El metro a las 5,41 de la mañana de un sábado tenía muy poco de especial, el vagón estaba apenas poblado por inmigrantes somnolientos que acudían a sus precarios puestos de trabajo con sus uniformes de limpiadoras o sus chalecos reflectantes de obra. En mi mp3 sonaban estruendosas No hay tregua de Barricada y Presos […]
El metro a las 5,41 de la mañana de un sábado tenía muy poco de especial, el vagón estaba apenas poblado por inmigrantes somnolientos que acudían a sus precarios puestos de trabajo con sus uniformes de limpiadoras o sus chalecos reflectantes de obra. En mi mp3 sonaban estruendosas No hay tregua de Barricada y Presos políticos de Pablo Hassel; quería de alguna manera ponerme en situación para abordar la dura jornada de debate y lucha que se avecinaba. En el autobús destino Madrid apenas pude dormir por culpa de los bruscos movimientos y adelantamientos de un conductor con vocación de Kimi Raikkonen, los baches de la autopista A3 y la animada conversación de dos marujonas, la hija de una de ellas se había buscado un novio muy majo y sobre todo muy trabajador. Ya en la capital del reino y bajo la atenta mirada de un Mcdonalds de la Gran vía, me reencontré con mi pareja y una amiga. Tras los besos y efusivos abrazos de rigor, nos encaminamos con la mayor celeridad hacia el Foro Social Mundial que se celebraba en un instituto de enseñanza secundaria de la calle San Bernado. El encuentro se producía en lo que yo pensaba era un instituto abandonado, dadas las condiciones lamentables de las aulas y los pasillos pero no, el lunes siguiente continuarían las clases: Esperanza Aguirre y su política de educación.
He de confesar que el horario de actividades invitaba al optimismo: ecología, feminismo, América Latina y sus movimientos emancipadores, Cuba, inmigración, imperialismo, movimientos sociales… Desconozco en qué línea y con qué metodología se producirían otros talleres y charlas pero voy a centrarme en el que yo asistí estupefacto, Movimientos sociales y partidos políticos: relaciones conflictivas, relaciones necesarias . Todas las charlas eran harto interesantes pero nos decidimos por esta dado que contaba con la presencia de Carlos Fernández Liria como ponente, conocido agitador y profesor de filosofía de la Complutense, co-autor de dos libros a mi juicio imprescindibles -Dejar de pensar y Comprender Venezuela. Pensar la democracia- además de gozar con el privilegio de ser expulsado en directo de la Cadena Ser por denunciar el golpismo del Grupo Prisa. La primera decepción del día me la fustigó sin clemencia uno de los organizadores al espetarme sin previo aviso y a traición, que Fernández Liria se había caído de la convocatoria. Lo odié con todas mis fuerzas, al organizador no a Fernández Liria que sus motivos tendría. Una vez asimilado el golpe bajo, tomamos posiciones en una abarrotada aula, expectantes y curiosos.
El propio formato del debate ponía de manifiesto el grado de connivencia de la organización con las instituciones y sus modos: como si de 59 segundos se tratara -como ellos mismos no dudaron en reconocer- el ponente disponía de 90 cronometrados segundos para exponer sus ideas y argumentos, cuando el tiempo llegaba a su fin una campanilla sonaba y el moderador (quizá lo mejor de la charla, por su ácido sentido del humor) cortaba tajantemente al ponente sin importar que se encontrara a media frase, lo que producía situaciones algo esperpénticas, como que los participantes aceleraran su ritmo de habla hasta niveles casi cómicos o que muchos de los argumentos fueran descabezados ipso-facto por la dichosa campanilla. No le faltaba razón a Gilles Lipovetsky cuando lanzó su proclama del imperio de lo efímero; amores efímeros, contratos efímeros, trabajos efímeros y ¿por qué no? argumentos efímeros, todo en aras de una mayor democracia y participación. Lo más significativo del debate fue eso mismo, la casi completa ausencia de debate como tal, algo tremendamente lógico si organizas un debate en torno a la conveniencia o no de la presencia de los movimientos sociales en las instituciones y la mayoría de los participantes pertenecen o representan a un partido político. Por momentos me recordó el debate de Concha García Campoy en Cuatro, en el que dos periodistas de Prisa interactúan con dos periodistas de El Mundo o ABC para simular pluralidad y la conclusión siempre es la misma: qué grande es nuestro estado de derecho. Aquí dos representantes de Izquierda Anticapitalista interactuaban con un representante de Izquierda Unida, un representante de El patio Maravillas (al que decía no representar dada la homogeneidad de dicho grupo), un miembro de una asociación de vecinos, otro chaval que representaba a CEPS, un señor que daba voz a una asociación por la recuperación de la memoria histórica y tan sólo una mujer (suéter morado incluido) que daba voz al movimiento feminista. Si organizas un debate en torno a la cuestión de los movimientos sociales y las instituciones y todos los ponentes retozan dentro de ellas, poca chicha y debate podrá producirse. Con esto no me estoy posicionando respecto a la cuestión (que tengo la mía propia, bastante ambigua y según las circunstancias), sólo pretendo ilustrar la absoluta ausencia de verdadera pluralidad en una charla de estas características. La conclusión era clara y predecible; aunque otros partidos políticos (IU) se habían dejado seducir por la melodía acomodaticia de las instituciones, nosotros Izquierda Anticapitalista seremos distintos porque tenemos otra metodología (democracia interna, cargos rotatorios, etc). Confía esta vez, no todos los partidos políticos en las instituciones son tan malos, confía en nosotros… En otras y siniestras palabras, confíanos tu voto. Es algo que me hace hervir la sangre, que me pidan el voto de una manera tan pueril. Como miembro de un grupo musical con una relativa carga social y política en las letras, hemos actuado para distintas formaciones; PCE, Iniciativa Internacionalista, PCPE… pero jamás hemos pedido el voto para nadie, lo que está claro es que después de este artículo ya nunca actuaremos para Izquierda Anticapitalista.
El debate tuvo varios momentos cumbres. El miembro de IU repitió en dos ocasiones que ya no estamos en el siglo XIX, desconozco si con ello pretendía introducir de forma solapada que Marx, Engels y la lucha de clases ya no son pertinentes. También insistió en tener en cuenta el proceso histórico y en eso estamos muy de acuerdo: el proceso histórico demuestra la futilidad de intentar llevar a cabo una transformación social únicamente desde las instituciones y el electoralismo, lo que nos lleva a Luis Alegre y una de sus intervenciones, cuando puso como ejemplo de transformación de la realidad mediante el electoralismo, el cómo el Partido Popular consigue sus objetivos sociales y políticos desde la legalidad parlamentaria, viniendo a decir que si la derecha lo consigue, ¿por qué no nosotros? El argumento, tan falaz e ingenuo que me produjo una risita nerviosa mientras el público aplaudía, no hay que tenérselo en cuenta, supongo que se encontraba haciendo campaña. Es obvio que los intereses del Partido Popular (y del PSOE) coinciden con los intereses de la oligarquía industrial y financiera que dirige este país, mientras que los intereses de la izquierda anticapitalista (y permítase utilizar un término tan amplio y heterogéneo, no me refiero al partido) chocan de forma frontal con la naturaleza, mecanismos e intereses de esa oligarquía, es decir, convergen de manera dialéctica frente al orden establecido, de ahí la tradicional e histórica dificultad de subvertir dicho orden desde dentro. Me hubiera gustado recordarle a Luis, el prólogo de Santiago Alba Rico en el libro que él mismo co-escribe junto a Fernández Liria mencionado más arriba (tiene que saber seguro a qué texto me refiero) titulado Pedagogía del voto capitalista, en el que Santiago, con pluma magistral e hiriente, narra el patrón establecido que se produce cada vez que una opción verdaderamente anticapitalista, alcanza el poder por la vía democrática. La vía pacífica al socialismo genera siempre matanzas, desaparecidos y un golpe de estado, los ejemplos son muchos: España en el 36, Chile en el 73, Grecia y el golpe de los coroneles, los amagos de golpe en la Italia del 45 y en los 70, Guatemala, Brasil, Haití, Honduras recientemente… El proceso histórico parece demostrarnos esa totalidad a la que Hegel hacía mención, la Historia es un desarrollo permanente, no son trocitos de periodos que se construyen de forma accidental y van y vienen por casualidad. El proceso histórico nos demuestra lo que sucede cuando el socialismo alcanza el poder de forma pacífica, ¿o los compañeros de Izquierda Anticapitalista son tan ingenuos de pensar que si mañana obtuvieran la mayoría absoluta en el congreso y realmente estuvieran dispuestos a aplicar políticas socialistas, la OTAN, la UE, los militares españoles, la banca, la iglesia y demás poderes fácticos se iban a cruzar de brazos y permitir tal atropello en nombre de una sana y democrática alternancia en el poder? Es lo que muchos prefieren no ver: toda transformación social implica un baño de sangre, no porque los socialistas seamos unos psicópatas en potencia adoradores de Lucifer y la violencia, sencillamente tenemos los pies en el suelo y somos conscientes de que la clase propietaria no va a soltar el poder y los privilegios por las buenas, sino que defenderá con uñas y dientes (y tanques y fusiles) ese poder y esos privilegios que considera, les pertenece por derecho. Pero claro, si lo que se pretende son cuatro reformas maquilladoras y un capitalismo de rostro humano, para eso ya tenemos a Zapatero con sus soldados en Afganistán bajo el paraguas de Naciones Unidas y a Robocop-Saura en Catalunya bajo el paraguas, perdón bajo los escudos de sus adiestrados gossos de cuadra.
Y Luis (al que continúo admirando por su titánica labor de desintoxicación mediática y su lucha contra Bolonia) me espetaría y con razón, el ejemplo de Venezuela y su camino hacia el socialismo. Primero habría que determinar si el proceso vigente en Venezuela es verdadero socialismo, de hecho no es de extrañar que algunos se hayan apresurado a colocar la etiqueta diferenciadora «del siglo XXI», lo que está claro es que se dirige a pasos agigantados hacia una sociedad más justa e igualitaria y se trata de un noble proyecto emancipador que en mi opinión alberga una potencialidad colosal, pero por muchos motivos, el modelo venezolano no sirve o no puede servir en el estado Español. Primero porque se trata de un país de los llamados «en vías de desarrollo» y segundo porque el proceso o revolución bolivariana es hija del Caracazo, es decir, las masas hambrientas saqueando supermercados bajo las balas de las fuerzas y cuerpos de seguridad, circunstancia que al menos de momento (nunca se sabe con 4.300.000 parados) no se produce aquí. Es obvio que tanto la correlación de fuerzas como las condiciones objetivas y subjetivas, son radicalmente distintas en el Estado Español. Tampoco estaría de más recordar que si en Venezuela, Bolivia y Ecuador, se han abierto esperanzadores procesos emancipadores, es gracias a la permanencia heroica de la revolución cubana, como timón y único referente del hemisferio Occidental frente a la todopoderosa maquinaria estadounidense de forjar desolación y miseria. Cuba permaneció como referente incluso tras la caída del muro y la desintegración de la Unión Soviética, momento en el cual muchos de aquellos académicos que hoy saludan con alegría el proceso bolivariano, se rendían a los pies de los Deleuze, Rorty, Vattimo, Baudrillard y demás agentes del imperialismo hijos del ácido, repudiando los totalitarismos. Porque la posmodernidad no murió gracias a la democracia participativa y a Seattle o Génova, la posmodernidad fue asesinada primero por los fusiles de los zapatistas en Chiapas y rematada por segunda vez por los aviones estrellándose contra las torres el 11 de septiembre de 2001: Hegel y por tanto Marx y Engels y su concepto de la Historia, volvían a tener razón.
Otro de los momentos más interesantes fue cuando Carlos Sevilla representando a Izquierda Anticapitalista, puso en tela de juicio la profesionalización de la política en cuadros, destilando un anti-leninismo chomskiano de dimensiones considerables. Los marxistas tenemos la mala costumbre de no pasar por alto el proceso histórico y tendemos a analizar la historia como un todo que se encadena, y aprovecho para recordarle si por alguna de aquellas leyera estas líneas (e insisto en la idea anterior) que gracias a esa obsoleta, desfasada (¿elitista?) vanguardia del proletariado que tanto teme o denigra, la revolución cubana triunfó y ha mantenido su independencia y soberanía, gracias a la cual su admirada y mitificada [¿revolución?] bolivariana, ha podido producirse y consolidarse en el tiempo. Y bienvenida sea, pero por favor, no denigremos los factores históricos que la han hecho viable y posible. Podríamos abstraernos un poco más todavía y apuntar que sin la «totalitaria y sanguinaria» Unión Soviética, Cuba y su revolución hubieran sido descuartizadas por el imperialismo. Lo cual nos lleva a razonamientos ciertamente curiosos: ¿Sería descabellado afirmar que los niños que hoy acceden a una educación y a una sanidad pública en Venezuela lo hacen gracias en parte a la consolidación de la revolución soviética, que a su vez consolidó la revolución cubana y que a su vez fortaleció el proceso Bolivariano y proyectos como el ALBA? Es que ya se sabe, los marxistas somos gente muy curiosa, Hegel y Marx vuelven a tener razón.
En una charla-debate en torno a la relación de los partidos políticos con los movimientos sociales y las instituciones, esperaba (ingenuo de mí) que se denunciara la situación de injusticia y represión abierta que algunos grupos políticos y sociales sufren en este país a manos de jueces estrellas como Garzón o juezas que invitan a beber vino al procesado, pero nada de eso sucedió. La izquierda abertzale apareció en el debate: para ser cuestionada ella y su jerarquización y profesionalización de la política, en voz de Carlos Sevilla. La izquierda abertzale tiene muchos defectos y es muy criticable desde varios prismas (y no seré yo el que haga de su defensa mi discurso) pero sería menester recordar que, mientras el muy dialogante ayuntamiento de Gallardón se sienta en la misma mesa con interlocutores de El Patio maravillas y cede todo un instituto de enseñanzas medias para que se produzca este foro y encuentro de debate, la izquierda abertzale sufre la tortura y la represión y se la encarcela por esto mismo, por organizar charlas, manifestaciones o por pegar carteles. Para no faltar a la verdad, uno de los ponentes la puso como ejemplo de fusión completa entre los movimientos sociales y los partidos políticos, como ejemplo a tener en cuenta y no olvidar en la discusión, ejemplo rápidamente cuestionado por el mencionado Carlos Sevilla y su concepto de democracia participativa masiva en todos los frentes y su temor patológico a las vanguardias.
Esta cuestión, la naturaleza y talante democrático de nuestras instituciones, enlaza con otro de los momentos cumbres de la charla debate, cuando una simpatizante del PCE instó a debatir qué modelo de instituciones queríamos, afirmando literalmente «que las instituciones no son puestas ahí por extraterrestres», algo en lo que no puedo estar más de acuerdo y aprovecho para recordarle que fue su partido, aceptando la monarquía parlamentaria, claudicando y renunciando a sus propios estatutos y traicionando a sus militantes, el que en dudosas compañías tales como la Corona, Suárez y González, pactó nuestro vigente modelo de instituciones y su naturaleza y funcionamiento. Construir construyeron poco, pues no era más que un maquillaje edulcorante que equiparó a verdugos y torturadores con víctimas y supuso la continuidad velada del régimen fascista: en esa operación de maquillaje que significaron la llamada transición y los pactos de la Moncloa, si no el PCE, al menos sí Carrillo y sus secuaces, sostenían en una mano el pintalabios rojo de la bandera y en la otra mano el colorete y la línea de ojos de la continuidad bajo la máscara de una supuesta pluralidad bipartidista de derechas. Esta cuestión, la de la reforma y no ruptura con el régimen franquista, la sacó a colación en un par de ocasiones el representante de la asociación por la memoria histórica, sus palabras apenas tuvieron resonancia en el resto de ponentes, más interesados en poner de manifiesto que su partido no era como el resto de partidos en las instituciones. Quizá cuestionar la mayor mentira de la historia reciente de esta país, es una postura que no reporta muchos votos, sobre todo teniendo en cuenta el absoluto blindaje mediático a la que es sometida de forma constante.
Pero el momento álgido estaba por llegar y se produjo cuando otro participante del público, tomó la palabra para comunicar su perplejidad ante tanto disparate e impostura y de forma bastante coherente y sobre todo elegante, llamó a la desobediencia electoral votando en blanco, cuestionándose cómo era posible que un partido que se llamara anticapitalista, pedía el voto en unas elecciones. No arrancó muchos aplausos; él sabía de sobra que no jugaba en casa… Por lo demás la cosa deambuló entre que la transformación social era posible mediante las instituciones y que las experiencias pasadas, es decir, las únicas que de verdad han logrado una transformación social, estaban desfasadas y obsoletas por totalitarias y poco democráticas. Salí del aula profundamente decepcionado, primero por la ausencia real de debate y segundo por no haber participado en el turno de palabra ofrecido a los presentes, quizá mi vergüenza a hablar en público o quizá el temor a ser demasiado visceral y mandarlos a todos a comer flores acusándolos de reformistas, me hicieron desechar la idea. Mi opinión respecto al debate es que se puede y se debe aglutinar poder en torno a los partidos incluso dentro de las instituciones, pero siempre teniendo en cuenta que el partido es un medio, no un fin en sí mismo. Un medio para aglutinar, para despertar las conciencias, para movilizar a las masas, ausentes y alienadas, no para recaudar votos y obtener concejales. Sin olvidar en ningún momento que conforme ese partido y sus ideas avancen, se dará de bruces con la legalidad, con los topes establecidos, llámense Constitución o Unión Europea, sin eludir o edulcorar la necesidad histórica que supone la violencia y por tanto la negación de un sistema genocida que convierte a los hombres en bestias y asesina la esperanza. Cuando llegue ese momento será la fuerza y la violencia contra esos topes legales, las que traerán la ansiada transformación social, otra posición no es sólo engañar a tus votantes y/o simpatizantes, es también vivir en la luna. Los derechos no se regalan, se conquistan con violencia, por ende una transformación social tampoco la regalan las mayorías, las urnas o el buenrrolismo, lo que me recuerda que lo mejor aún estaba por llegar… Otro mundo es posible, clama el Foro Social Mundial en Madrid, pero un mundo nuevo únicamente puede construirse sobre las cenizas del anterior y la manifestación a la que acudí no tenía pinta de destruir el orden vigente, quizá sólo mis oídos a ritmo de batucada.
Soy de los que opina que hay que ir a toda manifestación cuya reivindicación se considere justa y necesaria, sin importar las siglas que convoquen, sencillamente porque nuestro país no va sobrado de manifestantes. Por ello he acudido a manis convocadas por la Coordinadora Antifascista de Madrid y también a otras (tras hacer de tripas corazón) convocadas de forma encubierta por el PSOE o alguno de sus órganos o movimientos sociales, como las de la guerra de Irak o contra la corrupción pepera en Valencia. Por ello y colocándome un manto de esperanza multicolor, abandoné todos mis prejuicios relacionados con el buenrrolismo, los abrazos gratis y los comeflores de salón, y me lancé a la calle con la mani que salía a las 20:30 horas de la puerta del cuestionado por algunos sectores, Patio Maravillas de Madrid.
No sé vosotros pero cuando voy a una manifestación es porque estoy enfadado, cabreado con determinada cuestión o problemática, y así quiero estar durante el transcurso de la misma. Aquí era imposible enfadarse, mis peores temores y sospechas tomaban forma y se balanceaban amenazantes sobre mí cuan espada de Damocles. Tras leer las pancartas que los organizadores repartían entre el público (y público o audiencia es el término más adecuado) mis demonios interiores se materializaron ante mis ojos. «Violencia, ni de la OTAN», rezaba una pancarta ¿alguien me puede explicar de forma racional el significado de dicha consigna? Digamos que «Justicia y paz» era el lema más revolucionario que se podía leer en las pancartas, un lema tan sumamente ambiguo y buenrrollista que hasta el más recalcitrante miembro de Democracia Nacional o España 2000 rubricaría sin dudarlo. En primer lugar sería arriesgado tildar el acto de manifestación, sería mucho más apropiado acuñar los términos actuación o concierto, de la banda de batucada claro, de ahí que el resto de asistentes que no disponíamos de tambor o bombo, éramos sencillamente público o audiencia. El ambiente festivo y el buen rollo eran de tal envergadura que me daban ganas de pedir un gintonik, porque yo eso de bailar sin un cubata en la mano no lo llevo muy bien, si acaso algún movimiento pélvico completamente arrítmico por no desentonar. La cabalgata o comparsa (términos mucho más apropiados que manifestación) me recordaba por momentos mis destructivos veranos en Ibiza pero es que de eso se trata, para divertirme, evadirme o desinhibirme ya tengo las discotecas y el ocio alienante de la industria cultural, pero cuando voy a una manifestación no voy a bailar y pasármelo bien, voy a luchar. No estoy incitando a prender fuego a la Gran Vía madrileña (que hubiera sido interesante) pero al menos un par de consignas y gritos no hubieran estado de más. Cuando terminó el concierto, se pudieron escuchar algunos tímidos gritos de Otro mundo es posible, cantados con la misma pasión con la que Amaral grita revolución. Como buena fiesta progre que se precie, no faltó la performance (teatro hecho por modernos y aficionados) de rigor, pero es que a mí me gusta demasiado Shakespeare y aquello ya estaba produciéndome salpullidos en la piel y quizá un amago de infarto cerebral, por lo que definitivamente huí despavorido como alma que lleva el diablo. No es por menospreciar el trabajo de la gente, cualquier acto que despierte una conciencia es bienvenido, más teniendo en cuenta la actual situación de retroceso de la clase obrera, pero es que todo aquello clamaba al cielo. Volvemos al proceso histórico: ninguna manifestación basada en el buen rollo y la diversión ha conseguido jamás la más tímida reforma, mientras que las manifestaciones con gente enfadada nos han reportado avances como la abolición del trabajo infantil, la jornada de ocho horas o las vacaciones pagadas y la seguridad social. Si no que le pregunten a los trabajadores de la SEAT que han detenido los despidos ¿Para qué paralizar la producción de forma espontánea sin previo aviso como medida de presión si podemos pedir al patrón justicia a ritmo de batucada? ¿Imagináis a los obreros con el mono azul bailando mientras sus puestos de trabajo penden de un hilo? ¿Cuesta verdad? ¿Cómo es posible que no se den cuenta? ¿Por qué hay que argumentar lo evidente? Les ciega su Idealismo burgués, en el sentido más filosófico del término.
Otro mundo es posible, y no podemos estar más de acuerdo, lo que sucede es que los marxistas opinamos y así la historia y la burguesía como única clase que ha completado su proceso revolucionario, nos han dado la razón, que para que otro mundo sea posible, el actual debe ser completamente destruido, no pueden coexistir. La democracia es un sofisma, existe una dictadura de una clase sobre otra, lo que sucede es que detrás de tanta multiculturalidad, canciones de Macaco y detrás de tanto arco-iris multicolor, es la lucha de clases la que permanece inalterable e inmanente al modo de producción capitalista y a la Historia.
Siempre me ha hecho gracia la despectiva expresión comeflores, para referirse a determinado movimiento social buenrrollista, pero comeflores nos haremos todos si permitimos que la emancipación, la transformación social, qué narices la Revolución (basta ya de eufemismos capta votos) se pretende obtener mediante batucadas, amor y buen rollo, y todos nos haremos comeflores porque sencillamente no habrá más que flores para comer.
A una revolución no se va de buen rollo, se va cargado de odio.
Nega (Los Chikos del Maíz)
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