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Sobre el engendro tóxico creado por Occidente

Israel, Estado pirata-terrorista

Fuentes: Rebelión

Terrorismo de Estado

Urge llamar a las cosas por su nombre, en estos tiempos en que eufemismos al servicio de lo políticamente correcto distorsionan la descripción de la realidad. ¿Qué es un pirata? “Persona que, junto con otras de igual condición, se dedica al abordaje de barcos en el mar para robar” (RAE). En un sentido metafórico más amplio podemos considerar como piratería no solo al robo de barcos en alta mar, sino también de tierra firme que legítimamente tiene otro dueño. ¿Y qué es robar? “Quitar o tomar para sí con violencia o con fuerza lo ajeno” (RAE). ¿Y qué es terrorismo? “(1) Dominación por el terror. (2) Sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror. (3) Actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente, y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos” (RAE). Cabe preguntarse si encajan estas definiciones en las actuaciones directas o indirectas del Estado de Israel.

Antes de abordar la cuestión, es notorio señalar la timidez con que organismos internacionales, Gobiernos y medios de comunicación occidentales de alto impacto señalan las atrocidades cometidas por el Estado de Israel en los últimos 75 años y con más intensidad en el último año y medio. Se pueden echar pestes sobre alguna república bananera o sobre Rusia o sobre Corea del Norte o similares, y machacarlos en los medios de comunicación aunque no lleguen al nivel de barbarie que está haciendo Israel, pero con esta niña bonita de EE.UU. no se puede. Las razones de esa timidez se llaman “diplomacia”. Sabemos que Israel es un Estado facineroso, posicionándose fuera de los convenios de derecho internacional y las resoluciones de la ONU (la propia madre que lo parió), pero no pueden decir alto y claro los gobernantes lo que es porque ello pondría fin a las relaciones diplomáticas con el poderoso Estado, aliado además de la nación que domina el planeta. Enemistarse con Israel, y por ende con EE.UU., puede traer graves consecuencias económicas y políticas. Es una situación similar a la que padecía la isla de Sicilia cuando la mafia controlaba la isla y todos sus hilos del poder; nadie o casi nadie se atrevía a llamar a los mafiosos lo que eran o criticarlos por temor a represalias; así pues hay que dejar que la mafia siga su curso y los demás calladitos, porque si no el tío Sam nos tirará de las orejas. Puede ser miserable lo que hace Israel, puede ser miserable lo que hace EE.UU., pero no menos miserables son aquellos que por cobardía o por cálculo de intereses callan e increpan a los demás a callarse y dejar hacer.

Hay además otra baza que utiliza Israel con frecuencia para repeler las críticas a sus “políticas” en la cuestión palestina, por llamarlas de un modo suave: apelar al antisemitismo. La lógica es algo como lo siguiente: si criticas a Israel, criticas a los judíos de todo el mundo, eres un antisemita, como lo era Hitler, lo que te convierte en un nazi. Tal argumento me parece bastante desafortunado. Es como decir que uno es anti-islamista por criticar las políticas en Arabia Saudita o en Irán, o uno es anticatólico por criticar las políticas en España o Francia. Ni todos los judíos viven en Israel, ni todos los judíos se sienten representados por las políticas de Israel. En cualquier caso, aun en el caso de los judíos que viven o se sienten unidos a Israel, no se está haciendo ninguna crítica racial o étnica o religiosa cuando se habla de tal país.

No en todos los países se tiene clara esta cuestión. En Estados Unidos, en el que por razones de sobra conocidas los lobbies judíos tienen un poder inmenso, resulta difícil a sus ciudadanos separar el antisionismo del antisemitismo. Interesadamente se mezclan ambos conceptos, trayendo frecuentemente a colación el Holocausto judío. Ha habido otras masacres étnicas en el s. XX, pero ninguna con tan esmerada campaña de marketing como ésta. Hay también en EE.UU. cierto nerviosismo cuando se habla del tema de Israel. En más de una ocasión me he encontrado con colegas residentes en EE.UU. de visita por Europa, que, cuando sale tal tema de conversación, se ponen a mirar nerviosos en todas direcciones, como temiendo que haya cámaras o micrófonos ocultos, antes de poder abrir la boca y opinar sin tapujos.

Conocido es el poder de los lobbies judíos para señalar con el dedo a alguien y que pierda su puesto de trabajo, sin saber muchas veces de dónde vienen los tiros. También hay empresas israelíes que controlan los contenidos de los principales medios de comunicación españoles con amenazas de retirar publicidad que da de comer a esos medios en caso de ser críticos con el Estado sionista-terrorista. A nivel europeo, en Bruselas, suelen actuar los lobbies como grupos de presión en las decisiones comunitarias, sobornando a eurodiputados con regalos de viajes a Israel en hoteles de lujo con todos los gastos pagados, puertas giratorias por las que se ofrecen puestos a políticos una vez dejan el Parlamento Europeo, u otros. Centenares de millones de euros mueven las agencias ligadas a grupos de presión pro-israelí como la European Leadership Network, el AJC Transatlantic Institute y B’nai B’rith. Todo un entramado que algunos han dado en denominar Israelgate. Una conducta mafiosa la de este grupo de poder, pero esto no quiere decir que cualquier judío se sienta representado por Israel o por los correspondientes lobbies norteamericanos o de otras naciones.

Las hazañas de los últimos meses del Estado de Israel sacan los colores incluso a sus propios socios preferentes, los EE.UU., que le envía continuos mensajes a Israel como diciendo: “chico, te estás pasando; me estás haciendo quedar mal en la escena internacional;…”, pero no pasan de ser reprimendas en tono ligero tipo de un padre que se siente orgulloso de su vástago aunque lo considere algo travieso. Y mientras EE.UU. ahí, haciendo de primo de Zumosol (expresión utilizada en España, debida al slogan publicitario de una marca), para que nadie se atreva a pararle los pies a Israel, o eso se cree; podría haber sorpresas en un futuro. Resulta patético el papel que EE.UU. está obligado a hacer por defender a su socio. Lo primero que hizo después de los atentados terroristas del 7 de octubre de 2023 por parte de Hamas fue poner dos portaaviones y otros buques de guerra en la zona. ¿Para qué? ¿Hace falta semejante despliegue para enfrentarse a Hamas en Gaza, que no tiene ni barcos ni aviones de guerra? Obviamente no, los portaviones se pusieron allí no para ayudar a machacar a los palestinos de Gaza, que ya va sobrado el ejército israelí para ello, sino para que ningún país externo (léase Irán) se atreva a declararle la guerra a Israel por sus acciones de genocidio. El mensaje norteamericano fue algo así como un: “zúrrales bien, que yo mientras te cubro las espaldas”.

Por supuesto, es lícito y razonable que Israel busque y ajusticie a los terroristas que perpetraron el atentado del 7 de octubre en su territorio, pero el hecho de que a tal campaña se le haya llamado “guerra” parecía como un autopermiso para la matanza indiscriminada de civiles, no solo a los terroristas, y así ha sido durante más de 15 meses, y amenaza con seguir siendo después de la débil tregua. No es una guerra porque no hay aquí dos ejércitos de dos países enfrentados, ni siquiera reconoce el primero al segundo como Estado libre. Tampoco es una guerra civil.

Prima el espíritu de la venganza, propio del Dios del antiguo testamento, y una ley de talión con una relectura israelí, que viene a decir: cien ojos de los tuyos por cada uno de los míos, y cien dientes de los tuyos por cada uno de los míos. De lo que se trata es de mostrar al mundo que sale muy caro matar a un israelí, aun cuando haya razones para ello, y que la vida de cien niños palestinos vale menos que la de uno de los suyos; por algo son el pueblo elegido. Se excusa cada poco Israel en cada monstruosa y cruel matanza diciendo que su objetivo es destruir a Hamas, pero que los civiles, imbéciles ellos, se ponen en medio. Los civiles realmente no tienen dónde esconderse, porque allá donde pueden ir hay destrucción y muerte. Detrás de cada hospital, ambulancia, campo de refugiados, escuela, iglesia o templo de cualquier religión, etc. puede haber algún terrorista escondido —afirman las fuerzas israelís— y merece pues la pena matar a miles de civiles para que caiga un puñado de terroristas entre ellos. Tanto poderío militar israelí, tanto presumir de operaciones quirúrgicas, y lo único que saben hacer es disparar y bombardear a diestro y siniestro caiga quien caiga. Por poner un símil, esto sería equivalente a que, en tiempos del terrorismo de ETA en España, para sacar a los terroristas de sus escondrijos, se hubiese bombardeado todo el País Vasco y matado a decenas o centenares de miles de ciudadanos por los bombardeos, asedios, hambre, enfermedades,… No parece razonable.

Tampoco parece razonable bombardear países vecinos por matar a algún terrorista o aliado político de los terroristas, o bombardear consulados de terceras naciones en estos; imagínense que España bombardeara Francia cuando se le escapó para allá algún etarra, ¿cuál hubiera sido la reacción de Francia? Pero la chulería de Israel no tiene límites y cree que puede pasar por encima de toda diplomacia de los convenios de extradición y bombardear países vecinos a su antojo… y todavía se extraña de que ello pueda producir una escalada bélica.

Las andanzas de Israel haciendo amigos en Líbano, Siria, Iraq, Yemen, Cisjordania, Gaza, Irán dejan la impresión de estar viendo a un loco peligroso y nervioso con una metralleta en la mano. Habrá quien diga que es el derecho de Israel a la autodefensa y por preservar su seguridad… Sin entrar en discusión sobre la legitimidad de esas acciones bélicas, quizá quepa señalar sus métodos como más propios de comandos terroristas sanguinarios que de un ejército ceñido a códigos de honor y con un mínimo de humanidad. Y es que no deja de ser chocante que para combatir el terrorismo tenga que ser más terrorista que aquellos a los que ataca. Operaciones como la de hacer estallar buscas y walkie-talkies de miles de personas entre soldados y civiles en el Líbano no tienen mucho que envidiar a los maestros del terrorismo internacional, incluyendo el atentado de las Torres Gemelas. El bombardeo constante e incesante de civiles indefensos en Gaza, Líbano, etc. tampoco tiene mucho que envidiar a los métodos utilizados por los mayores criminales de guerra de todos los tiempos.

Lo que hace Israel no es luchar en una guerra, sino terrorismo de Estado, con el fin de dejar claro quién es el amo en Oriente Medio. Su objetivo parece ser causar el mayor daño posible, por mucho que digan lo contrario. Se entiende perfectamente en este escenario la sentencia “el terrorismo es la guerra de los pobres, la guerra es el terrorismo de los ricos”. Condenables e injustificables son, por supuesto, los ataques terroristas del 7 de octubre de Hamas, pero, como remarcaba el secretario general de la ONU, António Guterres, “no surgen de la nada”; lo que quiere decir que algo habrá hecho Israel los últimos años para ser blanco de tal ataque, aunque ello no lo justifique. Ese comentario parece que ha ofendido a Israel, y la maquinaria de extorsión diplomática que posee pidió la dimisión y disculpas de Guterres. Pero lo cierto es que Guterres ha dicho una gran verdad, y a la verdad no se le tapa la boca con una apelación en nombre de supuestas ofensas.

El mensaje que ha estado enviando Israel a los palestinos en las últimas décadas es algo así como: vamos a robaros poco a poco vuestras tierras y expulsaros de ellas, y quietecitos que nadie patalee ni trate de defenderse, o de lo contrario lo haremos por la vía rápida del genocidio o el éxodo masivo forzoso. No solo en Gaza, también en Cisjordania, donde los colonos no han dejado de seguir robando tierras aprovechando la algarabía de los últimos meses. Una película-documental sobre el tema: No other land (2024, Palestina-Noruega), ganadora del Óscar en 2025 a mejor película documental, ilustra el tema. Por cierto, el 24 de marzo de 2025, el codirector Hamdan Ballal fue atacado por un grupo de colonos israelíes armados con porras, cuchillos y al menos un rifle de asalto en su casa en la aldea de Masafer Yatta, en Cisjordania. Tras el ataque fue trasladado a una ambulancia, pero militares israelíes le detuvieron cuando aún estaba sangrando.​ Al día siguiente fue liberado después de pasar toda la noche maniatado en una base militar mientras dos soldados le golpeaban en el suelo.

El ejército israelí también ha entrado en Cisjordania en los últimos meses con la excusa de la lucha antiterrorista creando caos por donde pasa y forzando a varios ciudadanos palestinos a dejar sus casas y sus tierras, ocupando (robando) Israel dichos territorios. Es una lógica aplastante, al servicio de unos fanáticos religiosos que sueñan con el relato del “Gran Israel”. ¿Y qué hace la comunidad internacional? Crecen las condenas y resuena con frecuencia el término “incumplimiento de las resoluciones de la ONU”, “crímenes de guerra”, todo palabras que se lleva el viento. Más allá de eso, nuestras naciones europeas se ponen de perfil haciendo de perrito faldero de los EE.UU. una vez más.

El nuevo Gobierno de EE.UU. de la administración Trump sigue una línea similar a la de los antiguos ocupantes de la Casa Blanca, manifestando la intención de apoyar a Israel en la expulsión de palestinos de sus tierras para convertir Gaza en una zona turística para occidentales, ¡qué asco de civilización decadente! Primero los bombardean y destruyen sus casas y siegan decenas de miles de vidas inocentes en matanzas, hambrunas, enfermedades evitables,… y luego les dicen a los supervivientes algo que se podría traducir en un: “esto es un infierno, vamos a haceros un favor y, ahora que no tenéis casas, os vamos a mandar al exilio forzoso disgregándoos en distintos lugares del planeta para que no tengáis tampoco patria y perdáis el sentido de unión como pueblo”.

Cabría pensar que las atrocidades que está cometiendo Israel tienen como culpables a algunos sátrapas que llevan a la nación por caminos que el pueblo rechaza. Sin embargo, no parece que este sea el caso. En primer lugar, porque su Gobierno fue elegido en las urnas y respaldado por una buena parte de los israelíes, aunque no todos; por supuesto hay muchas personas dignas en Israel que rechazan estas políticas asesinas. En segundo lugar, no se ha visto un movimiento de protesta interno en el país contra las masacres de Gaza. Llama la atención que los israelíes han salido en tromba en las calles a protestar en su huelga general contra su Gobierno pidiendo un alto al fuego en Gaza cuando tuvieron noticia de hallar seis secuestrados sin vida, sin embargo la protesta no incluía entre sus razones las decenas de miles de palestinos civiles masacrados por el ejército israelí. Parece que el corazoncito israelí solo tiene lágrimas y sensibilidad para sus compatriotas de una sociedad rica, y no se le cae el alma al suelo ante las decenas de casos de hospitales, escuelas, iglesias,… bombardeados donde quedan sepultados miles y miles de palestinos que nada han tenido que ver con el terrorismo, o hambrunas provocadas por asedios, enfermedades, etc. No, sus seis secuestrados sin vida pesan más que todos los infiernos dantescos.

España, acertadamente en mi opinión, ha ido más allá de la Unión Europea alzando sus críticas contra Israel y reconociendo el Estado de Palestina, aunque haciendo equilibrios y tratando de mantener la amistad con el Estado criminal. Una asociación usual, al menos en España, es pensar que criticar a Israel en favor de Palestina es sinónimo a ser de izquierdas y viceversa, algo que viene propiciado por el hecho de que los rebaños guiados de los votantes de los distintos partidos suelan unirse a las proclamas de sus líderes. Sin embargo, la justicia no pertenece ni a la derecha ni a la izquierda, es universal para todo aquel que vea la política como un medio para un mundo con menos abusos, y se aleja este asunto de discusiones sobre sistemas económicos neoliberales o socialistas. Si bien es cierto que quienes más han hecho bandera con la causa palestina han sido grupos de izquierdas como Podemos, no debemos olvidar que una buena parte de la derecha procede de éticas cristianas y defensa de unos valores humanos a los que no puede dejar indiferente lo que está sucediendo en Palestina. Israel, símbolo de la decadencia moral de Occidente

La Historia de Europa y Estados Unidos está cuajada de acciones internacionales que distan mucho de llamarse morales o justas o promotoras del bien universal. Pensemos por ejemplo en las Guerras del Opio en el s. XIX que la narconación británica impuso a China por su repulsa a dejar introducir libremente la droga en su país. No obstante, desde el final de la Segunda Guerra Mundial y con la creación de las Naciones Unidas u organizaciones semejantes, se viene haciendo alarde de un discurso buenista que intenta promover una argumentación de un orden internacional basado en reglas desde una justicia imparcial. Difícil creer en la imparcialidad o universalidad de esas reglas, pero algunos de los muchos ciudadanos del mundo que se chupan el dedo se lo han creído, y, hasta ahora, mantras como “derecho internacional”, “derechos humanos” o similares han servido para persuadir al mundo sobre la dirección unipolar a seguir. Pinta sin embargo como que el futuro no va a seguir siendo así.

Todavía fue hace poco, y no ha terminado, cuando el mundo occidental estaba histérico de rusofobia por acometer la invasión de Ucrania y porque el número de civiles muertos por parte del ejército ruso en un año (o las víctimas civiles previas en la región de Donbass producidas por el ejército ucraniano en 2014-2021, y que han proseguido tras la invasión de Rusia) era similar a lo que Israel ha producido en un mes. Ello ha llevado a una larga serie de bloqueos a Rusia, expolio de sus bienes en el extranjero y los de sus ciudadanos, expulsión de personal de embajadas, diversos paquetes de sanciones (también a Bielorrusia por ser aliada de Rusia aun sin participar en la guerra de Ucrania) y envío de armas y dinero a Ucrania. También la expulsión de Rusia de eventos deportivos, artísticos, científicos internacionales. Siguiendo la misma lógica de condena internacional y búsqueda de justicia, debería aplicarse lo mismo a Israel y Estados Unidos, aun con creces pues sus ataques han sido más mortíferos. ¿Dónde están las sanciones a estos, expolio de sus bienes en el extranjero, expulsión de personal diplomático…? ¿Dónde está el envío de armas a Palestina para que puedan defenderse del ejército y los colonos invasores, o apoyo de ejércitos europeos o bajo el paraguas de la ONU para enfrentarse directamente a Israel ante lo que parece intolerable? ¿Cómo no encontrar vergonzoso para Europa y para el mundo occidental que se haya dejado participar a Israel en el festival político-musical de Eurovisión o los Juegos Olímpicos en París de 2024, mientras que se ha bloqueado a Rusia de participar en estos eventos?

Aquí nos topamos con la realidad detrás de palabras bonitas como “derecho internacional”: el doble rasero por el cual EE.UU. y sus aliados pueden hacer masacres, invadir países, destituir gobiernos legítimos, apoyar golpes de Estado, armar grupos terroristas, violentar las leyes, y no pasa nada… mientras que si son los países que amenazan la hegemonía de EE.UU. los que realizan acciones semejantes aun en mucho menor grado se los tacha de poco menos que enviados del demonio en la Tierra. Muchos ciudadanos ingenuos pertenecientes a los países aliados a EE.UU., creyendo que luchan por la defensa de unos derechos humanos justos y necesarios, le siguen el juego al amo, tragan con el discurso mediático pro-OTAN, con una OTAN al servicio de preservar el poder de EE.UU. como potencia única e impedir que se genere un nuevo orden planetario multipolar.

La cuestión es que, con lo que está pasando ahora en Israel, bastante más grave de lo que venía ocurriendo en las últimas décadas, y con el apoyo de EE.UU. por una parte y la puesta de perfil de la Unión Europea por otra parte, incluyendo la negativa de algunos Gobiernos europeos a detener a Netanyahu ante una posible visita a sus naciones, en busca y captura por crímenes de guerra y contra la humanidad como condenado por la Corte Penal Internacional, ¿con qué rostro se va a presentar Occidente (los mil millones del mundo rico o exrrico) ante el resto del planeta para hacer de sus preceptos morales un principio de obligado cumplimiento? ¿Cómo vamos a convencer a los otros 7 mil de millones de habitantes del planeta de que hay un orden basado en reglas justas y que esto no es una selva o el salvaje oeste en el que consigue lo que quiere el más fuerte? Se ven venir tiempos en los que la retórica occidental pierde capacidad de convicción, y se allegan otros en los que tener buenas armas será más importante que tener buenos diplomáticos.

No podemos castigar a EE.UU., porque esta nación es la que manda ahora mismo, aunque cada vez le queda menos tiempo. A Israel le tienen sin cuidado las condenas internacionales, o los grupos de ciudadanos que a título privado convocan manifestaciones en las calles denunciando los abusos de poder. Le tienen sin cuidado y seguirá haciendo lo que quiera, por un oído le entra y por otro le sale toda esa crítica. La única manera de pararle los pies a Israel es por la fuerza de las armas, no por la diplomacia ni por la ley.

Israel, ese engendro tóxico generado por potencias occidentales, representa el lado salvaje y aberrante de lo que es un país civilizado actual, y se creen sus gobernantes intocables, tal cual gángsters en Chicago en la época del hampa y la ley seca. Mas ningún poder hostil a otras naciones se hace eterno, debieran los sionistas repasar un poco la historia de su pueblo o de otros países. Ya encontrará Israel la horma de su zapato. No hace falta ser un experto en geopolítica para saber que quien siembra tormentas cosecha tempestades, y que un país poderoso que se gana enemigos entre todos sus vecinos por sus acciones sanguinarias no vivirá largos siglos. El tiempo pondrá a cada uno en su sitio. Cada palestino inocente que está matando injustamente Israel le va a costar un alto precio. Poco futuro le veo a ese país a largo plazo, importa sin embargo que lo que queda de Occidente no se deje arrastrar por el mismo sumidero.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.