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Islamofobia en tiempos de crisis

Fuentes: En lucha / En lluita

En estos tiempos de crisis, la credibilidad de algunos políticos se está viendo cada vez más cuestionada. Para quienes apuestan por enfrentarse a la crisis manteniendo las políticas que nos han llevado a esta situación urge buscar un chivo expiatorio y desviar el debate público hacia otras cuestiones. Hace unas semanas, el caso de Najwa, […]

En estos tiempos de crisis, la credibilidad de algunos políticos se está viendo cada vez más cuestionada. Para quienes apuestan por enfrentarse a la crisis manteniendo las políticas que nos han llevado a esta situación urge buscar un chivo expiatorio y desviar el debate público hacia otras cuestiones.

Hace unas semanas, el caso de Najwa, la chica expulsada de un instituto público por llevar el hiyab, les vino al pelo. Ya tenían un tema de portada lo suficientemente jugoso como para manipular a la opinión pública y resucitar el discurso islamófobo que estigmatiza a las inmigrantes musulmanas. Todo ello, además, revestido de un falso progresismo.

La cruzada contra el velo se ha abierto desde muchos frentes. La derecha ha recurrido otra vez al argumento excluyente de que los que vienen tienen que «adaptarse a nuestras costumbres», lo que identifican con renunciar a la cultura de origen.

Ante semejante discurso intolerante y racista, sólo cabe asombrarse de que todavía hoy tengamos que seguir debatiendo en términos más propios de otros tiempos, por lo menos del franquismo o incluso de los Reyes Católicos, cuando las libertades individuales y entre ellas la libertad de culto no existían.

Mucho más sutiles y por ello quizás también más peligrosos, son los argumentos de quienes dicen ser progresistas. Entre ellos, hay quienes apelan a la generalidad de la ley, defendiendo que se trata de una cuestión objetiva de la normativa del instituto en cuestión, por un lado, y de la laicidad del Estado, por otro.

En primer lugar, al aplicar una normativa general que prohíbe llevar cosas en la cabeza, se coacciona a las personas que voluntariamente decidan ponerse el hiyab, obligándolas a escoger entre sus creencias y su formación académica. De este modo, se vulneran tanto la libertad de culto como el derecho a la educación. Por supuesto que todos los alumnos deben respetar las mismas normas, pero lo lógico sería revisar la normativa y adaptarla a la diversidad cultural para que no entrase en contradicción con derechos fundamentales, en lugar de negar las libertades religiosas con la frívola excusa de que si no, otros alumnos podrían llevar gorras.

En segundo lugar, sacar el debate de la laicidad del estado en este caso significa incurrir en una manipulación. No es eso lo que se está discutiendo. Nadie está diciendo que en las aulas, como espacio público, tengan que ponerse símbolos religiosos. Pero ello no tiene nada que ver con permitir que las alumnas y alumnos, haciendo uso de su libertad individual, puedan llevar los símbolos religiosos que quieran.

En cualquier caso, ya que se saca el tema, no está de más recordar que, por desgracia, en el Estado español la laicidad brilla por su ausencia, y más en la educación.

En Pozuelo, donde está el instituto de Najwa, hay unos cuantos colegios concertados dirigidos por la Iglesia católica subvencionados con dinero público. Yo misma recuerdo cómo en mi colegio, público y supuestamente ‘laico’, había crucifijos en las aulas.

Por último, otro argumento es que el hiyab es un símbolo de sometimiento de la mujer y, por ello, no puede permitirse que se exhiba en centros educativos.

Pero los símbolos no son estáticos ni representan lo mismo para todas las personas. Hay mujeres inmigrantes que deciden voluntariamente ponerse el hiyab como una forma de reivindicar su origen y su cultura.

Por otro lado, la opresión de la mujer, aunque se dé de formas distintas, es intercultural. Símbolos machistas sobran por todas partes y en todas las religiones y culturas y, por supuesto, hay que combatirlos. Pero la cuestión es que la liberación de las mujeres, seamos de donde seamos, sólo podrá venir de nosotras mismas y no de terceros que traten de imponer sus puntos de vista.

Prohibir el hiyab es caer en el mismo paternalismo de quienes se creen con el derecho de obligar a las mujeres a llevarlo. La solidaridad con la lucha por la emancipación de las mujeres, sean de donde sean, empieza por reconocer su autonomía y respetar su voluntad.

Fuente: http://www.enlucha.org/?q=node/2122