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Irán y Turquía, dos modelos opuestos para Oriente Medio

Fuentes: PIA

Distintos círculos políticos vienen analizando hace tiempo el «islamismo» del gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo en Turquía (AKP). De allí han surgido importantes debates con contradictorias especulaciones acerca de los orígenes e identidad de dicha organización partidaria. Una de las corrientes analíticas calificó al islamismo del gobierno de Turquía como «un proceso […]


Distintos círculos políticos vienen analizando hace tiempo el «islamismo» del gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo en Turquía (AKP). De allí han surgido importantes debates con contradictorias especulaciones acerca de los orígenes e identidad de dicha organización partidaria. Una de las corrientes analíticas calificó al islamismo del gobierno de Turquía como «un proceso religioso totalmente original», mientras que otras creen que los servicios de inteligencia de las potencias occidentales lo fortalecen y promocionan con la finalidad de frenar el islamismo en el mundo islámico.

Si tomamos en cuenta los grandes desarrollos de los últimos tres años en gran parte de los territorios que comprenden el mundo islámico, puede observarse que algunos gobiernos se desmoronaron o están a punto de hacerlo, y rápidamente son remplazados por otros nuevos con diferentes características. En ese juego de remplazos es donde cobra importancia el análisis del modelo islamista del partido AKP gobernante en Turquía.

El AKP se estableció como gobierno en el 2002. Fue el resultado del desarrollo y el ímpetu del pensamiento islámico en Turquía. Lo cierto es que hasta el momento, este partido nunca habló sobre el establecimiento de un gobierno religioso. Más aun, durante sus 12 años de mandato al frente del Estado no tomó ninguna medida para islamizar el sistema jurídico o el sistema de gobierno. Pero empecinadamente es calificado de «islamista» por la simple razón de oponerse a limitar los símbolos religiosos como el hiyab, o por asumir posturas contrarias a las corrientes políticas extranjeras que se oponen a las creencias religiosas y sus símbolos, además de mantener relaciones con los grupos islámicos dentro y fuera del país.

Se usa la palabra «islamista» para referirse a los gobiernos de la región islámica que no se caracterizan por prestar especial atención a la religión y vincularla directamente con el Estado.

El islamismo de Erdogan, Primer Ministro turco, y su partido no están sostenidos sobre la base del Islam real. Por consiguiente, no se puede decir que sus principios gubernamentales o sus malos o buenos resultados sean en base del Islam o el pensamiento islámico. Para ser más claros, el AKP no presta atención a la actitud del Islam y sus leyes religiosas en el campo de la economía. El partido cree que este tipo del islamismo o Islam carece de reglas aplicables para la «actualidad», y que no es capaz absorber su esencia para ejecutar estas reglas islámicas adecuadamente. Este ejemplo que caprichosamente mencionamos respecto a la economía, también se da en otros planos como la seguridad, la cultura, la sociedad y la política exterior.

Desde luego, Turquía gozó de un grado aceptable de estabilidad durante el período del gobierno del AKP durante 12 años, más aun si lo comparamos con gobiernos anteriores que se mantuvieron en el poder menos de 2 años. Lo cual no es un dato menor para la turbulenta vida política de Turquía. Entonces, desde el punto de vista de la República Islámica de Irán, la creación del AKP es comprendida como una buena oportunidad política en la región.

En la última década, las relaciones turco-iraníes se desarrollaron y se mantuvieron en equilibrio. También es importante afirmar que si el AKP emprendiera un camino gubernamental para aplicar el Islam y la Sharia islámica, podría potenciar sus extraordinarias condiciones políticas. Esto lo podemos sostener basándonos en la comparación de las estadísticas oficiales de crecimiento integral entre Turquía y la República Islámica de Irán en la última década.

Es significativo destacar que mientras Turquía mantuvo una actitud de acuerdo con las potencias occidentales y regionales, e Irán mantuvo rotundos desacuerdos con las políticas imperialistas de occidente, el país persa logró progresar sostenidamente más que Turquía en todos los planos -político, económico, social y cultural- durante las últimas dos décadas.

Previo a los movimientos de cambio que atraviesa toda la Región, se venían manifestando distintas apreciaciones sobre el camino que iba a transitar el AKP y el Gobierno de Erdogan. Algunos analistas islámicos manifestaron un cierto optimismo sobre sus potencialidades, mientras otros, fundamentalmente analistas de las potencias occidentales, se mostraron pesimistas sobre el proceso turco.

El Instituto Hudson -dependiente de Washington y uno de los más importantes think tanks estadounidenses-, afirmó que detrás de las posturas moderadas del partido gubernamental AKP turco se oculta una agenda religiosa y radical con la que se intensificaría el conflicto entre el mundo islámico y el Occidental. Por otro lado, desde la ideología islamista podemos mencionar a Jaled Mashaal, jefe del departamento político del Movimiento Hamás de Palestina, que se refirió al islamismo de Erdogan al decir que «a medida que Palestina y el mundo islámico cuentan con un gran poder chiíta como es la República Islámica de Irán, se creó otro gran poder sunita en Turquía a fin de incrementar el poder de la resistencia islámica a nivel mundial». Pero la realidad indica que tras las evoluciones en la región árabe, en su despertar histórico, ambas teorías fueron inciertas, ya que la capacidad de Turquía durante el despertar islámico nunca estuvo a su favor, ni tampoco ayudó a organizar la resistencia islámica.

El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, desde un principio, adoptó las tendencias árabe-occidentales. Turquía, como un miembro de la OTAN, puso sus aviones de combate al servicio de esta alianza que considera como enemigo al mundo islámico. La capacidad e influencia política de Turquía fue aplicada para impedir los cambios reales en Egipto, Túnez y Libia, y además, se convirtió en uno de los principales elementos para la destrucción de Siria, considerada el escudo antiisraelí más importante del mundo árabe.

A su vez, cabe señalar que más allá de esta realidad, persisten grandes señales de desconfianza por parte de las potencias occidentales sobre Erdogan y su partido, ya que es notorio que los Estados Unidos, Francia, Arabia Saudita y otros países alineados en esta orbita, están de acuerdo con que Turquía cumpla un papel destacado en la región.

La era de Erdogan en el Gobierno de Turquía se proyectó con la idea de desempeñar el papel de «Puente Internacional» entre occidente y el Islam, para de este modo lograr el apoyo de ambos y convertirse en una potencia regional. Bajo este prisma es que debemos comprender el acompañamiento de Turquía en las diferentes iniciativas internacionales propuestas por el imperialismo y su esfuerzo por ingresar a la Unión Europea. Al mismo tiempo buscó resolver sus controversias con los países vecinos a través del lema «Sin problemas con otros países.» Pero sus proyecciones no lograron alcanzar los objetivos. En primer lugar porque la Unión Europea, después de muchos años, todavía no aceptó a Turquía como miembro y, en segundo orden, los problemas con sus vecinos no se resolvieron sino que se intensificaron.

Las relaciones de Turquía con Siria e Iraq, los dos únicos países árabes vecinos, históricamente se presentaron de modo normal, al punto que el gobierno turco fue uno de sus más importantes socios comerciales. Pero hace unos años, a partir del alineamiento de Erdogan con las políticas injerencistas de las potencias occidentales, dicha relación pasó a estar en estado de guerra.

El apoyo del gobierno de Erdogan a los mercenarios que actúan en Siria y a los terroristas que atentan constantemente contra la población en Iraq, son dos elementos concretos de la política turca desplegada en la región. Además, se puede agregar a este cuadro, que las relaciones entre Irán y Turquía fueron empeorando, sumado a que tampoco mejoraron las relaciones diplomáticas poco amistosas con Grecia, Chipre y Armenia.

Las políticas del gobierno sirio tenían mucha repercusión en Turquía. Entre la encrucijada de continuar los buenos vínculos políticos y económicos con el gobierno de Bashar Al-Assad de Siria o participar en las agresiones occidentales contra Damasco, luego de dos meses de deliberación, Erdogan eligió la segunda opción, aun sabiendo que eso significaba desplegar un conflicto interno en la región sur de su país, ya que las principales ciudades de esa zona son chiítas y tienen contactos directos con Siria.

Es probable que Erdogan haya especulado con un rápido derrocamiento de Al-Assad, motivado por «la primavera árabe», y por eso su opción por el imperio. Pero lo cierto es que luego de dos años no existe ningún signo de que el gobierno sirio caerá por la guerra civil implantada desde el extranjero.

Asimismo, es de destacar que en los últimos tiempos los aliados de Turquía (árabes y occidentales) desaceleraron sus intenciones de derrocar militarmente a Al-Assad y comienzan a evaluar una salida negociada del conflicto, abandonando a Ankara en su posición belicista. El AKP ha publicado diferentes documentos donde se analiza que el resultado de las próximas elecciones en Turquía dependen enteramente de ganar la guerra contra el gobierno de Al-Assad, basándose en la falta de consenso en la población respecto a las agresiones de su país contra Siria y el descontento causado por permitir el ingreso de tropas extranjeras en su territorio para instalar el escudo misilístico de la OTAN.

El ministro de asuntos exteriores de Turquía, Davud Oglu, fue el autor de la frase que decía que Turquía se convertiría en un «puente entre occidente y el mundo musulmán». Pero su puente fue demolido el día que su país comenzó a financiar y a equipar militarmente a la organización terrorista «Jebhat al Nusra» en Siria, vinculada a Al Qaeda.

El especial agradecimiento de Ayman al-Zawahiri por las posturas cómplices de Erdogan y el anuncio oficial del apoyo de su Gobierno a Jebhat al Nusra, demuestran que Turquía dejó de jugar el papel de «creador del consenso», «puente» o «modelo» en la región, para convertirse en una de los artífices de las agresiones a los pueblos de Medio Oriente por parte del Imperio.

Lo cierto es que el verdadero despertar islámico sigue teniendo como principal referencia e inspiración a la Revolución Islámica de Irán, echando por tierra cualquier alternativa pseudoislámica para contrarrestar su influencia. El Instituto Hudson afirmó el año pasado que «la existencia de los movimientos islámicos y el renacimiento de motivaciones religiosas que durante cuarenta años ha dominado a una parte amplia del mundo va a continuar en un futuro cercano. Por su parte, los procesos simples y democráticos de secularidad en el mundo musulmán no son tan claros o confiables.»

Hace algunos días diferentes medios de prensa publicaron distintos análisis respecto al llamado «éxito del modelo turco» en oposición «el modelo de Irán», planteando que las medidas de Turquía de involucrarse en la coalición imperialista contra Siria le habría otorgado la posibilidad de acceder a un extraordinario crédito internacional, permitiéndole convertirse en un actor clave, árbitro de los procesos políticos de la región árabe. Y concluyen que Irán habría perdido su importancia regional al haber sido desplazado por este presente de bonanza que goza Turquía. Desde ya, dicha interpretación, como hemos podido señalar en este artículo, carece de veracidad empírica, y es más una especie de publicación panfletaria de propaganda anti-iraní de las potencias occidentales que un serio estudio comparado entre el progreso de uno y otro país, en sus dimensiones internas y externas.

Por último, si hacemos una lectura ajustada del clima político que se vive en el mundo islámico podremos concluir que el interés de crear gobiernos islámicos ha avanzado en varios países, que el desprecio público hacia las potencias occidentales está en aumento y que se repudia cada vez más a las organizaciones financiadas por occidente las que mancillan el nombre del Islam con actos terroristas contra las poblaciones civiles.

Los propios institutos de investigación occidentales han publicado decenas de documentos que prueban lo mencionado. Caben dos preguntas después de lo expuesto, ¿es posible tener dudas sobre el llamado «modelo turco»? ¿Se puede poner en discusión que el «modelo Iraní» sigue siendo la verdadera identidad de la Revolución Islámica en el mundo?

Fuente original: http://www.noticiaspia.com.ar/iran-y-turquia-dos-modelos-opuestos-para-oriente-medio/