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Hombres, estad alerta

Fuentes: Rebelión

Cómo es posible que, tal se pregunta Jorge Berstein en artículo reproducido por diversos medios digitales, si la crisis global deteriora las instituciones de las potencias centrales; quiebra las tramas económicas y espirituales que cohesionaban a esas sociedades; se revela en calidad de decadencia, de proceso de degeneración general a ojos vista irreversible; e incluso […]

Cómo es posible que, tal se pregunta Jorge Berstein en artículo reproducido por diversos medios digitales, si la crisis global deteriora las instituciones de las potencias centrales; quiebra las tramas económicas y espirituales que cohesionaban a esas sociedades; se revela en calidad de decadencia, de proceso de degeneración general a ojos vista irreversible; e incluso va llegando a los llamados países emergentes, derrumbando el mito del rejuvenecimiento capitalista desde la periferia, de la superación burguesa del neoliberalismo occidental gracias a la intervención del Estado; cómo es posible, sí, que en este mundo heteróclito y punzante medre un ambiente de acomodos y resignación resumido coloquialmente por Fernando Martínez Heredia de la siguiente guisa: «nadie cree que lo que existe es lo mejor, pero nadie cree que nada pueda cambiarse».

Bueno, tal vez porque la pérdida de influencia del Imperio (los imperios) resulta relativa, pues, a pesar de los problemas que afronta en todo el orbe y del surgimiento de nuevos ejes de poder, conserva la supremacía militar, el vigor de sus empresas e inversiones, la capacidad para condicionar los flujos comerciales a su favor, la fortaleza de sus agroindustrias, y, ¡muy importante!, la «hegemonía semántica de sus industrias culturales».

No demos más vueltas al asunto. El éxito de la formación basada en la maximización de las ganancias frente a las «inmensas experiencias», a «las prácticas anticapitalistas trascendentales, a las «profundas revoluciones políticas» que «cambiaron las relaciones económicas y sociales en sus países en buena parte del mundo, en grados y modos diferentes»; el pregonado triunfo, se debe a que «tanto sus presiones como su peso y atracción culturales resultaron superiores, a mediano o largo plazo».

Asistimos a la hegemonía del capital. Término que, recuerda Julia Evelyn Martínez (Rebelión.org), en la teoría marxista designa el consenso mediante el cual los poseedores logran ejercer la dirección política, intelectual y moral de una sociedad. Convengamos con la colega en que estamos pagando muy caro la democratización, más bien la ampliación del consumo cultural emprendida por el capitalismo desde 1945.

¿Por qué la táctica? No, ¿por qué la estrategia? Porque «este sistema, que llega a violentar su propia naturaleza y a eliminar las promesas del progreso, el desarrollo y la autodeterminación de los pueblos, tiene que volverse muy superior en el terreno del control de las ideas, las conciencias, los deseos, los sentimientos y la vida espiritual en general, para prevenir las resistencias y las rebeldías que lo pondrían en peligro mortal. La democratización del consumo cultural en manos del imperialismo es hoy un arma más importante que las contiendas con soldados y drones, en la guerra cultural mundial que libra contra los pueblos».

Un zunzún apócrifo

Como precisa Sergio Alejandro Gómez (diario Granma), «tras los fracasos de los Estados Unidos en sus ocupaciones convencionales [simplificando: este tipo de conflicto corresponde a los de Fuerzas Armadas contra Gobiernos] en países como Afganistán e Irak, los recortes de presupuestos y los flamantes éxitos de las operaciones encubiertas en países como Libia y otros de Oriente Medio en la llamada ‘primavera árabe’, la cúpula del poder norteamericano cree haber encontrado en la GNC [guerra no convencional: se propicia el enfrentamiento de la población local con las autoridades] el camino más corto para cumplir sus metas de dominio global».

Esta conflagración se empotra por derecho propio en la hegemonía a que aludíamos, porque en son de excusas «filantrópicas» blande la «información sin censura» como derecho inherente al ser humano de modo abstracto, fuera del enfoque clasista, y consiguientemente la creación de plataformas para que «los ciudadanos se comuniquen libremente».

De botón de muestra, el famoso ZunZuneo -a más de pérfido, irreverente en el nombre, alusivo a la versión popular cubana, «zunzún», del colibrí-, que integra una voluminosa agenda, con proyectos en lugares tan distantes entre sí como Serbia, Irán, Egipto, Ucrania, Venezuela… y se caracteriza por la utilización de redes sociales «cocinadas» en el Norte, y de las más sofisticadas tecnologías como armas ofensivas, dirigidas a la cristalización de la Circular de Entrenamiento (TC) 18-01, conforme a la cual la primera fase de cualquier GNC radica en «la preparación sicológica para unir a la población contra el gobierno en el poder», y en que los ciudadanos, convertidos en cipayos, en borregos, se «permitan» el crimen, la estupidez de lesa patria de llegar a aceptar el apoyo de los Estados Unidos.

Con este objetivo, desempeñan un papel protagónico las operaciones de información, empleadas para «determinar los factores sicológicos clave en el ambiente», e «identificar las acciones con los efectos sicológicos que puedan crear, cambiar o reforzar las conductas deseadas en individuos o grupos de personas seleccionadas».

En el caso de Cuba, tradicional «laboratorio» de intentos de magnicidio, introducción de enfermedades mortales, invasión mercenaria, apoyo a bandas contrarrevolucionarias, cerco económico de más de medio siglo, la socorrida Usaid, supuesta agencia de ayuda humanitaria ayuntada con la CIA, creyó apreciar la división «descubierta» en el orbe por los tanques pensantes gringos y expuesta en la TC de marras: «una minoría activa por la causa, una mayoría pasiva o neutral, y una minoría activa en contra de la causa». Se trató, entonces, de engrosar ese postrero segmento, que se reconoce irrelevante.

Ahora, ¿por qué se apuntó precisamente a la juventud, que conformaba alrededor del 70 por ciento de los usuarios de la fementida urdimbre zunzuneica, en aras del manifiesto fin de desencadenar una «primavera cubana», o, al menos, «renegociar el equilibrio de poder entre el Estado y la sociedad»? Obvio. Universalmente, el segmento constituye por antonomasia el más rebelde ante el statu quo; tanto que, como alguien ha señalado, en buena medida en razón de ese sector poblacional los proyectos revolucionarios deben legitimarse cada día, más que compararse con las circunstancias históricas superadas por ellos.

El enemigo sabe, por añoso, por diablo, que un gran número de cubanos nacieron mucho después de aquello que unos denominan pseudorrepública, otros república burguesa, pero que, califíquese como se califique, no pasó de neocolonia yanqui. Así que, por haber visto la luz sin el nefasto referente, dizque podrían devenir más dúctiles a una propaganda -siempre la hegemonía cultural- que en teoría atinaría en las condiciones de precariedad, en la desembozada crisis de la nación antillana, a causa de la caída del campo socialista y del recrudecimiento del bloqueo norteamericano, así como de los autocriticados fallos estructurales de un modelo económico que en el presente se perfecciona, con esa guía que son los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución.

Cuidado con los laureles

Pero esto no es óbice para la preocupación. Por supuesto que habrá que andar en constante vigilia ante fenómenos como los que Martínez Heredia (Rebelión.org, entre otros sitios) conceptúa con mirada zahorí: «El conservatismo social y el apoliticismo son diferentes entre sí, pero son complementarios. Estos enemigos de la sociedad que hemos logrado construir se han desarrollado y crecido en las dos últimas décadas. El apoliticismo ha disminuido en los últimos años, la politización ha experimentado una recuperación. Contamos hoy con una parte de la generación joven que tiene ansia de actuar en política. En los años noventa no era así, fue más bien una generación de frustraciones […] el apoliticismo parece ser ajeno a lo político y no comprometer a quien lo practica con ninguna posición política, pero en Cuba tiene una consecuencia política funesta para el socialismo, al corroer por omisión la imprescindible participación política del pueblo, sin dar oportunidad de persuasión o de confrontación de ideas.

«Por su parte, la conservatización social puede parecer incluso que tiene que ver solamente con la vida privada de las personas. No pretende otra cosa que recuperar los usos, las normas, los comportamientos, las reacciones, los valores, las visiones de la vida y del mundo ‘que había antes’. Su propósito, en última instancia, sería ‘volver a la normalidad’. Pero, en el fondo, esa supuesta normalidad es la de la vida y las relaciones sociales que regían antes de la Revolución. Cuando yo era un niño, por ejemplo, […] los muchachos aprendimos a no aspirar a trabajar en ningún banco, comercio u otros lugares donde no permitían trabajar a personas que no tuvieran la piel blanca. Desde que era pequeñito me enseñaron a darme mi lugar. Así se llamaba eso: ‘aprender a darse su lugar’. Eso es lo que pretende el conservatismo social en la Cuba actual: que volvamos ‘a lo normal’ y que cada cual ‘se dé su lugar’. Es decir, que la sociedad que hemos creado se suicide».

O la asesinen, con instrumentos tales el ZunZuneo, señuelo para incautos. Mas recalquemos, a riesgo de lucir obsesivos, que la «no convencional» panoplia, que incluye disgustar a la población, culpar al Gobierno y provocar una chispa, podría encontrar estopa objetiva en las irritantes, exasperantes indisciplinas sociales e ilegalidades.

A estos factores, que se precisa desencarnar del tejido social, so pena de cataclismos, agreguemos los caballos de Troya de «la burocratización ya cristalizada -el burocratismo- y la inercia. Son dos enemigos malos que han crecido como la mala hierba. La inercia es más ‘democrática’ que el burocratismo, es un desarme general que consiste en no actuar, sino esperar: ‘no vamos a actuar, vamos a esperar'».

Y como culmen del peligro, concordemos en que la campaña de que somos objeto pretende reforzar las proclividades a admitir el capitalismo en Cuba. «Es decir, desarmarnos ideológicamente por dentro, debilitar la conciencia y el deseo de seguir siendo socialistas, y facilitar acciones de desestabilización y deslegitimación del orden vigente que sirvan como marco para iniciativas de subversión que sean más abiertas y efectivas, y faciliten el intervencionismo. Los contrarrevolucionarios de siempre, lo que hacen y dicen, ya no están en la línea principal de subversión. Los importantes ahora para el imperialismo son más jóvenes, son inteligentes y graduados universitarios, con más capacidades y más posibilidad de comunicarse».

Por ello, acota el articulista, supone un deber de todos los que ejercen actividades y papeles intelectuales afrontar con inteligencia y decisión el contrapunteo cultural desplegado en Cuba entre el capitalismo y el socialismo (en nuestra opinión, vigorizado en la medida en que, en aras de la supervivencia en un planeta globalizado, se hace más híbrida la base económica), profundizar la conciencia y lograr que las transformaciones sociales en curso conlleven un saldo positivo para el proyecto. «Es esencial enfrentar la situación como una totalidad. Si atendemos la cuestión de la subversión como algo aparte y lo absolutizamos cometeríamos un gran error, y nos debilitaríamos. Para decirlo de una manera más clara: si entendemos la subversión como el problema de reprimirla solamente, nos debilitaremos, porque ese es solo un aspecto de lo que es necesario hacer».

Espíritu común

Aseveraciones que convergen en toda la línea con el espíritu del reciente congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, en cuyas conclusiones el primer vicepresidente de los consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, subrayó que el presidente Raúl Castro ha reconocido «la presencia de manifestaciones de indisciplina social, ilegalidad, delito y corrupción, inaceptables en nuestra sociedad, y que éramos, sin duda, un pueblo instruido, pero no necesariamente educado ni culto. Además [Raúl] se refirió a las nuevas modalidades de subversión que tratan de poner en práctica nuestros enemigos, y cuya estrategia principal consiste en la instauración de un pensamiento neoliberal y de restauración del capitalismo neocolonial, enfilada contra las esencias mismas de la Revolución y con el afán de generar una ruptura ideológica entre generaciones, todo lo cual atenta contra los valores, la identidad y la cultura nacionales».

En consecuencia, frente a quienes no reparan ni en la fragilidad de los «zunzunes» como cabalgadura, Cuba ha debido librar batalla en frentes que abarcan la cultura, la política, la ideología, la ética -digamos que, a guerra no convencional, réplica no convencional, y multidimensional-. Los cuatro, por motivos nítidos. Si nos arrebatan el poder revolucionario, si renunciamos a los valores clasistas que enarbolamos, si olvidamos las tradiciones literarias, artísticas que nos diferencian, si perdemos las normas de convivencia que nos han sido inherentes, acabaría por arraigarse en suelo nuestro ese tipo de globalización que aspira a entronizarse en la eternidad.

Y con vistas a ello desde el exterior se atizan desvalores como la vanidad, la competencia desmedida, el egoísmo, el compromiso con la injusticia de la desigualdad, la corrupción de cuerpo y alma, las veleidades anexionistas, la simulación o hipocresía y el afán de lucro y de bienestar material en desmedro del espiritual.

En este contexto, reiteremos que, si bien amerita la brega contra la perniciosa hinchazón que representa el igualitarismo, trasgresión del principio de distribución proclamado por Marx para la etapa de transición -a cada cual, según su trabajo-, consideramos imprescindible situarse en -reafirmar- las ideas y las posiciones del socialismo cubano. «Es un grave error atacar, utilizando generalidades despectivas, la idea de una sociedad igualitaria -estima Martínez Heredia-. Eso induce a que podamos creernos que aquellos fueron grandes errores que cometimos, que nos han hecho mucho daño, que al fin nos hemos dado cuenta y por fin los echaremos a un lado. La Revolución Cubana plasmó la idea igualitaria a una escala colosal, con las medidas tan profundas como tan justas de redistribución de la riqueza social entre la población, y al establecer como regla la igualdad de oportunidades. Esas realidades han estado en la base del consenso sumamente activo de la mayoría de la población con el poder revolucionario, y formó parte de una totalidad revolucionaria que nos aportó inmensas fuerzas morales y políticas, y que también nos aportó enormes logros materiales, y representaciones y proyectos nacionales, personales y familiares que son singulares en el mundo.»

Se impone batirse a sangre con un «sentido común» que, insuflado desde fuera, alienta «el planteo de dilemas falsos, como el de que hay quien tiene éxito y quien fracasa. ¿Ustedes no se han fijado en los seriales y las películas norteamericanos a los que nos somete todos los atardeceres y las noches la televisión cubana? Parecen tener el objetivo de que nos aficionemos a la manera de vivir de los jovencitos y las jovencitas de Estados Unidos por las tardes, y a la de los adultos por las noches. Uno de los axiomas que divulga para que lo consuma la mayoría es: ‘él es un hombre de éxito’ o ‘él es un fracasado’. Ustedes saben que ningún lenguaje es inocente […] El inocente es uno, si se lo cree. Esas creencias pueden favorecer tendencias que son potencialmente opuestas al socialismo, como el apoliticismo y la conservatización social.»

Enfaticemos, con Díaz-Canel, que «unas pocas corporaciones, muy poderosas, imponen los paradigmas, ídolos, modas y formas de vida que predominan actualmente en nuestra época. Sus mensajes, en apariencia variados, forman parte de un discurso único, hegemónico, que asocia felicidad y consumo, éxito y dinero, que hace una apología constante del capitalismo y la superioridad imperial: que se empeña en descalificar todo pensamiento independiente y cualquier causa que se oponga a la instigación. Junto a la instigación permanente del consumismo promueve, además, el individualismo y el egoísmo que desideologiza y desmoviliza».

O, como todo es relativo, que ideologiza y moviliza en senda contraria a la revolucionaria. Porque, parece dialogar Fernando Martínez Heredia con Miguel Díaz-Canel, «la reproducción cultural universal de su dominación le es básica entonces al capitalismo, para suplir los límites de su alcance real y dominar a todos los excluidos mediante su consenso. Para ganar su guerra cultural, al capitalismo le es preciso eliminar la rebeldía y prevenir las rebeliones; homogeneizar los sentimientos y las ideas, igualar los sueños. Si las mayorías del mundo, oprimidas, explotadas o supeditadas al capitalismo mundial, no elaboran una alternativa diferente y opuesta a él, llegaremos a un consenso suicida, porque el capitalismo no dispone de lugar futuro para nosotros».

Como posible antídoto, el filósofo propone trabajar puntualmente contra las artimañas cotidianas con que se siembra, difunde y sedimenta ese control, sobre todo las que parecen ajenas a lo político o ideológico, e inofensivas. (Aquí el ZunZuneo entra por derecho propio). Por ejemplo, a través del consumo de un alud interminable de materiales mediante los que se intenta norteamericanizar a cientos de millones en todo el planeta, en cuanto a las imágenes, las percepciones y los sentimientos. «A veces tratan cuestiones políticas, con enfoques variados -aunque prima el conservatismo-, pero la proporción es ínfima en relación con las cuestiones no políticas. Lo decisivo es familiarizar y acostumbrar a compartir con simpatía las situaciones, el sentido común, los valores, los trajines diarios, los modelos de conducta, la bandera, las aventuras de una multitud de héroes, las ideas, los artistas famosos, los policías, la vida entera y el espíritu de Estados Unidos. Sin vivir allá ni aspirar a una tarjeta verde. Es suicida quien cree que esto es solamente un entretenimiento inocente para pasar ratos amables».

No en balde el primer vicepresidente llamó a prepararse cada vez mejor para la confrontación de ideas que se está planteando en el campo de la cultura, de las ciencias sociales, del pensamiento; y advirtió: «tenemos que salir adelante en lo económico y al mismo tiempo en el campo de los valores, de la conciencia. O no tendremos patria independiente y socialista».

Y ya que la queremos tal, a los desvalores habremos de responder -cual imperativo categórico- con la reproducción y el ahondamiento de virtudes como la sencillez, hermandad, amor a las causas justas, solidaridad, internacionalismo, honradez, lealtad, decoro, colectivismo, altruismo, caballerosidad, humanitarismo… Solo así completaremos un óptimo valladar a los estereotipos que desean imponernos, para barrernos. Y por favor, obstruyamos el paso a la ingenuidad. Rememoremos mil veces los revelados propósitos del ZunZuneo. No cejemos en repetirnos, remedando a Julius Fucik ante la realidad del fascismo: «Hombres (cubanos): os he amado (os amo). ¡Estad alerta!».