El martes 28 de octubre, en plano corazón del imperio, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobará, por décima novena vez consecutiva, una resolución de enérgica condena al bloqueo que Estados Unidos mantiene contra Cuba desde hace 47 años y de contundente pedido de su inmediata finalización. De eso no hay duda. El pueblo […]
El martes 28 de octubre, en plano corazón del imperio, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobará, por décima novena vez consecutiva, una resolución de enérgica condena al bloqueo que Estados Unidos mantiene contra Cuba desde hace 47 años y de contundente pedido de su inmediata finalización. De eso no hay duda. El pueblo y el gobierno de ese pequeño archipiélago se alzarán, una vez más, victoriosos ante una de las acciones más criminales que imperialismo haya osado jamás ejecutar y mantener contra país alguno.
Los ojos del planeta estarán puestos en esa Asamblea General no tanto por la resolución que tome, sino más bien por la posición que adopte e instruya el presidente de un país al cual hace poco se le ha otorgado el Premio Nobel de la Paz, en reconocimiento a sus intenciones y planes (se supone) para con el conjunto de la humanidad. Barak Obama cometería una infamia contra el mundo y no solo contra Cuba, si el representante suyo ante las Naciones Unidas, con chantajes, plata y ofrecimientos de por medio, reedita su desacuerdo de levantar una medida fracasada en medio siglo, según han reconocido militares de alta graduación como Colin. El 29 de abril pasado el es jefe del Comando Sur, general James Hill; el ex director de la Oficina Nacional de Control de las Drogas, general Barry MacCaffrey; el ex jefe del Estado Mayor, Colin Powell, y otros nueve ex altos miembros de las fuerzas armadas de ese país reconocieron que «la política actual de aislamiento de Cuba «ha fracasado en cuanto a alcanzar nuestros objetivos»
Y eso es lo que no puede perderse de vista. La resolución del máximo organismo supranacional no es en auxilio de un pequeño país derrotado, humillado y de rodillas. El pedido de poner fin al bloqueo contra Cuba es el reconocimiento de la cadena de victorias que los hombres y las mujeres, los ancianos y los niños, los ejemplos de dignidad y soberanía, han conseguido, bajo el liderazgo de Fidel Castro, en 50 años de una revolución en la cual la emancipación del ser humano ha dejado de ser una mera tentación.
El bloqueo imperial contra Cuba se inició oficialmente el 7 febrero de 1962 cuando el demócrata Jhon Kennedy decretó la Proclama Presidencial 3447, pero las agresiones estadounidenses contra la joven revolución, que tras varios años de heroica y persistente lucha desplazó del poder a la dictadura de Fulgencio Baptista, aliado incondicional de la Casa Blanca, se ejecutaron a partir de mayo de 1959, en oposición a la ley de Reforma Agraria con la cual se empezaba a dar tierra a los campesinos y hacer realidad la máxima de ser de gobierno de todos, con todos y para todos.
No hay medida que los gobiernos de Estados Unidos -demócratas o republicanos- no hubiesen tomado para derrotar a la revolución cubana. Desde operaciones militares -abiertas y encubiertas- hasta económicas, comerciales y tecnológicas, pasando por las políticas y terroristas, el imperialismo ha agredido ininterrumpidamente durante medio siglo a un pueblo decidido a construir su propio destino, en un claro desconocimiento a la libre autodeterminación y la preservación de la paz mundial establecidas en la Carta constitutiva de las Naciones Unidas. Un año antes de poner en marcha oficialmente el bloqueo, en abril de 1961, la CIA y dos mil mercenarios preparados militarmente al sur de Miami lanzaron una invasión a Bahía de Cochino, para establecer una cabeza de playa que justificara la entrada en acción de las tropas regulares de Estados Unidos. La agresión fue derrotada en menos de 72 horas y Fidel, en la avenida 23 y 19, proclamó el carácter socialista de la revolución.
Pero así como ha actuado, le ha ido a los Estados Unidos. A partir de 1992, de 59 votos a favor de levantar el bloqueo, la comunidad internacional, conformada en su mayoría por gobiernos de corte ideológico distinto al vigente en la tierra de los mambises y de Marti, ha sido parte de la cadena de victorias cubana en ese foro mundial al dejar cada vez más solo a los Estados Unidos: 179 en 2004, 183 en 2006, 184 en 2007 y 185 en 2008. Salvo el apoyo incondicional de Israel, la cabeza del imperio ha tenido que recurrir, frecuentemente, a chantajes político-económicos para contar con el apoyo de estados como Palau y las Islas Marshall. En los últimos años, hasta Inglaterra ha preferido abstenerse de votar. No más de tres estados se han sumado a la indignante medida.
Como dice el intelectual argentino Atilio Borón, el bloqueo contra Cuba es un bloqueo contra la humanidad. Incluso, para ser más preciso, es un bloqueo contra la propia circulación del capital. El endurecimiento del bloqueo, con leyes como la Torriceli, la ley Helms-Burton y el «Plan Bush», ha sido ejecutado por los Estados Unidos para afectar, con sanciones extraterritoriales, a países como Australia, Reino Unido, Canadá, Brasil, Países Bajos, Suecia, España, Finlandia, Japón, México, Suiza, Noruega e Italia de manera directa e indirectamente a cerca de otra veintena de países.
Ninguna de esas medidas ha sido capaz, sin embargo, de doblegar la resistencia cubana. Todo lo contrario, si bien hay que estar en ese mágico país para darse cuenta de la criminalidad del bloqueo, el espíritu internacionalista y la fortaleza política y moral, así como las incontables muestras de solidaridad con el mundo, han convertido a Cuba en ese «yo colectivo» sin cuya práctica de solidaridad millones de personas no hubiesen dejado de ser analfabetas o no habrían salvado la vida o recuperado la vista, así como el apartheid hubiese continuado oprimiendo a millones de personas en Sudáfrica.
Pero la solidaridad cubana no tiene ni color ni olor preferidos. Estados Unidos ha recibido el ofrecimiento de ayuda cubana cuando los atentados terroristas en septiembre de 2001 o cuando Fidel Castro dijo estar dispuesto a enviar en 2005 a 1.600 médicos y toneladas de medicina al sur de los Estados Unidos, donde miles de personas fueron afectadas por el huracán Katrina. De hecho, cientos de estadounidenses ha roto el bloqueo al viajar a Cuba en busca de atención médica y para participar de encuentros internacionales en las que el ser humano, y no el capital, ocupa el centro de atención.
Los duros reveces que el imperio ha recibido en la Cumbre de las Américas y en la OEA por el pedido unánime de que se levante el bloqueo a Cuba, son apenas de los otros muchos que vendrán si Estados Unidos persiste en su obsesión de revertir la revolución cubana. Obama, conforme pasa el tiempo, no marca la diferencia con sus predecesores y salvo el levantamiento de algunas restricciones, para el viaje de cubanos residentes en Estados Unidos y el envío de remesas, no da mayores señales de caminar en dirección contraria.
Por eso, la Asamblea General de las Naciones Unidas es más una prueba para Estados Unidos, que de continuar en la posición de mantener la misma política solo contribuirá a su mayor soledad en su laberinto de acciones imperiales. Pero, sobre todo, es un desafío para Obama, quién puede dar testimonio de la inmoralidad con la cual fue designado Premio Nobel de la Paz. A menos de 100 millas del imperio, Cuba no se moverá ni un milímetro y seguirá siendo ejemplo de soberanía y dignidad.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.