La relación dialéctica con una sociedad cambiante es un rasgo característico del movimiento feminista en el Estado español, desde las primeras iniciativas hasta la actualidad. La lucha contra el franquismo impulsó la aparición en escena de movimientos políticos y contraculturales a finales de los años 70, y fue clave en el nacimiento y configuración del […]
La relación dialéctica con una sociedad cambiante es un rasgo característico del movimiento feminista en el Estado español, desde las primeras iniciativas hasta la actualidad.
La lucha contra el franquismo impulsó la aparición en escena de movimientos políticos y contraculturales a finales de los años 70, y fue clave en el nacimiento y configuración del movimiento feminista. Los movimientos vecinales y vocalías de mujeres fueron fundamentales para crear redes feministas, además de los partidos de izquierdas (PC) y posteriormente los sectores revolucionarios como la LCR.
Los primeros impulsos que configuran el movimiento son en base a la crítica al sistema capitalista. Aunque no renunciaba a apoyar los cambios legislativos y las mejoras en el ámbito político existente, su máxima voluntad era modificar plenamente el escenario que tocaba vivir. El movimiento feminista nacía con el anhelo de cambiar las estructuras sociales existentes.
En todo pensamiento crítico que cuestiona las bases filosóficas y políticas de nuestra cultura, la contribución del pensamiento feminista tiene un gran valor. Los debates que han estructurado al movimiento y sus aportaciones han sido decisivos en la configuración del hacer político más actual. Transmitir esta historia reciente del movimiento feminista es importante para traspasar el conocimiento generado por el colectivo. Crear espacios donde este proceso tenga cabida ofrece la posibilidad de generar sentimientos de reconocimiento e identificación con todo lo generado desde el movimiento feminista, que serán fundamentales para seguir avanzando y construyendo la lucha.
Jornadas feministas
Las diversas jornadas generales y las jornadas monográficas que desde la aparición del movimiento feminista han tenido lugar en el Estado español han representado este punto de encuentro donde poder transmitir, debatir, hacer, construir y reconstruir.
En 1976 hubo las Jornades Catalanes de la Dona, el primer punto de encuentro del movimiento feminista en el Estado español. Desde entonces las citas del movimiento se han sucedido hasta la actualidad: en diciembre de 1979 tienen lugar en Granada las Jornadas Feministas; el año 1981 se celebran en Madrid unas jornadas centradas y tituladas como «Jornadas por el derecho al aborto»; el año 1983, también en Madrid, se celebran las Jornadas de sexualidad; en 1985, se encuentran en Barcelona bajo el lema «Diez años de lucha del movimiento feminista»; en 1987, de nuevo en Madrid, están las «II jornadas de lesbianismo», un año más tarde, en 1988 se celebran en Santiago las jornadas «Contra la violencia machista»; el año 1993 la cita vuelve a ser en Madrid, donde tienen lugar las jornadas «Juntas y a por todas «; ya el año 2000 en Córdoba las jornadas se titularon «Feminismo es… y será»; y, por último, en el recién abandonado 2009 la cita ha vuelto a Granada, el punto de partida, llamándose las jornadas allí celebradas «Granada, treinta años después: aquí y ahora».
Los debates que ha habido en el seno del movimiento feminista han actuado como herramientas que a lo largo de estos treinta años han proporcionado elementos discursivos de forma incesante y han dado forma al movimiento.
Al principio se creó la Coordinadora de Organizaciones Feministas del Estado español. Esta coordinadora, capaz de organizar grandes acciones conjuntas, agrupaba prácticamente a todas las organizaciones. Pero esta realidad se fue deformando en el transcurso de sus primeros años de vida, y el movimiento poco a poco se fue disgregando. Esta ausencia de plena unidad no impidió coordinar de forma efectiva el resto de jornadas de ámbito estatal, las cuales siguieron siendo muy participativas. Así, el inicio del movimiento feminista toma un carácter positivo, y sin confiar en que sus demandas se harán efectivas si sólo son confiadas al Estado y a sus instituciones, las mujeres que lo configuran toman fuerza y confianza en sí mismas y en su capacidad de hacer y deshacer como grandes protagonistas. Es el movimiento del despertar femenino.
Diversidad del movimiento
El entramado de grupos de mujeres que se configuró hace que sus integrantes reflexionen sobre el significado de ser mujer en un entorno nuevo y diferente respecto a la brutal de opresión bajo el franquismo, así como sobre las diferencias que existen respecto a los hombres en los diversos aspectos de la vida. Va creciendo el sentimiento de sentirse valoradas, sentimiento necesario para poder actuar como agentes creadores de su propia liberación. Poco a poco se va dibujando, y con fuerza, el orgullo de ser mujer.
En este contexto surgen importantes debates, que tuvieron su expresión en las jornadas de 1979 en Granada: sobre el modo de organizarse (doble o única militancia, que fue fundamental para romper al movimiento feminista a finales de los ’70), y sobre la condición femenina (igualdad o diferencia, respecto a la masculina). La afirmación de la condición femenina se había ido forjando en oposición a la identidad masculina, que para algunas mujeres era percibida como enemiga o contraria. Pero si la aspiración feminista era conseguir que las características de las diferentes identidades se dejaran de lado, superando así las desigualdades y diferencias para conseguir una igualdad real, se trabajó para esculpir una identidad propia para las mujeres que atacaba y contradecía a las teorías feministas de la diferencia.
Esta postura no fue la única; coexistía desde casi el principio del movimiento con todas aquéllas que fueron desarrollando un pensamiento que afirmaba el valor de la diferencia femenina. Considerando a hombres y mujeres como seres diferentes, ya sea por naturaleza o bien por absorción cultural y de formación, y educación de la psique desde la infancia, se ve esta diferencia como positiva. Desde esta línea, se aspiraba también a la igualdad de derechos, pero se forjaba desde la especificidad del ser mujer.
Todos estos debates encadenaron otras reflexiones. La construcción y el pensar sobre la identidad femenina generaba la percepción de una pretendida homogeneidad de las mujeres, que hizo levantar muchas voces en contra de esta idea. Se oyeron las reflexiones de las mujeres enfrentadas por su clase social; las feministas lesbianas exigían su reconocimiento; había diferentes demandas entre grupos de mujeres en diferentes situaciones y entornos culturales. Todas estas manifestaciones evidenciaban una gran diversidad entre las mujeres, que abrió nuevos debates en torno dos ejes principales: la diferencia e igualdad respecto a los hombres, y la contradicción entre identidad y diversidad de las mujeres.
La sexualidad femenina
En medio de esta situación, hubo muchas luchas y debates, pero la característica más visible del feminismo de esta etapa son todas las aportaciones y reflexiones en torno a la reivindicación de la sexualidad. Estos debates se centran en la separación de la actividad sexual de la reproducción y paralelamente en descubrir la sexualidad de las mujeres. Las discusiones que se generan y plantean desde estas problemáticas centran muchos esfuerzos del movimiento hasta la década de los ’80, y se caracterizan por su unidad y constancia. Las jornadas de Barcelona de 1985 fueron testigo del momento más álgido de estos debates.
Todo este pensar y hacer se concreta y deriva en la exigencia de la legalización de métodos anticonceptivos, en la creación de centros de planificación familiar, y en la educación sexual en barrios y escuelas.
El descubrimiento de la sexualidad femenina es una oportunidad que brinda el movimiento feminista. Hasta entonces la sexualidad femenina era desconocida por todos, incluso por parte de las propias mujeres. Las prohibiciones y represiones en este terreno se empiezan a diluir y en este proceso se van desmintiendo una serie de creencias legado de un patrimonio masculino. Se desmiente la frigidez femenina; se pone al descubierto que las relaciones sexuales no son garantía -al menos no exclusivamente- del placer sexual; las mujeres empiezan a ver su capacidad de ser sexualmente autosuficientes. Hay un reconocimiento de la sexualidad femenina.
No se puede negar que todo este proceso fue muy positivo, y que otorgó una gran riqueza a la sexualidad de muchas mujeres que hasta entonces habían vivido negadas de ésta. Pero todo esto tuvo también una serie de efectos que llevaron más debates. Hay un intento de establecer unas prácticas sexuales que se entendían como buenas para las mujeres. Entran en el movimiento las posiciones del feminismo cultural, que toma como punto de partida el considerar que la opresión de las mujeres también se basa en el campo de la sexualidad. Se habla de la violencia sexual ejercida por los hombres, que les da poder y control hacia las mujeres. En estos parámetros, toda relación heterosexual es entendida como una relación de dominio donde las mujeres sólo pueden ser víctimas. Esta visión no ha estado exenta de discrepancias, que se han hecho evidentes desde el inicio de estos debates. Se critican las normas establecidas en las relaciones heterosexuales, pero no las características ni la relación en sí mismas.
Nuevos debates
De esta manera, después de treinta años de debate dentro del movimiento feminista, que han proporcionado grandes avances en cuanto a la liberación de la mujer, hoy se abren nuevos. Por ejemplo, el reconocimiento de las diferentes identidades de género y/o sexualidades. Esto ha dejado espacio para nuevos debates que ponen de manifiesto cómo el cuerpo sexuado es una construcción cultural, de la misma manera que las identidades y los deseos. O también a la hora de hablar sobre la prostitución, donde principalmente encontramos dos posturas: las abolicionistas y las feministas pro-derechos.
Todos estos debates que actualmente están muy vivos, sin duda lo seguirán estando dentro del movimiento feminista en los próximos años, como lo demuestra su presencia en estas últimas jornadas de Granada. Pero más allá de los debates expuestos, lo que queda claro es que la sola organización de las Jornadas Feministas es sin duda otro paso importante en la construcción de un movimiento estructurado y potente en defensa de los derechos de las mujeres.