Isabel Ferrer daba la noticia el pasado martes en el diario global-imperial [1]. «Holanda asume el riesgo de seísmos a cambio de extraer gas natural». Como han leído. El mismísimo ministro de Economía se niega a una reducción del bombeo. Su «argumento»: «Debo prolongar la inseguridad ciudadana un año más». Y ya está. La Sociedad […]
Isabel Ferrer daba la noticia el pasado martes en el diario global-imperial [1]. «Holanda asume el riesgo de seísmos a cambio de extraer gas natural». Como han leído. El mismísimo ministro de Economía se niega a una reducción del bombeo. Su «argumento»: «Debo prolongar la inseguridad ciudadana un año más». Y ya está.
La Sociedad Holandesa del Petróleo y el Gas (NAM) no utiliza el fracking en el gran yacimiento de gas natural de Groningen, lo usa en zonas colindantes, se añade en una nota a pie de la información. No es esencial para calibrar la irracionalidad de la apuesta. La historia fáustica que cuenta Ferrer:
A tres km de profundidad, en la provincia de Groningen, al noreste de Holanda, se encuentra el mayor yacimiento europeo de gas natural. Formado por la carbonización de capas de turba en el carbonífero, fue descubierto en 1959. «Solo en 2012, la materia prima dejó en las arcas nacionales 11.500 millones de euros».
Consumida por el 97% de la población, su explotación presenta un problema nada marginal: los terremotos. Desde 1986, ha habido cerca de un millar. Su intensidad ha oscilado entre 2 y 3,4 grados de magnitud en la escala de Richter. El pasado 9 de febrero, recuerda IF, «uno de 3,2 fue registrado en la localidad de Loppersum, cercana al mar del Norte. A las quejas de sus 10.000 habitantes, que han visto agrietarse paredes y desencajarse puertas y ventanas, se añade la alarma de que lo peor está por llegar». Según datos oficiales, no de grupos ecologistas «radicalizados» o de científicos críticos «puntillosos», «esta extracción intensiva de gas puede provocar sacudidas de hasta 5 grados». Las consecuencias de un golpe semejante son imprevisibles «para una llanura salpicada de granjas y casas centenarias.
Eso sí, el Gobierno holandés no cerrará la válvula de los 300 pozos de la región. ¿Por qué? Porque reducir el bombeo un 20% le costaría unos 2.200 millones de euros. La pasta es la pasta. La economía no está al servicio de las personas sino éstas al servicio de los que mueven los hilos de aquélla. La respuesta dada por Henk Kamp, el ministro holandés de Economía, a la que antes hacíamos referencia: «Debo prolongar la inseguridad ciudadana un año más. Es un riesgo que asumo y del que me hago responsable». Lo manifestó el 7 de febrero en el Parlamento holandés y luego lo repitió ante un grupo de ciudadanos que pedía ¡no la eliminación sino una reducción del ritmo de extracciones!
La más que prudente propuesta de los vecinos viene avalada por el Servicio Estatal de Minas. Éstos van más lejos: han llamado a «cerrar inmediatamente la espita del gas natural». Lo defendió Jan de Jong, inspector general minero, en el Parlamento.
Según sostiene NAM -la Sociedad Holandesa del Petróleo (y del gas), en manos de Shell y Exxon Móvil-, en Holanda se utilizan dos métodos para extraer este recurso natural. El fracking, usado en los alrededores de Groningen y en Frisia cuando el terreno no es lo suficientemente poroso. Otro sistema, utilizado también en Groningen, consiste «en taladrar la roca menos dura para que el gas llegue al exterior. En grandes superficies de esta provincia hay una capa de sal de un kilómetro que tapona la salida del gas». NAM ha reservado 100 millones de euros para compensar a los afectados. ¿Compensar o intentar silenciar?
«A nadie se le escapa la difícil posición del Gobierno. Pero yo velo por la seguridad de mi pueblo, y tras nueve temblores seguidos, NAM y el Gobierno tienen que ganarse nuestra confianza», asegura el alcalde, Albert Rodenboog, nada partidario de posiciones de ruptura más que razonables.
En el fondo, lo de siempre: deseos de grandeza y de desarrollo insostenible. Holanda exporta el gas a Francia, Italia y Alemania, y quiere convertirse en el centro neurálgico de la importación y distribución de gas natural en Europa Occidental. En Rotterdam, hay actualmente una terminal de almacenaje de gas licuado procedente de Trinidad y Tobago, Nigeria, Angola y Oriente Medio.
El país con más experiencia en fracking es, por supuestísimo, Estados Unidos. Se desarrolla desde hace unos quince años. En algunos lugares, las explosiones ya han producido movimientos sísmicos. Hay denuncias en este sentido. En Francia, por el momento, han decidido no practicarlo y se ha acordado una moratoria.
Ahora que no nos oye, es muy probable que Spinoza, que pretendía construir una poliética racional y demostrada al estilo de los geómetras clásicos, moriría horrorizado si levantara la cabeza ante tanta irracionalidad irresponsable, ante tanta apuesta suicida, ante el intenso y vomitivo color de tanta ansia de dinero.
PS. Hay más voces críticas en el mundo, y están en éste, en el otro lado del Atlántico. Javier Rodríguez Pardo [JRP], un especialista argentino de la Red Nacional Acción Ecologista (RENACE), sostiene que efectivamente el sistema del fracking «necesita grandes cantidades de agua, provoca explosiones, y genera casi trescientas sustancias tóxicas» [2]. A medida que se van terminando los yacimientos de gas y petróleo, se empieza a procurar su búsqueda en lugares de acceso más difícil -«van a buscar entonces el gas que está escondido en arenas bituminosas, a dos mil, tres mil y hasta cinco mil metros de profundidad». Se utiliza para ello la fractura hidráulica, el fracking.
La explicación de JRP en diálogo con La Retaguardia: «se encamisa el agujero y luego se vuelve a hacer esa perforación por encima, porque cuando uno perfora tanto siempre se contaminan de alguna manera las napas si no se tiene el debido cuidado, porque uno lo que hizo fue comunicar las napas a través de la perforación. Lo que hace este sistema primero y fundamentalmente es consumir muchísima agua; después, cuando llega a la profundidad deseada, debajo de esas pizarras donde por teledetección y sistemas de cateo que se han hecho previamente se detectó la presencia de gases, se libera ese gas. Y para eso en la punta de ese trépano que por ahí empieza a deslizarse por abajo, se empieza a buscar el sitio donde está el gas escondido y hay que reventar esas pizarras, esas rocas, esas arenas, para liberar el gas que está ahí. Esto se hace poniendo explosivos, que lo que hacen es liberar ese gas que se va a ramificar. Son como pequeñas tuberías por donde va a escapar ese gas que después va a ser recogido con equipos especiales y llevado a su destino final». Así, pues, el fracking necesita una imponente cantidad de agua, que es inyectada en los pozos para hacer una solución que permita la extracción del gas y el petróleo. Se calcula que en un pozo solo, por término medio, se utilizan unos 30.000 mil metros cúbicos de agua (es decir, ¡30 millones de litros!).
Hay más. Con este sistema de explotación genera unas 300 sustancias químicas (tóxicas, cancerígenas y mutagénicas): «Lo que más se deteriora aquí son los acuíferos porque se contaminan las aguas. En Europa la protesta mayor es porque con esa contaminación se libera un montón de elementos radioactivos, dentro de esas sustancias tóxicas… Imagínense esos pozos, unos pegados a otros, que se hacen por miles, donde la migración de gases como el metano termina contaminando todo y otros hidrocarburos que aparecen ahí contaminan millones de litros de agua cargados con químicos y tóxicos que se requieren para extraerlos porque no se extraen con facilidad».
Notas:
[1] http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/02/18/actualidad/1361217804_339634.html
[2] http://www.argenpress.info/2013/02/el-fracking-ademas-de-costoso-genera.html
Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.