En su novela «Hombres de maíz», Miguel Ángel Asturias describe el enfrentamiento entre quienes consideran la planta un alimento sagrado y aquéllos que sólo buscan en ella el lucro. Hoy, en Brasil, la autorización para comercializar una variedad transgénica desata una batalla no menos intensa que la imaginada por el guatemalteco. Los defensores del maíz […]
En su novela «Hombres de maíz», Miguel Ángel Asturias describe el enfrentamiento entre quienes consideran la planta un alimento sagrado y aquéllos que sólo buscan en ella el lucro. Hoy, en Brasil, la autorización para comercializar una variedad transgénica desata una batalla no menos intensa que la imaginada por el guatemalteco.
Los defensores del maíz modificado genéticamente enfatizan sus ventajas económicas tanto como su potencial para incrementar la producción de alimentos. Los críticos los acusan de dañar el ambiente, «envenenar» a la población y sólo perseguir un lucro personal o, más exactamente, corporativo.
La polémica se desató a mediados de mayo, cuando la Comisión Técnica de Bioseguridad (CTNBio) aprobó por 17 votos contra cuatro la liberación para su cultivo y comercialización del maíz Liberty Link, una variedad transgénica que produce el laboratorio alemán Bayer y que es resistente al herbicida glufozinato de amonio, patentado como Liberty por la misma compañía.
La mayoría de la CTNBio, un organismo multidisciplinario e integrado por funcionarios de gobierno y representantes de la industria y de la sociedad civil que asesora al gobierno sobre las políticas de bioseguridad, consideró que el Liberty Link no provocaría daños al ambiente, reduciría los costos de los agricultores y expandiría la producción.
Votaron en contra los representantes de los ministerios de Ambiente, Desarrollo Agrario y Pesca y la representación de la sociedad civil, quienes consideraron que la introducción de la nueva variedad planteaba riesgos de contaminación y pondría en peligro la biodiversidad.
La presidenta de la no gubernamental Asociación Nacional de Bioseguridad (ANBio), Leila Oda, considera que no hay nada que temer de los transgénicos. Por el contrario, explica a IPS, fueron creados para reducir las consecuencias negativas sobre el ambiente que causó la masiva utilización de plaguicidas en el marco de la llamada revolución verde, que hace 40 años fue impulsada para aumentar la producción de alimentos.
Oda, ex directiva de la estatal Empresa Brasileña de Pesquisas Agropecuarias señala que los agrotóxicos, al matar hierbas dañinas y plagas, permitieron multiplicar por 50 la oferta de alimentos pero provocaron como contrapartida la contaminación del suelo y, en otros casos, intoxicaciones en los humanos. Esos efectos son contrarrestados ahora con la introducción de especies modificadas genéticamente, agrega.
«En el cultivo del maíz tradicional aparecen innumerables plagas, sobre todo en el caso de Brasil por la elevada humedad. Estas plagas destruyen las mazorcas, lo que abre la puerta para la contaminación por hongos que producen microtoxinas, muchas de ellas cancerígenas», afirma.
Según Oda, el desarrollo de un maíz resistente a los herbicidas permite aplicar una menor cantidad de esos productos, «porque sólo hay que colocar el herbicida en la planta de maíz y no alrededor de ella. De esta forma se acumulan menos agrotóxicos y la contaminación ambiental es menor». En la página web de ANBio Oda incluye estudios que respaldan su posición.
En las antípodas de Oda aparece Gabriela Vuolo, coordinadora de la campaña de la organización ecologista Greenpeace contra la ingeniería genética. La decisión de la CTNBio no es imparcial, dice en una entrevista con IPS, «y además no tuvo el rigor técnico que era de esperarse».
Vuolo no cree que la variedad transgénica permita un menor uso de plaguicidas y pronostica un resultado totalmente opuesto. La cantidad de residuos tóxicos será mayor, explica, justamente porque se pueden aplicar sobre la planta sin dañarla. «Con mayor cantidad de residuos habrá un mayor impacto en la salud humana. Las personas comerán más veneno y habrá más residuos en el suelo y las napas de agua», afirma.
Vuolo asegura que la experiencia con la soja transgénica en Brasil demuestra que esas variedades llevan a una mayor utilización de herbicidas. La prueba es que ahora se va a solicitar autorización para incrementar la cantidad de agrotóxicos a emplearse, un aspecto regulado por la legislación agrícola y ambiental.
Oda, sin embargo, desestima las críticas. Los herbicidas, dice, son uno de los insumos más caros entre los que utilizan los agricultores. «Nadie tiene interés en poner más agrotóxicos a un costo mayor. Nadie introduciría tecnología en el agro si resulta más caro hacerlo», afirma.
Los argumentos de Greenpeace «no están a tono con el crecimiento de la adopción de este tipo de cultivos en todo el mundo», agrega Oda.
Los ambientalistas también aseveran que existen riesgos de contaminación genética. «Esta nueva variante tiene un polen muy liviano, que podrá ser fácilmente transportado por el viento y contaminará las parcelas vecinas. Ya lo vimos con la soja», dice Vuolo, quien agrega que en México se perdieron plantaciones de maíz orgánico por contaminación con la variante transgénica.
Esto tampoco preocupa a Oda. La transmisión de una característica genética de un cultivo a otro se produce en la naturaleza. «No es una exclusividad de los transgénicos», asegura. Además, como ese riesgo siempre existe, organismos científicos como la Embrapa tienen bancos de germoplasma para reemplazar eventuales pérdidas de especies autóctonas.
El debate se extiende al procedimiento empleado para autorizar la siembra y comercialización del maíz transgénico. Vuolo señala que se violó la Constitución porque no se realizaron estudios de impacto ambiental y que la decisión se tomó bajo «presión de las multinacionales». En el país ya se emplean variedades de soja y algodón modificadas para ser resistentes a los herbicidas, introducidas por Monsanto.
La titular de ANBio cree que el trámite fue «transparente y con participación de la sociedad. La Constitución determina estudios de impacto ambiental cuando existe riesgo potencial, que no hay en este caso», dice Oda.
La red internacional de organizaciones rurales Vía Campesina también se suma a la polémica. Sus dirigentes en este país advierten que la introducción del maíz de Bayer da luz verde para la autorización de otras 10 variedades transgénicas (siete de ellas también de maíz), lo que «puede llevar a un monopolio de la producción de semillas en Brasil, en manos de las multinacionales agrícolas».