Vivimos en una época en la que el lenguaje se moldea, como si de plastilina se tratase.
La evolución de las palabras y de la sociedad suele ser pareja; pero esa evolución que es normal, puede resultar sospechosa cuando con ella se trata de esconder o cambiar el significado de un concepto con fines poco claros que, a veces, resulta manipulador.
Que las palabras importan y que con ellas describimos la realidad, nadie lo duda. Pero, que también pueden emitir información intentando crear otra realidad, la que interesa a quienes la construyen, no debería de crearnos mucha discusión. Cuando desde ciertas estancias imponen, en el uso de la calle, entre la gente, ciertas palabras con el ánimo de construir pensamiento, casi nunca es casual.
No solo ocurre en la política, que es el campo más frecuente, también otras situaciones, como el caso de la pandemia por la Covid-19, dan a la luz algunas palabras y conceptos, que son motivo de discusión y análisis. Hay dos, que parecen han hecho fortuna, y erigido en el norte de todo, es » nueva normalidad», no sin controversias y debates. El gobierno de coalición reformista lo ha hecho estrella del llamado «Plan de Transición hacia una Nueva Normalidad». En el que estamos actualmente, con más preocupación que alharacas.
El premiado periodista y escritor argentino, y siempre crítico, Martín Caparrós, ha dicho sobre la “nueva normalidad” que es «una contradicción en los términos». Para ello arguye que «la normalidad se construye a través del tiempo, poco a poco, probando y descartando y adoptando formas y maneras que se van volviendo normales. Ahora es normal que las mujeres voten; hace cien años era anormal, y se fue “normalizando” a golpes durante todo el siglo XX, por ejemplo». Sin embargo, esta “nueva normalidad”, «no será el resultado de un largo proceso sino la imposición de unos gobiernos empoderados por nuestro miedo».
En otros casos, no le dan más importancia y se dice que al final es un concepto comodín que está sirviendo para concienciar a la ciudadanía sobre la necesidad de «normalizarnos». Y que nada malo tiene para la lengua. Tal vez, sea así, pero, a mi juicio, sí parece confusa y contradictoria.
Tampoco es tan nuevo el juego de estas dos palabras. Si se tiene paciencia y se busca por la red vemos, no sin cierto asombro, como el profesor y político Mayor Zaragoza, decía en 1977 a un diario de tirada nacional : «Ha habido momentos difíciles, pero lo importante es la nueva normalidad democrática a la que hay que irse acostumbrando», se refería, obviamente a la «nueva normalidad» democrática en la que había entrado España.
En fin, el debate está presente. Pero podemos marginarlo, al menos desde la perspectiva del interés ciudadano, ya que nuestro deseo, legítimo y absolutamente normal es que podamos hacer una vida sin mascarillas, sin mirar al «otro» con la sospecha de si nos contagiará. Al final, «normalizar» la vida cotidiana en la familia y en el trabajo, así como en el resto de nuestros hábitos sociales.
Surge, no obstante, una gran pregunta, que no debería de obviarse, ya que ella nos interroga sobre la «anormalidad» de un sistema económico, en el que vivimos, que se basa en la «normalidad» que es la explotación de recursos naturales en beneficio, no precisamente de la humanidad, enfermando de ese modo la biodiversidad en la que convivimos todos los seres vivientes. Tan grave es la destrucción del medio ambiente, a veces intencionada, que las barreras naturales, entre especies de animales portadoras y nosotros, se está diluyendo en beneficio, precisamente, de las pandemias.
Los cambios que tal eliminación conlleva hacen que en una inmensa mayoría sean irreversibles. Esta es la «anormalidad» que vemos y vivimos como «normal». Investigadores y científicos, nos dicen insistentemente que tenemos que hacer esfuerzos, tanto individuales, como colectivos, para que la normalidad futura sea realmente nueva. Una nueva sociedad tras la pandemia en la que valoremos más lo que hace semanas perdimos.
Sin embargo, lo que estamos leyendo y viendo, en esta desescalada, otro concepto controvertido, no parece fácil, ni a medio plazo, transitar desde la actual situación hacia otra menos depredadora. Habrá que intentarlo.