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Hip hop, tertulias y sexismo

Fuentes: Periódico En lucha

El sexismo recorre todo el entramado social. Forma parte del conjunto de ideas que sostienen la realidad y está tan impregnada que incluso se cuela en los movimientos sociales y los espacios de militancia de la izquierda, incluidas las organizaciones de la izquierda revolucionaria. Más allá de la realidad laboral (los salarios de las mujeres […]

El sexismo recorre todo el entramado social. Forma parte del conjunto de ideas que sostienen la realidad y está tan impregnada que incluso se cuela en los movimientos sociales y los espacios de militancia de la izquierda, incluidas las organizaciones de la izquierda revolucionaria. Más allá de la realidad laboral (los salarios de las mujeres son una media de cerca de un 30% menores a los de sus homólogos masculinos) y la asignación vinculada al género de las tareas de cuidado y reproducción, actualmente tenemos que tratar con un nuevo sexismo fundamentado en actitudes, ideas y roles construidos principalmente en torno a la idea de que se ha acabado con la opresión de la mujer, extremadamente vinculado a su cosificación.

El caso de Los Chikos del Maiz (LCDM) es especialmente interesante. LCDM es un grupo de rap político con letras contundentes y con una perspectiva clara de lucha de clases, rap para desnudar la realidad, rap revolucionario y anticapitalista. Para poner un ejemplo, el estribillo de una de sus letras es «Pasión de talibanes: revolución. Socialicemos los medios de producción. Pasión de talibanas, oye, oye: todo el poder para los soviets». Además de esto, algunas de sus letras tienen referencias interesantes a la opresión de la mujer: «dedicado a la clase trabajadora, dedicado a las madres con jornadas de 20 horas». Aún así, los textos de sus letras son una muestra clara de este nuevo sexismo que hipersexualiza a la mujer en nombre de una supuesta liberación sexual que se transforma en cosificación, convirtiendo a las mujeres en objetos.

Referencias sexualizadas

Cuando se trata de mujeres socioliberales o de los partidos que representan los intereses de la burguesía, las referencias pasan constantemente por el filtro de su sexualidad. Si se habla de la sexualidad de un político, es bastante probable que sea para decir que se esconde en el armario o que no responde a los cánones sexuales de virilidad que esta sociedad impone. No es necesario ahondar en los ejemplos si escucháis cualquiera de sus discos. Las ideas de la gente no son monolíticas y algunas veces nos encontramos con alguien que es un gran activista sindical, pero a la vez relega a su pareja a las tareas de casa (encargarse de los niños o niñas, limpiar, etc). Lo que es extraño es encontrar a gente que se autodefine como revolucionaria, anticapitalista y que quiere transmitir un mensaje político sólido con sus letras, reflejando actitudes tan sexistas. No es que LCDM obvien la opresión de la mujer, seguro que para ellos es importante como revolucionarios; aún así, es obvio que se tienen que replantear cómo tratan el tema y sobre todo cómo dejan de reproducir estas ideas en el interior de la izquierda revolucionaria.

Recientemente otra cara visible de la izquierda radical, Pablo Iglesias, ha jugado con estos roles de género y la provocación que le suele caracterizar. Su pequeño enfrentamiento con Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno en Madrid, a la que pedía en el monólogo inicial de uno de los programas de debate de La Tuerka que le invitara al sofá de su casa para explicarle de qué hablaba realmente la serie The Wire, es una muestra más de este nuevo sexismo, no tan explícito, que recorre la izquierda y reproduce maneras de comportarse que sustentan la opresión de la mujer.

Necesitamos acabar con estas actitudes. El reto consiste en generar espacios de militancia en que las mujeres se vean cada vez menos sometidas a estos tics machistas, donde se puedan desarrollar políticamente alejadas de esta realidad de opresión. Obviamente, las organizaciones revolucionarias y los movimientos no viven aislados de la realidad, así que tendremos que tratar continuamente con estas actitudes. No se trata de esconder la opresión detrás la cortina de lo políticamente correcto ni reducirlo todo a una cuestión lingüística. La clave es dar la relevancia política necesaria al tema y tratarlo de forma colectiva, sin criminalizar si no es necesario, mejorando día a día nuestra realidad y el espacio político, evidenciando y borrando desde la camaradería las ideas y formas de relacionarnos marcadas por una sociedad profundamente sexista.

El revolucionario ruso Lenin decía que la revolución es «el festival de los oprimidos»; sin olvidar la importancia de la transformación social para arrancar las raíces de la opresión, hagamos de cada día una fiesta para ir construyendo.

Toni Pizà (@servomac) es militante de En lluita / En lucha

Fuente: http://enlucha.org/site/?q=node/17729