Acepto el reto de imaginar la otra Cuba, la de mañana por la tarde, que no es una línea en el horizonte, sino la que está entre nosotros y no vemos, porque la cabeza la tenemos llena de telarañas. Pienso que la solución al dilema de Cuba pasa por darle un grito comunitario radical a […]
Acepto el reto de imaginar la otra Cuba, la de mañana por la tarde, que no es una línea en el horizonte, sino la que está entre nosotros y no vemos, porque la cabeza la tenemos llena de telarañas.
Pienso que la solución al dilema de Cuba pasa por darle un grito comunitario radical a la sociedad.
Ciertamente, Cuba necesita de un Estado fuerte y de un mercado sólido. Pero deben ser otro Estado y otro mercado. Específicamente, hablo de un Estado-servidor y de un mercado-facilitador del proceso.
Hasta hoy hemos sido rehenes de un Estado-extorsionador y de un mercado-especulador, que se han alternado en ciclos históricos.
Quien debe ser la protagonista del cambio debería de ser la comunidad.
Aplicar esa política pondría alrededor de 3,000 millones USD en fondos de inversión en manos de la sociedad.
La clave en la administración de los recursos está en la cogestión obrera de las empresas del Estado y en la autogestión comunitaria de los municipios. (Aclaro lo dicho: este último no sería una entidad del Estado.)
Desde luego, algo así implica la transformación de toda la sociedad. Sería un cambio civilizatorio radical de dicha sociedad, que se realizaría en tres tiempos: corto, mediano y largo alcance.
En el corto plazo la tarea es lograr la reconciliación en el país: primero del Estado con la sociedad y luego se impone el superar la fractura de esta última.
Para el mediano plazo el desafío se refiere a la institucionalidad y el modelo de economía, que deben de desatar la creatividad popular y dotar a esta de sentido de comunidad.
En el largo plazo, en cambio, pienso que lo decisivo se refiere a la construcción de un aparato productivo flexible de escala humana y bajo impacto ambiental. Podría integrar los tres tiempos en un caso en particular. Hablo de las ciudades en Cuba, ¿qué hacer con la condición metropolitana periférica de las mismas?
«Colonialidad del espacio», así fue que definí esa realidad. La ciudad nueva, surgida de nuevas prácticas, podría albergar al doble de los habaneros y reducir a la mitad la huella ecológica de La Habana. Pero hay más: los recursos que se empleen en (re)construirla pueden ser en un alto por ciento de los asignados para la realización de un Plan Director. Poco le importan ideas así la Oficina del Historiador de la Ciudad y menos al Poder Popular de la Capital.
Entiendo que algún distraído se pueda alarmar al oír la palabra «comunizar», que es dotar de sentido de comunidad a la sociedad.
Es otra cosa de la que hablo
La sociedad que resultó de las últimas tres décadas es una sociedad autónoma y abierta al mundo. Ahora, en ese «período (tan) especial» la lucha cotidiana de la gente -estrategias de sobrevivencia mediante- obligó a muchos cubanos a salir adelante por sí solos y sin respaldo.
Ahora se trata de juntar voluntades, de aunar los destinos, de andar unidos hacia el futuro. Sucede que Cuba hoy es otra, 30 años después.
El dilema de los 90s era la contradicción entre una institución tipo hombre-masa y una sociedad tipo hombre-individuo, para hablar en términos de Gramsci. Pero hoy el nudo de contradicciones se centra una sociedad digital que se enfrenta a un Estado analógico.
Existe una nueva sensibilidad de época, que se advierte en la creación artística y en la vida cotidiana. Luego, esa nueva sensibilidad nos revela la obsolescencia de un modo de producir realidad a escala nacional.
Cuba a veces me huele a tiempo perdido, a fetidez de cadáver -tal como definió Roque Dalton a los rebeldes de café-con-leche en alguno de sus poemas.
¿Qué hacer?
La idea implícita en el post de Fernando Ravsberg que motiva el mío, es una invitación a imitar a Vietnam.
Pero yo me opongo a privatizar la vida cotidiana. Desdichadamente, eso ya lo hizo el neoliberalismo en los 90s, cuando nos convirtió en precariado para llamarnos hoy «emprendedores».
Explica esto la disyuntiva a que se enfrenta el gobierno, que no halla qué política adoptar en relación con las Pymes y el trabajo por cuenta propia.
Imagino a vecinos que dicen qué necesita la sociedad local antes de otorgar las licencias de operación a las Pymes, o que fiscalizan a las empresas del Estado, mixtas o privadas en función del interés de comunidad. Lo que más cerca de esto se haya es el socialismo comunal de Chávez, que viene de más lejos.
Imprimir un giro comunitario radical a la sociedad, en pocos años, pondría a la economía del país en un círculo virtuoso de desarrollo en tanto elevaría la tasas de inversión. Esto sea dicho sin considerar que la propia experiencia popular que resultaría de gestionar ese desarrollo nos haría dar un salto de conciencia que los aparatos ideológicos del estado en manos del gobierno-partido han frenado.
La política del giro comunitario radical se reduce a una transferencia del poder instituyente del Estado a la sociedad, para hacer que ésta tome las riendas de su destino.
Advierto, en tal sentido, que la resistencia que ofrece en Cuba el hombre del orden a su aplicación nos revela el pecado original de nuestra clase dirigente: la pérdida un sentido consecuentemente revolucionario.
Fuente: http://www.desdetutrinchera.
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