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Aclarando algunas verdades a los cubanos

Informe de la Brigada Informativa Experimental «Elpidio Valdés»

Fuentes: Rebelión

Mes de julio en La Habana. Se hace imprescindible la constitución inmediata de una brigada informativa espontánea para hablarles a muchos habaneros cara a cara, mirando a los ojos. El mundo capitalista no es como os lo estáis pintando y se puede confiar en la mirada clara de los miembros fundadores de la Brigada Informativa […]

Mes de julio en La Habana. Se hace imprescindible la constitución inmediata de una brigada informativa espontánea para hablarles a muchos habaneros cara a cara, mirando a los ojos. El mundo capitalista no es como os lo estáis pintando y se puede confiar en la mirada clara de los miembros fundadores de la Brigada Informativa Experimental (BIE) «Elpidio Valdés», que han venido con sus dos hijos pequeños (tres y cuatro años) a Cuba a aprender. Y aprenden mucho, pero también se están dando cuenta de que es necesario enseñar algo.

Acción primera.

Vamos en taxi. Le pedimos al conductor que entre por una calle del Vedado. No nos hemos dado cuenta de que es una dirección prohibida. El taxista se excusa:

– Miren, esto no es como su país. Si entro por ahí y me ve la policía, me pueden sancionar, me retiran la licencia por un tiempo y me puedo quedar sin trabajo. No es como en España, que allá los taxistas, como todo el mundo, tienen su puesto y no los echan.

La BIE se topa con su primer trabajo informativo. Risas. Mire usted, lo primero es que en España también te sancionan retirándote la licencia de conducción. Lo segundo es que casi nadie tiene un puesto de trabajo seguro allá, mucho menos los empleados de las empresas de taxis. Lo que se estila es el despido a la más mínima, una explotación laboral desconocida en Cuba, los contratos temporales -de apenas meses-. O sea, se mata usted a currar para intentar conservar el empleo, y, a poco que su jefe sea como uno que yo tuve, basta que se ponga enfermo un par de días o que le claven una buena multa con suspensión del carné de conducir para que lo echen irremisiblemente.

Acción segunda.

De compras en el supermercado en divisas. Con extrema simpatía, una cajera nos cuenta que tiene intención de emigrar a España con su hermana, que vive en Asturias, para luego trasladarse a Barcelona. La BIE informa: Allí la vida es dura, en Asturias hay mucho paro y Barcelona es un monstruo que deglute y tritura al inmigrante. Que se vaya preparando para trabajar a un ritmo para ella desconocido, brutal, para apenas poder pagar su vivienda. En esto, interviene otra empleada de la tienda. Lo cierto es que hay más trabajadores que clientes en el establecimiento a esa hora y no tienen nada mejor que hacer que charlar con el turista español:

– Pues yo soy maestra y aquí me tiene. Tuve que dejar la escuela para poder ganar algo más de dinero.

Tiene que intervenir inmediatamente la BIE. Mire usted, señora, yo soy profesor de Secundaria en España. Soy un privilegiado porque tengo un empleo fijo y seguro. Pero sepa usted que yo conseguí el trabajo haciendo un examen, la oposición, al que nos presentamos mil doscientas personas para 48 plazas. Cada uno de los que nos examinamos llevábamos fácilmente dos o tres años estudiando un temario de casi cien capítulos, un total de tres o cuatro mil páginas. Cuando yo obtuve una de las 48 plazas como funcionario, hubo otros 1150 compañeros de profesión de mi especialidad que se quedaron en el paro. La mayoría exhibían una excelente preparación universitaria. Los puedes encontrar todavía trabajando como telefonistas de Canal Plus, camareros de MacDonalds o en empresas de trabajo temporal, si no es que siguen encerrados en una miserable buhardilla estudiando como cosacos en la más absoluta indigencia. Seguramente, usted, en España, no podría trabajar de maestra, pero no porque usted lo eligiera para ganar más, consumir más, sino porque le sería casi imposible obtener un puesto de trabajo en su profesión.

Acción tercera.

Nos dirigimos hacia el Acuario Nacional de Cuba, en La Habana, en el coche de un buen amigo cubano. Nos está contando que hace un rato ha tenido una agria discusión con un policía.

– ¿Recuerdas este cruce, por el que pasamos esta mañana? Un caballito me ha querido sancionar ahí sin tener razón. Cómo son estos policías. Hasta le he tenido que sacar el código, que lo llevo siempre conmigo en el carro, para demostrarle que estaba errado. ¿Se pueden creer que no reconoció el error? Se lo demostré bien clarito y no le dio la gana reconocer el error.

– Pero… ¿Te puso la multa?

– ¡Por supuesto que no! ¡Faltaría más, que me fuera a poner la multa estando completamente errado!

La BIE interviene de inmediato. Es chocante la indignación ante la que es una actitud de lo más civilizado por parte de un policía, siempre preocupado, se supone, por mantener una apariencia de autoridad aunque lo corrijan… Le contamos que, no hace mucho, a un compañero de trabajo, de camino a su puesto, le tuvo que sacar su abogado del cuartelillo de la Guardia Civil, en un pueblo del norte de la provincia de Huelva, porque tuvo la peregrina idea de tratar de discutir con el picoleto [por este término se suele conocer, popularmente, a los agentes de este cuerpo de policía militarizada en España] que lo trataba de sancionar injustamente. Recibió cachetes en las mejillas, insultos y vejaciones, y apenas pudo avisar al letrado, que no a su familia ni a su jefe. Cuando se incorporó a su centro laboral, con un día de retraso, aún tenía el rostro mortecino y residuos de la tembladera en las piernas.

Acción cuarta.

Conversación con un grupo de conocidos en La Habana. Una de ellos expresa sus ganas de emigrar porque está cansada de compartir su casa con la familia del esposo hasta el grado de bisabuelo de su hijo. «Allá, en España, se puede conseguir vivienda fácilmente, aunque sea de alquiler», suelta.

La BIE ataca de nuevo. En Cuba hay un problema de la vivienda comprensible hasta para un niño de cuatro años. Sencillamente, faltan casas. Las dificultades impuestas por el bloqueo son la causa principal. En España, sin embargo, es mucho más difícil comprender por qué demonios, si hay millones de casas vacías, hay también un grave problema de vivienda. Como España es, en realidad, un enorme mercado, el problema se traduce a una cuestión de precios. Los millonarios no tienen dificultad ninguna para tener cuantas casas quieran. Pero la clase media anda pidiendo a los bancos créditos vitalicios (hipotecas a 25 ó 30 años) que se devuelven con cuotas mensuales que se comen, enterito, el sueldo de uno de los dos cónyuges. Y eso les sucede a esa minoría que tiene un empleo más o menos fijo y que disponen de dos salarios seguros por unidad familiar. Los jóvenes que acceden al mercado laboral se ven forzados a vivir con sus padres hasta los treinta y tantos años, para luego irse a vivir a un piso… compartido con tres o cuatro personas más. En el centro de cualquiera de las grandes ciudades españolas, los alquileres superan ampliamente el salario mínimo y se acercan al 75% del salario medio, que es un salario mayor de lo normal mayoritario. En ese contexto, la población inmigrante sufre doblemente el problema: al monto de sus salarios, generalmente inferior al de los españoles -que a la mayoría de las familias no les da para llegar a fin de mes, de ahí que la sociedad española sea la más endeudada de Europa-, se unen los prejuicios racistas, cada vez más abundantes, que suelen complicar sobremanera las posibilidades de conseguir una vivienda digna.

Acción quinta.

En la cola del banco, la gente habla por los codos. Uno se enternece cuando una señora de ochenta y tantos años se salta la cola para llegar a la ventanilla la primera, porque no puede cobrar su pensión a través del cajero, que exhibe algún problema. La mujer a la que le toca el turno para pasar a la ventanilla trata de impedir que la ancianita se cuele. Una coral de voces indignadas resuena a sus espaldas:

-¡Déjela pasar, ¿no ve que es una anciana?!

Está uno pensando en lo hermoso que es este país, y en lo bien educada que está la gente, cuando sorprende una conversación entre dos compañeros de cola.

– Yo no me fui entonces, no me voy a ir ahora- Habla un antiguo jugador de béisbol al que le gusta rememorar sus viajes por el mundo con el equipo de Cuba. Al parecer, tiene dos hijos en Europa.

– Mírate – le dice un hombre de mediana edad con una gorrita de un equipo norteamericano de pelota -. Por lo menos, allá, con tu trabajo, puedes prosperar.

La BIE irrumpe en la conversación ajena. Sí, puedes prosperar, pero lo más probable es que no. La inmensa mayoría de los españoles ven cómo empeoran las líneas básicas de su calidad de vida. El empleo es cada vez más inseguro. Una temporada en el paro, cada día menos subsidiado, puede acabar con los pequeños ahorros de años. Se gasta todo lo que uno tiene en pagar la vivienda, de modo que eso es lo único que muchos poseen cuando les llega la hora de irse, después de toda una vida de duro trabajo: la casa. Muchos otros, ni eso. Son, según Caritas, casi un tercio de la población total los españoles no tienen apenas nada de su propiedad, ni tienen tampoco expectativas de ir más allá de sobrevivir a diario y alimentar a sus familias, a pesar de vivir en la más completa explotación. Y no digamos los inmigrantes. De los treinta o cuarenta mil mendigos que viven en las calles de Madrid, según datos aproximados publicados por la prensa -a uno le da la impresión, allí, de que son muchos más- una buena parte son extranjeros que no han tenido la suerte de encontrar un patrón que los exprima. Se cansa uno de ver gentes latinoamericanas, africanas, asiáticas, que se agotan por las calles tratando de venderle una flor a los privilegiados que se sientan en las terrazas de los bares, para apenas sacar lo mínimo con que pagar el alquiler compartido y malcomer. Eso es lo normal, que a uno le vaya mal en el capitalismo, a casi todo el mundo le va mal en el capitalismo, no vaya usted a pensar que es usted especial.

Conclusión.

La BIE «Elpidio Valdés» propone que se multipliquen las brigadas informativas en Cuba. Las organizaciones de solidaridad tienen algo más importante que hacer que cortar caña. Mucha gente en Cuba no se da cuenta de que quienes pueden viajar a su país es una minoría privilegiada, parte de esa pequeña parte de los pobladores de la economía-mundo del capitalismo a los que les va bien. Las brigadas pueden llevar a Cuba a personas que rara vez pueden salir de vacaciones, mucho menos cruzando el océano. Mirando a los ojos, serían los más indicados para informar a los cubanos acerca de la realidad contra la que la Revolución los defiende.