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Julio Cortázar, la otra mirada

Fuentes:

La literatura (como el mundo) está llena de padres. Hacedores de técnicas y fórmulas, diseñadores de modelos. En algunos creadores la propia voz se convierte en un tono (método) de enseñanza. Julio Cortázar nunca se vistió de padre ni de maestro de estilos. Cortázar fue un caminante más que andaba descifrando claves, un aliado de […]

La literatura (como el mundo) está llena de padres. Hacedores de técnicas y fórmulas, diseñadores de modelos. En algunos creadores la propia voz se convierte en un tono (método) de enseñanza. Julio Cortázar nunca se vistió de padre ni de maestro de estilos. Cortázar fue un caminante más que andaba descifrando claves, un aliado de la otra mirada.

Cortázar, en actitud y obra, no diferenciaba lo fantástico de lo real. Para el escritor la realidad era una verdad amplia, jamás uniforme. Escuchar o leer a Cortázar significa aprender a compartir los otros espacios, las otras realidades. Su palabra era el testimonio de quien desde niño convivió con los distintos niveles espacio temporales de la rutina: «Lo fantástico y lo misterioso no son solamente las grandes imaginaciones del cine, de la literatura, los cuentos y las novelas. Está presente en nosotros mismos, en eso que es nuestra psiquis y que ni la ciencia, ni la filosofía consiguen explicar más que de una manera primaria y rudimentaria».

En Julio Cortázar no había asombro cuando se refería a todo aquello que no registra la educación. Cuando hablaba (como cuando vivía) no asumía pose de un descubridor de imaginarios insólitos, simplemente compartía su mirada (acaso la emoción del niño que nunca deja de aprender), la experiencia de un hombre convencido de que el mundo es un lugar distinto a la trama de repeticiones que nos enseñan. De ahí que el lector, cuando asume un libro de Cortázar, se sienta un aliado de esos otros espacios que en el fondo (de la doctrina social) todos sospechamos que existen. Cien años después de que naciera en Bélgica por «situaciones del turismo y de la diplomacia», como dijera el creador, el acercamiento a su obra tiene la energía de la novedad y de la participación. Difícil encontrar un escritor menos gurú y más compañero del hecho creativo. «Rayuela» es el punto cumbre de la ruta cortazariana. Como un participante más que sabe que nada está (absolutamente) escrito, el autor invita a armar las piezas de un puzle con diversas opciones de historias.

Hoy, cuando la mirada colectiva ha dejado de ver (para fotografiar y grabar) y ha cedido los espacios (para caer en el no lugar), decir Julio Cortázar es reconocer el otro lenguaje, la otra matemática, la otra lógica, la otra mirada. La otra memoria que construye posibilidades.