«No hay ningún viento favorable para el queno sabe a qué puerto se dirige» (Séneca). Izquierda Unida (IU), ha llegado a un punto de no retorno. La crisis interna catapultada por los resultados en las elecciones generales de marzo, la sitúan en una encrucijada que no admite términos medios: o la huida hacia adelante prolongando […]
no sabe a qué puerto se dirige» (Séneca).
Izquierda Unida (IU), ha llegado a un punto de no retorno. La crisis interna catapultada por los resultados en las elecciones generales de marzo, la sitúan en una encrucijada que no admite términos medios: o la huida hacia adelante prolongando su agonía, o la revolución interna de la militancia. Desde 1996 las distintas direcciones de IU, tanto federal, como de las federaciones, han intentado correr más que los problemas que nos perseguían, y el resultado, invariablemente, ha sido el mismo: la constante decadencia hasta llegar a la actual extenuación, al borde de la extinción.
Como en una tragedia griega, quienes en minoría, al margen de los cenáculos del poder interno, denunciábamos esta deriva, padecíamos la maldición de Casandra, condenados a no ser escuchados en nuestra advertencia.
Pero no son los dioses, sino factores más fáciles de identificar, los que han forjado esta incapacidad de la dirección de IU para cumplir su papel más primario, es decir, el de dar orientación a la organización. Simplemente, hace tiempo que Izquierda Unida no sabe a donde va, y como una nave desarbolada y sin timón sufre los embates de los acontecimientos.
Hubo un tiempo en que Izquierda Unida conoció el éxito, en que su militancia y su apoyo electoral crecían constantemente, hasta hacer que acariciase la idea de convertirse en la principal fuerza de la izquierda, por delante del PSOE. Eran los tiempos del «sorpasso» y «las dos orillas».
La propia creación de IU fue su primer éxito. En política, más aún que en otros campos, la oportunidad es decisiva, se trata del componente fundamental de la táctica. Y, debemos reconocerlo así, el PCE fue capaz, después de errores encadenados que lo llevaron a la postración política y al borde de ser extraparlamentarios, de aplicar una táctica correcta: liderar la suma de los restos de los naufragios de la Transición (el propio PCE incluido) con poder multiplicador. Izquierda Unida se convirtió en mucho más que la suma aritmética de sus partes componentes. Dialéctica pura, o, como hoy se diría, generó sinergia.
Era necesario levantar una bandera de izquierdas frente a la rápida adaptación al sistema que había sufrido el PSOE, cuyos dirigentes desde que llegaron al poder se lanzaron a hacer aquello que Suárez no había osado intentar: cargar todo el peso de la crisis sobre los hombros de las familias obreras, la reconversión industrial, entrar en la OTAN, demostrar a los militares que ellos iban a acabar con ETA «por cualquier medio».
El acierto del PCE
El PCE, por sí mismo, ya no era capaz de poner en pie un movimiento de masas para luchar contra esas políticas y constituir una alternativa frente a la desnaturalización del PSOE. Algunos de sus dirigentes, y ese es su mayor éxito, comprendieron que era necesario lanzar un proyecto que ilusionase, que mostrase su carácter abierto, que mantuviese las señas de identidad de la izquierda que había luchado bajo la dictadura y en la transición: el espíritu de clase, los derechos democráticos, el derecho de autodeterminación de los pueblos, el antibelicismo, los derechos de la mujer y de la juventud. Y, además, fue capaz de tomar una bandera que había sido arrojada al suelo por el PSOE: la oposición a la OTAN, como expresión de la política imperialista y belicista en el mundo.
Esta es otra clave de la táctica: no es necesario oponer todo un programa, basta con un punto simbólico, que sea capaz de aglutinar, que suponga, al luchar por él, que el adversario, en este caso el gobierno PSOE, deja cada vez más claras sus auténticas intenciones en todos los terrenos, y acaba confrontando unas alternativas de conjunto.
Y así, aunque el gobierno de Felipe González obtuvo la mayoría en el referéndum (con la excepción de Euskadi), lo hizo contando con el apoyo de la derecha, lo que ponía en evidencia el carácter de clase del enfrentamiento y, sobre todo, permitió aglutinar a una izquierda que unos meses antes se sentía derrotada y en desbandada.
La constitución de IU creó la oportunidad, pero no fue sólo, ni principalmente, su mérito. El éxito de IU fue ni más ni menos que el reflejo del ascenso del movimiento obrero, y uno de los factores que más influyó en su ascenso vino, en una aparente paradoja, de las filas socialistas, que a su vez fue el efecto del ascenso de la lucha de los trabajadores y los jóvenes.
En el año 85 el PSOE sufrió una importante fractura pública, pues al iniciar el recorte de las pensiones de los trabajadores, los dos dirigentes de UGT (Nicolás Redondo y Antón Saracíbar), que eran al tiempo parlamentarios, rompieron la disciplina de voto y la UGT comenzó una senda de lucha en confluencia con CCOO que iría en ascenso durante los tres años siguientes, llevando al gobierno de González al borde del colapso.
En el año 86 y 87 se produjo una irrupción en la escena del movimiento estudiantil sin precedentes desde la dictadura. Sobre todo en torno al Sindicato de Estudiantes (organización que antes de su degeneración sectaria jugó un papel crucial y que, curiosamente, fue concebida y creada por algunos de los autores de este artículo), se sumó, dando nuevos bríos al movimiento en su conjunto. El culmen se produjo en la Huelga General de diciembre de 1988, a consecuencia de la cual estuvo a punto de caer el Gobierno. Uno de los comentaristas políticos de la época llegó a escribir, cargado de razón: «Si Nicolás Redondo se presentase a las elecciones generales sería el próximo presidente del gobierno». Pero ni él ni la oposición de izquierdas del PSOE fueron capaces de dar el paso, y, como tantas otras veces en la historia desde la Transición, no tuvieron ideas ni valor para ponerse al frente de un movimiento contra la degeneración de las estructuras del partido socialista.
Así, sólo Izquierda Unida podía recoger el apoyo que iba perdiendo el partido socialista. Ese contexto abrió una oportunidad magnífica para el crecimiento de IU, si era capaz de convertirse en el vehículo de las aspiraciones del movimiento obrero y juvenil. Cuando a veces se discute acerca del origen del respaldo social de IU, parece que lo sucedido en esos años despeja cualquier duda de que ha sido en el seno de las familias de la clase obrera donde IU ha tenido su más sólido y amplio respaldo.
La etapa de Julio Anguita
Las elecciones generales de 1993 colocaron a IU en una posición decisiva que supo aprovechar de manera acertada. A un PSOE que había perdido la mayoría absoluta se le ofreció un acuerdo programático que garantizaba una mayoría absoluta de izquierda. El rechazo del mismo por parte de F. González para pactar con CiU colocó a IU como un referente decisivo de la izquierda.
La Huelga General de 1994 contra la Reforma Laboral del Gobierno Socialista es probablemente el momento de mayor influencia política de IU hacia la sociedad ya que se puede afirmar que nuestra organización fue prácticamente la desencadenante de la convocatoria sindical de la misma.
Pero cuando se tenía que rematar la faena se perdió la perspectiva global, con la obsesión de dos concepciones que llevaron a cometer serios errores: «EL SORPASSO» y «LAS DOS ORILLAS». Se preparó a la organización para un gran avance electoral en las elecciones de 1996 (se llegó a hablar de alcanzar al PSOE). Sin embargo cuando se sacaron 21 diputados y el 10,5% (¡éxito historico!) las sensación general fue de frustración desatándose la «guerra civil» con Nueva Izquierda, Iniciativa per Cataluña y la organización de Galicia.
Aunque ahora Anguita (que estuvo a punto de presentar su dimisión) no aborda el análisis de aquella etapa en la que él y su equipo fracasaron en la tarea de rentabilizar el período ascendente de IU. Lejos de aprovechar esta época para consolidar la organización se creó una inmensa burocracia interna e institucional que desde entonces ha jugado al macabro juego de las sillas, en el cual los dirigentes bailan alrededor de los «sillones» mientras estos van desapareciendo.
Breve etapa de Paco Frutos
Las elecciones de 2000 alumbraron un pacto de izquierdas inoportuno, precipitado y sobre bases políticas equivocadas. Se unieron un PSOE encabezado por Almunia (¡que era el candidato derrotado en las primarias por Borrel!) con una IU desangrada por las luchas internas, que sin preparación previa cambió las DOS ORILLAS por el pacto con el PSOE, aceptando el programa del PSOE. La consecuencia fue que la derecha se movilizó frente a la unidad de la izquierda, obteniendo la mayoría absoluta, mientras PSOE e IU se daban el batacazo.
IU consiguió terminar de desorientar a parte de su militancia y a su electorado. Si, después de decir que el PSOE y el PP estaban en la misma orilla, la amenaza del triunfo del PP justificaba abandonar todo el programa de IU para pactar con Joaquín Almunia, aceptando la OTAN y la política europea del Tratado de Maastricht ¿para qué votar IU? La consecuencia lógica era volver a votar PSOE, o ir a la abstención desilusionados. Ese error jamás se ha corregido. La deriva socialdemócrata de Llamazares no ha hecho sino profundizar la tendencia al llamado «voto útil».
El PSOE cayó del 37,63% en las elecciones de 1996 al 34,16% en el 2000, y lo de IU fue aún peor perdiendo la mitad de su apoyo pasando del 10,54% al 5,45%. Esto se tradujo, entre otras cosas, en muchos «culos» para la mitad de sillas.
Tras la salida de Julio Anguita de la Coordinación General, ninguna dirección ha sido capaz de unir a la organización. Por el contrario todo ha ido de mal en peor.
La etapa de Llamazares
Llamazares, carente de apoyo sólido en el seno de IU desde el primer momento, para conseguir el apoyo de las federaciones profundizó en la tendencia a crear «reinos de taifas». Ha sido incapaz de crear una dirección federal con autoridad política y orgánica, basándose siempre en un equilibrio entre las burocracias correspondientes a cada autonomía, que le han sostenido en la medida en que la dirección federal les ha dejado «independizarse» en la práctica. En lo político ha intentado pilotar un movimiento pendular desde el sectarismo político de las dos orillas, del cual fue ferviente defensor en su etapa de Coordinador General en Asturias, a la socialdemocratización de IU, pretendiendo ser el socio «leal, influyente y exigente» del PSOE.
La idea era que, mientras Zapatero representaba a la socialdemocracia más moderada, Llamazares representaría una «socialdemocracia de izquierda». El problema es que el PP destrozó este escenario, pues al atacar con «fiereza» a Zapatero le hizo aparecer como un izquierdista dejando a Llamazares sin espacio.
Pero este movimiento pendular ha tenido otra consecuencia más profunda y perniciosa. De una dirección en crisis tras la retirada de Anguita, se ha pasado a una dirección rota, y sin perspectiva política, en un constante enfrentamiento fratricida donde nadie mira hacia su propia responsabilidad en esta historia.
Y esta evasión de las propias responsabilidades es uno de los graves problemas que lastran la capacidad de análisis y de rectificación. En el mejor de los casos tenemos a compañeros como Julio Anguita que tercian en el debate oponiéndose a las tres tendencias más perniciosas para IU en este momento: la de Llamazares que lleva a la liquidación definitiva del proyecto, la de sectores como Pérez, que lo único que les preocupa es poder seguir viviendo de esto, y la de un sector del PCE que busca la escisión de IU para «volver a los orígenes». Pero el análisis del ex coordinador general no entra en los errores que provienen de la etapa en que aún estaba él en la dirección, donde ya comenzó el declive como hemos explicado, y en la que la democracia interna tampoco era boyante (aunque mucho más sólida que ahora por una base más activa en las Asambleas). Baste recordar los ejemplos de la aprobación en 1995 del Código Penal llamado «de la democracia», o la elección de las listas electorales con primarias «dirigidas», o la presencia en el Pacto de Toledo, o en el llamado Pacto Antiterrorista de Madrid, cosas todas ellas que jamás fueron discutidas en la base donde había opiniones muy opuestas a la política que practicó la dirección en estos terrenos. Tampoco entra en la valoración del cambio decisivo que se ha producido en el contexto político. De la época de huelgas generales a los acuerdos sindicales con los gobiernos del PP. La imagen de las direcciones sindicales personificadas en Fidalgo y Cándido, frente a las figuras de Nicolás Redondo y Marcelino Camacho es suficientemente expresivo del cambio sufrido por la adaptación al sistema de los aparatos sindicales.
Pero estas deficiencias del análisis de Anguita empequeñecen ante las del conjunto de la dirección del PCE que formó equipo con Paco Frutos. Jamás han hecho una autocrítica de su pacto con Almunia, de ese giro que les llevó a aceptar Maastrich o la OTAN en el programa.
El peligro de escisión
Luego tenemos todo un núcleo de dirigentes cuya principal preocupación es poder seguir viviendo de sus cargos, y por tanto toda su perspectiva está determinada por sus intereses materiales. Ellos no buscan un futuro para IU, sino para ellos mismos, no tanto que pueda cuajar una alternativa de transformación de la sociedad como conseguir que la fiesta, para ellos, dure al menos otros cuatro años.
Este último sector ha intentado buscar su propia vía, el famoso «pacto de federaciones» que no era otra cosa que el pacto de mandarines con mentalidad provinciana. Parece que han fracasado y ahora buscarán un acomodo con quien les ofrezca mejores condiciones. Y puede que sean repescados por Llamazares en su intento desesperado de ganar la Asamblea Federal del próximo otoño.
El sector de Gaspar Llamazares busca la supervivencia atrincherándose en los grupos institucionales, principalmente en el del parlamento español, junto con el de algunas federaciones como Asturias, el País Vasco y, si pueden, Madrid y Catalunya, para desde ahí empezar la reconquista.
No parece muy probable que Llamazares y los suyos estén dispuestos a aceptar un resultado negativo para ellos en la Asamblea Federal. Para quienes se escandalicen con esta afirmación cabe recordar que NO ACEPTARON EL RESULTADO DEMOCRÁTICO DE LA ÚLTIMA ASAMBLEA FEDERAL DE IU. Luego sólo se trata de mantener la misma línea.
De no ser por la actitud de responsabilidad de la candidatura de Enrique de Santiago y de la de Martín Recio, se hubiese producido la escisión. Por tanto esa es la perspectiva más probable ante la próxima Asamblea, aunque no la única.
Si Gaspar Llamazares no ha dimitido de su puesto de diputado no parece que sea para ponerse a disposición de la organización, pues la organización ha sido disuelta en la práctica. Desde las elecciones Gaspar y su camarilla lo dirigen todo inorgánicamente, sin convocar a los órganos de dirección estatutarios, y amparándose en la coartada, muy bien planificada, de la existencia de una «Comisión Unitaria», cuyo papel principal es tapar las vergüenzas de la dirección gasparista y dejar que todo el proceso de la Asamblea Federal se esté preparando en la mejor tradición florentina.
No es un alarmismo infundado decir que los gasparistas sólo juegan ya a ganar. Si ganan la asamblea acelerarán la marcha de nuevo a su proyecto de coalición de nacionalismos socialdemócratas, tipo ICV. Y si pierden lo más probable es que no lo acepten y basándose en el escuálido grupo parlamentario sigan su propio camino. Así que la tarea ante esta Asamblea es harto compleja y exige intentar convencer a una amplia mayoría de la militancia y también exige estar dispuestos a luchar en condiciones precarias para reconstruir IU desde las Asambleas de base. No es por tanto ninguna exageración afirmar que la tarea actual de IU es la de SOBREVIVIR A SUS DIRIGENTES.
Las elecciones como catalizador de la crisis
Los resultados de las últimas elecciones han situado a IU en el límite de nuestras posibilidades de supervivencia. Pero negamos la mayor: ¡no se ha tratado de un «tsunami bipartidista», irresistible, inevitable e imprevisible! Más bien ha sido un oleaje que ha barrido nuestra costa durante años, y la dirección en lugar de ponerle remedio ha dejado cada vez más debilitada la organización, en lugar de prepararse para luchar contra el bipartidismo (que desde luego existe), se ha debilitado en todos los frentes, en el de las alternativas políticas, en el de la movilización y en el de la militancia de base. Porque si fuerte es la caída de votos, más fuerte es, proporcionalmente, la caída de actividad de nuestras organizaciones de base.
Y, dialécticamente, sólo de estas organizaciones de base puede venir la recuperación de IU como lo que es: la expresión de una necesidad política, de un arma de lucha contra el sistema, no de un apéndice crítico de la socialdemocracia ni una plataforma para llevar a las instituciones a políticos profesionales.
Debemos decirlo claro: ¡la crisis de IU es, ante todo, una crisis de dirección! Pero usando este término en su sentido más amplio: quienes han compartido las tareas de dirección y determinado las decisiones de IU en la última década. La dirección es incapaz de sumar, de encauzar. Su forma de llevar la organización en lugar de sumar ampliando las fuerzas, hace una suma que «resta fuerzas», llevando a un constante desgaste interno.
Es, en lo esencial, una crisis de incapacidad de análisis político: se dijo que los resultados de las elecciones municipales demostraban la fortaleza y recuperación de IU, cuando era todo lo contrario. Más aún, es una crisis ideológica, donde algunos dirigentes se manifiestan abiertamente como defensores del sistema económico capitalista y otros no se atreven a cuestionarlo con consignas socialistas.
Es una crisis, en fin, que muestra el fracaso de un concepto de hacer política, siempre determinados por la política del gobierno del PSOE, siempre profesionalizados, sometiendo la organización a los grupos institucionales, contando con las bases sólo para las campañas. Sin duda existen cientos de responsables de Asambleas de base y de concejales de pequeños pueblos y ciudades que luchan, sin remuneración alguna y con mucho sacrificio, por mantener IU a flote. Pero eso no ha evitado que en los núcleos de poder, la institucionalización haya anquilosado la organización.
El proceso de institucionalización
La institucionalización de IU, esto es: el centrar toda su actividad y energía en los grupos institucionales, ayuntamientos y parlamentos, poniendo a la organización al servicio de estos grupos de cargos públicos, en lugar de ser los cargos públicos quienes estén al servicio de la militancia, es la mejor expresión de la deriva sufrida. Lo que Rosa Luxemburgo llamaba «cretinismo parlamentario», tendencia que olvida que las aspiraciones de nuestra clase sólo pueden alcanzarse a través de la lucha, y en esa lucha por el socialismo, las tareas institucionales sólo pueden ser un instrumento más. Cuando de ser un instrumento pasa a ser el objetivo principal, la medida de la organización y la aspiración casi única de los dirigentes, es la prueba de que se ha sufrido una integración en el sistema, que a su vez va provocando la degradación de la organización. Ya que ¿para qué quieren a los militantes unos cargos públicos cuyo sueldo y actividad ya no depende de la militancia? Resulta irritante que desde las asambleas de base se les exija cuentas y se les pida información. Se puede decir que son la excepción aquellos cargos públicos remunerados, que hacen público lo que ganan y sus contribuciones económicas a IU, o que van a las Asambleas a rendir cuentas y saber la opinión y aspiraciones de la militancia. Se ocultan los criterios por los que se seleccionan los grupos técnicos, es decir los liberados a sueldo de los que se rodean los grupos institucionales como de una guardia pretoriana.
Todo esto no sólo es síntoma, es al tiempo causa de una degradación de la vida democrática de la actividad interna. Y la solución a problemas como este no puede venir de aquellos que los han creado. Una reforma tímida de IU (incluso aunque fuese una reforma de cierto calado) no puede ya cambiar este rumbo. Tomando la frase que Lenin utilizó contra la degeneración estalinista: cualquier reforma se ahogara en el burocratismo como las moscas en la leche.
La tremenda paradoja de IU es que a mayor dosis de cretinismo parlamentario peores resultados conseguimos en las elecciones. Pero la paradoja es sólo aparente. Políticas como las defendidas por Gaspar Llamazares, o por Madrazo, o ICV… no tienen cabida en la sociedad, porque ya existen otras fuerzas socialdemócratas o nacionalistas que defienden eso mismo. Casos como el de Rosa Aguilar son de mera transición, que en la práctica ya se incluyen a medio camino hacia el PSOE, como ella misma declaró al reconocer que había votado al PSOE. IU sólo puede ser una fuerza basada en la lucha, en la militancia activa, en el programa del socialismo, o no tiene espacio.
La necesidad de una revolución
Del núcleo central de aparato de IU actual poco podemos esperar. En el PCE existen sectores que pueden contribuir decisivamente a un cambio determinante en IU, impulsando la renovación y la transversalidad, agrupando a todo lo que queda en la militancia dispuesto a apostar por reconstruir el movimiento de IU, que es lo mismo que reconstruir la izquierda en el Estado Español. Los sectores que defienden la vuelta al PCE en solitario como alternativa, no sólo no utilizan un método marxista, ni siquiera la elemental norma cartesiana de espacio y tiempo.
Se dice que debemos abrir IU, y es cierto. Pero esa apertura no es conseguir firmas de actores y actrices, escritoras y artistas… Lo fundamental es conseguir que la juventud, los trabajadores y trabajadoras, la gente que se mueve en todos los ámbitos vitales de rebeldía en la sociedad se unan a IU, y eso sólo lo conseguiremos si damos un mensaje nítido de apuesta por la renovación interna, de jubilación política de aquellos que ya llevan demasiados años viviendo de sus cargos políticos, si demostramos una democracia interna impecable y una política decidida de lucha por la transformación socialista de la sociedad.
Mientras la izquierda socialdemócrata asume el sistema capitalista como el único posible, teniendo por objetivo moderar sus excesos injustos, la izquierda alternativa se caracteriza fundamentalmente por cuestionar el propio sistema en su conjunto y apostar por su sustitución por otro alternativo fundamentado en la supresión de la propiedad privada de los medios de producción.
IU muestra una dirección, en sentido amplio, totalmente agotada, y sólo una revolución interna, desde las asambleas de base puede dar a este proyecto el aire fresco que necesita. Una dirección que ha sido incapaz de dar la voz a la militancia, de garantizar la democracia interna. Los derechos de los militantes han sido violados incluso en sus aspectos más elementales en casos flagrantes como Madrid, Asturias, Salamanca… y, como broche final, la dirección federal se unió a esta praxis antidemocrática de algunas direcciones regionales y pretendió torcer la voluntad de la militancia del País Valenciano, abriendo un capítulo más de crisis interna en la víspera de la campaña electoral y empezando una purga en la Permanente Federal.
Para hacer frente a esta situación, y a título de ejemplo, pensamos que deberíamos basarnos en los siguientes ejes programáticos que exponemos en síntesis:
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Un cambio de abajo a arriba, en el sentido más literal de la expresión: todos los protagonistas de la política federal de IU en los últimos años, tanto en la dirección federal como en las de las federaciones que la han respaldado, deben apartarse de cualquier cargo dirigente en la organización y, poco a poco, también de los cargos públicos.
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Los censos deben limpiarse de abajo a arriba, el sistema es sencillo: se abre un período de inscripción para la participación en la Asamblea Federal, con una firma presencial y el abono de una cuota extraordinaria para sufragar este proceso.
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La definición anticapitalista, por la transformación socialista de la sociedad, la planificación democrática de la economía a través de la propiedad social de los principales medios de producción y financieros, debe ser no una declaración a guardar en un cajón, sino la columna vertebral de la política de IU. Nuestra principal seña de identidad es ser la voz de los desfavorecidos y quienes arruinan a las personas y esquilman los recursos del planeta son los sectores con mayor rentabilidad económica: el paradigma de la locura capitalista es la crisis alimentaria y el negocio de los biocombustibles. La subida de los precios de los combustibles contrasta con los grandes beneficios de las petroleras, el aumento de las hipotecas con los fabulosos beneficios de los bancos, la vivienda con los millonarios resultados de constructoras y especuladores del suelo, la de la factura de la luz con los fabulosos negocios de las eléctricas…Todas aquellos sectores que están hundiendo nuestro nivel de vida coinciden con los mayores beneficios del capitalismo. Lo que conlleva la reivindicación de la nacionalización de la Banca, los latifundios y los grandes monopolios en nuestros programas y propaganda, no como algo para un futuro indefinido sino como exigencia actual.
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En su organización, IU no puede ser una unión de reinos de taifas, tal como sucede en la actualidad, ni puede aceptar que las direcciones anquilosadas de dos o tres federaciones fuertes «se pongan de acuerdo» para controlar la organización. IU tiene que ser una auténtica organización federal, con verdadera solidaridad interna, además de asumir su defensa de un Estado federal, plurinacional y republicano, que parta del reconocimiento del derecho de autodeterminación.
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Exigimos una renovación completa de las direcciones y de los representantes en las instituciones y que se aplique una severa incompatibilidad de cargos públicos con cargos de dirección en la organización. Las personas de IU que ostenten cargos públicos deben estar sometidos a la revocabilidad, y, en cualquier caso, para poner en práctica métodos de democracia participativa, su mandato debe reducirse a dos años, para dar mayor participación en el desempeño de cargos institucionales.
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Los grupos institucionales deben trabajar no sólo de acuerdo, sino bajo la dirección de los órganos de IU en sus ámbitos territoriales. Todos sus miembros deben cotizar a la organización según los acuerdos establecidos. Y sus salarios no pueden superar, en ningún caso, el salario medio del ámbito territorial por el que han sido elegidos.
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Sólo de la movilización en la sociedad, de los jóvenes, de las mujeres, de las familias obreras, vendrá un cambio social en el que podamos basarnos para poder convertirnos en una fuerza decisiva. Para ser más concretos, sólo una nueva etapa de auge de las luchas sociales puede permitir una auténtica reconstrucción de la izquierda con nueva militancia. Debemos agrupar en torno al programa del socialismo a lo que queda de militancia dentro y fuera de IU, confiando, como decía Marx en que la clase obrera es como Anteo, hijo de Gea, la Tierra, que toma de nuevo fuerza de su madre levantándose de su caída.
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Pero la condición previa para ello es la movilización interna, una verdadera revolución en IU, un cambio que coloque la lucha por la transformación de la sociedad por delante de cualquier otro interés, que no frustre todas las energías y esperanzas depositadas en IU, sino que sea capaz de convertir el apoyo que aún tenemos, de casi un millón de votos, en una palanca poderosa de transformación social.
Alberto Arregui (miembro de la Comisión Permanente Federal de IU y del Consejo Político de Madrid-Ciudad), Henar Moreno (Coordinadora de IU-La Rioja y miembro del Consejo Político Federal), Javier Jimeno (miembro del Consejo Político Federal y del Consejo Político de Izquierda Unida de Navarra), Víctor Domínguez (miembro del Consejo Político Federal y del Consell Polític del Pais Valencià), Esther López Barceló (miembro del Consejo Político Federal y de EUPV)