En la actualidad ha surgido una polémica generadora de debate y discordia al interno de la totalidad del sistema de salud español. Los inmigrantes «indocumentados» o «sin papeles» no podrán tener acceso a servicios médicos básicos exceptuando las mujeres embarazadas y los menores de edad, el resto podrá solamente ingresar en urgencias. Como respuesta, diversos […]
En la actualidad ha surgido una polémica generadora de debate y discordia al interno de la totalidad del sistema de salud español. Los inmigrantes «indocumentados» o «sin papeles» no podrán tener acceso a servicios médicos básicos exceptuando las mujeres embarazadas y los menores de edad, el resto podrá solamente ingresar en urgencias. Como respuesta, diversos sectores de trabajadores de la salud se han declarado objetores de una ley prohibitiva que entra en vigencia a partir del primero de septiembre. Es una medida que no solo es éticamente incorrecta, como ya lo denuncian médicos, enfermeros y otros sectores de la sociedad, sino que, a largo plazo generará probablemente más gastos y problemas sanitarios para el Estado emisor de esa política nefasta y xenófoba; por más que se le quiera disfrazar con eufemismos ante la opinión publica y que por otro lado se encuentra viciado por un debate migratorio históricamente alterado.
El sistema de salud de cualquier país debe ser un espacio sagrado en donde quien pone un pie al interior, ya sea de una clínica comunitaria o un hospital nacional, no sea identificado como un código numérico sino como un paciente, un ser humano universal sea cual sea su proveniencia. Eses espacio debe ser respetado aun en medio de la tormenta neoliberal que azota a los países del sur del continente europeo. El acceso a la salud es un derecho universal humano no un favor.
El fenómeno histórico de la emigración Norte-Sur se diseminó en el contexto de la postguerra y su función en la deslocalización laboral del programa neoliberal lo termino de sellar en los países occidentales que habían sido mas precavidos (Sur de Europa, Japón). El resultado final es que hablamos de porcentajes altos de la población de países como Estados Unidos (12.5%), Alemania (12.3%), España (10.7%), Emiratos Árabes Unidos (71.4%) o Australia (20%). De igual manera representa salidas en los países de origen en cifras alarmantes por ejemplo en Honduras en donde al menos representan 7% de la población o en México 13%.
El nuevo auge migratorio en las postrimerías del siglo XX en Europa fue una creación de las políticas públicas «no oficiales» y las conexiones de sus instituciones en todo el mundo se encargaron de implementarlas. Una vez algunas tesis confirmadas, e imitando el ejemplo de Estados Unidos, varios países europeos abrieron sus puertas a la emigración ilegal especialmente la proveniente de América Latina, región católica y de costumbres y lenguajes similares. Al punto que, desde la década de los 90s se levantó la obligación de portar una visa de viajero, política que se mantiene hasta nuestros días para la mayoría de países latinoamericanos portando así acceso a toda la zona Schengen. Las deportaciones comenzarían desde los aeropuertos una vez el individuo llegado al viejo continente; los oficiales de migración decidirían de acuerdo a la demanda de trabajadores del momento y al perfil social del individuo.
En su tradición maltusiana la derecha extrema los ve como una peste, y están dispuestos a mandar de regreso a todo sospechoso portador de genes raciales «extracomunitarios» en cuanto tomen el poder, promesas de una gran parte de partidos neonazis o como ya ocurrió parcialmente en Holanda y Francia. Por otro lado la derecha y el centro, si bien aun con desconfianza, los ven como objetos para el desarrollo económico y una herramienta política tenaz, además que contribuye a sostener la posición central de sus países. La «izquierda» en su ingenuidad, aunque con muchas buenas intenciones, aprecia el fenómeno como una ayuda complementaria al tercer mundo que se hunde sin dar explicaciones claras, sin atacar la raíz del problema piensan «hay que salvarlos» de los dictadores, de la barbarie y del atraso.
Sin embargo, desde el sur global, se debe reivindicar el derecho al trabajo en el país de origen y sobre todo en una Latinoamérica con expectativas de cambio, el compromiso debe ser no solo saber interpretar de otra manera esa visión que repiten constantemente las agencias de noticias occidentales y las que están en manos de las oligarquías locales, sino trabajar para que a través de la refundación de las naciones se implementen políticas de retorno y se construyan sociedades en donde no se obligue violentamente la salida masiva de ciudadanos por carencia de derechos económicos y sociales. Desde luego el fenómeno migratorio tiene raíces más complejas que ese simple postulado.
Más allá de esas contradicciones que generan polémica en los países receptores, desde los países emisores debe crearse una ruptura con ese discurso imperialista en que nuestros ciudadanos aparecen vistos como mendigos de favores o como elementos inadecuados. También es necesario recordarle a los políticos ibéricos que la emigración la han provocado e iniciado ellos mismos, cuando en periodos de riqueza necesitaban mano de obra barata que, sin muchos reclamos, pudiera encargarse de los trabajos que los españoles en su nueva vida de abundancia ya no querían realizar (cuidar ancianos, limpiar baños, cargar bultos, servir o ayudar a quien sirve etc.), pero también en el contexto de la globalización y el nuevo orden mundial unipolar.
En las condiciones actuales, la mayoría de los inmigrantes latinoamericanos están estructuralmente posicionados en un medio de vulnerabilidad y violencia, como ya se ha visto a lo largo de los últimos años. Pero también los intercambios migratorios nos demuestran que la balanza más que beneficiar a los pueblos del sur beneficia a los del norte, quienes a su vez usan la emigración para mejorar sus economías y además cínicamente les quitan poco a poco los derechos humanos más básicos a estas poblaciones.
Por otro lado, que las segundas y terceras generaciones de griegos e italianos se hayan posicionado relativamente bien en sociedades que los han recibido a lo largo del siglo XX no quiere decir que los inmigrantes centroamericanos, andinos y caribeños correrán el mismo destino en el siglo XXI ni mucho menos, es una premisa absurda dada las condiciones estructurales de su clase y la división internacional del trabajo (un fenómeno geopolítico) que los relega a reproducir la pobreza en las sociedades receptoras.
Igualmente, el norte receptor, debe dejar de sistemáticamente engañar a sus ciudadanos con una retorica doble moralista ya que los trabajadores inmigrantes a) ayudan al crecimiento económico y aportan una gran parte del PIB en sociedades donde la población envejece y decrece, b) sirven de plataforma para promover la cultura y el comercio generalmente en favor del país receptor, c) hacen trabajos que nadie más haría en el caso de la mano de obra menos calificada y aportan nuevas ideas y desarrollan la ciencia y la tecnología en el caso de la mano de obra altamente calificada, que también absorben a veces en condiciones deshonestas como ocurre con el lavado de doctores y enfermeros principalmente desde África.
En contraposición, en el país emisor de emigrantes, queda a) la pérdida de familiares por tiempos prolongados e indefinidos, destruyendo la unidad de la familia y desterrando violentamente a los que se van. Es un sufrimiento que no se puede contabilizar y que se intenta enmascarar a menudo con el prestigio de vivir en un país extranjero o con la alienación económica, b) deja un vacío económico y escasez de mano de obra en ciertas áreas de la economía del país emisor, trabajos que ya nadie hará, y c) crea una perturbación en el desarrollo normal de la economía siendo las remesas capitales que dependen de las fluctuaciones económicas y de los antojos políticos de los países del norte. Es capital des-localizado que no crea avance (más bien lo frena) para las fuerzas productivas en los países emisores perpetuando el subdesarrollo.
Los estudios han revelado que las remesas más que mejorar la situación económica de los países emisores la condenan al conformismo y terminan siendo utilizadas en el circuito capitalista transnacional de consumo, regresando nuevamente el capital al norte global. El fenómeno de la migración es también usado como una herramienta política para referirse a la negociación en el plano internacional entre países receptores y emisores, ricos y pobres, norte y sur.
Los inmigrantes aumentan la calidad de vida de los ciudadanos en los países receptores por lo tanto su salud, paradójicamente estos son despojados de ella y en gran complicidad con la maquinaria mediática. El pago de una cotización periódica no es razón alguna para establecer límites entre pacientes de primera y segunda prioridad. Los objetores de conciencia están valientemente desafiando el sistema, y por imposición se han visto obligados a atender pacientes indocumentados en horas extra-laborales, el tema ahí ya esta fuera de la mano y se mantendrá un desprecio oficialista y un estado de humillación de unos en contraposición de otros, cuando, como hemos expuesto aquí, todos los ciudadanos tienen los mismos derechos ya que aportan colectivamente al bienestar social, creando riqueza que paga el sostenimiento de los sistemas de salud, educación y otros servicios sociales.
En cualquier caso, el tema de los hospitales, es un ejemplo del desborde de los límites que se avecina no solo en España sino en toda Europa. Preocupa en el resto del mundo que a medida se aleja el pasado oscuro de la segunda guerra mundial y los años de pensamiento progresista e iluminista que le sucedieron y que sustituyeron la prevalencia del pensamiento maltusiano, vuelven a Europa y al mundo, antiguas amenazas. Con voluntad política, Europa podría hacer mucho más de lo que se hace para promover la tolerancia y la convivencia con los pueblos del mundo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.