Carta abierta al Abogado del Estado: Estimado señor, no solo no tiene suficiente con oponerse a la pretensión de un denunciante de corrupción (como es mi caso) de recuperar su puesto de trabajo, algo legislado en toda la OCDE salvo en cuatro países (uno de ellos España), sino que se permite el lujo de afirmar […]
Carta abierta al Abogado del Estado:
Estimado señor, no solo no tiene suficiente con oponerse a la pretensión de un denunciante de corrupción (como es mi caso) de recuperar su puesto de trabajo, algo legislado en toda la OCDE salvo en cuatro países (uno de ellos España), sino que se permite el lujo de afirmar que «…si tamaña es su insatisfacción personal y tal su grado de animadversión para con la Institución Militar y para con los militares (esos mafiosos y matones de discoteca que eran o compañeros suyos o sus superiores) no alcanzamos a comprender por qué no aplaude enfervorizado una resolución que le libera de tan desagradable compromiso«.
Afirma que he llamado «matones de discoteca» a los militares, pero no ha querido leer el expediente al completo o algo mucho peor que prefiero obviar. Efectivamente, he llamado «matones de discoteca» a los militares que participaron en la paliza a dos prisioneros iraquíes, imágenes que fueron publicadas en un medio de comunicación. Ahora, lo que son las cosas, llegaría todavía más lejos ya que diría que son mucho más que eso, son torturadores que no merecen salir de la cárcel en los próximos treinta años y, sinceramente, me preocupa que usted no les considere «matones de discoteca» y me inquieta todavía más que esos seis matones de discoteca continúen en sus puestos de trabajo.
Dado que percibo que tenemos visiones diferentes del mundo castrense, quisiera que supiera que en mi visión de este mundo, considero que un fraude como el de las facturas falsas del Ejército del Aire (500 facturas falsas al año durante 5-6 años, entre 60 y 150 oficiales y suboficiales imputados y 10 millones y medio de euros) no debería cerrarse con multas y prescripciones; y, permítame que sea tan atrevido, semejantes «mafiosos» me parece que deberían ser expulsados lo antes posible. Da la casualidad que estos oficiales y suboficiales seguirán en las Fuerzas Armadas, lo que no le produce gran incomodidad, como tampoco que vayan a continuar en la disciplina castrense aquellos que cometieron las malversaciones en el ACART de Getafe (por valor de varios millones de euros, con miles de kilos de embutidos y botellas de alcohol de por medio), los dos tenientes coroneles que han sido imputados junto a trece empresas por la adjudicación de contratos de diversa índole (también con varios millones de euros de por medio) o aquellos involucrados en el escándalo del Hospital Militar Gómez Ulla.
Aun a fuerza de resultar exhaustivo, le diré que en la unidad en la que yo trabajaba (y en la cual realicé diversas denuncias) estaba bajo la supervisión de uno de estos dos tenientes coroneles detenidos y, por si fuera poco, también detuvieron a un teniente por vender portátiles antes de mi llegada, el cuál ha sido condenado y continúa o continuará, como todos los demás rufianes hasta aquí mencionados, en el mundo militar. ¿No le llama la atención que tal cantidad de «matones» y «mafiosos» puedan continuar en las Fuerzas Armadas y quién siente «animadversión» por su presencia haya sido expulsado?
En ese Ejército también tienen espacio los agresores y acosadores sexuales… ¿Sabe que en las Fuerzas Armadas sirve un capitán condenado por 28 agresiones sexuales? ¿Sabe que lo hace también un coronel que acosó sexualmente a una capitán y un teniente que intentó violar a una cabo? ¿Sabe que en las FAS la represión hace que existan un 400% menos de denuncias de acoso sexual que en el resto de ámbitos? Pues sí, así es.
Por lo que se ve ello le importa un carajo, aunque no tanto que quien lo denuncia públicamente pueda volver a su puesto de trabajo. A mí, en cambio, me afecta en extremo pensar que los próximos mandos que agredan sexualmente a mujeres no solo no terminarán en la puñetera calle, al igual que aquellos que cometan malversaciones, fraudes u otros delitos, sino que continuarán su carrera militar, con ascensos y condecoraciones incluidas. ¡Qué más quisiera yo que un Ejército que no fuera una residencia de delincuentes!
Le diré, por si no le ha quedado claro, que no aborrezco a las Fuerzas Armadas ni siento animadversión por ellas, sino todo lo contrario, las amo profundamente y como las amo, las quiero muy diferentes, las quiero sin acosadores y agresores sexuales, sin delincuentes, sin mafiosos y sin matones de discoteca. ¿Usted no?
Le digo más. Sepa usted que ese Ejército al que supone que debería haber servido con lealtad en el silencio y, para muchos, puede que usted incluido, he mancillado en el alboroto, ha expulsado de las Fuerzas Armadas a más de 4.250 discapacitados (de un total de 10.000 militares de tropa) y lo ha hecho sin darles las pensiones que merecen. Muchos de estos casos son espeluznantes y harían a cualquiera estremecerse, aunque no sé si este es su caso. Los hay que han visto morir a sus compañeros, muchas veces hechos pedazos, y han terminado con el cuerpo quemado y el rostro desfigurado; los hay que han sufrido el vuelco de un vehículo y han terminado con su cuerpo aplastado; los hay que han tenido que vivir de la beneficencia mientras sus hijas pequeñas les vestían porque la sanidad militar les otorgaba un 24% (lo justo para que no cobrasen pensión) y la seguridad social un 70%; los hay que han cogido una cuerda y se han ahorcado o han abierto una ventana y se han arrojado al vacío… y así hasta más de 4.250, fíjese si la casuística es extraordinariamente amplia en este caso.
Hay más, pues sepa usted, que nuestros explosivos en mal estado han matado diez veces más que los explosivos del enemigo, y eso que nuestros especialistas han desactivado miles de ellos en los lugares (supuestamente) más peligrosos del mundo. Sin embargo, terminaron perdiendo sus vidas en Hoyo de Manzanares (5 muertes en 2011) o Almería (3 muertes en 2013), debido a minas en mal estado y/o negligencias. Por si fuera poco, los heridos fueron abandonados sin las pensiones que merecían, por lo que hoy se ven en el complejo trago de pleitear contra su propio Estado. De eso, algo sabrá, ¿no?
Hay más. Nuestros helicópteros, también en mal estado, se han cobrado la vida de siete militares en los últimos dos años (4 en 2014 y 3 en 2015).
Mucho más: resulta que más del 70% de muertos fuera de territorio nacional han perecido por nuestras negligencias y no por la acción del enemigo.
¿Recuerda el Yak-42? ¿Recuerda como terminaron los responsables? Se lo aclararé: indultados y uniformados, salvo uno de los condenados que falleció antes de que pudiera volver a las Fuerzas Armadas. Sepa usted, por si no fuera poco, que en nuestro mundo no es una excepción la negligencia ni, por desgracia, la exoneración o protección de culpables y delincuentes.
Sin embargo, a usted este Ejército le parece que no merece que alguien grite con todas sus fuerzas para que cambie, sino que es de los que piensa que necesita a un general que intente acallar a un denunciante, puesto que le protege e ignora sus palabras. Será, creo yo, porque ningún compañero suyo se ha reventado la cabeza como un melón cuando lo lanzaron de forma negligente desde un avión.
Debería saber, igualmente, que hemos gastado 40.000 millones de euros en «armamento que no necesitamos, para escenarios que no se van a producir y que no se pueden pagar, ni ahora ni antes». Seguro que le parecerán las palabras de un individuo con una profunda «animadversión» a la Institución Militar, aunque tengo que aclararle que las mismas pertenecen a Constantino Méndez, Secretario de Estado para la Defensa en el año 2011. Le voy a intentar explicar sucintamente a que se deben tales manifestaciones.
En primer lugar, hemos comprado armamento para escenarios que no se van a producir porque dicho arsenal bélico sería enormemente valioso si sufriéramos una invasión. Y aquí nos surgen dos problemas. El primero es que no vamos a sufrir tal invasión, dado que ni Portugal ni Francia ni Andorra ni Marruecos van a invadirnos (igual usted piensa diferente, espero que no) y algo peor aún, si ello aconteciera, de nada nos serviría el armamento puesto que, por un lado, solo tenemos 125.000 militares (nuestros vecinos tampoco tienen militares para acometer semejante invasión ni para defenderse de ella). Por contextualizar, los militares que tenemos no serían suficientes ni para defender una cuarta parte del territorio y, por el otro, la mayoría del mencionado armamento ni siquiera funciona. ¿No lo sabía? ¿No sabía que el Ejército posee un submarino que no flota (S-80), un avión que no vuela (A400M), carros de combate despiezados y almacenados porque no podemos pagar el combustible (Leopard), aviones también almacenados por no poder asumir un aumento del gasto (EF-2000 Eurofighter), fusiles defectuosos (HK que han sido cambiados por los alemanes), aeronaves en pésimo estado de mantenimiento (helicópteros del Servicio Aéreo de Rescate) y un sinfín de disparates propios del Ejército de Gila?
Expuesta una ínfima parte de todo lo que podría relatarle, quisiera aseverar otras dos cuestiones, aun a riesgo de abusar de su confianza. La primera es que se tome la molestia de cotejar lo aquí expuesto (hasta me presento voluntario para ampliarle cuantos datos y cuanta información requiera, aunque le pediría que no me dedique ninguno de sus chistes de mal gusto). En segundo lugar, quisiera añadir que tenemos un Ejército de mierda, óigame bien, de mierda. Aclaro que si bien es cierto que existen decenas de miles de militares honestos que merecen todo mi respeto (si lee el prólogo de Un paso al frente comprobará que a ellos iba dedicado el libro), también existe una cúpula militar, una sanidad y una justicia castrense, una clase política y unos juristas subordinados (como es su caso) que, por acción o por inacción, han convertido nuestro Ejército en una mierda de tal calibre que permite la existencia de torturadores, agresores y acosadores sexuales, malversadores, traficantes de drogas (veremos cómo tapan el escándalo del Juan Sebastián Elcano y los 150 kilos de cocaína) y otra serie de infames delincuentes. Todo ello sin olvidar los miles de millones en armamento defectuoso, negligentemente mantenido y/o adquirido o almacenado (al tiempo que se expulsa a aquellos que lo denuncian) o las enormes puertas giratorias.
Finalmente, quisiera recordarle que si usted y sus compañeros hubieran hecho su trabajo tal y como la ley, la moral y su código deontológico les demandan, yo no estaría ahora en la situación de extrema precariedad en la que me encuentro ni habría necesitado arrojar mi vida y mi futuro a un vertedero, pues no habría tenido que realizar denuncia alguna. Entiendo, creo que con razón, que si usted fuese un abogado, uno digno me refiero, uno que representase de verdad al Estado, estaría persiguiendo todo lo que aquí he relatado y no realizando alegaciones tan indecorosas.
Tenga usted por recibida la contestación a su bufonada y, la próxima vez, preséntese al Club de la Comedia en lugar de mofarse ignominiosamente de las personas que hemos denunciado y sufrimos un calvario por ello… Por si su falta de empatía y su ceguera jurídica no se lo dejan atisbar, le quiero confirmar que no aplaudo enfervorizado ni mi expulsión ni sus esperpénticas alegaciones.
Reciba un cordialísimo y entrañable saludo, no sin antes recordarle que mi compromiso sigue vigente con las Fuerzas Armadas y en absoluto es desagradable, salvo por circunstancias como la que ahora nos ocupa, y espero que el suyo, permítame que solo se lo suponga y no se lo acredite dadas las circunstancias, no sea menor con la legalidad, la moral y el código deontológico.
Luis Gonzalo Segura es exteniente del Ejército de Tierra, miembro del colectivo Anemoi.
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El Colectivo Anemoi recomienda la lectura de las novelas «Código rojo» (2015) y «Un paso al frente» (2014), un hito histórico en la lucha por unas fuerzas armadas decentes al servicio del pueblo.
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