La mecanización de la cosecha de caña, que se impuso para evitar que los incendios de los cañaverales siguieran contaminando el aire, ha mejorado el suelo de las zonas cañeras del sureño São Paulo, el estado que produce más azúcar y etanol de Brasil. Tradicionalmente, la paja de la planta Saccharum officinarum se quemaba para […]
La mecanización de la cosecha de caña, que se impuso para evitar que los incendios de los cañaverales siguieran contaminando el aire, ha mejorado el suelo de las zonas cañeras del sureño São Paulo, el estado que produce más azúcar y etanol de Brasil.
Tradicionalmente, la paja de la planta Saccharum officinarum se quemaba para facilitar el trabajo de los cortadores de la caña. Ahora queda en el suelo, fertilizándolo, manteniendo su humedad y evitando la erosión.
Este residuo vegetal deja en cada hectárea unos 45 kilogramos de potasio, dijo a Tierramérica el agrónomo Gustavo Nogueira, gerente técnico de la Asociación de los Plantadores de Caña del Oeste del Estado de São Paulo (Canaoeste).
Los productores están obligados a terminar con las «quemadas» para 2014 en las llanuras paulistas, forzando la mecanización que ya alcanza a 70 por ciento del monocultivo. La legislación concede una tolerancia de hasta 2017 para las tierras con declives superiores a 12 grados, que impiden operar con las actuales cosechadoras.
En los sitios donde la recolección mecánica se implantó hace tiempo, hay cañaverales productivos por «siete u ocho años», cuando lo usual son cinco, afirmó Manoel Ortolan, presidente de Canaoeste, una organización que sin embargo tiene su sede y la mayoría de sus socios en el noreste del estado paulista.
«La paja recupera la microflora del suelo y puede elevar a 12 y 15 años la longevidad de la caña», haciéndola casi «perenne, un resultado fantástico», dijo Ortolan a Tierramérica en su oficina en Sertãozinho, una ciudad donde los cañeros controlan por lo menos tres manzanas con oficinas, sedes de cooperativas, supermercados y una gasolinera.
Además, muchos agricultores aprovechan la «reforma» anual de sus cañaverales en casi un quinto de sus tierras, para sembrar maní o soja después de erradicar la caña vieja y antes de plantar la nueva.
Se promueve así la fertilización, ya que esas oleaginosas fijan en el suelo el nitrógeno que captan del aire. En consecuencia, el noreste de São Paulo produce 80 por ciento del maní brasileño, informó Nogueira.
La historia de la caña en Brasil «mató dos pájaros de un tiro», según Cícero Junqueira Franco, veterano hacendado y empresario azucarero. La producción nacional se multiplicó por siete desde 1975, cuando el gobierno decidió obtener alcohol carburante por una razón económica –reducir las encarecidas importaciones de petróleo–, pero su gran efecto fue ambiental, señaló.
El etanol mezclado a la gasolina elimina el plomo de ese combustible derivado del petróleo, y eso mejora la calidad del aire en las grandes ciudades. «Sin el alcohol, São Paulo estaría sofocado en contaminación», arguyó Franco.
Pero Manoel Tavares, presidente de la Asociación Cultural Ecológica Pau Brasil, considera un desastre el monocultivo exclusivo de caña en la llamada Región de Ribeirão Preto, que comprende 85 municipios, tres millones de habitantes y 50 centrales azucareras y alcoholeras en el noreste de São Paulo.
Antes de que se implantara el Programa Nacional del Alcohol en 1975, los bosques cubrían 25 por ciento de esta región. «Ahora ocupan solo cuatro por ciento», lo que «altera el régimen de lluvias, reduce la humedad y aumenta el calor», destacó el ambientalista, un agrónomo dedicado al comercio de miel que exporta sobre todo a Asia.
Tavares debe buscar la miel en otros estados, ya que la caña extinguió la producción local, expulsando a las abejas. Ribeirão Preto «tenía 2.500 colmenas hace 30 años», recordó.
La región, que había sido gran productora de alimentos diversos, pasó a ser «importadora» de arroz, frijoles, leche, café y hortalizas, dijo Tavares a Tierramérica.
La caña, añadió, ha provocado una «reforma agraria al revés», con una «inquietante» concentración de la tierra en pocos dueños y la exclusión de los pequeños propietarios.
Además, acotó, la napa freática regional y el Acuífero Guaraní, fuente de agua de muchas ciudades de São Paulo, están amenazados por las filtraciones de agrotóxicos y de vinaza, un líquido oscuro que es el principal desecho de la destilación de alcohol.
Las autoridades ambientales ya encontraron «aguas contaminadas», pero esos delitos quedan impunes por la «connivencia» de los órganos oficiales, acusó. Además, las quemadas continúan y afectan con su hollín la salud pública.
La vinaza supo exterminar peces en muchos ríos de São Paulo y de otras zonas cañeras, al intensificarse la producción de etanol. Por cada litro de ese combustible se generan 10 del residuo, y los derrames en los cursos de agua se hicieron frecuentes.
Pero el uso de vinaza para fertilizar los mismos cañaverales, pues es rica en potasio y en otros nutrientes, logró controlar esos desastres ambientales.
Hoy la vinaza es un subproducto valioso que puede tener otros usos, como medio multiplicador de algas para producir biodiésel, o como base de fertilizantes tras una deshidratación parcial o la extracción del potasio, apuntó Octavio Valsechi, director del Departamento de Tecnología Agroindustrial de la Universidad Federal de São Carlos.
Los ríos locales «ya dan peces, hace tiempo que no reciben vinaza», y el Acuífero Guaraní –compartido con Argentina, Paraguay y Uruguay– sigue abasteciendo a muchas ciudades sin problemas, aseguró João Borges, médico que asiste a los empleados de la Usina (reactor) Santo Antonio en Sertãozinho, a 20 kilómetros de la ciudad de Ribeirão Preto.
Borges, premiado por sus logros en reducir drásticamente la mortalidad infantil en Barrinha, la ciudad más pobre de la región, y por rehabilitar a muchos trabajadores discapacitados por accidentes o enfermedades laborales en la industria azucarera, tampoco cree que sea grave el hollín de las «quemadas».
Se trata de partículas grandes que «no llegan a los pulmones», explicó, y el humo dura poco, como «fuego de paja», una expresión que indica algo efímero.
La caña tiene «una genética que tolera enfermedades» y exige menos plaguicidas que otros cultivos, como el algodón y la soja. Además, una intensa investigación desarrolló variedades más resistentes y el control biológico de insectos, añadió Tadeu Andrade, director del Centro de Tecnología Cañera, creado por una cooperativa de centrales sucroalcoholeras.
La caña «refertiliza» la tierra, que necesita pocos agregados químicos para sostener la producción indefinidamente, como ocurre en antiguas zonas cañeras de Brasil que experimentan un nuevo aumento de rendimientos, sostuvo.
Las potencialidades ambientales de la caña se aprovechan al máximo en dos plantas de Sertãozinho, São Francisco y Santo Antonio, que producen el azúcar Native y otros alimentos orgánicos.
Cultivan dos abonos verdes, la crotalaria y el fríjol terciopelo (Mucuna pruriens) para nutrir la tierra y reforestan todo espacio posible.
Los dueños, de la tradicional familia azucarera Balbo, son reconocidos por su sensibilidad social y ambiental, tanto por el ambientalista Tavares como por dirigentes sindicales.
* Este artículo fue publicado originalmente el 9 de abril por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.