La motivación de los soldados en combate es una compleja cuestión en donde las percepciones personales juegan un importante papel en ese íntimo proceso individual que permite que un soldado arriesgue voluntariamente su vida y a la vez sea capaz de vencer los condicionamientos morales que prohiben matar a los semejantes. El soldado lucha en […]
La motivación de los soldados en combate es una compleja cuestión en donde las percepciones personales juegan un importante papel en ese íntimo proceso individual que permite que un soldado arriesgue voluntariamente su vida y a la vez sea capaz de vencer los condicionamientos morales que prohiben matar a los semejantes. El soldado lucha en el campo de batalla primero para sobrevivir (muerto deja de ser eficaz); después, para ayudar al compañero (y contribuir con ello a su propia supervivencia); y en tercer lugar por una compleja red de motivos diversos que pueden ir desde un egoísta provecho personal hasta el más generoso y desprendido idealismo.
En la creación de esa motivación juegan un importante papel los símbolos: patria, bandera, tradiciones, himnos, etc. Y entre esa simbología tienen los héroes lugar preferente. Los que en el pasado ejecutaron brillantes hechos de armas que les confirieron una categoría casi mítica. Hechos que la tradición oral, la historia más o menos deformada y los modernos medios de publicidad pueden multiplicar y exagerar hasta extremos increíbles.
La máquina propagandística de las Fuerzas Armadas de EEUU lo hizo durante la invasión de Iraq. Una joven soldado de 19 años, Jessica Lynch, se convirtió por unos días en la «heroína de América», tras ser liberada el 1 de abril de 2003 en una espectacular operación de las fuerzas de operaciones especiales. Estaba en un hospital iraquí de Nasiriya, herida al haber sido hecha prisionera en una emboscada pocos días antes. Los periodistas «incrustados» en las unidades militares de EEUU registraron la operación que implicó a 400 soldados, aviones contracarro, una maniobra de distracción, soldados helitransportados y la voladura con explosivos de la puerta del hospital. Se estaba creando un héroe – en este caso, una heroína – que serviría para motivar a las tropas invasoras en unas operaciones que no estaban obteniendo el brillante y rápido resultado anunciado de antemano.
Lo malo es que nada había hecho Lynch para merecer tal apelativo. Pronto un periódico canadiense entrevistó a los médicos iraquíes, que rebajaron mucho el énfasis propagandístico montado en torno al caso. La soldado estaba siendo atendida por ellos y las tropas iraquíes habían abandonado el hospital unos días antes: no hubo resistencia alguna. «No nos esperábamos una operación de ese tipo, que parecía una película de Hollywood», declaró un doctor. Jessica Lynch pronto sufrió amnesia, por lo que no pudo dar su versión de los hechos. El asunto fue rápidamente enterrado y no se volvió a hablar de él.
Recientemente se ha repetido la historia, porque los servicios de difusión del Pentágono no parecen que aprendan de los errores pasados. Tras los atentados del 11-S en EEUU, un conocido jugador de fútbol americano, Pat Tillman, ganó gran popularidad al abandonar el deporte que le hacía millonario y alistarse en el Ejército de EEUU para «defender a su patria en Afganistán». El año pasado murió en acción de combate. Las agencias militares de relaciones públicas describieron su heroica muerte como producida al asaltar una posición enemiga arrastrando tras de sí a sus compañeros.
Mientras la propaganda oficial alimentaba esa versión, en el Ejército se conocía la verdad: había muerto a causa de los disparos de sus propios compañeros cuando trataba de identificarse para evitar ser abatido por ellos si le tomaban por enemigo. Entre todos ocultaron los hechos y quemaron su uniforme de combate porque podía revelar lo ocurrido. «No queríamos que el mundo supiera lo que pasó», admitió un soldado ante los investigadores del Pentágono. Y prefirieron convertirlo en un héroe, aunque por poco tiempo. El efecto alcanzado, tanto en este caso como en el de la soldado Lynch, ha resultado muy contraproducente. La madre de Tillman declaró a la prensa: «La verdad puede ser dolorosa, pero es la verdad». Refutaba así los inútiles esfuerzos por crear héroes de la nada.
A la larga, las oficinas publicitarias y la guerra no casan bien. Tarde o temprano la verdad sale a la luz. El caso de la soldado liberada en un hospital enemigo pudo haber excitado algún tiempo el ardor guerrero estadounidense. Pero la difusión del engaño, por mucho que la mayoría de los medios, en tácita y vergonzante complicidad, pusiera sordina al caso, incide negativamente en la moral de las tropas. Más grave y desmoralizador es mentir sobre la muerte de un combatiente: puede considerarse, con razón, como la más vil falsedad ante el sacrificio definitivo. Y aducirse como prueba de que los que envían tropas al combate no alcanzan a valorar plenamente lo que esto significa.
Motivos tiene, pues, Donald Rumsfeld para preocuparse por el bajo nivel de alistamiento en los ejércitos de EEUU. A sus reconocidos errores estratégicos se une ahora la certeza del uso de la mentira y el engaño sobre las crudas realidades de la guerra, para evitar que puedan ser conocidas por la opinión pública. Un falso héroe inventado hoy puede convertirse mañana en el principal obstáculo para alistar nuevos soldados si, además de la posibilidad de morir en combate, perciben que su muerte puede ser burdamente instrumentalizada.
* General de Artillería en la Reserva Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)