La tensión en la frontera entre Rusia y Ucrania representa un conflicto en curso entre dos naciones con muchas afinidades culturales, pero también forma parte de una rivalidad mucho más amplia entre los Estados Unidos y Europa, por un lado, y Rusia, por otro. Como nos recuerda Noam Chomsky en la entrevista que sigue, realizada en exclusiva para Truthout, por su fiel colaborador, C.J. Polychroniou, en 2014, un gobierno apoyado por Rusia en Ucrania fue arrojado del poder por la fuerza mediante un golpe de Estado apoyado por los Estados Unidos y reemplazado por un gobierno respaldado por los Estados Unidos y Europa. Fue un acontecimiento que acercó a la guerra a los dos principales antagonistas de la época de la Guerra Fría, ya que Moscú considera que, tanto la participación de los Estados Unidos y Europa en Ucrania como la continua expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia el Este, forman parte de una estrategia bien orquestada para cercar a Rusia. La estrategia de cerco es, de hecho, tan antigua como la propia OTAN, y esta es la razón por la que el presidente ruso Vladimir Putin publicó recientemente una lista de exigencias a los EE.UU. y a la OTAN en relación con sus acciones en Ucrania e incluso en algunas partes del antiguo espacio soviético. Mientras tanto, altos funcionarios rusos han ido más allá al advertir de una respuesta militar si la OTAN sigue ignorando las preocupaciones de seguridad de Moscú.
Como señala Chomsky a continuación, el conflicto entre Rusia y Ucrania es un problema resoluble, pero uno se pregunta si los Estados Unidos seguirán dedicándose a una «política zombi» que podría producir consecuencias potencialmente terribles en caso de fracaso diplomático.
Noam Chomsky es reconocido internacionalmente como uno de los intelectuales vivos más importantes. Su estatura intelectual ha sido comparada con la de Galileo, Newton y Descartes, ya que su trabajo ha tenido una enorme influencia en diversos ámbitos de la investigación académica y científica, como la lingüística, la lógica y las matemáticas, la informática, la psicología, el estudio de los medios de comunicación, la filosofía, la política y las relaciones internacionales. Es autor de unos 150 libros y ha recibido decenas de premios de gran prestigio, como el Premio de la Paz de Sidney y el Premio de Kioto (equivalente japonés del Premio Nobel), así como decenas de doctorados “honoris causa” de las universidades más prestigiosas del mundo. Chomsky es profesor emérito del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y, en la actualidad, profesor laureado de la Universidad de Arizona.
Tras el derrumbamiento de la URSS entre 1980 y 1991, los ucranianos votaron abrumadoramente en 1991 en favor de declarar su independencia del desmoronado imperio comunista. Desde entonces, Ucrania ha tratado de alinearse estrechamente con la Unión Europea (UE) y la OTAN, pero Moscú se ha opuesto a esos planes, ya que siempre ha considerado Ucrania como parte de Rusia y, en consecuencia, ha seguido entrometiéndose en los asuntos internos del país. De hecho, Ucrania se convirtió en un campo de batalla en 2014, cuando Putin decidió anexionarse Crimea, a la que calificó de «fuente espiritual» del Estado ruso, y, desde entonces, las tensiones entre ambos países han sido muy difíciles de disipar. En su opinión, ¿qué hay realmente detrás del conflicto entre Rusia y Ucrania?
Hay más que añadir, por supuesto. Lo que ocurrió en 2014, se piense lo que se piense, fue equiparable a un golpe de Estado con apoyo de los Estados Unidos, que substituyó a un gobierno inclinado hacia Rusia por otro orientado hacia Occidente. Eso llevó a Rusia a anexionarse Crimea, principalmente para proteger su único puerto de aguas cálidas y su base naval, y aparentemente con el acuerdo de una considerable mayoría de la población de Crimea. Hay muchos estudios sobre estas complejidades, sobre todo Frontline Ukraine, de Richard Sakwa, y otros trabajos más recientes.
Hay un excelente debate sobre la situación actual en un reciente artículo de Anatol Lieven en el semanario The Nation. Lieven argumenta con realismo que Ucrania es “el problema (inmediato) más peligroso del mundo”, y «también, en principio, el más fácil de resolver». La solución ya se ha propuesto y aceptado -en principio-: el acuerdo de Minsk II, adoptado por Francia, Alemania, Rusia y Ucrania en 2015, y refrendado por unanimidad por el Consejo de Seguridad de la ONU. El acuerdo presupone tácitamente la retirada de la invitación de George W. Bush a Ucrania a entrar en la OTAN, reafirmada por Barack Obama, y vetada por Francia y Alemania, un resultado que no aceptará probablemente ningún dirigente ruso. Pide el desarme de la región separatista orientada a Rusia (Donbas) y la retirada de las fuerzas rusas («voluntarios»), y detalla los elementos clave de la solución, con «tres partes esenciales y mutuamente dependientes: desmilitarización; un restablecimiento de la soberanía ucraniana, incluido el control de la frontera con Rusia; y plena autonomía para el Donbas en el contexto de una descentralización del poder en toda Ucrania». Ese resultado, observa Lieven, no sería diferente de otras federaciones, entre ellas la de los Estados Unidos.
Minsk II no se ha llevado a la práctica debido a los desacuerdos sobre el calendario de sus diversas medidas. La cuestión ha quedado «enterrada» en los círculos políticos y los medios de comunicación norteamericanos, escribe Lieven, «debido a la negativa de los gobiernos ucranianos a aplicar la solución y a la negativa de los Estados Unidos a presionarles para que lo hagan». Estados Unidos, concluye, se ha mantenido en «una política zombi, una estrategia muerta que deambula fingiendo estar viva y estorbando a todo el mundo, porque los responsables políticos norteamericanos no han sido capaces de enterrarla».
Los peligros inminentes hacen que sea imperativo enterrar esa política y adoptar una que sea sólida.
Superar el estancamiento no será fácil, pero como observa Lieven, las únicas alternativas son demasiado horrendas para considerarlas. Lo esencial se entiende: eeutralidad al estilo austriaco para Ucrania, lo que significa no tener alianzas militares ni bases militares extranjeras, y una resolución interna en los términos generales de Minsk II.
El «problema más peligroso del mundo» puede, por tanto, resolverse con un mínimo de racionalidad.
El contexto más amplio se remonta al colapso de la Unión Soviética hace ahora treinta años. Existían tres visiones contrastadas del orden global que debía establecerse tras su colapso. Todos aceptaban que Alemania se unificara y se sumara a la OTAN -una concesión notable por parte de Rusia, teniendo en cuenta que, por si sola, sin formar parte de una alianza militar hostil, Alemania había destruido prácticamente Rusia en dos ocasiones en el siglo pasado, y se unio en una tercera a Occidente (los Estados Unidos incluidos), en la «intervención» inmediatamente posterior a la toma del poder por parte de los bolcheviques.
Una de las propuestas fue la presentada por Mijaíl Gorbachov: un sistema de seguridad euroasiático desde el Atlántico hasta Vladivostok, sin bloques militares. Estados Unidos nunca consideró esta opción. Una segunda propuesta fue la ofrecida por George H.W. Bush y su secretario de Estado, James Baker, respaldada por Alemania Occidental: la OTAN no se movería «ni un centímetro hacia el Este», entendiendo por ello, Berlín Oriental; no se contemplaba nada más allá, al menos públicamente. La tercera fue la de Bill Clinton: la OTAN se desplazaría hasta la frontera rusa, llevaría a cabo maniobras militares en los estados colindantes con Rusia y situaría armas en la frontera rusa, armas que los Estados Unidos considerarían ciertamente como ofensivas en el (inconcebible) caso de que tolerasen algo remotamente comparable en cualquier lugar de su vecindad. Fue la Doctrina Clinton la que se aplicó.
La asimetría está mucho más arraigada. Es un componente central del «orden internacional basado en reglas» que defienden los Estados Unidos (a la vez que establece, casualmente, esas reglas), en substitución del orden internacional supuestamente arcaico basado en las Naciones Unidas, que prohíbe «la amenaza o el uso de la fuerza» en los asuntos internacionales. Esta última condición resulta inaceptable para los Estados encanallados [“rogue states”] que exigen constantemente el derecho a emplear la amenaza de la fuerza, y a recurrir a ella a voluntad. Un tema importante del que ya hemos hablado.
Una ilustración crucial de esa asimetría basada en reglas, y que debería resultarnos familiar, es la respuesta del presidente Kennedy al envío de misiles nucleares a Cuba por parte de Nikita Jruschov, en reacción a la amenaza de invasión como culminación de la guerra terrorista de JFK contra Cuba, y a su enorme acumulación de armas en respuesta a la oferta de Jruschov para la reducción mutua de armas ofensivas, a pesar de que los Estados Unidos iban muy por delante. La cuestión crítica, que estuvo a punto de conducir a una guerra devastadora, era la situación de los misiles norteamericanos dotados de armas nucleares en Turquía que apuntaban a Rusia. A medida que la crisis se acercaba ominosamente a la guerra, la cuestión clave era si los misiles debían retirarse públicamente (como pedía Jruschov) o sólo en secreto (como exigía Kennedy). De hecho, los Estados Unidos ya habían ordenado su retirada para sustituirlos por submarinos Polaris, una amenaza mucho mayor, por lo que no hubo ninguna retirada, sino un recrudecimiento.
Se da por supuesta una asimetría crucial, un principio inviolable del orden mundial, establecido más ampliamente al imponerse la Doctrina Clinton de la OTAN.
Hay que recordar que éste era sólo un componente de una Doctrina Clinton más amplia, que otorga a los Estados Unidos el derecho a utilizar la fuerza militar «unilateralmente, cuando sea necesario» para defender intereses vitales como «garantizar el acceso sin trabas a mercados clave, suministros energéticos y recursos estratégicos». Nadie más puede reclamar ese derecho.
Existe un amplio debate académico sobre el estatus de la propuesta Bush-Baker. El acuerdo era sólo verbal, tal como se argumentó en la justificación cuando Washington lo violó de inmediato, trasladando tropas a Berlín Oriental. Pero los hechos básicos no están seriamente en duda.
La OTAN se fundó como respuesta a la supuesta amenaza que suponía la Unión Soviética para las democracias occidentales. Sin embargo, la OTAN no sólo no desapareció tras el final de la Guerra Fría, sino que continuó su expansión hacia el Este y, de hecho, hoy considera a Ucrania como miembro potencial. ¿Cuál es la relevancia de la OTAN en la actualidad, y hasta qué punto es responsable de la escalada de tensiones en las fronteras rusas y del posible inicio de una nueva Guerra Fría?
La expansión hacia el Este, en la que se incluyen maniobras militares regulares y sistemas de armas amenazantes, supone claramente un factor de recrudecimiento de las tensiones, y todavía más la oferta a Ucrania de entrar en la OTAN, como acabamos de comentar.
Al pensar en la peligrosa situación actual, es útil tener en cuenta la fundación de la OTAN y la «supuesta amenaza». Hay mucho que decir sobre ese tema, concretamente sobre cómo percibían realmente la amenaza rusa los planificadores. La investigación demuestra que era bastante diferente de la febril retórica empleada «para asustar al país» de forma «más clara que la verdad» (según el senador Arthur Vandenberg y Dean Acheson, respectivamente).
Es bien sabido que el influyente planificador George Kennan consideraba que la amenaza rusa era política e ideológica, no militar. De hecho, lo mandaron muy pronto a paseo por no sumarse al pánico, en gran medida fabricado. Aun así, siempre resulta instructivo ver cómo se percibe el mundo en el extremo de las “palomas”.
Como jefe del personal de planificación del Departamento de Estado, Kennan estaba tan preocupado por la amenaza de la Rusia de postguerra en 1946 que consideraba que la podría ser necesaria la partición de Alemania violando los acuerdos de guerra. La razón era la necesidad de «rescatar las zonas occidentales de Alemania, amurallándolas contra la penetración oriental», no, por supuesto, mediante la fuerza militar, sino mediante la «penetración política», en la que los rusos tenían ventaja. En 1948, Kennan inform de que «el problema de Indonesia [es] la cuestión más crucial del momento en nuestra lucha con el Kremlin», aunque no se viera al Kremlin por ninguna parte. La razón era que si Indonesia caía bajo el «comunismo» podría suponer un «infección [que] se extendiera hacia el oeste» a través de todo el sur de Asia, poniendo incluso en peligro el control estadounidense de Oriente Medio.
El historial interno está plagado de ilustraciones similares de un reconocimiento oblicuo, a veces bastante explícito, de la realidad. En general, «el Kremlin» se convirtió en metáfora para todo lo que pudiera quedar fuera del control de Estados Unidos, hasta 1949, cuando con la «conspiración sino-soviética» se hizo posible llenar a veces el vacío.
Rusia era, en efecto, una amenaza, dentro de sus dominios de Europa del Este, al igual que muchos pueden dar fe en todo el mundo de las amenazas de los Estados Unidos y sus aliados occidentales. No debería ser necesario dar ejemplos de esa horrible historia. La OTAN tuvo poco papel en ella.
Con el derrumbe de la URSS, la justificación oficial de la OTAN desapareció, y hubo que idear algo nuevo. En general, había que idear algún nuevo pretexto para la violencia y la subversión. Un dispositivo, rápidamente aprovechado, fue la «intervención humanitaria». Pronto se enmarcó en la doctrina de la «Responsabilidad de Proteger» (RdP o R2P, por sus siglas en inglés). Se formularon dos versiones. La versión oficial la adoptaron las Naciones Unidas en 2005. Mantiene las restricciones de la Carta de las Naciones Unidas, que prohíben la amenaza o el uso de la fuerza en los asuntos internacionales, aparte de condiciones irrelevantes para la RdP, y sólo va más allá al pedir a los Estados que respeten el derecho humanitario.
Esa es la versión oficial de la RdP. Una segunda versión fue la formulada por el Informe de la Comisión Internacional sobre Intervención y Soberanía de los Estados sobre la Responsabilidad de Proteger (2001), elaborado por iniciativa del ex ministro de Asuntos Exteriores australiano Gareth Evans. Se aparta de la versión oficial en un aspecto crucial: una situación en la que «el Consejo de Seguridad rechaza una propuesta o no la trata en un tiempo razonable». En ese caso, el Informe autoriza «la acción dentro del área de jurisdicción de las organizaciones regionales o subregionales en virtud del Capítulo VIII de la Carta, a condición de que soliciten la autorización posterior del Consejo de Seguridad».
En la práctica, el derecho a intervenir está reservado a los poderosos: en el mundo actual, a las potencias de la OTAN, que también pueden determinar unilateralmente su propia «zona de jurisdicción». De hecho, es lo que hicieron. La OTAN determinó unilateralmente que su «área de jurisdicción» incluye los Balcanes, luego Afganistán, y mucho más allá. El Secretario General de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer, informó en una reunión de la OTAN en junio de 2007 que «las tropas de la OTAN tienen que vigilar los oleoductos que transportan petróleo y gas que se dirigen a Occidente» y, más en general, que tienen que proteger las rutas marítimas utilizadas por los petroleros y otras «infraestructuras cruciales» del sistema energético. El área de jurisdicción de la OTAN es, por lo tanto, mundial.
Sin duda, algunos no están de acuerdo; en particular, las víctimas tradicionales de la amable tutela de Europa y sus retoños. Su opinión, como siempre desestimada, se hizo explícita en la primera reunión de la Cumbre del Sur de 133 estados (abril de 2000). Su declaración, seguramente con el reciente bombardeo de Serbia en mente, rechazó «el llamado ‘derecho’ de intervención humanitaria, que no tiene base legal en la Carta de las Naciones Unidas ni en los principios generales del Derecho internacional». La redacción de la declaración reafirma declaraciones anteriores de las Naciones Unidas en el mismo sentido, y se refleja en la versión oficial de la RdP.
La práctica habitual desde entonces ha sido remitirse a la versión oficial de las Naciones Unidas como justificación de lo que se hace, pero atenerse a la versión de la Comisión Evans para determinar el procedimiento de actuación.
Hay indicios de que Rusia está incrementando su poderío para atacar a Ucrania, y algunos analistas militares afirman que esto podría ocurrir en los dos primeros meses del nuevo año. Aunque no es probable que la OTAN intervenga militarmente en un conflicto entre Rusia y Ucrania, una invasión rusa de Ucrania seguramente provocaría una dramática transformación del panorama internacional. ¿Cuál sería la solución más realista al conflicto de Ucrania?
Los indicios son ciertos, y son ominosos. La mayoría de los analistas serios duda de que Putin se lance a una invasión. Tendría mucho que perder -quizá todo si los Estados Unidos reaccionaran con fuerza, como todos podríamos hacer. En el mejor de los casos, desde su punto de vista, Rusia se vería envuelta en una amarga «guerra interminable» y sometida a sanciones muy severas y otras medidas duras. Supongo que la intención de Putin es advertir a Occidente de que no desatienda lo que él considera intereses rusos, con cierta justicia.
Hay una solución realista: la que esbozó Anatol Lieven. Como él mismo comenta, no es fácil imaginar otra. Y no se ha propuesto ninguna.
Afortunadamente, esta solución está al alcance de la mano. Es de gran importancia evitar que la opinión popular se vea inflamada con estrategias demasiado conocidas que han llevado en el pasado a la catástrofe.
Noam Chomsky. Profesor laureado de la Universidad de Arizona y catedrático emérito de Lingüística del Massachusetts Institute of Technology, es uno de los activistas sociales más reconocidos internacionalmente por su magisterio y compromiso político. Su libro más reciente es “Climate Crisis and the Global Green New Deal: The Political Economy of Saving the Planet”.
Texto original: https://truthout.org/articles/chomsky-outdated-us-cold-war-policy-worsens-ongoing-russia-ukraine-conflict/
Traducción: Lucas Antón