A tenor de la últimas encuestas y los resultados de las elecciones europeas, damos por supuesto que Podemos, a pesar de la marginación y el acoso recibidos, ha salvado su mayor peligro de la irrelevancia política y se está recuperando, de momento con ese techo del millón de votantes; y en el caso de Sumar, con amplias posiciones institucionales y apoyo mediático, hay una trayectoria electoral descendente, aunque sigue manteniendo todavía un millón y medio de votantes, más fragmentados en su articulación política.
El hecho decisivo, cuando se pretende formar una fuerza política con una capacidad electoral significativa para tener posiciones institucionales, es alcanzar en el Estado, al menos, una representatividad superior al 10% del electorado, dadas las constricciones de la normativa electoral. Así, el descenso de escaños podría llegar hasta la mitad de los 31 conseguidos, conjuntamente, el 23 J: en torno a 4/6 para Podemos y 9/16 para la coalición Sumar.
Con esa previsión parlamentaria, sin un proceso de reactivación unitaria y remontada electoral, con un estancamiento del Partido Socialista y un ligero ascenso de las derechas (PP y VOX), no se podría conformar, junto con el PSOE y las fuerzas nacionalistas, una alianza de progreso, o simplemente continuista, que impida un gobierno de derechas extremas y la consolidación de un nuevo ciclo reaccionario.
Además, con un posible predominio institucional de las derechas, tampoco se podría condicionar significativamente, desde ese ámbito parlamentario, su anunciada dinámica gubernamental y legislativa regresiva y autoritaria, con una impotencia transformadora mayor de la izquierda alternativa y el conjunto de las fuerzas progresistas y democráticas.
Con esas perspectivas de involución democrática y de condiciones y derechos sociales, así como de frustración ciudadana, el foco principal del activismo político alternativo pasaría a la esfera sociopolítica y cultural y la oposición parlamentaria, para recomponer y ampliar un nuevo campo socioelectoral y político-institucional, como mecanismo para reiniciar otra fase de cambios sustantivos de progreso para las mayorías populares.
Superar el sectarismo partidista
En el contexto de declive de la izquierda transformadora, se produce una fuerte pugna por el relato de sus causas, las responsabilidades partidistas y las salidas que legitimen los respectivos liderazgos y estrategias.
Se producen diagnósticos contrapuestos y performativos, poco realistas, que expresan deseos de cada cual. Por un lado, la muerte de Podemos; por otro lado, la descomposición de Sumar. Se genera la incompatibilidad de liderazgos, con los vetos cruzados: Yolanda Díaz/Irene Montero. Se da por inevitable la persistencia de solo un grupo dirigente para articular ese espacio alternativo, con la prevalencia de una parte y la subordinación de la otra.
Así, las dos propuestas existentes son hegemonistas de parte y no demasiado sensatas para articular la cooperación, considerada imposible o innecesaria por ambas partes.
Por un lado, el modelo de Sumar del 23J, con la continuidad de la primacía del Movimiento Sumar y el equipo de Yolanda Díaz, y la sustitución de Podemos en el liderazgo y su marginación, con una política moderada de afinidad con el Partido Socialista. Es la que la dirección de Sumar pretendió imponer en el proceso que culminó el 23 J, con los reajustes gubernamentales y parlamentarios excluyentes consiguientes, plan que ahora se reproduce sin valorar su fracaso fáctico y antipluralista.Es la actual alternativa oficial de Movimiento Sumar, imposible de repetir ante el reequilibrio representativo de Podemos y la actitud más reequilibradora y unitaria de Izquierda Unida. O sea, no es operativa y solo tiene una función legitimadora para mantener una aparente iniciativa unitaria.
Por otro lado, el de una ‘izquierda valiente’ en torno a Podemos, con una estrategia confrontativa con el Gobierno de coalición, poniendo el énfasis en la movilización contra la guerra, intentando absorber partes de la coalición Sumar, tras la supuesta integración de otra parte en el PSOE. Se basa enla hipótesis de la descomposición de Sumar: que el PSOE incorpore al núcleo dirigente de Movimiento Sumar, y Podemos articule, atrayendo el grueso de su base social, a varios grupos de la coalición Sumar (IU y los Comunes -sin ICV-), junto con otros activistas sociales. Sería una especie de nueva Unidas Podemos, con prevalencia de la dirección morada, dejando a la intemperie a Más Madrid y Compromís (o Mes y Chunta), difíciles de asimilar para ellos.
Es una hipótesis deseable para Podemos, para fortalecer su liderazgo, pero poco realista, al menos, antes de la comprobación del probable batacazo electoral en 2027, aunque las encuestas negativas precedentes y los reajustes internos de expectativas podrían adelantar las tensiones internas y la búsqueda de apaños para evitar la pérdida de credibilidad social.
Además, está la propuesta razonable de Izquierda Unida, de reunir al conjunto en una nueva plataforma sin vetos y con programa mínimo compartido, más horizontal, con un procedimiento democrático consensuado -primarias a negociar-, pero que adolece de cierto irrealismo que los lleva a admitir la posibilidad de una tercera lista por separado, con lo que se agravaría la situación todavía más.
Hoy es difícil de concretar ese frente amplio o bloque histórico, sin mayor autoridad moral y política de sus liderazgos y dada la predisposición de cada parte, incluida IU, para consolidar en este proceso transitorio su respectiva hegemonía orgánica y su línea política particular.
Así, de entrada, la dirección de Movimiento Sumar y el equipo liderado por la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz, valoran su política y su posición como las más útiles e innegociables, ya que el radicalismo de Podemos lo consideran un lastre para ensanchar su influencia. Mientras que la dirección de Podemos las considera imposibles de consensuar, por la gran distancia existente entre una estrategia que llaman de régimen de guerra, en la que involucra a todo el Gobierno, y otra de paz, que defienden y que, según ellos, es determinante para la formación de la izquierda en la fase actual.
La situación se agrava con la posición exclusivista, en sus respectivas comunidades autónomas, de Más Madrid y Compromís, que excluyen cualquier alianza electoral con Podemos e Izquierda Unida para reforzar su posición prevalente, infravalorando sus consecuencias negativas.
Se puede constatar que, con los liderazgos actuales, es difícil avanzar en una colaboración, institucional, social o de base, que pudiese culminar en un acuerdo electoral y de estrategia política para el inmediato reto político-electoral y, particularmente, para la próxima etapa. Es un camino que requiere varias condiciones y necesitaría más altura de miras y capacidad de liderazgo colectivo.
Dinámicas regeneradoras
Caben tres dinámicas, necesariamente combinadas, que pueden desbloquear y modificar algo esas actitudes y estrategias de los núcleos dirigentes actuales, en el marco de una presión democrática más general, incluido por los intereses corporativos del resto de las fuerzas progresistas y del propio Partido Socialista, que pretende evitar su desalojo gubernamental.
Primera, una significativa activación cívica y de masivas movilizaciones sociales -feministas, vivienda, sanidad y educación públicas, solidaridad con Palestina, contra el rearme…-, junto con una dinámica más global contra la involución regresiva y autoritaria, que presionen desde la base popular una trayectoria transformadora y unitaria.
Segunda, unos resultados especialmente positivos, comunes y visibles, de las pocas experiencias colaborativas existentes -Por Andalucía, Contigo Navarra u otras dinámicas locales y sectoriales-, que abran mayores caminos cooperativos y de confianza.
Tercera, una reconsideración reflexiva y constructiva de las direcciones partidistas -y de otras organizaciones sociales y la intelectualidad progresista-, con la capacitación de nuevos liderazgos unitarios, democráticos y con una perspectiva transformadora a medio plazo.
De momento, parece que las dos espadas principales están en alto, sin dar el brazo a torcer, y en espera de que los cambios de la realidad de la crisis político-orgánica se hagan más evidentes y aparezcan factores favorables para cada cual en su pugna por la prevalencia política y orgánica.
Es decir, contando con el precedente de las elecciones andaluzas, habrá que esperar hasta la debacle previsible -quizá asimétrica- de los resultados electorales -municipales, autonómicos y generales- de 2027, constatar la impotencia frustrante y la crítica de la izquierda social y política ante los graves retos existentes, y valorar su representatividad específica, su fuerza comparativa y la credibilidad de sus liderazgos.
Será el momento, trágico, de reactivar las tres dinámicas antedichas, activación cívica, experiencias colaborativas y renovación de liderazgos, seguramente, en condiciones sociopolíticas más desfavorables que en la actual etapa transitoria, previa pugna competitiva por la adjudicación de responsabilidades del fracaso y los intentos de asentar nuevos liderazgos y estrategias políticas. Entraremos en otra fase, dura y delicada, que demostrará la valía de las actuales estructuras dirigentes de la izquierda alternativa.
El riesgo de involución y la voluntad transformadora
Se trata de desafiar al mal mayor, frente a la prioridad contra el mal menor, prevenir la pugna sectaria y corporativa en la izquierda alternativa y apostar por su renovación, colaboración y refuerzo. La tendencia probable es una realidad externa desfavorable para las fuerzas transformadoras. No obstante, al mismo tiempo que el declive y el desconcierto de las izquierdas alternativas, se abre la oportunidad para otro ciclo de reactivación cívica y recomposición sociopolítica y partidista, para el que se genera una fuerte pugna política y discursiva por la primacía para influir en su nueva dimensión, sus características y su liderazgo.
Por otra parte, respecto de las condiciones externas, hay que remarcar la diferencia entre, por una parte, una gestión ultraliberal, regresiva, imperial y autoritaria de las derechas extremas, reforzadas por la trayectoria trumpista y ultra en Europa, con fuertes componentes racistas, antifeministas y antiecológicos; y, por otra parte, una gestión centrista o continuista (o posibilista/oportunista), con componentes neoliberales y de contención de derechos sociales y democráticos. En ambos casos, en un ámbito de cierta democracia liberal debilitada, se puede condicionar su gestión por su necesidad de su legitimación social y democrática, o sea, por la presión cívica, si la hay en el corto plazo.
El foco principal de la acción política y la influencia transformadora pasaría a la capacidad de activación cívica y articulación sociopolítica de las organizaciones sociales y culturales, así como de su representación política, en un papel menos institucionalizado. Esta, con pocos recursos de poder institucional, tendría que basarse en su arraigo social, su cultura democrática y pluralista y su capacidad articuladora y de liderazgo popular. Constituye una nueva prueba para las estructuras de la izquierda alternativa, y la propia influencia de la socialdemocracia.
En todo caso, hay que valorar la especificidad de la interacción entre las dos corrientes de izquierdas, la moderada y la transformadora, también en su capacidad articuladora de las demandas sociales. Igualmente, hay que tener en cuenta cómo frenar la gestión política de las derechas y los grupos de poder, que pueden combinar imposiciones excluyentes a unos grupos sociales con concesiones parciales y privilegios relativos a otros. Por tanto, frente a su dinámica de reforzar ventajas comparativas de unos sectores sociales frente a otros más vulnerables y en desventaja, para incrementar la división social y apropiarse de la legitimidad o la representatividad de sectores populares descendentes, o desafectos, en términos relativos, e impedir el avance de las fuerzas progresistas. Si terminamos ahí, con un Ejecutivo de derechas extremas y una oleada segregadora y reaccionaria, el camino antifascista y contra la reacción no será nada fácil, aunque aparezca el adversario con claridad.
Desafiar al mal mayor, frente a la prioridad contra el mal menor
La conclusión estratégica no es la de subordinarse a los intereses de ese bloque centrista/continuista, el llamado malmenorismo, sino la de oponerse al mal mayor, la involución social y democrática de las derechas extremas, y consolidar las fuerzas sociopolíticas transformadoras. En ese sentido, hay que valorar el carácter ambivalente o contradictorio de las corrientes moderadas, posibilistas o socioliberales respecto del poder establecido y las derechas, adversario principal de las fuerzas progresistas y de izquierda.
El riesgo principal es un refuerzo derechista y de los grupos de poder y una destrucción mayor de las fuerzas transformadoras y de izquierdas, incluido los movimientos sociales y el sindicalismo. También es problemática la crisis de las fuerzas liberal-democráticas o centristas, sin grandes acomodos en los poderes fácticos, y su deslizamiento hacia la derecha conservadora.El desafío estratégico para las izquierdas frente a los poderosos será resistir frente al retroceso político-social y avanzar en condiciones, derechos y fuerzas sociales, en plena travesía del desierto institucional, con una dinámica doble de unidad y diferenciación, o cooperación y crítica, con las fuerzas moderadas o socioliberales, dentro del campo democrático, y según las características de cada fase histórica.
En todo caso, como se adelantaba, una decisión trágica sobre la configuración institucional puede venir en 2027, en los procesos electorales municipales, autonómicos y generales -si no se adelantan-, sobre la constitución de mayorías de gobierno, si se da una coyuntura similar de equilibrios parlamentarios como la de 2023. Sumar lo tiene claro: su firme alianza con el Partido Socialista.
La principal condición morada para llegar a acuerdos con el PSOE es que respete su autonomía política (para disentir), aunque esa posibilidad negociadora, como política flexible, está contrarrestada por el análisis, la crítica frontal y la polarización como representación del ‘régimen de guerra’ a derribar. No obstante, se afianza la idea de la imposibilidad de participar en un gobierno conjunto con los socialistas (y Sumar) o de compartir un programa mínimo de legislatura.
El interrogante sería sobre la decisión del apoyo (o la inhibición) en la investidura socialista, si su voto es determinante para que no gobiernen las derechas. Y a qué precio. La cobertura del relato justificativo de la oposición a esa posibilidad ya se avanza: la responsabilidad de la victoria de las derechas sería del gobierno de coalición, que les ofrece una ‘alfombra roja’, al hacer políticas de derechas, y la única alternativa a ese consenso bipartidista bélico, con diferencias irrelevantes entre ese bipartidismo formal, es la ‘izquierda valiente’, que se puede fortalecer en esa polarización con el bloque de poder, al que pertenecería el Partido Socialista y el grueso de Sumar.
Aunque habría que diferenciar entre la función discursiva actual, para intentar reforzar el espacio propio, de las consideraciones prácticas de sus efectos cuando se produzca la decisión morada, según su contexto, y que podrían condicionarla.
Preservar las fuerzas transformadoras
En el peor de los casos, de un gobierno de derechas y una débil representación progresista y alternativa, otra hipótesis problemática para la izquierda política transformadora sería su caída en la irrelevancia institucional y político-cultural, con fuerte aislamiento político y desarraigo social, con la tendencia hacia la pasividad y la rendición político-ideológica. Supondría una etapa prolongada de crisis y recomposición.
La respuesta morada es un partido cohesionado, con autonomía y capacidad comunicativa… hasta ampliar el electorado a lo largo de la próxima legislatura. Y generar las condiciones sociopolíticas de movilización y articulación social y política para acumular más fuerzas ‘en la calle’ y luego en las instituciones parlamentarias y ejecutivas, ya que se mantiene el criterio fundamental de ser partido de poder y de gobierno. Veremos la consistencia de sus mimbres.
En el caso de la coalición Sumar, el riesgo de mayor de fragmentación se puede producir ante la situación de previsible fracaso representativo y desalojo del Gobierno, probablemente no antes, tras los procesos electorales de 2027. La tendencia puede ser de repliegue local de sus grupos territoriales (Madrid, Catalunya, Comunidad Valenciana), con cierta representatividad, la dilución de Movimiento Sumar y su liderazgo, y la persistencia de Izquierda Unida, en su nicho político territorial (Andalucía). Pero es difícil que, de entrada, renuncien a su primacía orgánica y política, en particular en esas zonas. La competencia con Podemos está servida.
La apuesta de Movimiento Sumar y, en gran medida, de la coalición Sumar, es la de revalidar un frente electoral suficiente para mantener el gobierno de coalición progresista otra legislatura, y mantener el peso institucional y de gestión que les permita seguir legitimándose por su política ‘útil’, dentro de la unidad -con forcejeos- con el Partido Socialista.
No obstante, la derechización política y, en particular, el bloqueo continuista gubernamental y los límites y compromisos socialistas con los grupos de poder, generan nuevos conflictos que dificultan esa legitimidad basada en limitadas mejoras para el bienestar de la gente, en el marco de una política de progreso sin mayoría parlamentaria y una gestión, a veces, regresiva, belicista o neoliberal. No contemplan otra hipótesis, de irrelevancia político-institucional o permanencia debilitada en la oposición parlamentaria. Supone que, de producirse, no habría mecanismos colectivos para hacerle frente y podría haber una salida individualizada o fragmentada. Un futuro lleno de incertidumbres.
Antonio Antón. Sociólogo y politólogo.
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