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Honduras: mujeres más allá del olvido

Fuentes: Prensa Latina

«Un hombre tendría que ser mujer para saber lo que significa vivir con el desprecio de Dios», subrayó José Saramago en una de sus obras más leídas, El Evangelio según Jesucristo. El escritor portugués destacó constantemente, en esa novela, la sumisión a los hombres con la que han vivido las mujeres mucho antes del inicio […]

«Un hombre tendría que ser mujer para saber lo que significa vivir con el desprecio de Dios», subrayó José Saramago en una de sus obras más leídas, El Evangelio según Jesucristo.

El escritor portugués destacó constantemente, en esa novela, la sumisión a los hombres con la que han vivido las mujeres mucho antes del inicio de nuestra era.

Desde tiempos inmemoriales, las féminas fueron quedando desplazadas para las labores más primitivas: quehaceres domésticos, responsabilidad casi absoluta en el cuidado y educación de los hijos, objetos de placer y descarga de iras.

Dos milenios después, tan aberrante situación no sólo perdura, sino que se torna crítica en países subdesarrollados como en Honduras, una nación donde las mujeres representan el 60 por ciento de los siete millones de habitantes.

 

MIRADA A LA REALIDAD

El empleo constituye alternativa inalcanzable para una buena parte de las hondureñas. Sólo el 32,8 por ciento de ellas están activas contra el 67,2 por ciento de hombres y la situación laboral sigue siendo inestable.

Ante las escasas oportunidades de empleo, para muchas el esposo es un insustituible recurso de vida, situación ligada a centurias de sumisión.

El salario promedio de las que logran trabajar representa aproximadamente el 67,6 por ciento frente al devengado por los ellos en iguales condiciones laborales, capacidad y experiencia profesional.

Una mirada a la fuerza laboral en las cadenas de producción, particularmente en las maquilas, advierte que las mujeres constituyen más del 75 por ciento.

En esta modalidad de trabajo esclavo, la mayoría sufre la inestabilidad de los empleos, los sueldos insuficientes, las horas extras obligatorias y raramente remuneradas, así como las malas condiciones higiénicas y sanitarias.

Mientras que los salarios de esas operarias sólo cubren alrededor del 30 por ciento de las necesidades básicas de sus familias, paradójicamente la industria maquilera o textil continúa siendo para ellas una suerte de independencia económica y una de las «más abundantes ofertas empleadoras».

En el área rural las labores suelen ser más duras, mal retribuidas y por si fuera poco, el bajo nivel educacional coloca a las campesinas en los límites humanos.

Los elevados indicadores de pobreza del país- el segundo más pobre de la región- el alto grado de desigualdad, y la creciente y amplia brecha en términos de acceso a servicios sociales y oportunidades económicas, aunque afecta a todos los hondureños, a las mujeres les toca en dosis mayores.

El hecho de que Honduras continúe por detrás de muchos países del continente en los índices de desarrollo humano, repercute en la situación de desamparo y de segregación de la mujer.

 

FRAGILIDAD Y VIOLENCIA

¿Pero si todo fuera el trabajo?: después de la jornada laboral, vuelve la imparable rutina de la casa. El doble empleo. El agotamiento infinito. La dualidad de explotación. El miedo con que nacen.

Según las estadísticas, cada 20 minutos una mujer es golpeada por su compañero de hogar, esposo, novio o ex novio. Otras, ni siquiera llegan a sufrir el dolor del maltrato.

Y es que la violencia generada por el crimen organizado, por las temidas pandillas, y en el seno de la propia familia, deja secuelas irreparables y coloca al feminicidio en un lugar posible.

Como en toda la región, en Honduras aumenta el crimen con alevosía de mujeres de todas las edades, condiciones sociales, profesiones y niveles educativos.

Las causas son múltiples, pero las más evidentes son la grave situación de desigualdad y las arraigadas formas de discriminación.

Los defensores de los derechos humanos han advertido que los asesinatos de mujeres no sólo se han incrementado, sino que resulta preocupante en ellos la violencia psicológica y sexual, amenazas, tortura y mutilaciones.

De enero a julio último, datos de la Fiscalía de la Mujer indican que 77 féminas han sido asesinadas.

Estadísticas de esa misma organización detallan que en el año 2003 se registraron 111 muertes de mujeres, en 2004 ocurrieron 138 y el año pasado se reportaron 188 casos.

Víctimas de la criminalidad doméstica, de las escasas oportunidades de empleo y estudio, protagonistas de una pobreza que afecta al 80 por ciento de la población, la mujer hondureña está muy lejos de los logros que en materia de derechos han alcanzado las de otras latitudes.