La ideología de podemos Vivimos unos tiempos políticos tan atribulados que uno no puede evitar sorprenderse con cualquier análisis de caldo por la apuesta tan arriesgada que inevitablemente encierra. Sin ninguna duda que un análisis político así siempre despierta un interés desmedido en relación a otros momentos más serenos, cuando el modelo institucional todavía hegemónico […]
La ideología de podemos
Vivimos unos tiempos políticos tan atribulados que uno no puede evitar sorprenderse con cualquier análisis de caldo por la apuesta tan arriesgada que inevitablemente encierra. Sin ninguna duda que un análisis político así siempre despierta un interés desmedido en relación a otros momentos más serenos, cuando el modelo institucional todavía hegemónico no aparecía tan cuestionado como hoy en día.
Eso es lo que ocurre con esta interesante entrevista a Íñigo Errejón (http://iniciativadebate.org/
La entrevista, muy bien estructurada, indaga en cinco cuestiones clave que ayudan a comprender la naturaleza del fenómeno. Las cinco se dirigen directamente a su núcleo ideológico.
El populismo
Dado que sus adversarios suelen argumentar contra Podemos tildándola de populista, la primera de las preguntas es precisamente esa: ¿Qué es el populismo? La respuesta se presenta muy bien adornada con consideraciones retóricas y alguna cita para declarar el acuerdo unánime de todos los actores políticos ‘clásicos’ sobre el empleo del término.
Pero cuando Errejón entra a la definición del concepto se limita a constatar su falta de significado convencional ejemplificando este extremo con su uso indiscriminado para referir lo mismo a experiencias políticas de izquierdas que de derechas.
Así, la salida que él encuentra para dar respuesta a la cuestión se reduce a afirmar que el término se emplea para designar circunstancias políticas excepcionales en las que se produce el cuestionamiento contra-hegemónico de ámbitos normativos sistémicos estructurales -pone como ejemplo al de la economía-. Hasta aquí todo parece ser tan coherente como pertinente en cuanto que no hace otra cosa que aludir a coyunturas prerrevolucionarias de cambio y transformación políticos profundos. Nada novedoso.
Ahora bien, como la explicación se queda coja Errejón la completa con un intento de definir al agente político transformador protagonista de esas coyunturas. Y aquí es donde radica su aparente originalidad. Decimos aparente porque hablar genéricamente de un bloque social contra-hegemónico carente de ideología definida, los excluidos, no es más que una conjetura política difícil de manejar a efectos prácticos y explicativos. La teoría política ya tiene desde hace mucho tiempo algunas explicaciones mejores que esta.
Efectivamente, es muy cierto que el pensamiento conservador decimonónico acuñó la categoría de masa para referirse a una parte importante de la población que quedó excluida por las elites políticas conservadoras desde los orígenes del Estado liberal. El miedo a que el orden capitalista naciente se viera trastocado por la participación política de toda la ciudadanía llevó a la escisión de la categoría política de pueblo entre el público racionante y la masa. Esta escisión se infringió con la intención de excluir a esta última en el ejercicio de la crítica al gobierno (Habermas, 2001, Passim). Por eso le resultará tan fácil a Errejón referirse a un sujeto político tan heterogéneo, simplemente por su exclusión. Él habla directamente de la elite contraponiéndola al pueblo, sin llegar a nombrar a la famosa ‘casta’. Por cierto que, en consonancia con los postulados de la post-modernidad y el valor meramente connotativo que atribuyen a cualquier discurso, Errejón pone en duda la validez de ambos conceptos, el de pueblo y el de elite. Lo hace con total independencia de su posible eficacia explicativa.
A partir de aquí la estrategia política de Podemos queda bien perfilada con un programa de radicalidad democrática que consiste en dar voz y participación a las hasta ahora políticamente ignoradas masas: los excluidos. Sin duda que esta voluntad es encomiable y que el desafío es de una envergadura desproporcionada. Pero no es novedoso. Si me apuran diría que eso mismo es lo que ha pretendido la socialdemocracia desde su institucionalización política.
Para ser más precisos: ¿Acaso es verdad que las denostadas masas han sido excluidas políticamente sólo por su ‘incompetencia racional’? ¿No será que han sido excluidas precisamente porque con sus exigencias de mejora social le planteaban un desafío al naciente orden económico capitalista? ¿No es la transformación del Estado de Derecho en Estado Social la prueba más evidente de todo ello? La presión de las propias masas en su pugna política para arrancarle los derechos sociales mediante las organizaciones sociales y de representación política al Estado liberal primigenio no ha cesado en todo este tiempo y aun hoy se hace sentir.
En cualquier caso es absurdo escamotearles la ideología a esos colectivos solo por la dificultad que entraña para ellos dar el paso desde sus reivindicaciones concretas de derechos -a la educación, a la vivienda, a la salud, al trabajo, a la igualdad de género, a la racial y étnica, a la opción sexual…- hasta alcanzar la conciencia de los estrechos límites que tiene el capitalismo como sistema social para garantizarlos. En la práctica, la pérdida de estos derechos puede hacer tomar un rumbo político incierto a quienes se ven privados de ellos. Pero es responsabilidad de quien pretende darles articulación política resolver qué es lo que impide su realización. Las consecuencias de esto último las podemos entresacar del resto de la entrevista.
Socialismo
Aquí Errejón mira hacia los procesos protagonizados por los gobiernos izquierdistas -en el buen sentido de la palabra- de los países sudamericanos. Plantea el límite que supone para ellos el gobernar sin controlar ciertas estructuras sociales, como la economía o el ejército, heredades de los regímenes oligárquicos anteriores. Según nos da entender, el límite no se encuentra tanto en la condiciones inequitativas creadas por su actual estructura capitalista interna y externa. Se encuentra en la condición oligárquica y colonial legada por su pasado. Así pues, a él le parece que la perspectiva de la redistribución de la riqueza solo será posible en el futuro. Así, el sistema económico del presente en esos países -el capitalismo- no supondría una limitación seria para avanzar en la realización de los ideales de justicia e igualdad.
Quizás sea por eso que acto seguido se precipita a deslindarse de cualquier ‘veleidad marxista’. Afirma que la concepción teleológica del socialismo entendida como la superación de las contradicciones sociales con la desaparición de la contradicción capital-trabajo no soporta la irrupción de nuevas conflictividades derivadas de otro tipo de subalternidades, como la de género o la étnica, por solo citar algunas, porque no siempre se refieren a la contradicción trabajo-capital.
Ya lo decíamos al principio. Uno no puede evitar sorprenderse con análisis de calado en tiempos de crisis general como el que vivimos por lo que conllevan de riesgo. Pero lo de situar la contradicción fundamental trabajo-capital entre otras como si se tratara de una más, una mera alternativa a ellas, además de sorpresa causa desconcierto. No vale la pena iniciar ahora una larga explicación sobre el origen y las consecuencias de los diferentes tipos de contradicciones sociales porque no hay espacio para tanto en estas líneas. Pero es muy fácil apuntar un par de evidencias que determinan resolutivamente la importancia de cada una para su correcta jerarquización.
Tomaremos las dos contradicciones ejemplificadas por el propio Errejón. Así, si nos estamos refiriendo a la desigualdad de género, es evidente que no es lo mismo ser una mujer dentro de una institución patriarcal en el norte de Europa que serlo en el África subsajariana o, simplemente, en África. No es lo mismo ser esposa y madre en una sociedad rica y opulenta que serlo en una atrasada donde la miseria campa sus respetos, y si no que se lo pregunten a las esposas saudíes. Si buscamos ejemplos en la historia de la humanidad en los que la desigualdad de género, y su indiscutible injusticia, haya sido causa de una tragedia de dimensiones apocalípticas, como es la guerra, comprobaremos que no encontraremos apenas ejemplos si no es en la mitología o en algunos estudios de antropología.
Algo bien distinto ocurre con las contradicciones étnicas. Estas si que han sido causa de guerras una y mil veces. Pero lo interesante en este caso será ver las posibilidades de resolución de estas contradicciones étnicas dentro de los parámetros de la actual estructura económica mundial donde el capitalismo es hegemónico.
Todo un doctor en ciencia política por la UCM seguro que sabe que las dos últimas guerras mundiales, particularmente la primera, fueron el resultado de la disputa colonial derivada de la expansión iniciada por el capitalismo desde sus orígenes. Es algo tan tópico que sonroja decirlo. Algo memos evidente, pero evidente también, es la indiscutible relación entre las guerras más recientes y la disputa por el acceso a los recursos naturales estratégicos. Aquí habría que aceptar alguna tesis, como la que postulan Immanuel Wallerstein y también L enin (El imperialismo etapa superior del capitalismo) , sobre la reproducción a escala internacional de una sociedad de clases como pura mímesis de la estructura social interna del capitalismo. De esta manera resultará muy fácil entender el papel que juega la contradicción trabajo-capital como desencadenante de los conflictos internacionales modernos. Estoy seguro de que el doctor Errejón comparte esta misma comprensión.
Pero, por si acaso, todavía cabe objetar que las guerras modernas responden a otras causas más aparentes, como las nacionales. Lo cierto es que la relación entre nacionalismo y pertenencia étnica es tan estrecha que apenas si merece la pena pararse a pensar demasiado en ello. De hacerlo sería para constatar que el orden capitalista internacional utiliza constantemente la etnia a modo de pretexto para reproducir y justificar la desigualdad internacional como una mera extensión de la contradicción trabajo-capital. Exactamente lo mismo que hace en su orden interno aun en el caso de que el origen étnico sea el mismo para todo el mundo: reproducir y justificar la desigualdad. Aquí no está por demás que recordemos tanto la totalidad de la historia colonial como el hecho de que en los orígenes de la moderna nación americana los negros eran arrebatados directamente desde el continente africano para ser explotados como esclavos.
Reforma y revolución
Una vez iniciado el desmarque de los ‘prejuicios marxistas’ ya no nos podemos parar. Según Errejón ambos términos, reforma y revolución, ya no refieren a práctica alguna. Como hay que renovar el utillaje político, el uso de términos amortizados por la práctica política ha perdido todo su sentido. En apariencia las fuerzas políticas convencionales han insistido de tal manera en el empleo de estos términos políticos que los dos están totalmente devaluados. Y la verdad es que parece bastante cierto que el reformismo ha sido un recurso tan socorrido que a estás alturas apenas significa nada para nadie; o a lo peor, parece que se asocia sistemáticamente con pérdida de derechos, recortes, austeridad y sufrimiento.
Pero lo de renovar con tanto vigor el término y el concepto de revolución es otra cosa. Vamos, que la palabra tampoco ‘tiene valor’ ni en China, ni en Vietnam, ni en Cuba, ni en Corea del norte. Si por casualidad estas sociedades estuvieran experimento una realidad política alternativa, cosa muy difícil de saber dado el nivel de propaganda, manipulación y control sobre una información sistemáticamente negativa que se nos ofrece de ellas, el término revolución, o su equivalente lingüístico ¿se supone que tampoco referiría a una ninguna práctica en esos países?
Dado que estamos en el contexto goe-político en el que estamos, y que en nuestro contexto el término revolución apenas nos remite a ciertos ecos del pasado -la Revolución Francesa y otras revoluciones decimonónicas o anteriores a la francesa-, según Errejón debemos abandonar toda perspectiva revolucionaria. En su lugar nos conviene poner la forma de los fenómenos políticos adaptada a la manera en que los experimentamos. Es decir, debemos limitarnos a la acción política contingente y abandonar toda perspectiva de transformación profunda, de revolución. Debemos gestionar la crisis y sus consecuencias para paliar el drama social y olvidarnos de sus causas reales y de su más que previsible recurrencia futura. Efectivamente, debemos abandonar toda perspectiva revolucionaria.
Por supuesto, fijarse objetivos más ambiciosos, objetivos que vayan más allá al toparse con las estructuras sociales heredadas del pasado, es caer en el dogmatismo y quedar relegados a la marginalidad. Es limitarnos a nosotros mismos en la adecuada comprensión de la forma política. Por eso hay que situarse en el limbo, ni dentro de las instituciones, para no ser asimilado; ni fuera de ellas, para no ser ineficaces: ¿ineficaces en qué?
Por favor ¿De qué se trata? Se trata de participar en el juego político dentro de la normatividad institucional vigente -la del capitalismo- para conseguir ¿el qué? ¿Gestionar el capitalismo prestándole gobernantes honestos y horrados que le den legitimidad? ¿Se trata de recuperar el prestigio de la política dentro de los márgenes del mismo sistema que denigra lo público y ensalza lo privado? Sorprendente.
Hablamos de un régimen político que eleva a la quinta esencia del éxito al enriquecimiento privado y que hace una hipócrita condena del enriquecimiento público. Lo hace porque sabe que el gobierno político experimenta una inevitable exposición ante el resto de la sociedad, y la mayoría de la sociedad no se podría identificar con él si ese gobierno hiciera gala de enriquecimiento. Estamos ante un problema de legitimidad que solo se podrá solventar cuando se supriman los mecanismos inherentes al sistema económico capitalista que permiten el enriquecimiento privado ¿Qué cuales son esos mecanismos? Muy fácil, la propiedad privada de los medios de producción.
A lo mejor es que los supuestos ‘dogmas’ adoptados por otros con fe religiosa de los que abjura el señor Errejón sin referirlos explícitamente tienen un fundamento mucho más racional que ese discurso preñado de retórica posibilista y oportunista que él maneja. Es un discurso que no alteraría sustancialmente el status quo político y mucho menos el económico. Muy al contrario, ese discurso y su práctica sirven muy bien para hacer una contribución neta a su perpetuación cambiando coyunturalmente algo para que al final todo siga igual. Por eso la salida que nos propone solo puede ser la que es.
La salida
Aquí es donde se reflejan las verdaderas preocupaciones de señor Errejón. Resulta que en momentos de transición entre órdenes, como es el creado por la crisis y las recetas neoliberales para encararla, se da una oportunidad para salidas reaccionarias descalificadoras de la política y exoneradoras de la economía. También se da una oportunidad para el racismo, para la profunda insolidaridad y para la violencia social anómica dirigida desde los penúltimos contra los últimos. Hablando en plata, resulta que la estructura política y social del capitalismo en descomposición puede degenerar fácilmente en fascismo. Todo un descubrimiento.
La prioridad entonces debe consistir en tomar el control de la hegemonía política para evitarlo. Por supuesto, líbrenos Dios del demonio marxista. Esto no tiene nada que ver con condiciones políticas objetivas. El control de la hegemonía no puede darse por natural, pero sí por posible aprovechando la politización cotidiana de la sociedad civil. Y, finalmente, Errejón lo remata: hay que alcanzar un nuevo contrato social y político que pueda garantizar las condiciones sociales.
¿Por qué será que toda esta explicación política nos resulta tan tópica como manida? La verdad es que visto de una manera tan completa como la que nos ofrece Errejón a lo largo de la entrevista le tendremos que agradecer la invitación a este estupendo viaje a ninguna parte. Porque quedarnos más o menos donde estábamos hace un tiempo es eso, quedarnos donde estábamos.
¿A ver si después de despotricar tanto contra la ‘casta’ resulta que el señor Errejón se ha propuesto unos objetivos políticos tan limitados que le permitirían a Podemos consensuarlos con el PSOE? Sorpresas te la vida. Ya sé porqué el análisis se nos hace tan tópico y manido. Es una explicación muy parecida a la que le hemos oído durante toda la vida a la socialdemocracia, pero con otras palabras y en unas circunstancias políticas excepcionales. Si no me falla la memoria, la apuesta por la resolución de otras contradicciones sociales, como la de género o la étnica, ya formaba parte del programa de gobierno de José luís Rodríguez Zapatero. De la que se olvidó totalmente su gobierno hasta el extremo de plegarse a las políticas neoliberales de la Troica y prestarse a una nueva ‘reforma laboral’ fue precisamente de la contradicción trabajo-capital. Para este viaje no hacían falta alforjas.
A modo de justificación del despiste político del señor Errejón, no pensamos que sea muy aventurado señalar su adscripción formal al ‘discurso’ de la post-modernidad y su crítica a todo ‘discurso’. Seguro que la relativización absoluta – oxímoron – de los significados le habrá ayudado en la construcción de su propio discurso político sin llegar a percatarse de que se limitaba a reproducir el mismo significado de otro anterior al suyo. Solo ha cambiado algunas palabras para acabar diciendo lo mismo.
Para concluir, que conste que nosotros no dudamos de las buenas intenciones políticas del proyecto y las gentes de Podemos. Les animamos a que sigan en ello con el mismo entusiasmo que lo han hecho hasta ahora. Tenemos un sincero deseo de éxito para sus metas políticas. Seguro que conseguirán la cuota de poder suficiente como para poder aliviar el sufrimiento social ocasionado por la crisis y eso siempre es y será necesario. Lo que pretendemos con esta contra-crítica es poner las cosas en su sitio, atajar cierta visoñez política de los líderes de Podemos. La pureza moral de los dirigentes políticos de gobierno en el capitalismo no es garantía de otra cosa más que de su perpetuación, aunque también sirva coyunturalmente para paliar sus devastadores efectos sociales. Pero la verdad es que ‘el capitalismo con rostro humano’ es tan viejo como la raspa.
Bibliografía:
Habermas, J. (2011) Historia y crítica de la opinión pública. Barcelona: ed. Gustavo Gil.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.