La Organización Internacional del Trabajo revela que aunque el empleo femenino aumentó considerablemente, persisten las condiciones de desigualdad entre hombres y mujeres. El programa de Género, Pobreza y Empleo, donde también participa la OIT, llama a los gobiernos de América Latina a incluir la perspectiva de género en los programas de promoción del empleo y […]
(Mujereshoy) El panorama no resulta para nada alentador y la realidad es planetaria. En su informe «Tendencias mundiales del empleo de las mujeres, 2004», la Organización Internacional del Trabajo (OIT) concluye simple y llanamente que «en resumen, la verdadera igualdad en el ámbito del trabajo sigue sin poder alcanzarse».
La OIT analizó a 1100 millones de mujeres que representan el 40 por ciento de la población activa mundial en 2003, compuesta por 2800 millones de trabajadores en total. Y aunque se reconoce un explosivo aumento de la inserción femenina al trabajo, las mujeres continúan sometidas a condiciones laborales muy precarias en comparación con los hombres.
El crecimiento de la cantidad mujeres trabajadoras en todo el mundo -señala el informe- no ha sido acompañado de una verdadera capacitación socioeconómica ni ha dado lugar a un salario igual por un trabajo de igual valor, ni menos al equilibrio de las prestaciones.
Desde 1993 hasta ahora, la brecha de las cifras duras que reflejan la realidad laboral entre hombres y mujeres se ha ido reduciendo. Y aunque las tendencias mundiales son similares, hay variaciones considerables según cada región.
El informe señala que en las llamadas economías en transición y en la región de Asia oriental, el número de mujeres que trabajan por cada 100 trabajadores varones es de 91 y 93, respectivamente. Por el contrario, en el norte de África, Medio Oriente y Asia meridional, esa proporción se reduce a 40 trabajadoras por cada 100.
Pero al mirar el desempleo a escala mundial, las cifras son similares. La desocupación laboral femenina es sólo ligeramente superior a la de los hombres: un 6,4 por ciento frente al 6,1 por ciento de los varones. Un porcentaje que en números reales, indica que todavía existen 77,8 millones de mujeres sin trabajo en todo el mundo.
En el caso de las mujeres de 15 a 24 años de edad, el problema es de especial gravedad, ya que la cifra de desempleadas de este grupo en todo el mundo asciende a 35,8 millones.
Por si fuera poco, el 60 por ciento de los 550 millones de trabajadores pobres del mundo, considerados como aquellos que viven con menos de un dólar estadounidense al día, son mujeres.
El informe de la OIT reafirma la tendencia generalizada de que las mujeres siguen ganando mucho menos que los hombres, incluso en empleos «típicamente femeninos», como la enfermería y la enseñanza.
«Para crear suficientes trabajos decentes para las mujeres, los responsables de la formulación de políticas deben colocar al empleo en el centro de las políticas económicas y sociales. Aumentar los ingresos y las oportunidades para las mujeres saca a familias enteras de la pobreza e impulsa el progreso económico y social», señaló Juan Somavía, director general de la OIT.
Empleo y pobreza
Hace dos años ya, existe el programa Género, Pobreza y Empleo en América Latina del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
En un seminario organizado en Santiago de Chile a finales de julio, expertos y expertas de Latinoamérica concluyeron en la importancia de que los gobiernos locales incluyan la perspectiva de género en las iniciativas de promoción de empleo y combate a la pobreza en toda la región.
De hecho, ese es el objetivo central del proyecto que se impulsa desde Naciones Unidas.
Distintos estudios realizados en el marco de este programa, demuestran que hay más mujeres que hombres en los segmentos sociales más vulnerables a la pobreza de la región. Las mujeres son la cabeza de una importante proporción de los hogares, pero menos de la mitad de las que están en edad de trabajar lo hacen.
«Cerca de 30 por ciento de los hogares latinoamericanos tiene jefatura femenina, lo que implica que, en estos casos, ellas son sus proveedoras principales y probablemente exclusivas», explicó la socióloga Lais Abramo, especialista regional en género de la OIT.
La experta agregó que «en el 25 por ciento de los hogares biparentales, ellas aportan el 50 por ciento o más del ingreso familiar». Porque, señaló, las mujeres destinan un mayor porcentaje de sus ingresos al cuidado de los hijos en educación, salud y nutrición.
Todos, factores que según Lais Abramo, «son fundamentales para la ruptura del ciclo intergeneracional de reproducción de la pobreza».
Para la especialista, es necesario incorporar fuertemente la perspectiva de género en los programas de empleos y de superación de la pobreza. A su juicio, no basta con que tales iniciativas sean neutrales con respecto al género, porque así terminan siendo «ciegas al género», al «no considerar las características y condiciones diferentes que viven las mujeres».
«Se trata de la carga de la responsabilidad familiar, las restricciones culturales al ejercicio del trabajo remunerado, la dificultad de acceso a redes que les permitan encontrar empleo, y la falta de calificación profesional en oficios no tradicionales», explicó Abramo.
«Las políticas y programas para promover la igualdad de oportunidades deben incorporar esta realidad a través de una serie de instrumentos y acciones, tales como la disponibilidad de servicios de cuidado infantil y la flexibilidad horaria en el caso de los programas de empleo asalariado temporal y de emergencia», señaló la especialista, enfatizando que «el trabajo flexible» no implica la precariedad de condiciones como se entiende todavía en la región.
Por ello, resaltó el papel fundamental que en estas modalidades laborales representan la seguridad social y la negociación en igualdad de condiciones. Sin embargo, una traba importante para garantizar estos derechos en el empleo femenino, es el estereotipo cultural que ve el trabajo de las mujeres como más caro y secundario, subsidiario o menos importante.