La realidad que vive la especie humana, sin parangón en la historia, en un mundo globalizado, complejo e incierto que cada día se vuelve de mayor riesgo, ha enviado una nueva advertencia. La naturaleza tomó la forma de Katrina (nombre con que Posadas bautizó a la muerte) y actuó macabramente para poner a los seres […]
La realidad que vive la especie humana, sin parangón en la historia, en un mundo globalizado, complejo e incierto que cada día se vuelve de mayor riesgo, ha enviado una nueva advertencia. La naturaleza tomó la forma de Katrina (nombre con que Posadas bautizó a la muerte) y actuó macabramente para poner a los seres humanos (esta vez a los estadunidenses) frente a un drama de nuevo cuño.
Quienes nos dedicamos a investigar y divulgar la crisis socioecológica a escala global disponemos cada día de más argumentos que demuestran la existencia de cuatro o cinco fenómenos, que son los primeros efectos del cambio climático provocado por la contaminación industrial. Uno es el incremento en número e intensidad de los huracanes. No se trata de «fenómenos o desastres naturales», sino de procesos híbridos, cuyo origen es una mezcla de factores naturales y sociales. Los meteorólogos, climatólogos y geofísicos que estudian los eventos ciclónicos señalan el carácter inédito de los recientes huracanes en intensidad, frecuencia y tamaño, como resultado del calentamiento global que la civilización industrial ha provocado en el ecosistema planetario.
El climatólogo Ferry Emmanuel, del Instituto Tecnológico de Massachussets, demuestra en un convincente estudio (Nature, 23/6/05) que los huracanes que se producen en el Atlántico y en el Pacífico han aumentado 50 por ciento desde 1970 y que «la energía disipada por los huracanes se encuentra relacionada con la temperatura superficial del mar».
La primera ironía de Katrina es que su impacto sobre Alabama, Mississippi y Louisiana tuvo lugar casi al unísono de la reiterada negativa del nuevo embajador en la ONU, John Bolton, de incluir la frase «respeto a la naturaleza» en un documento dirigido a iniciar la reforma de ese organismo. Bolton, «un patán sin modales», según Molly Ivins, no hizo más que perpetuar la política estadunidense de negación y rechazo a la crisis ecológica.
Estados Unidos, que hoy ha sufrido el «desastre natural» más grande de su historia después del terremoto de 1906, es la única nación que se negó a signar en 1992 el Convenio sobre Biodiversidad (dirigido a preservar la variedad de la vida) y que sigue rechazando el Protocolo de Kyoto (que busca disminuir los contaminantes industriales que provocan el «efecto invernadero»), no obstante ser el país que emite mayor cantidad de bióxido de carbono a la atmósfera, con una industria descomunal y un parque vehicular de más de 220 millones de automóviles,
Resulta igualmente irónico que la debacle ocurriera en el país empeñado en alcanzar la «seguridad nacional». Esta vez la sociedad estadunidense fue totalmente vulnerable a una «forma de terrorismo» descomunal. El efecto devastador del huracán se incrementó debido a un riesgo largamente conocido por los planificadores de Nueva Orleáns, ciudad ubicada a dos metros bajo el nivel del mar y confiada a un sistema de diques de control hidráulico sobre el delta del río Mississippi que, finalmente, ante la fuerza del huracán (clase cinco con vientos de 280 kilómetros), quedó desbordado.
La ironía se hizo estelar cuando los reportes informaron que los efectos dañaron 20 plataformas petroleras, ocho refinerías y numerosos ductos y provocaron el cierre de toda la actividad petroquímica del sureste de Estados Unidos, obligando al presidente Bush a autorizar el uso de 30 millones de barriles de la reserva estratégica de petróleo. Esta situación ha llevado a un aumento del precio de las gasolinas a niveles históricos: en Florida había alcanzado el impensable precio de 3.5 dólares el galón y en algunos sitios se había ido hasta 5 dólares.
La contaminación de la atmósfera es provocada por los gases que genera la industria que se alimenta de petróleo, causa fundamental (con la deforestación) del calentamiento del planeta, que a su vez produce nuevos fenómenos, como los recientes huracanes, el último de los cuales se enfiló sobre las fuentes petroleras como si fueran objetivos militares. Parecería increíble, pero el círculo quedó cerrado: la secuencia de causas y efectos retornó al comienzo. Este fenómeno, que en términos cibernéticos se conoce como feedback, es en palabras llanas el «efecto bumerán».
Katrina la irónica no ha sido un fenómeno aislado, sino el último evento de una secuencia de fenómenos de gran envergadura que en conjunto integran una especie de «guerra mundial». En esta nueva guerra de escala global se escenifican batallas entre conglomerados de la sociedad y las fuerzas titánicas de una naturaleza violentada por la especie de mamífero sin pelo que domina el planeta. Lo peculiar es que esas fuerzas desatadas por la acción humana discriminan entre países ricos y pobres o entre sectores opulentos y marginados.
En la última década, la naturaleza ha descargado su furia sin distinción. Los incendios forestales que en 1997-98 arrasaron millones de hectáreas de selvas tropicales generaron catástrofes en Indonesia, Brasil, México, Centroamérica y países africanos. Las agudas sequías recientes afectaron a los marginados del norte de Africa, en tanto el huracán Mitch (1998) devastó a los pueblos empobrecidos de México y Centroamérica.
En los años más recientes, los impactos devastadores se fueron sobre las sociedades opulentas: una impredecible borrasca inundó en 2002 a la República Checa, Alemania y Austria; los incendios forestales asedian a Portugal desde hace tres años, y la infernal canícula del verano de 2003 rompió los máximos históricos en las temperaturas de España, Inglaterra y Alemania; sólo en Francia dejaron 15 mil muertos (mayoritariamente ancianos).
Las escenas vistas en estos días, que movilizan ejércitos y sistemas de emergencia, y que ponen a las naciones en estado de alerta (los daños causados por Katrina se estiman en 100 mil millones de dólares) son las mismas dramatizaciones, pero de otra clase de guerra. Una guerra que la especie humana convertida en «sociedad del riesgo global» ha comenzado y que es imposible que gane. Las ironías de Katrina son una nueva advertencia.