En la tradición revolucionaria francesa la República se representa como mujer. Así aparece en el poema La curée, de Auguste Barbier y en la boutade de Brigitte Bardot con sus senos más enhiestos que la Historia. En el cuadro de Delacroix, una de las más famosas alegorías a la libertad republicana, la mujer lleva un […]
En la tradición revolucionaria francesa la República se representa como mujer. Así aparece en el poema La curée, de Auguste Barbier y en la boutade de Brigitte Bardot con sus senos más enhiestos que la Historia. En el cuadro de Delacroix, una de las más famosas alegorías a la libertad republicana, la mujer lleva un gorro frigio, anuncia entre cadáveres, y en medio de la luz, el camino de la liberación, porta una enseña tricolor y responde al nombre de Marianne.
No es un hecho universal. La república estadounidense aparece normalmente referida, en masculino, a las figuras de sus «padres fundadores». Cuando aparece como mujer, no lleva gorro frigio. Una República que nació conservando la esclavitud no podía usar el símbolo de los esclavos manumitidos romanos -el gorro píleo-, ni el usado como símbolo de libertad en Grecia -el gorro frigio-.
El origen del término «Marianne» cuenta con varias teorías. Se ha ubicado en una canción popular o en el calificativo peyorativo dado por la aristocracia a las campesinas pobres francesas. Una versión académica sugiere que fue atribuido a los seguidores de Juan de Mariana, jesuita que justificó el tiranicidio cuando el monarca violase los compromisos de actuar en justicia ante su grey. [1]
Si el origen es difícil de determinar, su significado revolucionario está fuera de duda.
La Marianne fue el rostro del socialismo obrero revolucionario, que sabía que la República se completaba solo si se aliaba a la imaginación simbolizada en el primero de mayo.
La Marianne fue también símbolo de la hermosa y sufrida república española.
Recientemente, usando la alegoría, Bansky le espetó un graffiti a la embajada francesa en Londres, en honor a los refugiados expulsados a la fuerza de Calais.
La Marsellesa, de Rouget de Lisle, sincroniza con esa lógica. Aunque recordaba el fantasma en la habitación -el incorruptible Robespierre-, la República no podía renunciar a su herencia jacobina. La reacción thermidoriana intentó sustituirla. Napoleón debió hacer malabares con ella.
En contraste, fue el himno de los socialdemócratas alemanes y de los socialdemócratas austríacos de 1890, y se vieron mariannes en la Comuna de París. Cientos de mujeres marcharon por la rue de Rivoli, con tambores y cornetas gritando «¡Viva la República!», o pasaron por el Quai de Passy cantando La Marsellesa mientras gritaban «¡Viva la República, Viva la Comuna!»
La Marsellesa parece que canta a la mujer, pero loa el valor colectivo de una ciudad clave en 1789. Fue escrito como himno regional y devino el coro de la libertad de un pueblo.
El cine francés ha sabido representar ese hecho colectivo. Jean Renoir filmó una secuencia en la que milicianos la cantan en camino hacia París y cifra así el tamaño de la epopeya. Casablanca la erigió en símbolo mundial de la resistencia antifascista. En La vie en rose una niña -vendedora callejera de feria- la canta en modo incorruptible. El musical Los Miserables le hace honor al gran Víctor Hugo.
En la novela original tenía que ser Gavroche quien cantase los «versos de La Marsellesa interpretados a su manera». Gavroche, no por casualidad, es la inspiración del niño con pistolas en el cuadro romántico de Delacroix, que refiere a la saga revolucionaria francesa de 1830.
La imagen de la república cubana siempre ha sido una mujer. Cuba también tiene su Marianne, pero símbolo colectivo como es, puede llamarse Canducha, Rosa, Yaya, Adriana o Isabel. Y, faltaba más, Mariana. Y por tener su propia La Marsellesa, tiene nada menos que cuatro La Bayamesa.
Las mujeres de la República cubana
Canducha se llamaba Candelaria. Era una de los once hijos que tuvieron Pedro -Perucho- Figueredo e Isabel Vázquez, una de las tantas familias pudientes que lo entregaron todo por la independencia. Canducha fue la abanderada en la toma de Bayamo. Desfiló con 16 años por la ciudad liberada, con gorro frigio, vestido blanco y enseña tricolor. Luego, tuvo que esconderse por meses en el monte alimentándose apenas de frutas. Hecha prisionera en Manzanillo, sabiendo sus captores sobre su parentesco con Perucho, le preguntaron si no tenía en esa localidad alguien que la ayudase. Ella respondió: «¡Yo soy una bayamesa!». Permaneció sin comer y sin beber el agua podrida que le pusieron en la celda.
Adriana del Castillo, su prima, fue violada en grupo a sus 17 años por voluntarios españoles, con saña descomunal. Muy probablemente, Adriana lideraba el grupo de «varias bayamesas» que habían firmado un llamamiento encendido a la juventud de Bayamo para armarse y luchar por los «códigos sagrados de libertad e independencia». Ese texto terminaba con el «Allons enfants de la patrie / le jour de gloire est arrivé», de La Marsellesa.
Adriana era hija de Luz Vázquez, una beldad a la que su esposo Francisco Castillo Moreno le dedicó La Bayamesa (junto a Céspedes, su primo hermano, y Fornaris). Es la primera canción trovadoresca de la historia cubana.
Luz es también una de las grandes heroínas olvidadas de la historia independentista en América Latina. Quemó su mansión para que Bayamo cayera de vuelta en manos españolas solo convertida en cenizas. Apoyó a su esposo y a su hijo Francisco cuando se fueron a la guerra de 1868. En ella murieron dos de sus hijos, su hija Lucila enfermó de tuberculosis y acaso llegó a saber que hasta el cadáver de Adriana, su primogénita, fue mancillado por los voluntarios. [2]
Yaya, la madre de Tomás Estrada Palma, al cumplir 80 años llevaba ya tres años en la hosca contienda mambisa. Fue hecha prisionera. Después de días de caminata, con lluvia torrencial, el jefe de la tropa, hastiado de la insolencia de la «vieja», ordenó despacharla. El que recibió la orden no se atrevió a asesinarla, pero abandonó a la bayamesa en el bosque, que sobrevivió comiendo frutas y raíces y esperó para morirse hasta encontrarse con su hijo.
Rosa Castellanos, negra, esclava emancipada, guerrera y enfermera, fue apodada «Rosa la bayamesa». Al entierro de la mítica revolucionaria acudieron miles de personas en agradecimiento fervoroso a sus servicios a la patria de los cubanos.
La «madre de la patria» se llama -la justicia poética existe- Mariana Grajales, ella misma una guerrera y madre de la estirpe de los Maceo, que no solo daban machete, según se suele rebajar su aporte. Antonio lo sabía todo sobre la doctrina, antiesclavista y antirracista, de los derechos del hombre. José cuidaba la banda de música de su Estado Mayor como su «niña bonita».
Ocurrió en toda Cuba, no solo en Bayamo. Caridad Bravo y sus hijas, holguineras «de color», operaron a Rius Rivera con una tijera de costuras y una horquilla de peinado, y le salvaron la vida. Hazañas de todo tipo hizo Isabel Rubio. En los 1930, cuando Pablo de la Torriente Brau quiso poner un ejemplo de cubana con servicio ejemplar a la República escogió a una maestra, de quien dijo: «Elena Soto Planas sí es una bayamesa».
Un cronista español, Pirala, se rindió a la admiración por las cubanas en la Guerra Grande:
«Ellas han hecho la insurrección de Cuba, levantando el ánimo de los hombres, hablando sin ambages, sin embozo y sin miedo. Ellas echaban en cara a los españoles sus desmanes y hablaban a los cubanos de sus derechos menospreciados y de sus deberes, empujándolos a su puesto en el combate y compartiendo con ellos los azares de la lucha.»
Sindo Garay tituló Mujer Bayamesa su celebérrima canción, que muchos conocen solo como «La Bayamesa». Es otro acto de justicia poética: es acaso el tema más cantado de la historia de la trova cubana. La canción -la preferida del genial Gumersindo- fue la que entonó en su entierro el dúo entonces más famoso de trovadores, acompañados por un coro popular de cientos de voces. Ese tema dice que la mujer bayamesa «si siente de la patria el grito, / todo lo deja, todo lo quema, / ese es su lema, su religión.»
Oígase, por favor, por el propio Sindo, terror de los trovadores por la exigencia que imponía en su interpretación.
La Bayamesa canta la creación por parte del pueblo cubano de su nación y especifica que Cuba decidió ser, al mismo tiempo, una nación, una democracia y una república.
No es casualidad. Paul Estrade lo ha asegurado así: «donde realmente irrumpieron en Cuba las ideas de la Revolución Francesa de 1789, fue en las filas de los revolucionarios de Yara y Guáimaro.»
Lo había dicho, formalmente, Céspedes, coautor de la primera La Bayamesa:
«Cuba ha contraído, en el acto de empeñar la lucha contra el opresor, el solemne compromiso de consumar su independencia o perecer en la demanda: en el acto de darse un gobierno democrático, el de ser republicana.»
La Bayamesa, por La Marsellesa. El himno nacional cubano
En 1851 fue fundada en Bayamo la sociedad cultural La Filarmónica, por Perucho Figueredo y Carlos Manuel de Céspedes. Entre sus miembros estaban Juan Clemente Zenea, José Fornaris, José Joaquín Palma y José María Izaguirre.
Esta es una historia breve de ese último grupo. Zenea diría: «Yo soy republicano desde que tengo uso de razón, y por eso conozco que la tolerancia es la primera virtud democrática».
Zenea fue fusilado en La Cabaña a manos del poder colonial. Fornaris estuvo preso por conspirador y compiló cuanta poesía cubana se encontró. Fue el precursor del siboneyismo -que hoy mueve a sonrisa, pero en su momento fue una búsqueda «antropológica» de lo cubano-. Algunos le atribuyen a Palma los versos que sobre La Bayamesa de Castillo/Fornaris/Céspedes los mambises improvisaban en la manigua, y es también el autor del Himno Nacional de Guatemala. «La República Cubana», la alegoría de la Marianne antiesclavista hecha especialmente para la revolución de Cuba, ocupaba un testero de honor en el colegio de José María Izaguirre en Guatemala.
Con ese clima intelectual, nada raro tenía que Francisco Maceo Osorio le pidiese a Perucho Figueredo que compusiera «La Marsellesa de Cuba». Figueredo y Maceo Osorio eran «acérrimos enemigos; y el odio que se tenían era tal, que al encontrarse en la calle se dirigían insultos á manera de saludos», pero tenían algo más importante que hacer.
Figueredo, como Maceo Osorio y Francisco Vicente Aguilera, eran destacados masones. En América Latina, y en Cuba, la masonería fue uno de los grandes vehículos de circulación de la ideología republicana. Masones fueron también los creadores de la bandera y el escudo nacionales. [3]
Cirilo Villaverde -autor de Cecilia Valdés, la novela nacional cubana por excelencia del XIX- explicó con precisión el contenido republicano de la bandera. Otra descripción similar presenta así el triángulo presente en ella: «Uno de sus lados es la Libertad, otro la Igualdad, y el tercero la Fraternidad. La base del triángulo cubano es la República; el vértice la abolición de la esclavitud».
El escudo cubano, desde su origen hasta hoy, siempre ha estado presidido por un gorro frigio, o más específicamente, píleo.
Perucho Figueredo tituló su obra La bayamesa. Con ese nombre lo publicó Martí, dos veces, en Patria. Así aparece titulado en el único autógrafo firmado por Perucho conservado hasta hoy. Cualquier otro escrito debió hacerse cenizas en Bayamo. Perucho e Isabel también quemaron su casa.
Un país no nace sin memoria
El Apóstol repitió el sugestivo, pero falso, mito patriótico de que Perucho escribió el himno sobre su caballo Pajarito a instancias de una multitud enardecida.
La música y la letra del himno existían desde antes del 10 de octubre de 1868. Pero Martí supo recoger, entre varios himnos patrióticos que habían llamado al combate en la Guerra Grande, el que la memoria popular había hecho suyo en las «opuestas regiones» de Oriente y Occidente. (Similar trabajo de memoria, en aras de construir unidad patriótica, es su compilación Los poetas de la guerra). Martí citó el parentesco de La Bayamesa con La Marsellesa, y publicó La Borinqueña, también familia espiritual del actual himno nacional francés.
Martí y Perucho sabrían, en carne propia, que «morir por la patria es vivir».
Ese verso de La Bayamesa hunde sus raíces en la historia milenaria de preferir la muerte al despotismo y a la opresión, y luego, en la tradición del culto a la patria como bien supremo. Se trata de la noción republicana de la patria: el lugar donde se nace, pero también donde se es libre. Martí, desde muy joven, la había consagrado en el drama Abdala.
El suicidio heroico hace parte de esa tradición. Como el de Goujon, «joven héroe y mártir de la democracia», «glorioso defensor de la justicia y de la igualdad», que en medio de la Revolución francesa dejó escrito sobre la Constitución de la Igualdad, antes de asestarse con mano firme a sí mismo una puñalada: «¡Yo había jurado defenderla y morir por ella; muero contento por no haber traicionado mi juramento (…) Yo moriré sin haber faltado a mi deber».
Con razón, se ha escrito tanto sobre la presencia de la muerte y del suicidio en Martí. «No se concibe el heroísmo sin un profundo amor a la vida y un diálogo valiente con la muerte», ha escrito Roberto Fernández Retamar sobre Haydee Santamaría.
Para la época de Perucho, el nacionalismo romántico había concebido que la patria, o la matria, se alimenta del sacrificio voluntario de sus hijos en bien de la comunidad nacional. [4]
Martí murió en combate, pero antes vaticinó que moriría de «cara al sol», como en efecto sucedió, dramatizando su propia muerte. Perucho fue fusilado repitiendo su propio verso. Como sucede con el cadáver de García Lorca, tampoco se ha podido ubicar donde yace el cuerpo del autor del himno cubano.
Lezama conocía el parentesco de La Marsellesa con La Bayamesa. Registró su potencia hablando del océano: «esa inmensidad salada donde intuimos peces, tridentes, sargazos y náufragos de diversas estirpes, todos en el coro, con sus pulmones y carrillos inflados, porque cantan o La Bayamesa o La Marsellesa o cualquier inspirado himno del ahogado.» Era su homenaje al republicano Lorca -masón, rojo y maricón-, que supo «que la sexta luna huyó torrente arriba, y que el mar recordó ¡de pronto! los nombres de todos sus ahogados».
Sindo Garay también lo sabía, a su modo: «Yo le canto al amor, a la mujer, a la patria y a la muerte.»
Isabel, Adriana y el himno de todos los cubanos
Isabel Vázquez es una Marianne, pero se sabe más de su esposo Perucho, que llegó a ser jefe de estado mayor del Ejército Libertador. Al caer prisionero, para burlarse de él, que ya no podía caminar, lo montaron en un burro, camino al paredón. Perucho, otrora líder chispeante de las tertulias intelectuales en su casa, replicó de inmediato: «No seré el primer redentor que cabalgue sobre un asno».
Fue fusilado al lado de su hijo Ignacio.
Días antes de morir, Perucho le escribió a Isabel:
«Hoy se ha celebrado consejo de guerra para juzgarme y, como el resultado no me puede ser dudoso, me apresuro a escribirte para aconsejarte la más cristiana resignación (…) la última súplica pues, que te hago, es que trates de vivir y no dejes huérfanos a nuestros hijos (…) en el cielo nos veremos y mientras tanto, no olvides en tus oraciones a tu esposo que te ama». [5]
Isabel era hermana, se ha dicho que gemela, de Luz Vázquez. Compartían la belleza, y la finísima y amplia cultura familiar, notoria incluso en un medio tan culto y conectado con el mundo como el Bayamo de esa época. Como su hija Candelaria, pudo salir al exilio. Murió en 1873 y fue enterrada en Cayo Hueso.
Castillo le dedicó a su esposa Luz la primera La bayamesa, pero Isabel parece haber escrito junto a su esposo Perucho La bayamesa, el actual himno nacional cubano.
Dos de las hijas del matrimonio Figueredo Vázquez se casaron con la familia de Carlos Manuel de Céspedes. Eulalia se casó con Carlos Manuel (Carlitos) de Céspedes y Céspedes (1840-1915). Este, hijo mayor de Carlos Manuel, contó en el periódico veracruzano Diario Comercial, con fecha 5 de noviembre de 1897, la forma en que fue redactada La bayamesa/actual himno nacional:
«Recuerdo que un día del mes de marzo de 1868, estábamos sentados en la sala de la casa de vivienda del ingenio Las Mangas, […], su dueño Pedro Figueredo, su esposa Isabel Vázquez, su hija Eulalia y yo, que ya teníamos la música y solo faltaban las palabras, que Isabel, su esposa, adaptó a los incipientes compases de Figueredo, que no era poeta, mientras que su esposa y mi inolvidable suegra, Isabelita, componía muy bonitos versos patrióticos, de los cuales aún recuerdan algunos, sus hijos. […]».
El historiador Mario Cobas-Sanz en un documentado estudio concluye que: «Si otorgamos valor probatorio a lo declarado por Céspedes de Céspedes tenemos que admitir que Isabel Vázquez también es autora del Himno.» [6]
Perucho le pidió a Isabel que tratase «de vivir». Pero los cubanos de hoy hemos sido incapaces de reconocer su vida, su historia y su participación en la redacción del Himno.
El Anteproyecto de Constitución, actualmente en debate, no llama correctamente a La Bayamesa por su nombre. Le llama himno de Bayamo, como si La marsellesa pudiese ser algún «Himno de Marsella». Tampoco lo hace la Constitución vigente. [7]
El cine cubano ha legado memorables escenas de La Bayamesa/actual himno nacional. En Clandestinos de Fernando Pérez (1987), la cantan los revolucionarios en prisión. En dicha cárcel, irán a la huelga de hambre dispuestos a morir por la Patria. En Santa y Andrés de Carlos Lechuga (2016) la canta el poeta que no quiere «vivir en oprobio sumido». [8]
En ambas escenas, todos se entregan al himno de Perucho e Isabel, el himno de todos los cubanos.
Es el mismo himno que había cubierto el cadáver de Adriana del Castillo -la sobrina de Isabel y Perucho- tal como la describieron patriotas memoriosos en su honor:
«Ha sido infortunada, ha sido mártir; pero no están manchados su corazón ni su memoria. La compadecemos y la lloramos, pero besaríamos su cadáver con el respeto debido á la majestad y á la desgracia. Víctimas como ella solo avergüenzan al infame vencedor. No ha sido la primer cubana, ni por desgracia será tampoco la última que sucumba de ese modo; pero nosotros sucumbiremos también, si no somos bastante fuertes para vengarlas á todas. (…) La iniquidad de que acaba de ser víctima Adriana del Castillo sólo servirá para que se alce más pronto sobre los cadáveres de enemigos tan soeces la gloriosa república de Cuba.»[9]
La Bayamesa los cubre a todos porque tiene una ideología muy específica. Así la presentó Martí en Patria:
«Patria publica hoy, para que lo entonen todos los labios y lo guarden todos los hogares; para que corran de pena y de amor, las lágrimas de los que lo oyeron en el combate sublime por primera vez. Para que espolee la sangre en las venas juveniles, el himno a cuyos acordes, en la hora más bella y solemne de nuestra patria, se alzó el decoro dormido en el pecho de los hombres. ¡Todavía se tiembla de recordar aquella escena maravillosa!».
Es la doctrina contenida en la frase más radical de toda la historia de Cuba: «Con todos y para el bien de todos».
Es la forma política del amor triunfante, aquella que une nación, democracia y república.
Notas
[1] Florence Gauthier: «La teoría política del padre Juan de Mariana generó un vínculo entre los pensadores de la Revolución francesa. Mariana, que era español, desarrolló la idea del tiranicidio y del derecho a la resistencia a la opresión. Hay algo muy notable en la teoría política de este jesuita español, que vivió a caballo entre los siglos XVI y XVII, y fue su nombre el que pasó a Marianne, convertida en símbolo de la república revolucionaria. Y ese vínculo traía su origen en el hecho de que, en la teoría política del Padre Mariana, desempeñó un papel fundamental la confianza en el pueblo, y la confianza en el pueblo lleva a la soberanía popular, a una soberanía no entendida retóricamente, sino de forma efectiva y consecuente.»
[2] Esta versión de la muerte de Adriana del Castillo aparece en Los confinados a Fernando Poo. Impresiones de un viage a Guinea, de Francisco Javier Balmaseda, Nueva York, Imprenta de la Revolución, 1869, pp. 86 y ss. Otras versiones aseguran que Adriana del Castillo murió de fiebre tifoidea. Según esa versión, Adriana, al morir, cantaba La Bayamesa, actual Himno Nacional. Así lo asegura el Dr. Eduardo Torres Cuevas. De este mismo modo, aparece también en Mambisas. Rebel Women in Nineteenth-Century Cuba, de Teresa Prados-Torreira, University Press of Florida, 2005.
[3] Para investigaciones recientes, eruditas, acerca del origen de los actuales bandera y escudo nacionales. Ver aquí y aquí, respectivamente.
[4] Agradezco esta referencia a Gustavo Buster.
[5] Parte lo que aquí se dice sobre Isabel Vázquez aparece recreado en este texto.
[6] Eduardo Torres Cuevas aporta otra explicación sobre este punto: «Poco después, el 24 de julio, día de la celebración de Santa Cristina, tuvo lugar una reunión en el domicilio de Pedro Figueredo, a la que asistieron los principales conspiradores de la región. En la misma, el propio autor y anfitrión ejecutó en el piano la pieza musical y su esposa, Isabel Vázquez, interpretó la letra. Años después, uno de los asistentes introdujo la novedad de atribuirle la letra del himno a Isabel Vázquez. No es de dudar que dada la relación que tenían ambos esposos, Figueredo haya consultado o escuchado alguna que otra sugerencia de Isabel. Aunque la intención del testigo, Carlos Manuel de Céspedes y de Céspedes, hijo del Padre de la Patria y esposo de una de las hijas de Figueredo, no parece ser más que un desconocimiento de las interpretaciones anteriores que había tenido la marcha patriótica, sirvió para nuevas y extrañas especulaciones. Nuevamente la intriga funcionó en aras de disminuir el valor de una de las más bellas figuras de la historia revolucionaria cubana.»
Permítaseme aquí extenderme.
La historia de la cita completa sobre el testimonio de Carlitos de Céspedes y Céspedes involucra a otro testigo, Ángel Figueredo Vázquez, hijo de Perucho e Isabel: «Modesto Arquímedes Tirado Avilés, comandante del ejército libertador, primer historiador en propiedad de la ciudad de Manzanillo, quien tuvo la oportunidad de conocer a Ángel Figueredo Vázquez, hijo de Pedro Figueredo Cisneros, cita en el tomo I de sus Efemérides de Manzanillo estas palabras del descendiente del ilustre bayamés: ´Mi padre compuso el Himno algunos meses antes de estallar la guerra del 1868, y lo ejecutó por primera vez al piano en el mes de marzo de ese año´. El mismo Ángel Figueredo, proporcionó a Tirado un recorte del periódico veracruzano, Diario Comercial, de fecha 5 de noviembre de 1897, donde Carlos Manuel de Céspedes y Céspedes, primogénito del padre de la patria y esposo de Eulalia, una de las hijas de Isabel y Perucho, rememora cómo se improvisó el Himno: ´Recuerdo que un día del mes de marzo de 1868, estábamos sentados en la sala de la casa de vivienda del ingenio Las Mangas, […], su dueño Pedro Figueredo, su esposa Isabel Vázquez, su hija Eulalia y yo, que había ido allí como comisionado de los conspiradores, hablamos de la situación imperante cuando de repente se levantó Perucho, como cariñosamente llamábamos al autor del himno, y sentándose al piano, que tocaba magistralmente, improvisó una marcha guerrera, que mereció nuestra aprobación. Ya teníamos la música y solo faltaban las palabras, que Isabel, su esposa, adaptó a los incipientes compases de Figueredo, que no era poeta, mientras que su esposa y mi inolvidable suegra, Isabelita, componía muy bonitos versos patrióticos, de los cuales aún recuerdan algunos, sus hijos. […]´. (cita en Tirado Avilés, Modesto Arquímedes. Efemérides de Manzanillo. Ciudad Masó Archivo Histórico de Manzanillo, inédita, t I, págs. 134-136). Sobre lo anterior, considera Mario Cobas Sanz: «Si otorgamos valor probatorio a lo declarado por Céspedes de Céspedes tenemos que admitir que Isabel Vázquez también es autora del Himno». (Mario Cobas Sanz, «La producción artístico-literaria y el ideario separatista en Bayamo en el período1840-1870». Santiago. No. 3 del 2012, págs. 535-564.)
Sobre la base del testimonio del hijo mayor de Céspedes, varias investigadoras del Derecho en Cuba han defendido la coautoría de Isabel Vázquez sobre La Bayamesa/actual himno nacional.
Así, lo han hecho, por ejemplo, Yamila González Ferrer y Paloma González Alfonso, desde una lectura que usa herramientas analíticas de la teoría feminista del Derecho:
«¿Cuál era el deber-obligación de una esposa en el siglo XIX amén de los ideales políticos o potencialidades intelectuales? Precisamente el de acompañar, ayudar, estar a disposición de su esposo. Era impensable que en aquella época una esposa pretendiera atribuirse una creación en la que hubiera puesto parte de su intelecto, si aquella surgía en ese acto de apoyo o contribución a su esposo. Por otra parte los iniciadores del proceso revolucionario cubano, a pesar de su avanzado pensamiento e ideales políticos, no podían escapar a las concepciones patriarcales que caracterizaban ese momento histórico y que lógicamente ellos reproducían.
(…)
«En opinión de estas autoras no cabe duda sobre la autoría de Isabel, ella adaptó las palabras que faltaban y que fue creándolas en el acto, a los incipientes compases de Figueredo. Es decir, creó la letra adaptándola a unos particulares acordes musicales.
«Consideramos que el testimonio hallado impone una relectura de los hechos, una mirada diferente a este importante episodio de nuestra historia. Se impone poner fin al anonimato de Isabel y sacar a la luz su protagonismo.»
«De igual forma, corresponde también valorar el alcance que para el Derecho de Autor tendría la aportación realizada por Isabel, toda vez que habría que considerar el Himno Nacional como una obra en coautoría y específicamente como una colaboración imperfecta en la que según la doctrina especializada son perfectamente desentrañables los aportes realizados por cada una de las partes, dígase letra y música, sin que ello derive en menoscabo de la obra en cuestión, respetándose la naturaleza de la misma, entendiéndose por tanto a Isabel Vázquez y a Perucho Figueredo como autores del Himno Nacional La Bayamesa.»
Algo parecido sobre la posición de la mujer, describiendo a Candelaria Figueredo, ha dicho Teresa Prados-Torreira: «This combination of a political position, defined through ties to a male relative, and a steely personal determination to be part of the rebellion characterizes Cuban women’s participation in the Ten Years War.» En Mambisas. Rebel Women in Nineteenth-Century Cuba, de Teresa Prados-Torreira, University Ppress of Florida, 2005, p. 53
De igual modo, la Dra. Caridad Valdés, profesora titular de Derecho Civil de la Universidad de La Habana, considera que este tema ha sido «recién investigado como expresión de la discriminación de género también en el ámbito de la creación». Esta es la cita completa: «No obstante, el concepto de colaboración también se extiende, en sentido amplio, a obras creadas por dos o más personas que aportan contribuciones individualizables, esto es, aportaciones creativas que pueden constituirse per se obras separables del todo común, pero que se fusionan por voluntad de los coautores, ligados por una inspiración que comparten. Aquí el resultado unitario no difumina la distinción entre las diferentes participaciones, que pudieran ser separables sin alterar la naturaleza de la obra. Es el caso (…) de la canción La Bayamesa, cuya letra es de José Fornaris y la música corresponde a Francisco Castillo Moreno y Carlos Manuel de Céspedes; o el caso, menos conocido, recién investigado como expresión de la discriminación de género también en el ámbito de la creación, de nuestro propio himno nacional, que siempre se creyó creado en su totalidad por Perucho Figueredo, cuando todo parece indicar que sólo compuso la música, pues la letra fue creada por Isabel Vásquez, su esposa. [cita al trabajo de Diploma Una mirada de género al derecho de autor del siglo XIX cubano, presentado por Paloma González Alfonso en 2011, en la Universidad de La Habana, con tutoría de Caridad Valdés y Yamila Ferrer]. (Caridad del Carmen Valdés Díaz, «Las obras en colaboración. Introducción y teoría general. Especial referencia a su regulación en la ley cubana de Derecho de autor», en Obras originales de autoría plural. Carlos Rogel y Caridad Valdés (Directores), Universidad Complutense de Madrid, Madrid, 2012, p. 18)
Incluso si, como asegura Eduardo Torres Cuevas, «Figueredo haya consultado o escuchado alguna que otra sugerencia de Isabel», queda en pie el problema que discuten estas autoras, pues: «En consecuencia, de acuerdo a este tipo de colaboración, como afirma Rodríguez Tapia, «si la aportación de cada autor es diferenciable, existirán, como mínimo, un número de objetos de propiedad intelectual superior en uno al número de autores, pues, cuando menos, serán objeto de derechos cada una de las aportaciones así como la obra común resultante». (Caridad del Carmen Valdés Díaz, ….Idem.)
Algo similar argumenta Darsi Fernández, especialista en derecho de autor: «Todos los aportes a la letra son válidos para considerar coautor a quien los haga siempre que sean efectivamente incluidos o tomados en consideración, aún cuando pueda quedar definido que alguno de los coautores lo es en una medida (porcentualmente) menor que el otro. En esta época [cuando fue redactada La Bayamesa/actual himno nacional] aun no existía una Ley de Propiedad Intelectual en Cuba (que tuvo su primera ley de este tipo cuando se promulgó la española de 1879) y probablemente no había tampoco una cultura acerca del tema. Ello, sumado a la cultura patriarcal que sin dudas imperaba en las fechas, es probable que haya hecho permanecer el crédito solo a favor de Perucho. Pero justamente por ello, los análisis históricos posteriores debieron enmendar la consideración de autoría para considerarlo una coautoría.» (Correspondencia con el autor de este texto)
En su libro Canarias y la Independencia de Cuba, Roberto Domínguez sigue esta versión: «En ese hilo, parece indiscutible que su esposa, la poetisa Isabel Vázquez Moreno, lo ayudó a elaborar el vigoroso texto guerrero.»
La argumentación de Torres Cuevas me resulta también plausible. No obstante, es problemático comprender de qué forma la posible coautoría, o al menos las «sugerencias» de Isabel Vázquez en la redacción de La Bayamesa, pueda ser considerado como acto orientado a «disminuir el valor de una de las más bellas figuras de la historia revolucionaria cubana». Poner en discusión, sobre la base de fuentes contrastadas, la participación de Isabel Vázquez en dicha redacción, lejos de disminuir la extraordinaria figura de Perucho, puede contribuir críticamente a completar, descolonizar y democratizar algo tan esencial en nuestra historia como lo es, nada menos, el Himno Nacional.
[7] Ver sobre este tema el texto de Pedro de Jesús: Sobre el himno nacional cubano. A propósito del Proyecto de Constitución. Para ampliar ver aquí: Pedro de Jesús. «Lengua y verso en La Bayamesa. Aproximación a la tradición discursiva del himno nacional cubano», La Gaceta de Cuba. No. 1 Enero-Febrero, 2017, pp. 35-41.
[8] En un plano similar, La primera carga al machete rinde homenaje, en la voz de Pablo Milanés, y con un joven trovador como protagonista, al nexo entre cultura popular y patria cubana. (Además, representa a las bayamesas con banda tricolor en el pelo, golpeadas por esa razón por soldados españoles). La versión -grabada informalmente- de La bayamesa de Céspedes, Castillo y Fornaris, de Silvio Rodríguez se concibió también para un proyecto de cine cubano.
[9] Los confinados a Fernando Poo. Impresiones de un viage (sic) a Guinea, de Francisco Javier Balmaseda, Nueva York, Imprenta de la Revolución, 1869, p. 95.
fuente: http://oncubanews.com/cuba/sin-afrenta-y-sin-oprobio-la-bayamesa-el-himno-nacional-de-cuba/
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