Señor presidente del Gobierno, nos encontramos ante una situación que es presentada como un esfuerzo para un trabajo humanitario, pero que sin embargo para el Bloque Nacionalista Galego representa la colaboración con una de las partes en conflicto, al servicio de una o varias potencias extranjeras, fundamentalmente de Estados Unidos, en un momento, señorías, en […]
Señor presidente del Gobierno, nos encontramos ante una situación que es presentada como un esfuerzo para un trabajo humanitario, pero que sin embargo para el Bloque Nacionalista Galego representa la colaboración con una de las partes en conflicto, al servicio de una o varias potencias extranjeras, fundamentalmente de Estados Unidos, en un momento, señorías, en el que no existe una verdadera Sociedad de Naciones, en el que los conceptos de no injerencia, soberanía, multilateralismoy diálogo fueron sustituidos por intervencionismo, procesos pseudodemocráticos controlados, unilateralismo y guerra preventiva. Por tanto, estamos ante una situación más que problemática, señor presidente del Gobierno, y ante una situación problemática lo normal es la prudencia, sobre todo cuando se está a kilómetros de distancia. Una posición contraria a esta cautela forma parte del confusionismo generalizado y la opacidad que hoy realmente mueve la parte de los conflictos en el mundo, e incluso la ocultación de al servicio de quién están. No creo que fuera muy difícil que nos pongamos de acuerdo en que cuando no hay contrapeso en la escena internacional hay prepotencia. Realmente estamos ante un diseño del mundo en el que la injusticia, el desaliento y la desolación son las principales características. Desde esta postura juzgaremos los dos casos, el caso de Afganistán y el caso de Haití.
Está claro que después del 11 de septiembre se realizó una invasión, sin mandato legal de la ONU, para buscar a Ben Laden y luchar contra el mulá Omar. Este es el inicio de la tragedia de Afganistán en la que se encuentra actualmente. Todos sabemos -cuanta información hubo al respecto fue contundente- que se trataba también y sobre todo del control de los recursos energéticos, de ocupar el vacío dejado por la ex Unión Soviética e incluso de lanzar amenazas veladas a la República Popular de China. Es cierto que después hubo una resolución de la ONU, precisamente también a finales del año 2001, a través de la cuál se desplegó una Fuerza Internacional de Seguridad y Asistencia. En todo caso, señorías, la guerra preventiva estaba legitimada y para nosotros es fundamental la negación del hecho inicial. No se puede legalizar nunca una guerra preventiva. A partir de ahí, todos tenemos claro lo que sucedió: la participación del ejército español, bendecida por el anterior Gobierno del señor Aznar; las relaciones cada vez más intensas de Estados Unidos con todas las repúblicas exsoviéticas, algunas con regímenes tiránicos y que niegan los derechos democráticos de la oposición; en el año 2002 la construcción del gran gasoducto, que era uno de los objetivos fundamentales de la invasión; y en el año 2003, por fin ya, la autorización a la OTAN para que despliegue en cualquier parte del país sus fuerzas armadas. Pasamos, por lo tanto, de una Organización del Tratado del Atlántico Norte a una especie de policía internacional, derecho y evolución que nos negamos desde el punto de vista de un mundo equilibrado y un mundo en paz. Finalmente, es cierto que hay legalizado o legitimado desde un punto de vista de una parte muy pequeña de la población un presidente que se llama Hamid Karzai, pero también es cierto que desde que está el señor presidente en el año 2001, prácticamente en el 2002, el tráfico de opio representa más de la mitad del producto interior bruto de Afganistán. Por lo tanto, no nos pueden vender una imagen dicotómica y prácticamente de buenos y malos, cuando realmente hay una gran parte de la Afganistán más corrupto y más tradicional en el peor sentido de la palabra que apoya la invasión y un régimen democrático que va a ser fraudulento. En todo caso, volvemos a preguntarnos si es posible establecer un régimen democrático y unas elecciones libres con un ejército de ocupación, por muy multilateral que sea, y solamente controlando una parte pequeña del país. Nos gustaría, señor presidente, que este debate se diese en una atmósfera en la que los medios de comunicación hubiesen informado puntualmente durante todos estos años de cuál era la evolución en Afganistán, cuestión que está muy lejos de acontecer.
Respecto de la República de Haití, en primer lugar quiero evocar este bicentenario de la primera república negra de América, que por cierto fue combatida por todas las repúblicas, tanto del norte como del sur, sin duda por su gran caudal revolucionario. A partir de 1854 Haití no hizo más que sufrir las vejaciones de la gran potencia imperial que fue Estados Unidos, sin cuya sombra alargada no podemos explicar tampoco la actual crisis. Por primera vez en todo el siglo XX llegaba al Gobierno de Haití un hombre que a pesar de sus contradicciones era esperanza de gran parte de las masas populares, el señor Aristide. Fue derribado por un golpe militar, ante el cual la comunidad internacional se calló ominosamente. Del año 1991 a 1994 a pesar de toda represión no se pudo impedir que volviese por lo menos el espíritu del Gobierno de Aristide a través del señor René Préval. En el año 2000 retornó el señor Aristide, que es cierto que inició una etapa comparable en corrupción a otras a nteriores, pero no es separable de las presiones del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional.
En todo caso, en el año 2005 tenía que haber unas elecciones; lo sensato y lo normal por parte de la Sociedad de Naciones y de Estados Unidos hubiese sido impedir que se perpetrase una revolución preventiva de una oposición de derecha que estaba alimentada desde la Casa Blanca y perfectamente preparada desde la República Dominicana. No es cierto que el señor Aristide se haya marchado voluntariamente. El señor Aristide fue secuestrado y ninguna resolución de la ONU puede legitimar un proceso contrario a lo que fue todo un régimen democrático, por muy corrupto que fuese. En este aspecto nosotros compartimos las denuncias del Caricom cuando hablaba de que no eran soldados de la ONU los que estaban interviniendo precisamente en Haití, sino que eran socios occidentales que se implicaban en la cuestión; que en todo caso era un Gobierno ilegítimo el que se estaba alzando enfrente de la legitimidad constitucional y que era un precedente muy poco aceptable la remoción inconstitucional de personas elegidas para sus cargos. Esto es irrebatible y, por lo tanto, hace sustancial, filosófica, políticamente muy grave la situación que se está dando en Haití.
Coincido, señor presidente del Gobierno, en que este debate tiene una importancia política muy grande. Yo concluyo porque pienso que lo mejor es que nos aclaremos sobre lo que defendemos cada uno sistemáticamente para el mundo. En primer lugar, la actual situación internacional es producto de la presión de Estados Unidos, de la connivencia y la configuración de una OTAN que no fue la tradicional -tuvimos aquí un debate al respecto a su debido momento- de una complicidad de los socios de la Unión Europea por intereses económicos en gran parte y por cobardía también. En segundo lugar, que en este tipo de intromisiones armadas del exterior es curiosa la ausencia de fuerzas de países de la región. Siempre son comandadas por países occidentales y la parte fundamental de la ocupación corre por su cuenta. En tercer lugar, que se trata de intromisiones que son ayudas de hecho a una de las opciones políticas en litigio, casi siempre neoliberal y proamericana. En cuarto lugar, que se t rata de intromisiones en función de valores geoestratégicos y, por lo tanto, de intereses y no de cuestiones humanitarias, por mucho que esto pueda vender desde el punto de vista de la opinión pública. En último lugar, señor presidente, comprendo la dificultad de un Estado como el español que está ubicado dentro de la OTAN y de la Unión Europea para tener una política propia en este aspecto, pero sin tratarse del caso de Rumanía y de Bulgaria o de países latinoamericanos que harían bien en preocuparse de alimentar a sus poblaciones no creo que a la política interna de España, ni siquiera a sus intereses exteriores este tipo de participaciones en faenas internacionales de ocupación sirvan para una mayor legitimidad, para un futuro mejor, incluso para defender los intereses del Estado español en una perspectiva de cambio internacional. En todo caso, para nosotros es indigna la posición que está manteniendo Naciones Unidas, con complicidades de las que resultan excluidas Rusia y China. Creemos que, en todo caso, necesitamos una diplomacia y unos diseños alternativos a los actuales.