El movimiento obrero del Estado español ha abrazado, desde sus inicios hasta la dictadura franquista, el anarquismo como principal vehiculador de sus aspiraciones democratizadoras y revolucionarias. Ésta es una característica bastante excepcional dentro del contexto europeo, donde la tendencia socialista ha sido la fuerza hegemónica dentro de la clase trabajadora hasta los años 20, hasta […]
El movimiento obrero del Estado español ha abrazado, desde sus inicios hasta la dictadura franquista, el anarquismo como principal vehiculador de sus aspiraciones democratizadoras y revolucionarias. Ésta es una característica bastante excepcional dentro del contexto europeo, donde la tendencia socialista ha sido la fuerza hegemónica dentro de la clase trabajadora hasta los años 20, hasta que a partir de la Primera Guerra Mundial la socialdemocracia se escindió en dos grandes grupos: el del socialismo reformista y el del comunismo revolucionario (II e III internacional, respectivamente).
El arraigo del anarquismo en el Estado español
Para entender la excepcionalidad del movimiento obrero del Estado español, tendremos que señalar, en términos materialistas, que el país era esencialmente agrario en dos sentidos: estructural -el sector primario dominaba la economía, lo que determinaba que la gran mayoría de la población vivía en y del campo- y superestructural -las estructuras políticas, las relaciones sociales y la ideología estaban impregnadas de este carácter agrícola, más bien feudal-. La industrialización española se daba en un contexto en el que la revolución burguesa se había alejado de sus homólogas europeas -que habían hecho caer las antiguas estructuras feudales y aristocráticas-, adoptando un perfil mucho más pactista y de adaptación y encaje dentro del antiguo régimen. La no existencia de un Estado de carácter burgués y liberal provocó que la industrialización española sufriera un retraso importante respecto de sus vecinos europeos.
La ideología y las aspiraciones de las clases populares no son un reflejo de ciertas predeterminaciones psicológicas ni la emanación de las esencias nacionales. Tampoco son algo que responda a una elección intelectual consciente. Las ideas vienen circunscritas por las estructuras económicas y las contradicciones que éstas provocan en el ámbito de socialización humano. La falta de centralización de los núcleos industriales, el reducido tamaño de éstos y la falta de fábricas con grandes plantillas determinaban en gran medida la capacidad organizativa y las aspiraciones reivindicativas e ideológicas de la clase trabajadora del Estado español.
La mentalidad campesina y pequeño burguesa que emanaba de las estructuras económicas y sociales de este periodo histórico nos explica los motivos del arraigo del anarquismo en las clases populares del Estado español, un imaginario colectivo con aspiraciones democratizadoras cooperativistas y anticentralistas. En Europa, la situación material, con grandes centros industriales y un desarrollo más agudo del capitalismo, generaba una socialización muy diferente de las clases populares que provocaba que la oposición antisistema fuera liderada por una clase trabajadora industrial con aspiraciones socialistas.
Cuando Bakunin y los libertarios perdieron la batalla por el control ideológico de la primera internacional en las postrimerías del s. XIX, la sección española de la AIT permaneció fiel al posicionamiento anarquista. Pero no fue hasta la creación de la CNT que el anarquismo, y de hecho la propia clase trabajadora del Estado, tuvo una capacidad orgánica de oposición similar a la del partido socialdemócrata alemán o la de los sindicatos ingleses coetáneos.
Existían pequeños núcleos que mantuvieron la memoria y la conciencia revolucionaria en el final de siglo, pero les faltaba una coordinación y un arraigo que pudiera impactar en el transcurso de la historia. Esta situación se empezó a revertir con la creación de Solidaridad Obrera en 1907, germen de la futura CNT -la organización de filiación anarquista más importante de nuestra historia-, que por su tamaño y por su carácter orgánico se convirtió en uno de los factores clave en el desarrollo histórico del Estado español.
Analizar hoy la CNT nos permite comprobar la fuerza de la clase trabajadora organizada, la huella que deja la militancia en su futuro, el peso de la acción humana en la historia.
Ésta es la primera lección que podemos recoger de nuestro pasado para hoy, un presente dominado por un escepticismo asfixiante que ahoga la capacidad de las personas para cambiar el rumbo de sus vidas. El centenario de la CNT nos recuerda que la lucha de clases es el verdadero motor del desarrollo histórico.
El centenario nos provoca también la necesidad de estudiar más de cerca la historia y evolución de este gran sindicato -análisis que tan sólo podremos esbozar en este artículo-. Una profundización que nos permitirá darnos cuenta de la importancia de situar y adaptar la estrategia, la táctica y la metodología de las organizaciones revolucionarías a cada momento concreto de la historia.
Esta particular aproximación al pasado justifica la voluntad de este artículo, centrado en los primeros años de existencia de la CNT que, a pesar de no ser tanto conocidos, son fecundos y ricos en experiencias. Este periodo nos permite extraer unas lecciones que, con precaución y espíritu científico, podemos extrapolar a nuestros días con el fin de orientarnos y ayudarnos a construir una izquierda radical a los inicios del s. XXI.
Solidaridad Obrera y la fundación de la CNT
Solidaridad Obrera nació de la iniciativa de los militantes más lúcidos de Barcelona que, en un contexto de derrotas y un ambiente de impotencia y desencanto dentro de la izquierda, impulsaron un marco unitario que pretendía englobar la mayoría de asociaciones obreras de la ciudad. A partir de un programa bastante moderado sobre las condiciones de vida y el aumento de salarios, y con el horizonte maximalista de una sustitución del régimen capitalista por un régimen social del trabajo, tejieron una solidaridad orgánica efectiva, un marco de lucha que dotó de una fuerza inédita a la clase trabajadora de la ciudad condal: la unidad.
Esta experiencia inspiró a otros núcleos militantes de toda Catalunya que se sumaron a la propuesta. El reagrupamiento sindical que empezó en Barcelona se acabó extendiendo por todo el Estado hasta provocar la creación de la CNT, a la que se adhirieron centenares de asociaciones obreras conscientes de la necesidad estratégica de participar en aquel nuevo organismo, entre ellas la Federación Nacional de Agricultoras, que agrupaba el campesinado andaluz. Los principales dinamizadores de la iniciativa procedían de las filas anarquistas y, aunque imprimieron su sello en la estructura orgánica del sindicato, fueron capaces de mantener la hegemonía dentro del movimiento obrero dado el carácter abierto y unitario de la CNT, donde la propaganda tenía la voluntad de acercarse y no de enfrentarse a las masas reformistas o alienadas. El oportunismo político de los socialistas españoles ayudó también a delimitar los campos de acción. La participación -para poner sólo un ejemplo- de Largo Caballero y el PSOE en la dictadu ra de Primo de Rivera o la represión republicana de Casas Viejas, explica este hecho y nos ayuda a comprender el fuerte apoliticismo que dominaba la organización.
El anarquismo podía presumir no sólo de ser la mayor organización revolucionaria, sino de ser la opción política reformista más consecuente en la defensa de los intereses de los trabajadores. Ahora bien, a pesar de las múltiples traiciones del PSOE y su referente sindical -la UGT-, la CNT defendió en multitud de ocasiones la unidad de acción de las dos centrales sindicales para convocar protestas, huelgas generales, colectivizaciones o revoluciones como la de Asturias -luchas sociales que tuvieron una enorme trascendencia.
La CNT no era propiamente una organización anarquista, tampoco era simplemente un sindicato. El ideario organizativo emanaba más bien de la concepción francesa del sindicalismo revolucionario. Los principales dinamizadores y organizadores procedían de la tradición anarquista y, en líneas generales, los congresos habían apostado más o menos explícitamente por el anarquismo como ideario político, pero no se condicionaba ni se exigía a los afiliados la adopción de esta ideología.
No fue hasta después del Congreso de Sants, el año 1918, que las asociaciones propiamente anarquistas entraron a participar en la CNT. Esta actitud señala una evolución ideológica dentro del anarquismo, que pasaba de defender a la sociedad secreta insurreccionalista como sujeto revolucionario a entender la clase trabajadora y el sindicato como el motor del cambio histórico.
Un nuevo ciclo de luchas
El capitalismo español vivió una fase de expansión muy importante durante la Primera Guerra Mundial. El hecho de no participar militarmente en la Gran Guerra situó a la industria española en una posición privilegiada, donde la exportación comercial hacia los países que participaban creció enormemente. Este hecho comportó una fuerte inflación interior que causó una rebaja del nivel de vida de las clases populares. Los conflictos laborales que se dieron en este nuevo contexto, gracias a la nueva organización sindical, arrancaron en multitud de ocasiones aumentos salariales. Estas victorias, que representaban en esencia pequeñas reformas dentro de la orden capitalista, otorgaron a la CNT un prestigio enorme. Los trabajadores, convencidos de la eficacia de la nueva central sindical, se afiliaron en masa. La CNT, que contaba con unos 15.000 afiliados el año 1915, pasó a agrupar en sus filas a más de 714.000 afiliados en 1919.
La nueva situación del capitalismo español provocó cambios orgánicos en la CNT. El congreso de Sants del año 1918 y el congreso de Comedia el año 1919 adaptaron la estrategia y la táctica de la CNT a los nuevos tiempos, optimizando la actitud de combate de la clase trabajadora. Las dos principales decisiones serían la apuesta por la acción directa y por los sindicatos únicos de industria. En contra de la actitud parlamentaria y negociadora de la UGT, la CNT planteaba la resolución de los conflictos con la acción directa y de base de los trabajadores, sin esperar que la solución proviniera de instancias oficiales supuestamente arbitrarias. El cambio más trascendental, por la novedad que representaba, fue la constitución de los sindicatos únicos, que solidificaban la unidad, la solidaridad y la fuerza de los trabajadores como clase. En contraposición a la situación que se daba en multitud de conflictos, donde diferentes ramos y oficios luchaban de forma descoordinada, los sindicatos de industria y el planteamie nto estratégico que comportaban situaron la fuerza de los trabajadores en pie de igualdad al poder de la patronal. La huelga de La Canadenca, en 1919, explicitó el acierto de la decisión. Gracias a la nueva concepción y la capacidad de respuesta orgánica de las nuevas estructuras sindicales, un conflicto concreto en una fábrica se transformó en una huelga general victoriosa. La correlación de fuerzas estaba cambiando.
La CNT medía su capacidad revolucionaria en términos materiales -qué grado de influencia tenemos sobre la clase trabajadora y qué éxito obtenemos con nuestra metodología de combate-, y no en términos ideológicos, como pasa demasiado a menudo hoy en día -qué grado de pureza revolucionaría o anarquista respetamos con nuestro discurso-. Las actitudes individualistas, terroristas o insurreccionalistas, propias del anarquismo más clásico, no desaparecieron absolutamente de la CNT. Existía un rico debate democrático dentro de la organización que hacía variar a menudo la orientación política de ésta. En los momentos de ilegalidad y de más represión contra el sindicato, estas tácticas volvían a florecer y a dominar las decisiones estratégicas. Los principales dirigentes reconocieron más tarde que era en tiempos de legalidad y trabajo propiamente sindical cuando la CNT estaba más cerca de las masas y de la revolución. El pistolerismo, el terrorismo individual o el insurreccionalismo heroico, a pesar de responder a una lógica interna aplastante, alejaban a la CNT de las aspiraciones democráticas de las bases trabajadoras.
Así pues, el trabajo consecuente, militante y unitario de la CNT le otorgó, en términos ideológicos y organizativos, la hegemonía dentro del movimiento obrero durante el primer tercio del s. XX. La CNT situó a la clase trabajadora del Estado español en la punta de lanza de los movimientos emancipadores de toda Europa. Desde el marxismo revolucionario podemos criticar una serie de carencias del ideario anarquista para superar el capitalismo, pero la Revolución Española, una de las más profundas de la historia, nos demuestra indiscutiblemente el excelente papel que jugó la CNT para mantener viva la conciencia y la organización de clase. La aniquilación física y cultural provocada por el franquismo, con más de 150.000 muertes y centenares de miles de exiliados, prueban y evidencian el miedo y la incomodidad con que el capital vivía la correlación de fuerzas dentro del Estado español. Sólo la dictadura franquista pudo enderezar el orden económico capitalista.
En la actual situación de debilidad de la izquierda combativa son muchísimas las lecciones que podemos extraer de la creación de la CNT. Ojalá que experiencias como la Asamblea de Trabajadores de Barcelona o el SAT andaluz puedan jugar un papel similar al revulsivo que causó Solidaridad Obrera. La unidad, la solidaridad y la acción directa serán, también hoy, la mejor manera de recuperar la conciencia de clase y la confianza con el poder de las clases populares para cambiar el rumbo de nuestra historia.
Pere Duran es activista de En lluita / En lucha