De ser más libre para elegir los caminos […]

La Otra, durante la entrevista. MANOLO FINISH

«Desde siempre he tenido el impulso de ser otra cosa a lo que me tocaba ser. Distinta a lo que se suponía que debía ser. Por eso el nombre de La Otra. Por el deseo de vivir de otra manera. De ser más libre para elegir los caminos que quiero recorrer». Isabel Casanova (Madrid, 1992) habla de La Otra como de una amiga íntima a la que un buen día conoció de forma casual. Así que ambas, dos almas en una misma persona, llegan a la cita con una guitarra bajo el brazo y una de las propuestas más sugerentes del nuevo panorama musical español. Sumergida en plena gira estival con su banda, «son ya más de 400 conciertos los que hemos dado en los últimos años», tiene ya dos discos en el mercado con temas donde destila una poesía urbana agitadora. Porque como alma sensible que es, está convencida de que con la música se exploran las emociones y se destierra el odio. ¿Vivimos hoy tiempos de silencio? «No, vivimos tiempos de cambio», dice sin dudarlo. Estudiar filosofía quizá le sirvió a Isa para indagar la incorregible condición humana y no desesperar «porque el arte sólo puede acompañar procesos de transformación social más amplios». Por otra parte, La Otra saca a relucir la lente íntima para convertir reflexiones más o menos líricas en artefactos musicales rotundos «aunque no me sale decir que voy a ponerle una bomba al rey y cosas por el estilo». Isa o La Otra, o ambas a la vez, comenzaron a ganarse a pulso una merecida reputación cuando en 2011 apareció Amanecer luchando, un CD repleto de letras cargadas con ácido que ellas utilizan para desollar los tópicos y los vicios más rancios del sistema.

¿La música es para usted algo más que un trabajo?

Para mí es un trabajo a tiempo completo. Como estaba dando muchos conciertos en plan activista, tomé una decisión: o lo dejaba para encontrar algo que me permitiera vivir o la convertía definitivamente en mi trabajo. Me lancé y me encontré con el oficio porque, por educación y procedencia, ser artista no era una posibilidad accesible o planificada. Así que dedicarme a la música profesionalmente no fue un descubrimiento porque ya lo venía haciendo y veía que funcionaba.

En su biografía dice que comenzó a componer como una forma de esterilizar las heridas. ¿Tantos golpes le ha dado la vida?

Bueno, creo que el dolor forma parte de nuestra existencia, y contrariamente a lo que dicen algunas ideologías sobre que no podemos ponernos ningún tipo de límites y de que todo puede crecer hasta el infinito, pienso que somos seres finitos y que muchas de las cosas que hemos creado son injustas. Por eso creo que la música, el arte en general, sirve para transformar ese dolor y experimentar otras realidades inexistentes que se deben explorar.

En un tema declara su amor a la vida y su odio al sistema. ¿Así siente el mundo?

Bueno, eso del odio es una emoción que intento combatir para no permanecer mucho tiempo en ella porque no me parece sana. Y lo de amor a la vida pues… es donde trato de enfocarme cada día, pero que requiere de mucho trabajo de construcción personal.

¿Cuál es la principal misión de su música?

La palabra «misión» me suena a estrategia, como si componer fuera el resultado de un plan premeditado, y yo no lo siento así. La creación artística no es una habilidad racional, ni siquiera una cuestión de voluntad, sino una necesidad expresiva y de transformación. Para mi es importante la política, y cuando compongo lo hago con la esperanza de que el mundo puede ser un lugar mejor para todos. Ahí es donde, a veces, me brota la rabia contra las cosas que me desagradan y me gustaría cambiar. Me parece importante mantener la rebeldía.

Sin embargo, usted pertenece a un mundo donde todo tiene precio. El arte es un negocio muy lucrativo.

Sí, claro. La música es un negocio porque quienes nos dedicamos a esto tenemos que sobrevivir vendiendo nuestra fuerza de trabajo. Comprendo que formo parte de un mercado que coexiste con otros mercados. Eso es lo que produce contradicciones en muchos artistas; esa propia estructura nos impide hacer lo que a muchas de nosotras nos gustaría.

¿Intenta escapar del negocio del espectáculo?

No. Yo formo parte de él con todas las consecuencias. Soy una trabajadora del arte y hago parte de ese negocio pero… ¿a qué te refieres con «negocio del espectáculo»?

A que usted forma parte de una industria voraz. ¿No le ha provocado algún dilema ético?

¡Cómo no voy a tener dilemas participando en un sistema con normas que no he escogido! Hay discursos dominantes, y que no comparto en absoluto, que parecen decir que las artistas que criticamos este modelo económico estamos obligados a vivir al margen de la sociedad. Pues no. Somos iguales al resto de trabajadores. Recibimos un dinero por nuestro trabajo que utilizamos para comer, para pagarnos la casa, para viajar, etc. Por eso me parece un acto de cinismo criticar de esta forma a los artistas. Es cierto que la industria cultural tiene sus particularidades. Yo misma trato de entender cómo funciona para saber qué cosas puedo cambiar o cuáles no para evitar gastos de energía inútiles. De todas formas, el simple hecho de que yo forme parte de la escena significa que existe un cierto margen para mejorar el mundo.

¿Cree que aún es posible reconstruir este mundo?

Te podría decir que sueño con un mundo más libre, donde todos vivamos mejor, pero también sueño con cosas concretas que quiero hacer realidad. Por ejemplo, dedicar el máximo de mi energía a la música, que es la manera más completa que tengo de ser feliz. Ver los efectos que logro con mis letras y mi música me produce una enorme tranquilidad. Más allá de mi ombligo. Es una manera de estar en el mundo que permite ejercer bastante poder.

¿Alguna vez se ha autocensurado?

Nunca me he lo he planteado, al menos de forma consciente. Aunque no soy todo lo libre que me gustaría ser, es cierto. Si tu pregunta se refiere a la vulneración de la libertad de expresión que hay en el Estado español, te diré que no mido el alcance crítico de mis letras.

Para algunos jueces, censurar o burlarse de los símbolos nacionales puede ser delito. ¿Hasta qué punto siente limitada su expresión?

Llevo tiempo intentando salir del enfado y la queja, aunque esto no significa que rehúya la crítica. Simplemente, no me sale decir que voy a ponerle una bomba al rey y cosas por el estilo. Pero no lo hago por precaución, para librarme de la cárcel, sino porque mi manera de expresión artística me empuja hacia lo constructivo. Sin embargo, existe una especie de represión postfranquista alrededor de la crítica artística, que de «post» no tiene nada. Alguien dijo una vez que el orden de las cosas ejerce una persuasión clandestina y creo que tiene mucha razón. Nuestro propio deseo y nuestra propia esperanza están cada vez más coaccionados por el orden dominante.

¿Cree que el poder utiliza el miedo como regla paralizante?

Sí, pero es un miedo que va más allá del temor a ser detenido por la letra de una canción. Hablo de que hay instituciones públicas que defienden valores que nada tienen que ver con la democracia y que tratan de instalarlos para que formen parte del sentido común de la sociedad. Eso es lo que más me choca. Desde el 15M se han producido muchas detenciones y muchas sanciones contra gente que participó en distintas protestas y que han visto cómo sus vidas han quedado hipotecadas. Para mí ha quedado demostrado que la justicia cristaliza los valores de quienes ostentan el poder. Fíjate en la gente que está en la cárcel hoy en día. La mayor parte son pobres y sus delitos tienen que ver con la propiedad privada. Eso no es casualidad. Por eso no creo en las lógicas de la justicia punitiva porque no soluciona los problemas sociales. Mira también cómo algunos jueces siguen tratando las agresiones contra las mujeres.

La sentencia contra La Manada provocó controversia por la levedad de las penas.

Pero es que la manera de plantearnos la justicia hoy en día no soluciona el problema. Creo que el feminismo ya está dando muchas pistas sobre cómo empezar a encarar estos casos: uno es la reparación de la víctima y el otro es interpretarla de una manera más colectiva en lugar de aplicarse para preservar el orden establecido. De todas formas, necesito reflexionar más sobre esta cuestión para tener una opinión más formada.

¿Atisba alguna señal de autocrítica en la justicia?

Lo que percibo es que la correlación de fuerzas ha empezado a cambiar. Las movilizaciones que se producen en todo el país son una muestra de ello. Cada vez más personas se están sumando contra el orden de violencia machista imperante, y sentencias como la de La Manada nos enfada mucho porque nos recuerda que las mujeres sufrimos agresiones cada día. El problema es que los jueces son hijos de la sociedad en la que se formaron, conservadora y reaccionaria, y eso les incapacita para juzgar a La Manada y para tratar la violencia sexual. Algunos no entienden qué es la intimidación e, incluso, desconfían de la mujer que denuncia el acoso. Pero eso va a cambiar porque el movimiento feminista va a obligarles.

¿Falta formación a los jueces para juzgar casos de violencia machista?

Si. La sensibilidad social es machista, y si se juzga desde este punto de vista se defiende a los agresores. Creo que tienen que formarse tribunales específicos para estos casos. Es una reivindicación que las feministas venimos haciendo desde hace tiempo.

Y, ¿cómo tratar estos casos?

Para mí, la cuestión es que la violencia sexual contra las mujeres está normalizada porque el machismo también lo está. Los tipos de La Manada no son unos monstruos ni están enfermos. Son hijos sanos del patriarcado, y por eso hicieron lo que hicieron. No hace falta llegar a ese punto de brutalidad porque muchos hombres ya tienen normalizada la violencia sexual. Si los catalogamos de monstruos, estamos individualizando el caso, y es un error. El problema del machismo hay que empezar a encararlo por este lado y no hablar tanto de La Manada.

La música, ¿puede ayudar a cambiar los estereotipos machistas?

Ni la música ni otras formas de expresión artística tienen capacidad para liderar reivindicaciones sociales de vanguardia. Las artistas somos voces que nacen a partir de procesos colectivos que ya están sucediendo y que nos inspiran.

Vídeo, La Otra, El blues de la violencia.

@GORKACASTILLO

Fuente: http://ctxt.es/es/20180815/Culturas/21191/La-otra-musica-cantautora-libertad-de-expresion-feminismo-Gorka-Castillo.htm