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A propósito de la Moscoso

Indulto no, insulto

Fuentes: Rebelión

No era necesario ser Nostradamus para predecirlo: antes de abandonar la presidencia de Panamá, la señora Moscoso llevaría adelante un plan de fuga amparado en la potestad de la que está investida por la Constitución. El MINREX de Cuba solo encendió los grandes reflectores para que la opinión pública internacional pudiera ver con toda claridad […]

No era necesario ser Nostradamus para predecirlo: antes de abandonar la presidencia de Panamá, la señora Moscoso llevaría adelante un plan de fuga amparado en la potestad de la que está investida por la Constitución.

El MINREX de Cuba solo encendió los grandes reflectores para que la opinión pública internacional pudiera ver con toda claridad la vileza. Su acción no quedó en la sombra.

Sorprendida in fraganti alegó primero que el Gobierno de La Habana se inmiscuía en los asuntos internos de Panamá. Cualquier hijo de buen vecino podría aclarar tal equívoco. Ante todo, la excarcelación de los cuatro matones internacionales es asunto de política exterior suya, porque está relacionada con los capos de la Florida y el Gobierno de Washington.

La condena de los cuatro asesinos sí pertenece a la política interna de Cuba por cuanto ha sido cubana la mayoría de las víctimas y son cubanas las familias enlutadas.

Desde el primer día de noviembre de 2000 la Moscoso tenía decidida la libertad de los cuatro criminales. Su propósito post gobierno es residir en la Florida y quiso tener un gesto de buena voluntad hacia los compinches de sus futuros vecinos.

Panamá tenía un antecedente de magnicidio: el asesinato en pleno vuelo del mandatario Omar Torrijos, artífice de la devolución del Canal a sus legítimos dueños. De haber podido, la Moscoso le habría regresado a Washington la propiedad sobre la vía interoceánica.

Los servicios de inteligencia del Istmo fueron burlados por los cuatro terroristas que arribaron con pasaportes falsos, introdujeron potentes explosivos y planificaron varios atentados. Fueron amigos de Cuba – los numerosos y anónimos amigos de Cuba -, quienes los miraron desembarcar, caminaron junto a ellos hasta el aparthotel en que se hospedaron, precisaron dónde escondían los artefactos y pasaron información detallada de sus planes a las autoridades cubanas.

El gobernante caribeño pudo optar por quedarse en casa, pero su tradicional audacia lo condujo a ir al supuesto escenario de su muerte y denunciar con toda serenidad la conjura. Ardió Troya. Balbuceos, alarma, la policía obligada a actuar y los terroristas sin tiempo para escapar.

¿Qué hubiese pasado en Panamá en noviembre de 2000? Exactamente lo que pasó en Nueva York en septiembre del siguiente año: miles de personas – estudiantes, obreros e indígenas- habrían acompañado en su muerte a Fidel Castro. Para el guerrillero cubano morir a manos del enemigo es natural, porque indica que pelea contra ellos. Él desciende de los próceres Céspedes y Martí, y para él morir en combate es vivir.

El principal asesino, Posada Carriles, es hombre al que la CIA le debe mucho. Bautizado por la Agencia como «El cazador» por su excelente puntería, posee una gruesa hoja de servicios. Por ejemplo, está documentada su presencia en Dallas el día en que un francotirador «desconocido», le puso fin a la vida del presidente John F. Kennedy. ¿Qué hacía allí ese día un especialista llamado «El cazador»? ¿Cuál seria su presa?

La Moscoso ha argumentado que la «liberación», es un gesto humanitario con una persona anciana, enferma de cáncer, y con él evita que el nuevo gobierno lo deporte a Venezuela o Cuba, donde sería – según dijo a la prensa – «matado». Ese anciano que tanta lástima le provoca – y lo único sano que tiene en su cuerpo es el cáncer -, asesinó a 73 personas, entre ellas a los miembros de un equipo juvenil de esgrima que ya no tendrán derecho a envejecer.

El señor Colin Powell, de visita en el país le pidió a nombre de Osama Bin Bush excarcelar a los terroristas. Fue un diálogo cordial entre la Tormenta del desierto, y la Tormenta del canal para tormento de la humanidad. Tal vez un día se desclasifique la grabación de esta plática para vergüenza de norteamericanos y panameños. Todo puede ocurrir en la viña del señor.

Como se conoce hay dos tipos de terroristas: los auspiciados por Estados Unidos tienen cárceles cinco estrellas, visitas diarias, son liberados por jefes de Estado y viajan con toda seguridad en aviones privados.

A los otros les toca la cárcel de Iraq o de la Base Naval de Guantánamo donde son vejados, torturados, violados, se les prohíbe visitas y ningún gobierno se preocupa por ellos.

Observada por el mundo con un lente de aumento y presionada por Washington y Miami, la Moscoso se vio obligada a ampliar la lista de indultos para que no fuera tan notorio que la acción sólo estaba encaminada a los cuatro amigos.

En su decreto, a última hora se agregaron nombres que no hubo tiempo de verificar. De este modo, fue liberada una buena cantidad de personas que ya estaban libres o que ni siquiera se seguía contra ellas proceso alguno.

El más notorio caso de indulto fue el otorgado por la Moscoso a Jorge W. Prosperi, de profesión periodista, quien tiene varios años de fallecido. Tal vez el decreto presidencial lo libere de su tumba.

Siguen encarcelados el director de Radio Soberana, Alfonso Pinzón y el periodista Blas Julio, ambos detenidos por criticar a su gobierno. Como respuesta a la decisión de la Moscoso, la Soberana abrió sus micrófonos para que los oyentes expresaran su criterio. Fue censurada.

Ahora tres de los inocentes asesinos regresaron a casa para ser debidamente agasajados. Los sofisticados aparatos instalados en los aeropuertos norteamericanos pueden detener y humillar al senador Kennedy, pero son incapaces de identificar a tres archiconocidos criminales fichados por las propias autoridades yanquis por graves delitos cometidos en su territorio.

El principal cabecilla parece disuelto en el aire. Pero por mucho que vuele el aura, siempre el pitirre la pica. Habrá nuevos y nuevos amigos de Cuba que mantengan sus ojos atentos. Amigos que escuchan, que andan a su lado, viajan en sus mismos aviones, les sirven café, los despiden o reciben en los aeropuertos, andan con ellos por las calles que transitan, listos para hacerles abortar los planes que tracen contra Cuba.

Pronto la Moscoso fijará residencia en Miami. A su casa acudirán agradecidos Gaspar Jiménez Escobedo, Guillermo Novo Sampoll y Pedro Remón Rodríguez. Tal vez les confíen sus hazañas. En algún momento, autorizado por Washington y con uno de sus numerosos pasaportes falsos, también tocará su puerta Luis Posada Carriles. Ella asistirá a los banquetes en su honor.

Y tal vez inicie un romance humanitario con este viejito que tanta lástima le ha dado.

Guillermo Cabrera Álvarez es director del Instituto Internacional de Periodismo José Martí, La Habana.