Para toda persona resulta posible dialogar con quienes, con honestidad y decencia, manifiestan confusión, carencia de información y criterios contrahechos. Pero cuando se trata de insidiosos y manipuladores, el tratamiento tiene que ser necesariamente diferente. Y eso último sucede con las «humanitarias preocupaciones» de los sectores de derecha del Parlamento Europeo, muy ligados ellos a […]
Para toda persona resulta posible dialogar con quienes, con honestidad y decencia, manifiestan confusión, carencia de información y criterios contrahechos. Pero cuando se trata de insidiosos y manipuladores, el tratamiento tiene que ser necesariamente diferente.
Y eso último sucede con las «humanitarias preocupaciones» de los sectores de derecha del Parlamento Europeo, muy ligados ellos a los segmentos norteamericanos más reaccionarios en el empeño por desacreditar a la mayor de las Antillas.
No es invención. Funcionarios europeos y norteamericanos radicados en La Habana aparecen como quien no quiere las cosas en actos y demostraciones de titulados grupos opositores en la Isla, y cuando la prensa les recaba información sobre su comportamiento, la evasiva o el silencio resultan sus maneras de asumir la sacrosanta libertad de expresión que tanto reclaman para otros.
Pero, además, quien conozca una pizca de historia y medianamente lea un periódico en nuestros días, sabe que ni Europa ni los Estados Unidos están moralmente facultados para hablar de prerrogativas ciudadanas ni de libertades de ningún tipo.
Se trata de sociedades que llegaron a la opulencia sobre la miseria impuesta a las cinco sextas partes del mundo, y que entre sus horrorosas prácticas suman, desde la masacre indígena en América y el tráfico de esclavos africanos, hasta el genocidio en Iraq y Afganistán ahora mismo.
Los que hablan de defensa de los derechos humanos no son más que los herederos de piratas convertidos en nobles, negreros transformados en aristócratas, y políticos y generales de no se sabe cuantas estrellas devenidos torturadores de «combatientes enemigos» y matadores de «víctimas colaterales». No olvidar que dos sonados estadistas europeos, el español José María Aznar y el británico Anthony Blair, fueron los que junto a George W. Bush, y por encima de la comunidad mundial, desataron la guerra contra Bagdad, a sabiendas que ni Iraq tenía armas de destrucción masiva, ni era aliado del sinuoso grupo Al Qaeda, al que se le atribuyen los atentados del 11 de septiembre del 2001 en los Estados Unidos.
Por supuesto, de tales adalides nadie espere campañas contra el bloqueo a Cuba ni por la liberación de los Cinco antiterroristas cubanos prisioneros desde hace más de una década en territorio norteamericano.
Nadie piense tampoco que demandarán justicia contra los matarifes Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, «ilustres» huéspedes imperiales radicados en la Florida. En fin…que todo se resume en más de lo mismo.